La reacción y la revolución : 0b

Francisco Pi y Margall. La reacción y la revolución (1854).

INTRODUCCIÓN


Los hechos, dice un filósofo aleman, no son mas que la realizacion de las ideas, y estas la evolucion de una generadora y eterna, cuyo desarrollo es el de los seres en el espacio, el de los sucesos en el tiempo, el del espíritu en el seno de la especie humana.

La razon del hombre, añade, puede elevarse al conocimiento de esta idea; pero solo buscándola al través de la realidad, es decir, al través de la naturaleza y de la historia.

Permítaseme pues que, prescindiendo por ahora de toda cuestion y de todo principio filosóficos, empiece por estudiar lo realizado ya, los últimos sucesos.

De cuadro á cinco meses atrás estalló entre nosotros, primero una insurreccion militar, luego dos insurrecciones populares. ¿Contra quién tuvieron lugar estas tres insurrecciones?

La primera contra un gobierno conservador, que ni habia decretado la emigracion en masa de centenares de ciudadanos , como el general Narvaez, ni propuesto la derogacion de las leyes fundamentales del Estado, como Bravo Murillo, ni agobiado al país, como Alejandro Mon, con el peso de un nuevo sistema tributario; pero que no por esto ejercía menos coaccion sobre la persona de sus enemigos, el ánimo del país y la riqueza de los contribuyentes; no por esto atentaba menos contra los escasos derechos reservados al pueblo por los legisladores del 45; no por esto era motivo de menos alarma para los partidos liberales.

Tenia este gobierno declaradas en estado de sitio las ciudades mas importantes; suspensas, cuando no cerradas, las Cortes ; alzada siempre la mano contra los que, aun siendo de su mismo partido, no querian, ó por ambicion ó por patriotismo, doblarse á sus caprichos; cubierto el presupuesto de gastos con los ingresos destinados á cubrir las atenciones de mañana; impuesto un préstamo forzoso, comprometida la hacienda con una deuda flotante insoportable y un déficit de centenares de millones.

Habia llevado á cabo reformas tan arduas como saludables: la de los procedimientos en materias civiles y penales, la de la supresion de pasaportes, la de no inspeccion de equipajes en las puertas de los pueblos y ciudades del reino; habia, segun datos bastante positivos, intentado ya, desde antes de constituirse , la reorganizacion del partido moderado, y aun la fusion en uno del moderado y el progresista; llevaba, al parecer, en un principio sanas y generosas intenciones; mas, cercado luego de obstáculos y de odios, en parte por el descrédito y la impopularidad de algunos de sus miembros, en parte por lo exacerbados que estaban ya los ánimos del pueblo y las ambiciones de cierto círculo de conservadores, quiso antes faltarse á sí mismo que revelar su impotencia, y se entregó desenfrenadamente á actos que serán siempre un borron para su nombre. El agio y la corrupcion son ya desde hace tiempo las armas defensivas de los gobiernos europeos; las empuñó y las blandió, no ya con la hipocresía de sus antecesores, sino con el mas repugnante y audaz cinismo.

Solo, apoyado casi exclusivamente por los que mas ó menos vivian de las arcas del tesoro, combatido por los que átoda costa pretendían ocupar sus puestos, presentado á los ojos de\ país, mas que como un gobierno inmoral, como una horda de bandidos, debia ya su sosten solo á lá voluntad del trono, cuando, vendido por uno de los hombres en que mas habia depuesto su confianza, vió levantadas contra sí mas de dos mil lanzas del ejército, dirigidas por cuatro generales. Comprendió, á no dudarlo, el peligro en que se hallaba; presumió que el fuego de la rebelion podia cundir por el resto de sus tropas; temió que la revolucion no levantase de nuevo la cabeza; mas ni cedió ni creyó que debiese aun darse por vencido. Tenia fuera de Madrid á la Reina; la trajo á Madrid el mismo dia del suceso. Tenia á las puertas de Madrid á sus enemigos; les presentó al dia siguiente la batalla. Salió vencido y ganó. Los vencedores, que esperaban la reproduccion de la jornada de Ardoz en los campos de Vicálvaro, empezaron á retirarse luego de ver defraudadas tan lisonjeras esperanzas, y le dieron pié para que creyese aun posible prolongar, y hasta afirmar, su situacion comprometida.

Ahora bien: ¿qué objeto tenia esta insurreccion militar? qué pretendían esos rebeldes generales que se retiraban despees de una victoria? Ni en el dia de la insurreccion ni en el del combate levantaron bandera alguna política; su objeto parecía reducirse á exigir un simple cambio de personal ca la, direccion de los negocios del Estado, y á exigirlo en nombre la moralidad amancillada. Se ha dicho, y muchas veces, por unos, que pretendían además imponer condiciones al trono, poniéndole al nivel del de Inglaterra, por otros que intentaban sustituir á los Borbones por la familia de Braganza; mas ni lo dijeron, ni dejaron siquiera descubrir esta intencion, por mas que en sus partes y órdenes del dia guardaban siempre cierta reserva con respecto á la corona. Aun cuando la tuvieran, ¿no parece seguro que solo querian ver entronizado el nuevo rey en escudos levantados sobre la punta de sus bayonetas?

No proclamaron estos generales ningun principio político, y fueron en esto lógicos. Pertenecian todos al bando conservador, y dentro de los principios del bando conservador estaba aun indudablemente el ministerio amenazado. Si se hubiesen sublevado inmediatamente despues de la reforma constitucional proyectada por Murillo, hubieran podido decir aun: Nos levantamos en favor de nuestra bandera, hollada y desgarrada; mas despues, ¿qué podian ya sino nial disfrazar sus intereses personales, ó guardar, como guardaron, el silencio? La cuestion dinástica era tambien para ellos una cuestion hasta cierto punto personal, aunque cohonestable con razones de grande interés político:se sentian ajados, y no solo por los miembros del gabinete, sino tambien por la persona de la Reina. ¿No podian muy bien seutir el deseo de vengarse de unos y otra? No les convenia, sin embargo, suscitar ni aun encubiertamente una cuestion que, presentada antes de resuelta por la voluntad del ejército, podia encenderla revolucion, y hasta hacer retoñar la guerra civil, que tantos y tan fundados temores nos inspira.

Callaron sobre toda reforma política, y no se atrevieron á poner mas que la palabra moralidad en sus labios; palabra verdaderamente simpática y consoladora para el pueblo; mas hoy, bajo los sistemas de gobierno que nos rigen, indefinible, falta de valor y de sentido. Bajo sistemas de gobierno en que la ficcion suplanta el derecho, las razones de conveniencia prevalecen sobre las razones de justicia, el desarrollo natural de los principios proclamados engendra y legitima la insurreccion y subleva contra la ley la fuerza; la impotencia de un partido para dominará los demás impone como una necesidad el proselitismo burocrático; el censo es una condicion indispensable para el ejercicio de casi todas las libertades públicas; el capital, el tirano y el arbitro del mundo; ¿qué puede significar ya la palabra moralidad, concretándola sobre todo á la política? Esta palabra perdió su significacion en España hace cincuenta años; hace algunos mas la perdió en otras naciones europeas, y hasta que se haya realizado en todas sus partes la revolucion, es inútil esperar que recobre su natural sentido. Entre los cuatro generales habria uno, tenido con razon ó sin ella por hombre pensador, que no podia desconocer estas verdades; pero debió tambien comprender que las palabras huecas son las que mas seducen á los pueblos, y no vacilaria en tomarla por bandera. Los hombres pensadores no siempre son los mismos en el silencio del gabinete y en medio de la agitacion del teatro de la vida; tienen tambien sus pasiones, tienen tambien sus vicios.

No soltaron prenda alguna de importancia los insurrectos hasta llegar al corazon de la Mancha, donde, antes que darse por vencidos, pretirieron hacer una completa abjuracion de sus principios. La insurreccion tuvo desde entonces un objeto mas noble; mas fué tambien desde entonces una doble mancha para sus promovedores, que, al escándalo de haber expuesto centenares de vidas con el fin de satisfacer mezquinas ambiciones, añadieron el de promover, solo por despecho, mudanzas que creian fatales para su partido y aun para el bienestar de España.

El programa de Manzanares, se ha dicho, bastó para poner en combustion el reino. El pueblo quedaba libre por él de organizarse en juntas, reunirse en cortes generales y darse la constitucion mas conforme á sus ideas políticas y á sus principios de gobierno. El pueblo podia aspirar, por consiguiente, á la revolucion mas radical posible, sobre todo cuando, á mayor abundamiento, habia de ser inmediatamente armado. ¿Cómo habia de permanecer desde entonces inactivo?

Prestábase efectivamente á tanto el programa de Manzanares; mas importa mucho que no confundamos las causas de hechos de una misma índole. El ejército de Cataluña y muchos pueblos de Andalucía pudieron muy bien sublevarse respondiendo tan solo al último llamamiento de los insurrectos de Vicálvaro; mas el norte de España, y aun parte del oriente y mediodía, no se levantaron al grito de O'donnell en la Mancha, sino al grito de Espartero en Logroño y Zaragoza.

Espartero, creyendo tal vez que no bastaba por sí para levantar el brazo de la patria contra los tiranos que la tenían oprimida, estaba desde hace tiempo espiando con ansiedad los proyectos de conspiracion de las fracciones moderadas para ir á lanzar su espada entre los combatientes luego que llegase á sus oidos el rumor de la batalla. Aunque algo tarde, cumplió su propósito, y llevó tras sí de repente la mitad de España.

¿Qué objeto tuvo esta segunda insurreccion? qué se propuso Espartero? Espartero conspiró con el pueblo y para el pueblo; buscó en el ejército un auxiliar, pero no se echó, como O'donnell y Dulce, en los brazos del ejército. Dió desde luego á la insurreccion un carácter revolucionario.

¿Dejó dudar por algun tiempo de sus intenciones como O'donnell? No habia salido de Logroño cuando habia lanzado ya su famoso grito de guerra, cuando habia dicho : Cúmplase la voluntad nacional; yo estoy dispuesto á sostenerla con la espada; grito que se desprendía tambien del fondo del programa de Manzanares, pero que en boca de Espartero adquiria cien veces mas fuerza, ya por ser mas decidido, más general, mas absoluto, ya por estar, á los ojos de todo el país, conforme á los principios del que lo lanzaba.

¿Porqué, empero, ese grito? ¿Se encierra verdaderamente en él todo un programa? Podrá haber sido dictado á Espartero por una ambicion mas ó menos encubierta; pero de seguro no cabia otro mejor en un hombre falto, como él, de iniciativa. Aunque de escasos alcances, no podia dejar de comprender que estaban disueltos moral y materialmente los partidos viejos; que las ideas políticas habian de haber sufrido en España sus evoluciones naturales, sobre todo despues de la revolucion europea del 48; que, faltos de medios de cohesion los hombres de la idea nueva, merced á la intolerancia de los conservadores, no habian podido conocer ni dejar conocer sus verdaderas fuerzas; que era, por lo tanto, difícil apreciar la voluntad del país, y mucho mas difícil formularla. Si no se sentia capaz de concebir una idea fecunda y poderosa, si se sentia aun menos capaz para imponerla, ¿qué podia ocurrírsele mejor que dejar en libertad al país para que este se espontaneara, se conociera y viniese á resolver ai fin por sí mismo su constitucion definitiva? La democracia era aun á sus ojos un enigma; los demócratas, individualidades que no conocia; los hombres de los antiguos partidos, espectros que le recordaban su pasada humillacion y el asesinato de una libertad regada con sangre de valientes. De sus favoritos de otro tiempo, ¿quiénes mas ómenos no habian ya transigido con sus enemigos? Atendido su escaso genio, atendido el mas escaso genio de sus consejeros, ¿no parece verdaderamente mas bien un grito social que un grito individual su fórmula?

No resuelve ninguna cuestion, pero tampoco la prejuzga; no realízalas aspiraciones de ningun revolucionario, pero tampoco las apaga. Aplaza la revolucion para que tenga lugar de adquirir la conciencia de sí misma. Espartero ha faltado, pero no en el modo de formular el pensamiento lógico de la insurreccion, sino en el modo de llevarla á cabo.

Mas no anticipemos ideas; sigamos observando con detencion la marcha y el carácter de los acontecimientos. No bien se ha sublevado Espartero, cuando, ya en Aragon, ya en la alta Cataluña, se ve brillar la idea nueva, aun mal apreciada y definida, al través de la tupida masa de los hombres del progreso. La juventud aparta los ojos de ló pasado, y piensa en un porvenir que desconoce, pero que presiente.—En los pueblos por donde pasa O'donnell, encerrado aun el pensamiento dentro de un círculo mezquino, apenas se atreve á divagar por otra esfera que por la de una historia contemporánea mas ó menos larga. Si, movidos por el grito de libertad, sienten de pronto algunos arranques de entusiasmo, se abaten luego ante la, frialdad y el severo continente de los hombres de Vicálvaro. ¿ Se necesita mas para comprender el carácter de las dos insurrecciones?

O'donnell estaba ya á dos jornadas de Portugal, que habia escogido como asilo suyo y de sus tropas, cuando empezó á recibir noticias de provincias que acababan de secundarle en su alzamiento. Las recibió lleno de júbilo , mas se inmutó al oir resonar en Aragon el nombre de Espartero. Comprendió, no solo que estaba abierta de nuevo la revolucion, sino que habia de renunciar á toda iniciativa revolucionaria. Ante la figura de Espartero ¿cómo no habia de menguar la suya? Espartero, hombre colocado poco menos que al nivel de sus reyes, habia de aparecer naturalmente á los ojos del país como el Aquiles de la libertad española, como un héroe que al ver sucumbir la dignidad y la nobleza de su patria va á sacrificar su reputacion europea, sus últimos años de bienestar, su vida, ante las aras de su pueblo; O'donnell, como un hombre que sirve una idea, mas que por amor á la idea, por ambicion ó por venganza.

Desconcertado O'donnell, suponen que hasta intentó reunirse con las tropas de Blaser, que le iban siguiendo el alcance; pen'Samiento que hubiera podido honrarlo y engrandecerle á no haber dado ya el programa de Manzanares; elocuente testimonio de que habian debido, sugerirle tan feliz idea miras puramente personales, no razones políticas ni intereses de partido.

Desconcertáronse aun mucho mas los insurrectos de junio por haber casi coincidido con la sublevacion de Espartero el movimiento de julio en esta corte. Tocamos ya ála tercera y última insurreccion, la que mas pudo influir en el porvenir del reino, y es preciso determinar bien su objeto, sus pretensiones revolucionarias, sus tendencias.

Empiezo por asegurar que el pueblo de Madrid no se propuso en su alzamiento secundar la sublevacion de junio, de la cual nada tenia derecho á esperar, atendida la significacion política de todos y de cada uno de sus hombres; que menos se propuso aun responder al grito de guerra de Espartero, grito que no habia podido llegar á sus oidos. Madrid se alzó por sí y ante sí á destruir lo que existia, á derribar, no al conde de San Luis, sino el sistema opresor de todos los gobiernos moderados. Se movió sin tener determinada la naturaleza de su movimiento, sin abrigar siquiera un pensamiento fijo de reforma; mas seguro de sentir un odio profundo á lo presente y algun tanto de amor a lo pasado.

Este odio, acumulado en su corazon durante once años, tuvo el pueblo de Madrid ocasion de explayarlo y lo explayó. Lo explayó sin obedecer á influencias de partido, sin tener mas armas que las que arrancaba á sus contrarios, sin escuchar sino la voz de sus instintos. Los partidos conspiraban hacia tiempo, mas sin fruto, sin tener otro resultado que el de reconocer cada vez mas su propia disolucion y su impotencia. Unidos primero, desunidos luego, compactos otra vez, se sintieron siempre fuertes para agitar las masas, débiles para organizarias y disponerlas á los azares de un combate. Desacreditados los antiguos conspiradores, y poco menos que desconocidos los nuevos, trabajaban todos en vano para reunir los mil elementos revolucionarios que andaban acá y acullá dispersos. No habia, por otra parte, armas, faltaba dinero, escaseaban las cabezas organizadoras. La víspera, el mismo dia del combate, no se confiaba aun en el buen éxito de la revolucion que se esperaba. Todas las esperanzas se hallaban reducidas á que unos pocos hombres decididos se apoderasen por sorpresa del gobierno civil y armasen al pueblo con algunos centenares de armas guardadas en el fondo de unos sótanos.

Algunos conservadores no parecían al fin agitarse menos que los jefes de los demás partidos; pero sin alcanzar mejores resultados, sin atreverse á presentarse al pueblo, á quien temían; sin resolverse á dar la manoá los hombres de ideas avanzadas, cuyo apoyo les inspiraba tanta confianza como miedo. Habian reunido algunas armas, y en tanto desconfiaban de este pueblo ó no querian que se sublevara, que babian consentido en que hombres verdaderamente de accion saliesen con ellas de Madrid y fuesen á reunirse con los soldados de Vicálvaro. Estos - hombres de accion pertenecían los mas al bando democrático; otra prueba de que ni, aun los partidos de mas fe abrigaban la esperanza de que llegasen á tener lugar las jornadas del 17 y 18; otra prueba de que no contaban con medios, de que nada tenían formalmente preparado.

Llega el 17 de julio, y ¿cuándo y por quién se empieza á verificar el movimiento? Cuando ya el trono ha sucumbido ante el aspecto amenazador de las provincias, cuando el gabinete San Luis ha bajado las gradas de Palacio, sonrojado el rostro de vergüenza, cuando ha caido el objeto de las iras del pueblo, un grupo de hombres casi desconocidos baja al parecer sin rumbo fijo, desde la calle de Alcalá á la Puerta del Sol, desde la Puerta del Sol á la casa de la Villa, de la casa de la Villa á la del gobierno de provincia, y sin mas defensa que su buen deseo, se decide á exigir de la guardia las armas de los sótanos. Cierra la guardia las puertas sin amenazar siquiera al pueblo, y da lugar á que traten con maderos de forzar la entrada. Ceden los municipales, abren paso á los amotinados, les enseñan el lugar donde están las armas, y bajan estos á la calle pertrechados los mascon sus fusiles.

Están armados ya, pero ¿qué han de hacer de esas armas? Anochece; unos dirigen sus pasos á Palacio, otros al Parque en busca de mas pertrechos de guerra, otros divagan por las calles sin objeto, otros, guiados ya por jóvenes de mas intencion, se apoderan de la casa dela Villa y organizan una junta, condenada á deliberar entre los gritos de una parte del pueblo, que presiente el peligro y exige medios de defensa, mientras otra se ceba en entregar al fuego todo el ajuar de los ministros caidos.

A qué esa junta? ¿No hay acaso gobierno en la corte? ¿Ha abjurado el trono su prerogativa? Córdoba no tiene aun formado el nuevo gabinete, mas reasume en tanto en sí todos los poderes públicos. Está con la Reina cuando la junta de la Villa va á presentar al trono las pretensiones políticas del pueblo; la ve con ira, la despide con orgullo, y comete á poco la grave falta de mandar á sus tropas que hagan fuego contra los numerosos grupos que recorrian, llenos de júbilo, las calles, creyendo realizada ya la fusion entre el ejército y el pueblo. Suenan de improviso descargas por la calle Mayor, por la Carrera, y sobre todo en la Plaza, atacada por tres distintos puntos, mientras se trataba de organizar la poca gente armada que habia podido recogerse. ¡Asesinato tan inmotivado como impío! Asesinato que habrán de lamentar siempre los partidos, y mas aun que los revolucionarios, los conservadores!

La junta de la Villa se disolvió, y reinó un silencio sepulcral en todas las calles del centro durante el resto de la noche; mas no sucedió asi en el distrito del Nordeste, donde siguieron muchos consumiendo en una vasta hoguera el ajuar del conde de Quinto, ignorantes del suceso de la Plaza, la calle Mayor y la Carrera.

Amaneció el 18. El ministerio nuevamente constituido formuló su programa; mas ni pudo hacerse oir ya del pueblo airado , ni logró tranquilizar los ánimos con el prestigio de sus nombres. Figuraba todavía en él, como ministro de la Guerra, Fernando Fernandez de Córdoba, el director en jefe de las descargas de la víspera; figuraban en él hombres, como el duque de Rivas y Rios Rosas, que pertenecían conocidamente al bando moderado; figuraban en él progresistas, como Laserna, acusado ya hace tiempo de ser tan reaccionario como los conservadores. El pueblo, que veia regadas las calles de la corte con la sangre de sus hijos, no se dió, ni podia darse ya, por satisfecho. El fuego de la insurreccion estalló por segunda vez en los distritos de Norte y Mediodía.

La causa ocasional inmediata de esta revolucion fué indudablemente Córdoba; mas seria injusto atribuirle á él solo la culpa de los sucesos. Tuvo no poca parte el trono. La corte no comprendió hasta la tarde del 19 el verdadero estado de la cuestion política; hasta entonces no supo colocarse nunca á la altura de los acontecimientos. En la formacion del gabinete Córdoba no tuvo presente sino á O'donnell, y debia tener presente algo mas, cuando sabia ya el pronunciamiento de Valladolid con un jefe progresista á la cabeza. Seis dias atrás el gabinete Córdoba hubiera sido tal vez la mejor, la única solucion del problema planteado por los insurrectos de junio. Aquel dia el gabinete Córdoba no bastaba siquiera para contener por un tiempo dado los progresos de la corriente revolucionaria.

¿Podia la corte ignorar que en Madrid se conspiraba? podia ignorar que estaban agitados los ánimos del pueblo, y se hallaba este dispuesto á lanzarse á la calle, por mas que no se prestase á obedecerá ciegas la voz de los partidos? Estaban léjos de Madrid los soldados de O'donnell y sus perseguidores; hallábanse mucho mas cerca de Madrid los nuevamente sublevados; habia, por otra parte, dentro de Madrid escasas fuerzas para sofocar un movimiento. Sintiéndose la corte débil para contener al pueblo, ¿por qué elegir ya á Córdoba, que nada significaba para el pueblo? por qué no buscar un hombre popular , cuyos antecedentes pudiesen hacer concebir siquiera una esperanza á los que venían hace años protestando contra la marcha de los negocios públicos?

O la corte no temia al pueblo, ó si le temia, debió naturalmente concebir que no se contentaria con cambiar de nombres. El pueblo no comprende esos términos medios, á que tan aficionados son los hombres públicos. Entre conservadores y conservadores no ve distancia alguna; la ve solo entre conservadores y hombres del progreso. Si se sentia con fuerzas para levantarse, es claro que no podia hallar razon para descargar el golpe contra una fraccion y respetar la otra, siendo ambas á sus ojos enemigas. Los hombres de la oposicion conservadora lo habian comprendido bien, cuando evitaban en lo posible llamar en su apoyo el brazo de ese mismo pueblo.

Mas ¿es que efectivamente la corte no temía al pueblo? ¿Cómo no recordaba las jornadas del 48, en que se habia atrevido á levantarse contra un gobierno fuertemente constituido, que tenia concentradas en su mano todas las fracciones de un partido poderoso? ¿Era además prudente dejar de temerle, aun no creyéndole fuerte para presentar una batalla formal á los poderes públicos?

El poder, sobre todo el poder real, no escarmienta nunca. El es ya tarde pronunciado fatidicamente por los franceses á su soberano Luis Felipe, no habrá turbado de seguro el corazon de ningun monarca, ni aun en los momentos de mayor peligro. Y hé aquí principalmente por qué siguió la insurreccion en Madrid: porque el trono no supo adelantarse á los rebeldes, es decir, porque no supo desarmarlos.

Tuvo aun el trono, sin embargo, una fortuna inesperada, la de dar con un hombre que, sin ser decididamente revolucionario, inspiraba cierto respeto á los revolucionarios. Este hombre , cuando vió que no podia ya cortar el paso á la insurreccion, se hizo el general en jefe de los insurrectos. Oyó que estos pedian una junta, se apresuró á organizaria, y quedó en ella, como era natural, de presidente. «Esta junta, dijo luego, no es una junta revolucionaria; está destinada á organizar la defensa de las masas, pero aun mas á evitar en lo posible conflictos entre el ejército y el pueblo.» Así, en lugar de acelerar el impulso y favorecer los arranques populares, se esforzó sin cesar la Junta en contenerlos, limitándose casi siempre á la defensiva, en vez de tomar osadamente la ofensiva.

¿A quién habia de volver los ojos el trono al considerar comprometida su existencia , sino al presidente de esta misma junta? Se echó por de pronto en manos del anciano general, que, al parecer, juró salvarlo, é hizo luego resonar entre la muchedumbre armada el nombre de un héroe popular, el nombre de Espartero, revestido con el titulo de presidente del consejo de ministros. Logró el trono así detener el brazo de la insurreccion, que, no por la fuerza de una idea, pero sí por instinto y por acabar de remover el último obstáculo que se oponia a su victoria, hubiera podido dejar caer al fin el hacha revolucionaria sobre la corona de los reyes. El pueblo vencedor lo esperó desde entonces todo de Espartero, en quien llegó al extremo de abdicar todas sus pretensiones revolucionarias. Convirtió las barricadas en altares para su idolo, y en vez de celebrar su propio triunfo, celebró el triunfo del hombre que habia pasado los once años de gobiernos moderados, parte en la emigracion, parte en un triste y solitario apartamiento de todos los goces de la vida pública.

No dió el pueblo despues de su victoria ni un solo grito nuevo, no pronunció siquiera una palabra, en que cupiera traslucir un pensamiento decidido. Sus vítores, ó se dirigian á sus idolos ó á cosas que en nuestros tiempos ya nada significan. No se acordaba del trono, ni aun para maldecirlo; los nombres del conde de San Luis y sus colegas empezaban á serle tambien indiferentes. No parecía sino que esperaba que álguien le diese una bandera.

Mas la Junta, que debió desde luego dársela, no se la dió, ó por sentirse impotente, gracias á lo contradictorio de sus elementos, ó, como dijo en aquellos mismos dias uno de sus miembros , por limitarse al objeto que desde un principio se propuso, y respetar la iniciativa revolucionaria, que de derecho corresponde al pueblo; y sucedió que lo que no hizo la Junta, hicieron á no tardar los conservadores, y aun muchos hombres del progreso que, bajando á confundirse entre los verdaderos héroes de aquellas jornadas luego de pasadas las horas supremas del peligro, proclamaron, como en 1843, la union de los partidos liberales, rémora indudablemente fatal para una revolucion que debia marchar á pasos de gigante.

¿Se propondría tambien la Junta esperar en silencio á Espartero para deponer intacta en sus manos la situacion creada por el pueblo? Mas ¿cómo no vió entonces que una situacion que se prolonga es susceptible de falsearse, y que la de julio de hecho se falseaba? ¿Ignoraba acaso que hubo, no una, sino muchas juntas de distrito, que se atrevían á perseguir á los que, aun siendo soldados del pueblo, no participaban de sus erradas opiniones? Ignoraba que la prensa vieja trabajaba por echar una mordaza á la prensa nueva, y empezaba á volver los ojos al año 43 y al 37? Ignoraba que, ya á la sombra, ya á la luz del día, se cometían en nombre del pueblo asesinatos que empañaban la gloria de las próximas jornadas?

Me olvidaba, empero, de que la misma junta de Gobierno se atrevió á prejuzgar al fin cuestiones las mas trascendentales, falseando, del mismo modo que las de distrito, la revolucion que tan generosamente le confiaron. El pueblo, lo he dicho ya, no se acordaba del trono; ella se empeña en evocar ese recuerdo, y en que figure junto al retrato de Espartero el de Isabel II. El pueblo, aunque siempre dispuesto á aceptar las instituciones destruidas por sus enemigos, no habia vuelto aun los ojos á lo pasado; ella se empeña en volverlos por él, dejando de recordar que representaba, no el pueblo del 57 ni el del 43, sino el pueblo del 54. El pueblo no imaginó siquiera que debiese limitarse el ejercicio de las libertades individuales; ella, instrumento ciego de los bastardos sentimientos de la prensa vieja, tuvo la osadía de resucitar leyes de imprenta bárbaras y absurdas.

¡Qué representantes para el pueblo! Los de la primera junta de la casa de la Villa no aciertan en media noche sino á redactar una exposicion que van á presentar humildemente á los piés del trono, sin tener detrás de sí fuerzas con que responder á laprobable negativa de la Reina. Se separan al ruido de las descargas, y no hallan, ó no buscan, otro centro cuando el pueblo se alza al dia siguiente y reta la infanteria y la artilleria del ejército. En cambio, San Miguel, que ya antes del peligro abandona la casa de la Villa, despechado porque no ve en ella á sus amigos, ó porque piensan ir mas allá de lo que pretende, es despues en la calle de Jacometrezo el iniciador y el núcleo de la nueva junta. Y esta nueva junta calla cuando debia hablar, y empieza á hablar cuando ya no podían salvarnos sus palabras ni comprometernos su silencio. Y habla, lo que es mas doloroso aun, para acabar de falsear la ya falseada revolucion de julio.

¡Qué lástima para la revolucion y aun para la paz de España! No ignoro que la Junta, por la heterogeneidad política de sus elementos, era incapaz de formular un buen programa; no ignoro tampoco que, atendida la anarquía de ¡deas y de principios que reinaba poco antes de la lucha, aun el programa mas bien formulado y lógico no habria llegado á ser nunca el eco fiel de la voluntad del pueblo; mas ¿podrán cohonestar tan tristes circunstancias que la Junta renunciase primero á toda iniciativa, y coartase luego los medios con que podia espontanearse el país, y dejar conocer en un tiempo dado sus pretensiones revolucionarias? Le perdonaria gustoso todas sus faltas, con tal que hubiera puesto la libertad de imprenta, la de reunion y la de peticion al abrigo de toda compresion gubernamental y de la tiranía de las turbas; pero, además de atentar abiertamente contra la primera, no soltó nunca en público ni una palabra sola que pudiera cortar de raíz ciertos desmanes, y dar á entender al pueblo la necesidad y el deber de respetarla. Yo luí entonces el primero que me atreví á presentar una bandera al pueblo. Dos horas despues de publicada mi hoja[1] me habia ya visto preso, allanada mi casa, recogidos los ejemplares, detenidos los expendedores, acusado por una junta de distrito, cuyos nombres transcribiria aquí si no los considerase dignos del mayor desprecio. Aquella misma noche se vió detenido por igual causa D. Eduardo Chao. ¿Que disposiciones tomó la Junta al saberlo? Nada que hiciese comprender á las demás juntas ni á las masas el amor con que debian ser acogidas y examinadas todas las opiniones que entonces se emitiesen. Dió al primero una satisfaccion privada, una satisfaccion pública al segundo.

Organizóse al dia siguiente de estos sucesos el círculo de la Union, que á los pocosdias se vió favorecido por una juventud llena de entusiasmo. Tratábanse en él todas las cuestiones del momento, y porque predominaba en sus oradores la idea democrática, empezaron á correr sobre tan útil reunion, primero los rumores mas absurdos, despues las mas absurdas amenazas. La Junta no lo ignoraba, y guardaba, sin embargo, el mas tenaz silencio. Contentábase con decir de puertas adentro del salon de sus sesiones, que, círculos como el de la Union debia haberlos en cada barrio y en cada calle.

Verdad es que la culpa no era toda de la Junta; era en parte de la prensa, era en mucha mas parte aun de los hombres del partido moderado, que, escudados oon la palabra union, designaban como subversivas todas las doctrinas que estaban fuera del círculo de sus ideas é intereses, como enemigos de la revolucion á cuantos las vertían. En la Junta habia tambien conservadores;—lo eran hasta los mismos progresistas;—y Junta, y jefes de fraccion que no pertenecían á la Junta, se hallaban sin sentirlo condenados á darse la mano y secundar mútuamente sus esfuerzos. Mas, y los individuos demócratas que formaban parte de la misma, ¿ qué razon satisfactoria podrán dar de su conducta?

Perdóneseme que descienda en este punto á pormenores y formule nuevos y mas severos cargos. Los individuos á que me voy á referir son todos amigos dignos de mi aprecio, aun despues de aquellos acontecimientos; mas ni el odio ni la amistad han logrado nunca turbar el curso de mi pluma. He de ser con todos igualmente duro.

Hallábame la noche del 19 en los salones de la casa de Sevillano, cuando tuve por primera vez noticia de que algunos demócratas dirigían el movimiento del cuartel del Sud independientemente de la Junta. Convencido de que la revolucion habia de presentar allí por este hecho un carácter mas firme y decidido, me apersoné con uno de ellos la madrugada del 20. Se me manifestó en abierta oposicion con la junta de Sevillano; mas oi, lo digo francamente, con sorpresa, que no era hija aquella oposicion de divergencia de ideas, sino de una mera, cuestion de orgullo. Aquel mismo dia entró la persona á que aludo con sus compañeros en el comité del Norte.

¿Qué no hubieran podido hacer en aquellos momentos de efervescencia esos demócratas?... Vista su anterior oposicion, los individuos de la junta de Sevillano que no pertenecían al ejército habian acordado ya por unanimidad renunciar su cargo; los demócratas hubieran podido, cuando menos, entraren la Junta imponiendo condiciones, dando color y movimiento á lo que ni movimiento ni color tenia. El cuartel del Sur se presentaba á la sazon temible; ¿qué no hubieran podido conseguir, repito, si hubiesen sabido revestirse de una dignidad proporcionada á la importancia de sus representados? Fueron, sin embargo, completamente absorbidos por los que poco antes les temian.

Alegarán la necesidad de la union, la grave responsabilidad que iba á pesar sobre ellos en el caso de atreverse á provocar nuevos conflictos; dirán que estaban ya alucinadas las masas por el nombre de Espartero; que era peligroso lanzar entonces en el seno del pueblo ideas para él poco menos que desconocidas; añadirán tal vez que no solo las circunstancias, que sus amigos mismos les imponían tan duro sacrificio; mas ¿cuándo acabarán de conocer que la palabra union en las vicisitudes políticas es siempre el germen de muerte de las mas santas causas? ¿cómo no vieron que la responsabilidad de los nuevos conflictos, siempre que hubiesen ellos presentado condiciones razonables, y sus adversarios no las hubiesen admitido, habia de pesar igualmente sobre todos? cómo no comprendieron que esos mismos adversarios podian ceder por la razon que ellos cedieron? Que la opinion del pueblo se maleó muy pronto, es un hecho incuestionable; mas ¿á qué debemos atribuirlo sino al silencio de los que habian adquirido derecho á ser-oidos?

Comprendo bien que en aquellos dias no podia ni debia la democracia aspirar á la inmediata realizacion de sus principios; mas ¿no cabia siquiera que tuviese algunas exigencias? Los primeros que la mañana del i8 habian roto el fuego en el cuartel del Norte eran demócratas; si lo eran además los que habian dirigido y organizado la defensa del Sur, ¿quién les habia de negar el derecho á ciertas pretensiones?

Pero no se reduce á esto solo el capítulo de faltas de mis correligionarios. Autorizaron con sus firmas los decretos reaccionarios de la Junta. Como demócratas no pueden aceptar otra forma de gobierno que la republicana; consintieron sin protestar en público que el presidente de la Junta, el comandante general de barricadas, y al fin la Junta misma, restableciesen una monarquía tenida en olvido, si no en desprecio, por el pueblo. Como demócratas profesan el principio de que han de ser absolutas las libertades individuales; suscribieron sin protestar en público el decreto en que se restauraba la restrictiva ley de imprenta del año 37. Como demócratas habian,de comprender mejor que los demás el verdadero sentido de la palabra revolucion, y saber que pasado y revolucion se excluyen; consintieron en que volviese á la situacion del 43 la administracion del pueblo y provincia madrileños. Débiles al entrar en la Junta, mas débiles despues de haber entrado, hubieran dado indudablemente lugar á que fuesen mal interpretados sus actos, si los antecedentes de los mas y el desprendimiento con que han llenado sus difíciles funciones no los hubieran puesto al abrigo de cualquier sospecha. El temor de dividir, de chocar, les trabó principalmente la lengua y les cortó la mano. El valor y la audacia no faltaban de seguro á algunos; la buena fe, la honradez, me atrevo á asegurar que estaban casi en todos; mas dieron el primer paso en falso, y de nada les sirvieron su buena fe y su audacia.

He repetido a propósito al tratar de esos demócratas los cargos que habia formulado contra el cuerpo completo de la Junta, por presentarse en ellos mucho mas notables, y por decirlo así, con circunstancias agravantes. Reanudaré ahora el hilo de los acontecimientos.

Esperábase con impaciencia en Madrid desde la tarde del 19 al general Espartero, mas se le esperaba en vano. Espartero no venia; suceso que no dejaba de traer, despues de algunos dias, agitadosé inquietos los ánimos del pueblo. ¿Por qué tardaba Espartero? ¿cómo no se apresuraba á cumplir los votos de una reina por la que se habia batido en tantos campos de batalla? ¿habia perdido la monarquía á sus ojos el prestigio que años atrás tenia?

Los que en aquella época estaban con Espartero en Zaragoza han venido todos confirmando lo mucho que vaciló sobre si debia ó no ponerse en camino de la corte, lo mucho que debieron instarle sus mas ardientes partidarios para que no prolongase la penosa situacion de nuestro pueblo. Envió primero á Allende Salazar con un pliego de condiciones para Isabel II; aceptadas ya, tardó aun en llegar algunos dias.

¿Qué condiciones contendría el pliego? Duras, muy duras habian de ser para el trono, cuando su portador no las creia aceptables, y partiendo de esta hipótesis, se atrevíaá mentará algunos demócratas que se le acercaron las graves dificultades que presentaba la toma del palacio de Oriente y los escasos medios que veia para superarlas. No han sido todavía publicadas; mas figuraban entre ellas, por lo que dejan comprender ciertos hechos y aun ciertas palabras de Espartero, que la corona habia de sujetarse en todo á la voluntad nacional manifestada en Cortes, y no podia nombrar por sí su servidumbre; condiciones las dos que, véaselas bajo el punto de vista que se quiera, dejan una reina sobre el trono, pero moral y materialmente suspendida la existencia de la monarquía.

¿Cabia en efecto esperar que fuesen aceptadas? La situacion del trono era ya, sin embargo, tan comprometida, que no vió otro recurso que echarse á ciegas en brazos del hombre que se las dictaba. Se echó, y tuvo desde entonces que pasar por un sinnúmero de humillaciones. Se le dió á firmar un manifiesto que difícilmente hubiera suscrito sin sonrojarse de vergüenza el último de los hombres públicos; se le hizo presenciar desde los balcones de su palacio el desfile de toda la gente armada de las barricadas; se le movió á conceder donativos y pensiones en favor de los húerfanos de las víctimas de julio. No pudieron los reyes salir de su palacio antes de la venida de Espartero, á quien tuvieron que recibir con los brazos abiertos, por considerarle, no sin razon, como el único ángel capaz de arrancarles del borde del abismo. Salieron pocos dias despues; pero casi á la sombra de la noche, y dirigiéndose á Atocha por las calles menos públicas, como si quisieran evitar las miradas del pueblo. No oyeron ni un solo grito de entusiasmo, tampoco de odio; atravesaron Madrid sin excitar siquiera la curiosidad de niños ni mujeres.

Es por cierto bien poco una corona para tanta humillacion y tan calculadamente prolongada; almas de mejor temple la hubieran arrojado cien veces á los piés de sus orgullosos vencedores. Y habian de oir en tanto esos reyes victorear á las puertas de su mismo palacio al general Espartero, y habian de ver en tanto el nombre y la honra de su madre cubiertos de lodo y cieno. No habian de tener corazon para no guardar un odio profundo contra los autores de su desdicha; y debian, con todo, ocultarlo y presentarse con la sonrisa en los labios delante de sus verdugos. Confieso que si no lo guardaran, no podria menos de colocarles entre seres parecidos á dioses, ú hombres indignos de estar en la categoria de la raza humana. Reconocen pocos sus faltas; mas faltas procedentes de un plan político, sobre todo cuando viene impuesto por una tradicioa de siglos, no las quiere reconocer ni las reconoce nadie. Y es porque, aun cuando lo sean á los ojos de los demás, á los suyos no lo son ni pueden serlo.

La consecuencia que se desprende de estas últimas observaciones no hay para qué exponerla. Seria una torpeza imperdonable confiar la vida del cordero al lobo hambriento. ¿Por qué empeñarse en forzar la naturaleza de las cosas?

Ya en Madrid Espartero, parecía que los corazones se ensanchaban, que los ánimos se sentían aliviados de una carga inmensa. ¿Venia, no obstante, Espartero muy decidido á defender la monarquía? La víspera de su entrada se presentó Allende Salazar al ya mencionado círculo de la Union, y allí, delante de una concurrencia numerosa, pronunció un breve discurso, cuyas palabras, entonces, que no era conocido aun el carácter impetuoso y la escasa circunspeccion de este hombre, dieron motivo acerca de las intenciones de Espartero á gravísimas sospechas. Manifestó Salazar que el Duque no era ya el hombre de hace once años; que venia dispuesto á dar la mano á la juventud, mas reflexiva y pensadora que la de otros tiempos; que deseaba ser, no el César, sino el Washington de España. Traducidas estas palabras al lenguaje franco del pueblo, ¿qué podian significar sino que Espartero aspiraba á sentarse sobre las ruinas del trono en hombros de los demócratas y con la fuerza de la idea democrática? Si la democracia hubiera estado en aquel dia organizada, si hubiera tenido una completa conciencia de su situacion y de la situacion de los partidos, ¿no era harto fácil que , arrastrada por el valor de estas palabras, hubiera aclamado al dia siguiente á Espartero como jefe de la futura Iberia? Por aventurado que hubiera parecido despues el paso, ¿á quién hubiera debido atribuirse la responsabilidad sino al Señor Allende?

El círculo de la Union se contentó con aplaudir estrepitosamente al orador y citarse para la hora en que debia adelantarse á recibir al Duque, que atravesó en medio de un entusiasmo general las calles mas principales de la corte hasta llegar al palacio de los reyes. Entró aquel mismo dia O'donnell, que habia dejado precipitadamente su ejército de Andalucía al saber que estaba llamado Espartero á dirigir los negocios del Estado; y entró recibiendo tambien, aunque en menor escala, los aplausos y vítores del pueblo. El pueblo no podia menos de reconocer en él la primera causa de su emancipacion política, y no fué bastante el ardiente amor que profesaba al Duque para que no se sintiese movido á manifestar al primero sus simpatías y su agradecimiento. Ya antes habia colocado debajo del retrato de Espartero el del mismo O'donnell y el de los demás generales insurrectos. ¿No es acaso sabido que el pueblo aprecia raras veces los actos de los hombres por el fin que los determina, y muchas, casi siempre, por sus inmediatos resultados?

Así las cosas, ¿qué habia de hacer Espartero al tratar de organizar un ministerio? ¿Podia prescindir de O'donnell? ¿Podia olvidar esa oposicion conservadora, que habia sido la primera en promover la alarma, que habia iniciado el movimiento, que tenia una representacion en la junta de Gobierno, que disponía de ciudades importantes en Andalucía y contaba con fuerzas del ejército? Mostrarse exclusivista ¿no hubiera podido dar orígen á una nueva guerra? Un hombre mas revolucionario que Espartero, que hubiese llevado una idea verdaderamente grande y poderosa, y tenido una fe ardiente en el valor político y social de su bandera, hubiera sabido, á no dudarlo, arrostrar toda clase de peligros; mas Espartero, que, como llevo dicho, habia creido necesario esperar que el pueblo mismo formulase sus deseos; que, como acreditan hechos anteriores, no sabe dirigirse nunca al fin que se propone sino por sendas tortuosas y á la sombra de actos á cual mas contradictorios, ¿cómohabia de sentirse con bastante valor para despejar desde luego una situacion complicadísima? Halagó y se dejó halagar de O'donnell, aceptó una fusion que se oponía probablemente á sus miras y hasta á sus mismos sentimientos, y confió á su rival t nada menos que el ministerio de la Guerra, es decir, la fuerza, que es la ley de los tiempos revolucionarios. O'donnell, segun fama, no quiso pasar por menos; y hé aquí ya llevada la contradiccion política del seno de la junta de Salvacion al seno del Gobierno.

Mas tenernos ya, como quiera que sea, un poder constituido, y antes de entrar en la historia de sus actos, creo indispensable echar una ojeada sobre la conducta y la posicion de todos los partidos. ¡Cosa rara y por demás notable! Cuando en la prensa nadie se habia atrevido aun á poner en cuestion la monarquía, un periódico conservador, uno de los que mas se habian ensañado contra el gobierno de Sartorius, publicó un artículo en que, sin preceder explicaciones de ningun género, sin motivar nada, sin indicar su objeto, dijo que las futuras Cortes Constituyentes estaban llamadas á resolver si se habia de dejar en el trono á Isabel II, llamar á Montemolin, substituir los Borbones por los Braganzas, ó proclamar abiertamente la república. Era tenido este diario á la sazon por el órgano mas autorizado de los hombres de Vicálvaro; ¿no parece que esto confirmaba los rumores esparcidos desde los primeros dias de la insurreccion de junio, sobre las mudanzas dinásticas á que estos hombres aspiraban?

El artículo vino al día siguiente reproducido en todos ó en los mas de los periódicos, pero tambien sin comentarios. Nadie 'se atrevía á tocar aun aquella cuestion abrasadora, nadie á recoger el guante. Recogiólo, sin embargo, un hombre de fuera de la prensa, un escritor demócrata, Garrido. Publicó á los pocos dias este claro y fácil escritor un folleto titulado Espartero y la Revolucion, en que resolvió con bastante lógica el problema, decidiéndose por una república bajo la presidencia de Espartero.

Pero el diario conservador habia ya entonces cejado. Propúsose, al parecer, con aquel suelto explorar la opinion pública, y retiró su proposicion, aunque «de una manera embozada, al observar el significativo silencio de sus colegas. A los dos dias de publicado su audaz pensamiento, decia ya que bastaba para llenar las exigencias del pueblo vencedor el trono de IsabelII y la ampliacion de las libertades populares. Y no ha vuelto luego á tocar la cuestion ni él ni otro periódico moderado, como no haya sido refutando á cuantos sostienen que la monarquía para sostenerse ha de volver á ser ungida por mano de las Constituyentes.

El partido conservador, que no carece de hombres de talento, conoció pronto los peligros que habia para él en sentar problemas susceptibles de soluciones tan distintas. Comprendió además su verdadera situacion, su situacion precaria; comprendió que estaba gravemente herido, y que solo á fuerza de habilidad y de prudencia podia sostenerse en pié contra la voluntad de sus falsos aliados, y conservar su participacion en el banquete de los poderes públicos. Encareció sin cesar la necesidad de la union de los partidos liberales, pintó diestramente la situacion de julio combatida por los tiros del absolutismo y los fuegos de la democracia, ponderó en cuantas ocasiones pudo el heroismo de los generales de Vicálvaro, se ingirió mañosamente en los grandes comités electorales, sin aspirar á aparecer de una manera ostensible entre los primeros hombres; no mostró ira ni desden al oir resonar la firme voz de la juventud en el seno de sus reuniones numerosas, calló hasta sobre lo que mas dolorosamente le afectaba, transigió en lo posible con las ideas y principios nuevos, alzó la voz con tanto ó masbrio que los demás partidos contra las víctimas designadas por el dedo de la revolucion á la cólera del pueblo. Si, como ahora, se hubiese atrevido á presentarse en el terreno de una oposicion abierta y decidida; si, como ahora, se hubiese empeñado en dirigir sus justos y acertados ataques contra el partido progresista; si, como ahora, no hubiese vacilado en recordar su grandeza ni en cubrir con el velo de la sospecha la cabeza del soldado de Luchana, ni contaria hoy con buenos adalides en el parlamento, ni lograria desprestigiar á sus inmediatos enemigos, ni hubiera alcanzado mas que exasperar contra sí las masas antes de haber podido tomar posiciones ventajosas. Hoy, dueño casi exclusivo del ejército por medio de los hombres que cuenta en el gobierno, escudado con la respetable minoria moderada de la Asamblea Constituyente, reforzado por los desaciertos de los progresistas, á quienes considera, con razon, incapaces de conciliar el poder y el órden; auxiliado por los temores que inspira el creciente partido de la democracia, merced á no ser bastante explícita ni en su profesion de fe ni en su conducta; fuerte por su propia fuerza, por sus once años de gobierno, por las mejoras materiales que ha hecho sentir desde la esfera del poder á toda España, no estará libre aun de todo peligro ni ajeno de sufrir derrotas mas completas; pero se halla indudablemente en estado de absorber al partido puramente progresista mañana que el triunfo de la democracia haga sentir á los dos la necesidad de unirse y confundirse. Esta habilidad, este buen tacto en el partido conservador, es innegable. Dudo, digo mal dudo, estoy profundamente convencido de que, en iguales circunstancias, el partido progresista estaria hundido hace ya mucho tiempo.

¿Qué táctica ha desplegado en efecto este partido? Es el que por de pronto ha obtenido la victoria, y sin embargo, léjos de ir ganando, va perdiendo sin cesar terreno. Ni ha tenido bastante arrojo para desprenderse de sus antiguos prohombres, cuya política vacilante, contradictoria y sospechosa durante los once años le ha abierto de seguro mas brecha que los tiros de sus adversarios; ni ha tenido la suficiente ciencia para determinar y formular nuevamente sus principios conforme a las aspiraciones de la juventud que ha aparecido tras él en el campo de las luchas político-sociales. Temiendo por una parte desaparecer en el ancho seno del partido moderado, por otra verse suplantado por la democracia, y no acertando nunca á amojonar bien el estadio que le separa de los demás bandos políticos, ha oscilado siempre y se ha visto condenado unas veces á confundirse con los conservadores, rechazado por los demócratas; otras á hacerse demócrata, sintiendo tras si el paso invasor de los conservadores. Hombres que se atreven á llevar por lema de su política el progreso, no han buscado su fuerza en un pasado que habia de ser para ellos de fatal memoria, y han reducido todo su sistema de gobierno á exhumar cadáveres, á dar vigor á leyes muertas en su espíritu y su letra. Cuando el pueblo, de mejor instinto, se contentaba con haber destruido por no saber edificar de nuevo, ellos volvían ya los ojos á la Constitucion de 1837. No sabian, á lo que parece, con cebir cómo una nacion pudiese vivir durante meses sin una ley fundamental, es decir, sin límites, sin trabas; [y se mostraron cien veces mas asustadizos que los conservadores. ¡ Con qué desprecio no miraron luego esa prensa nueva, esa prensa que se levantaba del fondo de la revolucion con aspiraciones tan modestas, tan candorosas y sencillas! Ellos, que habian puesto el grito en el cielo porque un gobierno conservador habia elevado á 120,000 reales los 40,000 de depósito exigido por la ley de imprenta de 1837, pidieron con ahinco al Gobernador civil que exigiese desde luego los 40,000 á los periódicos recientemente publicados, como si la diferencia del mas al menos pudiese dejar de hacer la ley odiosa. Así tiene hoy una situacion tan anómala este partido. Ni aumenta su cuadro de oficiales, ni deja un solo dia de perder soldados, y está condenado á desaparecer muy pronto del catálogo de los demás partidos.

La democracia es su inmediata sucesora; examinemos ahora su posicion y su conducta. Que la democracia ha ganado mucho desde las jornadas de julio, es un hecho indisputable. El espíritu del círculo de la Union ha sido completamente democrático; democrático y algo mas que democrático ha sido su programa. La junta del distrito del Sur formuló mas tarde otro programa, tambien enteramente democrático. Democrático fué el de los profesores de medicina, democrático el de una de las reuniones del comercio. En la prensa El Miliciano, El Esparterista, La Independencia, La-Europa, El Tribuno, El Eco de las barricadas, El ¡Adelante! La Soberanía, El Látigo, han abrazado en todo ó en parte los principios democráticos; todos los han defendido con mas ó menos fe y con mas ó menos lógica. La democracia ha llegado á ser, por fin, un partido legal, reconocido, que tiene su representacion, no solo en la prensa, sino en la tribuna, en el Gobierno, en la Milicia Nacional, en todas partes. Hace sentir su influencia en todas las cuestiones políticas, y es ya algo mas que respetada, es con razon temida.

¿Es, sin embargo, un partido que pueda á una hora dada levantar huestes propias y presentar una batalla á los poderes del Estado? La primera condicion de un partido es tener bien determinados sus principios, bien formulada su doctrina; la democracia desgraciadamente no los tiene. En todos sus programas se ven lastimosamente hacinados, sin sombra siquiera de orden lógico, principios políticos, económicos y administrativos; en ninguno la[idea generadora de que derivan, la razon que los enlaza, la diferencia esencial que los separa del viejo dogma de los demás partidos. ¿Por qué? No será tal vez por la incapacidad de sus iniciadores, pero será de fijo porque han partido todos de la errada idea de que no conviene revelar todo el sistema, de que es preciso no alarmar al pueblo. La democracia tiene precisamente su fuerza en la lógica de las ideas que la constituyen; sacrificar esta en lo mas mínimo es atentar contra sí misma. ¿Qué verán nunca los hombres pensadores en esos programas á medias, que baste para inspirarles la seguridad de que nuestro partido puede con ventaja del país llegar á ser gobierno? Pues con solo manifestar hasta las últimas consecuencias el principio de su vida disiparia acerca de este punto toda duda.

Es tanto mas de lamentar este error, cuanto que por él ha de nacer forzosamente la division en nuestro campo; division que, si no se siente ya, no tardará en sentirse. Colocado el partido fuera del terreno circunscrito de la lógica, y todavía sin la debida cohesion para hacer inmolar en aras del bien comun todo motivo de cisma y de discordia, ¿cómo no han de surgir dé su seno distintas opiniones?

Ha confundido la democracia la cuestion de profesion de fe y la de la realizacion mediata ó inmediata de sus principios; y hé aquí lo que la pierde, sobre todo desde la revolucion de julio. En lugar de decir : Renuncio por ahora á la realizacion de tal ó cual idea, ó calla sobre la,idea ó defiende la contraria; se contradice, pretende sin cerarse de su contradiccion, y cae en el absurdo. Ni puede de este modo presentarse con la energía que lleva naturalmente en sí un partido jóven, ni marchar con esa fijeza necesaria en el que ha de imponer á todo un pueblo una idea fecunda, pero nueva. Su propaganda es débil; débil, por lo tanto, la creencia que inspiraá sus secuaces; y ya ahora se está creando dificultades para cuando haya llegado el momento de su triunfo.

Seguidla, si no, en todos sus pasos. A la democracia era exclusivamente debido el círculo de la Union; no se atrevió, con todo, á llamarle democrático. Quiso celebrar una reunion electoral y discutir en ella otro programa; renunció primero á su nombre, y le añadió despues la denominacion de progresista. ¿Qué se ha hecho la democracia del Congreso? Leo las sesiones, y no puedo ver nunca desplegada al aire su bandera.

¡Qué vergüenza! ¡Un partido que nace en medio de la compresion de los partidos moderados, y no vacila en apellidarse desde luego demócrata y hasta socialista, llegar ahora, precisamente ahora, hasta á ocultar el nombre, hasta á colocarse en el terreno movedizo de los progresistas, á quienes no ha cesado nunca de echar en cara las contradicciones en que han incurrido y la bajeza y la debilidad que han revelado!

¿Qué habeis hecho luego vosotros que os llamais jefes de la democracia, para organizaría? Despues de cuatro años que llevais escribiendo cartas, redactando circulares, creando comités, provocando juntas, celebrando reuniones, ¿qué habeis hecho? qué habeis hecho despues de la revolucion de julio? Que está desorganizado aun el partido, á lo menos en la corte, ¿no os lo prueba acaso la última lucha electoral, donde rio os habeis atrevido á presentar siquiera candidatos? no os lo prueban los sucesos del 28?

Tiene aun otro mal la democracia, mal que la ha de hacer fracasar inevitablemente en su primer ensayo: la aspiracion inmediata de sus prohombres al poder, es decir, á ser gobierno. He visto ya lo que se está practicando para hacerlos aceptables, preveo lo que se puede hacer, y temo mucho por la suerte de mis ideas. Y aquí teneis la razon por qué no quiero ocultarle al partido sus defectos, por qué se los echo en cara con mas rudeza que á ningun otro bando. Quiera el cielo que medite algo mas sobre su presente, sobre su porvenir, sobre su marcha, y no destruya por su propia mano la mas santa de las causas. Sus masas están desbandadas; reúnalas á un solo centro: sus doctrinas mal formuladas; déles la unidad de que carecen. Ya que tiene ahora una tribuna, y desde ella puede hacer llegar su voz hasta el mas oculto taller del proletario, no deje un solo momento de estudiarse para conocerse, y lanzar pura su idea del uno al otro confín de España.

El partido absolutista, antítesis de la democracia, ha,sido mas lógico y firme en su conducta. Fuera del estadio de los partidos vencedores, se ha limitado á probar por los hechos mismos que iban pasando ante sus ojos, la elasticidad de los principios liberales, las inconsecuencias de los conservadores y los progresistas, la impotencia de unos y otros para sentar sobre bases estables un gobierno, el germen de desorden que hay en sistemas de que nacen como derechos legítimos la insurreccion y la anarquía, la lógica de la democracia, lógica por ser precisamente su decidida antagonista. Con la idea de que nuestro partido seria ahora insostenible en el poder, ha 'tratado de empujar por este medio la revolucion, á fin de que triunfemos cuanto antes, y en el período trabajoso y difícil de la constitucion de nuestro sistema quede abierto de nuevo el paso á las huestes absolutistas, deseosas como nunca de entrar en campaña para defender por segunda vez su Dios, su rey, su patria. Hay de seguro poca sinceridad en esta conducta; mas ¿quién ha de echársela en cara cuando puede acreditar la verdad de sus asertos? No diré ahora si son ó no fun-, dadas sus esperanzas; mas diré sí que es natural que las abrigue. Solo el prestigio de Un gran nombre ó una fuerza eminentemente revolucionaria podría evitar el escollo en que confia el bando absolutista.

Pero basta ya de consideraciones sobre los partidos. El porvenir es, sin duda, de la democracia; mas falta que ella no lo comprometa ni por precipitacion ni por falta de energia. El partido progresista, débil de suyo, no puede sostenerse por mucho tiempo entre los fuegos cruzados de conservadores y demócratas, y está destinado ó á morir á manos de estos ó á fundirse con aquellos. No descanse la democracia si no quiere ver pasar el gobierno á los conservadores. ¿Apelarán, como siempre, los absolutistas á la guerra? Las guerras del 53 y del 48 están aun demasiado vivas á los ojos de los pueblos. Sigamos ahora la marcha de los sucesos. Dejamos ya constituido el gabinete Espartero-O'donnell, gabinete que por la fuerza misma de su constitucion habia de ser vacilante en su política, débil como gobierno, nulo como poder revolucionario. Encuentra graves cuestiones en pié, y no sabe resolverlas, ó las resuelve á medias; toma por regla de su conducta el cumplimiento de la voluntad nacional, y retrocede ante los medios impuestos por la lógica para explorarla y conocerla. ¿Cuál es su primer acto de gobierno? La recompensa de sus propios méritos. ¿Cuál su primer paso en hacienda? Un anticipo. ¿Cuál su primer acto revolucionario? La expulsion de una reina que habia prometido tener ábuen recaudo hasta que pudiese entregarla al tribunal del pueblo. Lo revuelve todo, y no revoluciona nada; no sabe proporcionar un beneficio material al pueblo. Cambia de personas, deja en pié las cosas, y si por haber destruido algo, ha de crear, no puedé, como la junta de Salvacion., sino exhumar cadáveres.

Tal como está hoy organizada la vida social de las naciones, todo movimiento político no puede menos de traer consigo una crisis en la industria y el comercio, y es ya un hecho inconcuso que estas crisis duran mientras la revolucion no se formula y legitima. -Cuando Espartero-O'donnell subieron al poder, la crisis, no solo existia ya, sino que dejaba sentir su influencia en todas partes. ¿Qué hicieron para contenerla? qué para restablecer en el ánimo de todos la confianza? O se proponian realizar por sí la revolucion y llamar á las Cortes solo para que imprimiesen el sello de la legalidad en su obra, ó se proponían guardar la revolucion intacta para que estas mismas Cortes le diesen á la vez razon de ser y forma. Si lo priT mero, debian aplazar para mas tarde la reunion de la Asamblea y determinar y dar cuerpo desde luego á las vagas aspiraciones de las masas; si lo segundo, no prejuzgar nada, y convocar á los'representantes del pueblo para dentro del menor término posible. Lo primero hubiera sido indudablemente lo mejor., tanto para cortar la marcha de la crisis, como para evitar las peligrosas oscilaciones y retardos de un cuerpo numeroso; mas ¿era hacedero, atendida la heterogeneidad del gabinete? No hizo este ni lo primero ni lo segundo, y, ha tenido en una fatal alarma al país durante cerca de cuatro meses, y ha dado pábulo á la crisis, y lugar á las fracciones vencidas para que, repuestas de su turbacion, hayan podido venir al Parlamento á suscitar continuas dificultades al desarrollo de la revolucion de julio, y motivó para que ni aun hoy, despues de constituido el Congreso, cese ese pánico, que tan tristes resultados puede darnos ahora, que hemos llegado á las puertas del invierno. No ignoro las razones que se han alegado para legitimar esa demora; mas sé tambien que son, unas antirevolucionarias, otras por demás pueriles, tanto, que no son siquiera dignas de que se emplee tiempo en refutarlas.x

¿Qué medios ha adoptado, además, el gabinete EsparteroO'donnell para que estas Cortes pareciesen hijas de la genuina voluntad del pueblo? ¿Quién las ha podido votar? ¿ La clase jornalera, que es la que mas produce y la que mas padece? ¿Los que con las armas en la mano redimieron la libertad en las jornadas del 17 y del 18? ¡ Ah! Estos, del mismo modo que yo, no pagan trescientos realeá de contribucion directa; estos, del mismo modo que yo, no pagan'por su humilde vivienda 2,500 reales. El censo ha seguido siendo la base del derecho electoral y de otros derechos; nosotros, los que no le pagamos, hemos debido ser tratados naturalmente como parias. La tiranía del capital pesa todavía sobre las cabezas inclinadas bajo elpeso'del trabajo.

¿Qué podría decir mañana el Gobierno en el terreno de la razon y la justicia á los que protestasen contra los actos de estas Cortes? á los que dijesen : Esta ley no ha sido votada directa ni indirectamente por nosotros, y nosotros, tanto ó mas fuertes que tú, nos negamos terminantemente á obedecerla? El gabinete Espartero-O'donnell ha querido cerrar el paso á la fuerza, y lo ha dejado abierto á la insurreccion, á otra lucha por medio de las armas; falta no menos grave que la anterior, no menos trascendental, de no menos funestos resultados. Parecerá tal vez la protesta de que hablo un peligro remoto, pero me contentaré con recordar que ha sido ya pronunciada por un hombre público en una reunion electoral numerosísima, en la reunion del Principe. El que la lanzó fué Sixto Cámara; el que presidia la reunion San Miguel, ese hombre fatal, que ha contribuido tanto á que la revolucion tomara, en manos del gabinete, esa torcida y peligrosa marcha.

Pero aun hay mas. Espartero-O'donnell, en el preámbulo del decreto de convocatoria para estas mismas Cortes, manifestaron la decidida intencion de no permitir que pusieran estas en tela de juicio ni al monarca ni á la monarquía. Otra falta y otro absurdo. ¿Manifiestan esta intencion? Señal de que presumen que la cuestion podria,, sin esto, suscitarse; prueba de que temen que el suscitarla entre en el pensamiento y la voluntad del pueblo. ¿Qué se ha hecho entonces del Cúmplase la voluntad nacional? Qué significa esta famosa fórmula?

Este absurdo y esta falta suben aun de punto cuando, interrogado el gabinete sobre este rasgo de su conducta, declara, por boca de Espartero, que las palabras que han alarmado los partidos solo expresan la opinion particular de los ministros. Retrocediendo con tanta facilidad, ¿no es claro que confiesa haber dado un paso en falso? ¡Un paso en falso en una cuestion de tantísima importancia! un paso en falso, que es la completa negacion de su lema gubernamental, de su principio! ¿Qué cabia ya esperar con razon de tal gobierno?

Han fracasado Espartero-O'donnell en la solucion de su primer problema; fracasan tambien en la solucion de cuantos se van levantando ante sus ojos. Al subir ellos al poder estaba dividido el gobierno del país en tantas juntas como capitales de provincia. Cada una de estas, soberana absoluta en todo el terreno de su jurisdiccion, legislaba á su antojo sobre política, sobre administracion y sobre hacienda. Ecos fieles de los mas ardientes deseos de sus pueblos, habian suprimido casi todas, en mayor ó menor escala, la,contribucion sobre consumos y las contribuciones indirectas. ¿Qué derivó de aquí? Que se suspendió de repente el curso de los ingresos sin haberse rebajado sensiblemente para la nacion el presupuesto de sus gastos. Estos gastos ascendían con todo á una cantidad enorme. Efecto de la lujosa administracion de los gobiernos moderados, se habian aumentado durante los once años, del mismo modo que los ingresos, en centenares de millones. Y no era aun esto lo peor. Lo peor estaba en que habia un espantoso déficit, un déficit tambien de centenares de millones, de setecientos.

Aturdido el gabinete Espartero-O'donnell, no acierta al pronto á salir del paso. Tiene que pagar aquel mismo mes los intereses de la deuda, y están exhaustas las arcas del tesoro; tiene que dar la paga de aquel mismo mes á los empleados, y se encuentra falto completamente de recursos. ¿Llamará álas puertas de los contribuyentes, ya medio arruinados por la crisis? Retira ante esta idea; pero el tiempo vuela, las obligaciones contraidas por el Estado le apremian y le abruman. Cualquier gobierno hijo de la revolucion y medianamente revolucionario ¿á qué no se hubiera atrevido para salir airoso del atolladero? Todas las clases productoras experimentaban gravísimos quebrantos, ¿por qué no los podía hacer sentir á sus empleados? ¿Solamente los empleados han de dejar de participar de los dolores de los pueblos? Todos los partidos á una voz condenaban, desde mucho tiempo, el escandaloso lujo en el personal de todas las oficinas del Estado ; ¿por qué no intentaba una reforma, cuando menos provisional, para rebajar en lo posible las atenciones públicas? La reduccion inmediata y rápida del ejército, la supresion de muchas embajadas, una nueva conversion de la deuda ya liquidada, conversion que hubiera sido tan fácil como justa, podian conducirle al mismo objeto. ¿No tenia, por otra parte, para procurarse ingresos, bienes nacionales que vender, anulando un concordato absurdo; alhajas de la Iglesia que enajenar, imitando la conducta de los reyes mas católicos de España; altos capitales y altas propiedades que imponer,'dándoles en hipoteca bienes del Estado que no fueran de una venta inmediatamente realizable?

Espartero-O'donnell prefirieron presentarse al pais y revelar, compungido el rostro y con voz trémula, la situacion del tesoro, y su impotencia para remediarla. Hecho ya lo cual, empezaron por anular los actos revolucionarios con que las juntas habian hecho concebir al pueblo tan lisonjeras esperanzas. Restauraron los derechos de puertas,'restablecieron la contribucion sobre consumos, y volvieron á estancar la sal y e,l tabaco , sin hacerse cargo de que los simples gastos de recaudacion en estos tributos gravan de una manera atroz el presupuesto; de que, descubierto ya el secreto que antes los hacia llevaderos, son hoy odiosos y sublevan eontra sí los ánimos de ,las clases pobres; de que, aunque menos sensibles que la contribucion directa, no dejan de arruinar lentamente al proletario, á quien asesinan con una incohonestable alevosía.

Hemos querido, dirán, dejar la resolucion de todas estas cuestiones á las Constituyentes; mas ¿cómo podian constituir mejor las Cortes que sobre las ruinas de lo pasado? Si fuese aquella razon tan poderosa, ¿por qué no habria debido restablecerse en toda su fuerza y vigor la Constitucion de 1845. con su séquito de leyes orgánicas, con sus leyes sobre el ejercicio de la ley electoral y la libertad de imprenta? Precisamente lo que necesita de la mano de las Cortés es la reconstruccion de lo destruido por el ímpetu revolucionario. El Gobierno , léjos de poder obrar como ha obrado, estaba, por lo contrario, en el deber de respetar, hasta haber oido la soberana decision de la Asamblea, la obra de las juntas de provincia. Nacido del fondo de la revolucion, era el heredero de todos sus actos, y solo la Asamblea podia descargarle de tan pesada herencia. No ha comprendido su mision, su papel, el, carácter de su existencia; y ha sido por esto reaccionario, ha suscitado por esto contra sí las quejas y los murmullos de los pueblos.

No es hijo de la revolucion, replican algunos; es hijo de la voluntad del trono. Mas extrañamos que hasta hombres sensatos se atrevan á enunciar esta objecion ridicula. El trono carecía de voluntad al llamar á Espartero; su voluntad estaba impuesta por una fuerza superior, por la fuerza de las armas. Quizás venga dia, y no esté léjos, en que el mismo trono lo confiese. Un solo hecho destruye, además, aquel sofisma. ¿Quién firmó el decreto de 27 de agosto, por el que se extrañó de España á la madre de la Reina?

Hé aquí otra cuestion tan mal resuelta tambien por el Gobierno, que, despues de haber provocado un grave conflicto en esta corte, existe aun en pié, y es lo que no querian que fuese los ministros, un funesto legado para las Constituyentes. María Cristina, con razon ó sin ella, venia siendo, desde mucho antes de la.revolucion de julio, la urna en que iban á concentrar sus odios todos los partidos. El estado de la Hacienda se agravaba de dia en dia; era debido á la codicia de la Reina Madre. Los actos de tal ó cual gabinete nos llevaban de cada vez mas á las puertas del absolutismo; era debido á la política antiliberal de la duquesa de Riánsares. Subian al poder ministros ya desacreditados por sus agios; era debido á que se prestaban á ser agentes de Cristina. El partido progresista atribuia á esta mujer su caida, el partido moderado su fraccionamiento, el partido carlista su ruina, el partido democrático, aunque indirectamente , muchos de los males que afligen á los pueblos. Acostumbrados luego estos á mirarla como su caja de Pandora, no sufrían un solo gravamen de que no la supusieran causa, no oian de un asesinato misterioso de que no la creyeran por lo menos cómplice. Hablaban unos de envenenamientos, y la presentaban como una Lucrecia Borgia; pintábanla otros como una sirena que se atraía con la dulzura de sus palabras á sus mas encarnizados enemigos. Se habia llegado á un extremo tal, que bastaba para desprestigiar al hombre de mejores antecedentes , saber ó decir que frecuentaba los salones de la Reina Madre. ¡Qué de crimenes repugnantes, qué de esos absurdos no habia acumulado ya la sospecha sobre su cabeza! ¿La sospecha? digo mal, la credulidad del pobre pueblo, y sobre todo, la mala fe de los partidos.

Ni puedo ni me propongo defender á Cristina; pero en las mas de estas imputaciones, ¿qué hombre de razon no ve calumnias? No negaré que la codicia la haya llevado á vergonzosos agios; hay hechos, cuando menos, que parecen confirmarlo; no negaré que haya empleado su natural influencia sobre Isabel II, ya para coartar nuestras libertades, ya para vengar agravios de otro tiempo; no negaré, antes creeré, que desde un principio pudo trabajar sécretamente por unir las dos ramas de su familia; estoy en que faltó gravemente cobrando por muchos años una pension indebida, y en que faltó mucho mas prefiriendo, con mengua de su honra de mujer y de la honra de sus hijos, presentarse amancebada á los ojos de la nacion, que revelar su matrimonio; veo en ella una reina dotáda de poco generosos sentimientos, cubierta casi siempre con el velo de la hipocresía y la perfidia. Mas ¿cabia por esto que desplegasen contra ella tanta saña los partidos?... ¡Miserables! Cuando habeis conocido toda la bajeza de vuestra conducta, no habeis sabido cómo ocultarla, y os habeis puesto detrás de esa pantalla. Progresistas solo en el nombre, ¿quién le ha abierto á esa mujer, sino vosotros, las puertas de la patria? ¿ quién, mas que vosotros, le ha sembrado de flores el camino cuando sabiais ya que estaba casada y no podia continuar de reina gobernadora en el trono de Castilla?,Y vosotros, conservadores, que, en vez de conservar, no habeis sabido mas que destruir lo que existia, ¿á quién debeis culpar, sino á vosotros mismos, si esa mujer ha cometido escandalosos agios, si esa mujer ha conspirado contra nuestras libertades? ¿no habeis sido todos vosotros sus cortesanos, sus consejeros, sus hechuras, sus torpes instrumentos? Y ¿qué? ¿unos y otros ignorais acaso que esa mujer es reina, hija y nieta de reyes, hermana de un rey de Europa y madre de vuestra reina? Cuando la acusais de que se echó solo por necesidad en brazos de los liberales, de que posteriormente á los sucesos de la Granja trató de casar á su hija con un hijo de D. Cárlos, de que despues acá ha favorecido el desarrollo de todos los pensamientos reaccionarios, ¿no venis á decir que segun vuestras ideas debe la monarquía atentar contra sí misma? ¿Qué mas natural en este punto que la conducta de Cristina? Esta es la conducta que la aconsejaban, no sus intereses personales, sino los intereses de la monarquía. Los criminales sois vosotros, que teniendo á vuestro cargo los opuestos intereses del pueblo, os habeis casi siempre alzado en contra de ellos, casi siempre en favor de los de los monarcas. ¡ Ah! infames, son vuestras faltas las que le habeis echado en cara á esa mujer, que casi todos habeis puesto en las nubes cuando así os convino. Sus relaciones, su boda con Muñoz, ¿la ignorabais acaso antes del año 40? ¿Por qué, sin embargo, os callásteis hasta despues de concluida la guerra de los siete años? El aspecto amenazador de las tropas de don Cárlos os impuso este silencio. Callad, si os queda todavía un resto de vergüenza, encubridores de la Reina Madre. Esa Reina tiene sobrada razon para desafiaros á todos ante las Constituyentes.

El partido carlista tenia aun motivos menos poderosos para quejarse. Atribuya enhorabuena su caida á la incapacidad de su rey, á la conducta sospechosa de algunos de sus ministros, á la desgracia de haber perdido á Zumalacárregui, á la indiferencia con que miraron su causa algunas potencias del Norte, á la traicion de Maroto; pero ¿á Cristina, que, segun la confesion de los mismos liberales, trabajó por conciliar los intereses de los dos bandos enemigos?...¿Puede acusar á Cristina deque prefiriera los intereses de su hija á los de su cuñado? Pues, admitido este paso, queda plenamente justificado cuanto hizo contra la familia de D. Cárlos. Cristina, han dicho además los liberales, no fué la iniciadora de la cuestion, sino Carlota, la esposa del Infante.

El partido democrático, que, nuevo en la historia del país, no lleva sobre sí las manchas de los demás partidos, tenia alguna mas razon para ser duro con esa mujer odiosa; mas ¿fué tampoco justo? ¿por qué habia de hacerse el eco de necias habfillas y anécdotas absurdas? por qué, estudiando mas á fondo los hechos, no habia de formular mejor sus acusaciones y reducirlas á lo que fuera susceptible de prueba? ¿Qué le importaba á él la Reina Madre? ¿No ha podido conocer que los que con tanto encarnizamiento la acusaban, trataban de ponerse á salvo á sí mismos y á la reina que hoy dirige los destinos de la patria? ¡Qué desorientados no estáis tambien, demócratas! Cristina ha dicho : No fui yo quien intentó destruir el régimen constitucional en España; fué mi hija. ¿No podiáis haberlo comprendido y dicho antes que Cristina? Cristina ha sido por despecho mas frailea, mas audaz, mas revolucionaria que vosotros. No habeis sabido empuñar las armas que os daban los sucesos, y ha debido dároslas, ponerlas en vuestra misma mano.

Mas ¿á qué, se dirá, tarf terribles acusaciones contra todos los partidos? Adviértase que no soy yo el que los acuso; son los hechos, y me he propuesto consignar aquí todos los que püedan servirme para dar solidez á la parte teórica de mi obra. Sí, los partidos s'on generalmente injustos; ninguno suele tenerla suficiente buena fe, ni para aceptar la responsabilidad de sus faltas, ni la de las consecuencias que han de nacer de sus principios. Y es en parte porque ninguno de ellostjonoce aun bien ni su razon de ser ni la naturaleza del desarrollo lógico y fatal de sus doctrinas. Los estudios filosóficos han sido hasta ahora demasiado difíciles para nuestros jefes de partido.

Sigamos, empero, nuestra historia. He pintado ya los odios que antes de la revolucion tenia suscitados contra sí Cristina; ¿no era natural que en el momento de la revolucion fuese designada como la víctima expiatoria de todos los abusos contra que acababa de levantarse el pueblo? Su palacio estuvo para ser incendiado la noche del 17, y aquella misma noche tuvo que buscar ella un asilo en el alcázar de su hija. Burló así el furor de la muchedumbre; mas ¡ qué de sobresaltos, qué de horas de angustia no la esperaban en aquella mansion donde años antes habia oido solo la voz del amor y la lisonja! El pueblo triunfó, y el pueblo no respiraba mas que venganza'contra la aborrecida madre de la Reina. Turbas armadas recorrian dia y noche los alrededores de Madrid para que no se escapara; los ciegos, las mujeres, los niños, le prodigaban públicamente los mas injuriosos epítetos y los mas groseros insultos. La junta de Salvacion reclamó del Gobierno que no la dejara atravesar el umbral de su palacio; el círculo de la Union fulminaba contra ella una acusacion tan virulenta en la forma como falta de razon y de sentido; la prensa toda ponia el grito en el cielo para que se la detuviera y encausara. Los conservadores no eran por cierto los que menos vociferaban contra su antes idolatrada reina. ¡Oh! ¡con cuánta razon ha dicho despues la misma doña Maria: Comprendían que no de otro modo podían entrar en el banquete de la victoria!

El gabinete Espartero-O'donnell no desconocía nada, no dejaba de oirlo todo; pero ¿qué habia de hacer de esa señora, que era al fin la madre de Isabel II? Sujetarla á un juicio de responsabilidad general, ¿no era encaminar nuestra revolucion por la senda de la del 89 en Francia? ¡Qué de peligros, qué de consecuencias, decía el gabinete para sí, no podria traer consigo tan aventurado paso! Retrocedió ante esta idea, que solo podia caber en un gobierno audaz, en un gobierno verdaderamente revolucionario. ¿Podia, coh todo, evitar el juicio reteniendo á la acusada en esta corte? Concibió el pensamiento de extrañarla del reino; mas ¿ cómo cohonestar una medida para la cual no cabia reclamar la firma de la Reina? ¿Podia él responder de la verdad de las acusaciones del pueblo, determinar los delitos por que la extrañaba, motivar la resolucion con lo que la fama pública decia? ¿Por cuánto tiempo habia de extrañarla? ¿en qué términos? No eran á la verdad de fácil solucion estas dificultades para hombres que no querian seguir las severas prescripciones de la justicia; mas difícilmente hubieran podido resolverse peor de lo que se resolvieron. El gabinete Espartero-O'donnell hizo por sí y ante sí salir á Cristina del reino para que aguardase en el extranjero el fallo de la próxima Asamblea; mandó ocupar todos sus bienes hasta que la próxima Asamblea decidiera acerca de ellos lo que creyese conveniente; es decir, dejó la cuestion en pié, faltó al compromiso que tenia contraido con la Junta, descontentó y alarmó al pueblo, cometió el escándalo inaudito de, sujetar al juicio de una Asamblea á una mujer que ponia desde luego fuera del alcance de sus jueces. No llevaria tal intencion; pero se burló, á no dudarlo, de la Junta, del país y de las Constituyentes.

Por esto se levantó con tanto brio el pueblo de Madrid la mañana del 28 de agosto. Sabedor de que Cristina habia salido de Madrid escoltada por caballeria del ejército, mientras se relevaba al son de la marcha real la guardia de palacio, brama de ira y se desata en denuestos contra el gabinete, respetando apenas el nombre de Espartero* Se reune al toque de generala la Milicia Nacional, y se retrata cuando menos el descontento en el semblante de sus individuos. No debemos pasar por tanta humillacion, exclaman unos; es preciso dar una leccion al Gobierno, dicen otros; y todos, ¿qué hacemos? ¿adonde vamos? preguntan llenos de ansiedad y de despecho.

Van en tanto algunos demócratas á indagar el pensamiento y la voluntad del Duque. Consúltese la voluntad de las corporaciones populares, les contesta Espartero; y se acaba de encender con estas palabras el fuego de la insurreccion en todas partes. Ábrese el círculo de la Union, se habla en él acaloradamente, se llama á las armas, se construyen al instante barricadas, que están cubiertas al instante por ciudadanos llenos de entusiasmo. El aspecto del norte de Madrid es, á las pocas horas, imponente. Llegan las barricadas por el sur hasta la casa de Correos, por el norte hasta la mitad de la calle de Valverde, por oriente hasta la calle del Caballero de Gracia, por el occidente hasta cerca de la plazuela de Santo Domingo. No se levanta en el centro de la insurreccion mas grito que el de ¡Abajo el Gobierno! Viva Espartero! Se promete la licencia absoluta á los soldados del ejército que quieran secundar él movimiento.

Son consultadas luego las corporaciones populares; pero, no solo por Espartero, sino en consejo de ministros. De estos, al dirigirse á la casa de Correos, uno es simplemente insultado, otro amenazado, todos mirados con mas ó menos desprecio por el pueblo. San Miguel se dirige á las barricadas; pero conoce pronto que no tiene ascendiente sobre los que las cubren, y se retira confuso y cabizbajo. Las tropas del ejército ocupan los extremos, y aun creo que las afueras de la corte.

En el consejo de ministrosy junta de corporaciones-y jefes de milicia sucede luego una extraña peripecia. Espartero habla en voí muy alta contra los insurrectos, defiende la medida tomada con Cristina, y es oido con universal aplauso. Hombres que momentos antes parecían dispuestos á llevarlo todo á sangre y fuego, deponen entonces su furor y prometen sostener el'órden público. Llega al Consejo una comision del Círculo, mas ya tarde. Espartero sigue, sin embargo, tratando aun á los sublevados de antilibeyales y anarquistas, y calificando de tales á cuantos .pretenden romper !a union entre él y el hombre de Vicálvaro. Da la mano á O'donnell, y añade: «Esta union es indestructible; mientras vayamos juntos los dos no peligrará la libertad española.» Preséntale luego O'donnell una de las proclamas de los sublevados, la considera como un medio maquiavélico de que echan mano los enemigos de la revolucion para ponerles á los dos en pugna, y todo es debido al oro extranjero, exclama. Se ve en O'donnell falta de sinceridad ; mas Espartero confirma la supuesta verdad de estas palabras.

Orense, jefe de la comision del Círculo, se ve en aquella junta grosera é inoportunamente atacado por Allende Salazar; pero no deja por esto de sostener á poco una viva y fogosa plática con el conde de Lucena. ¡Trabajo, no obstante, completamente inútil!

Corre y circula por Madrid la noticia de lo pasado en el consejo de ministros; las palabras inesperadas de Espartero difunden por donde quiera el desaliento. La Milicia empieza á oir á sus jefes y á abdicar su opinion propia, y compañías que poco antes habian manifestado la intencion de pasarse al otro lado de las barricadas, marchan ahora, aunque con disgusto y con frialdad, á derribarlas.

Desmayan hasta algunos jefes del movimiento, y empiezan á dar á sus subordinados la orden de que se retiren. La orden no es, con todo, obedecida. El entusiasmo los anima, y persisten con teson detrás de sus frágiles baluartes. Amenazan osadamente á la Milicia Nacional; mas no hallan en esta resistencia. Podia aun en ella, mas que el espíritu de corporacion, la idea de que no debia emplear sus armas contra el pueblo. Por esto el fuego no llegó á romperse.

Continúan todavía en sus puestos los sublevados, pero sin adelantar un paso. Algunas barricadas construidas en la carrera de San Jerónimo y la calle del Principe están ya destruidas; el cuartel del sur sigue tranquilo. No van dando pábulo ála insurreccion sino la fe en el triunfo de la bandera levantada y algunos oficiales del ejército. Sus jefes, con todo, no descansan; recorren los puntos ocupados por la Milicia con el objeto de arengarla y hacerla suya; hablan , animan, procuran comunicar á los demás el fuego de su entusiasmo. Nuda tampoco alcanzan. La frialdad está apoderada ya del corazon de los ciudadanos; por toda contestacion obtienen en muchas partes el silencio.

La Milicia Nacional va en tanto estrechando el círculo de los insurrectos, y acampándose pacíficamente dentro ó á corta distancia de las barricadas. Y pasa así la noche, mientras en los Basilios se redacta una exposicion-protesta, que aun hay esperanza de hacer firmar á esa Milicia misma. La exposicion no llega á ser presentada. Retíranse al amanecer los ciudadanos sublevados, y caen prisioneros mas de ciento. El Gobierno ha vencido al fin, y la revolucion ha sido vencida en su segundo campo de batalla.

Creo ahora excusado decir si tenia la insurreccion ó no un origen legítimo, si habia motivo ó no para que la alentaran las primeras palabras de Espartero. ¿Para qué podia ser la consulta á las corporaciones populares, si estaba dado el decreto de expulsion y habia salido ya-la Reina Madre? ¿A qué manifestar esa vacilacion sobre un acto consumado? ¿No tenia seguridad de haber obrado bien? ¿Cómo habia firmado entonces el decreto? ¿La tenia? ¿Cómo daba entonces lugar á que se creyera lo contrario y se concibiesen esperanzas? ¿Ignoraba el estado de alarma de la corte? ¿no podia haberlo presentido y hasta previsto? Espartero estaba solo cuando habló á los demócratas ; en consejo de ministros cuando dirigió su voz á las corporaciones populares; ¿podia esta circunstancia haber ejercido influencia en la vacilacion de la mañana y la energía de la tarde? podia haberla ejercido el hecho de no haber sido tampoco muy bien recibido por el pueblo?

El cambio de tono de Espartero contribuyó indudablemente á mudar por la tarde la faz de los sucesos; pero mediaron otras causas. La insurreccion organizada de los Basilios presentaba un carácter decididamente democrático; temióse que la democracia no explotase el movimiento en favor de sus principios. Pusiéronse los demás partidos en guardia, y procuraron falsear, como siempre, la voluntad dé la Milicia y la del pueblo. Se exageraron por una parte las tendencias de los insurrectos; se hizo por otra correr la voz de que habian levantado barricadas solo para recobrar el derecho á los seis ú ocho reales que cobraban por dia en la pasada lucha. Se excitó en cuanto se pudo el espíritu de cuerpo, se tuvo á los batallones ele la Milicia supeditados por la voluntad de sus primeros jefes. Mas ¿qué no da motivo á pensar la insurreccion cuando, á pesar de esto, hubo un batallon de la Milicia sublevado en el teatro de Oriente, algunas compañías de otro batallon esperando que se rompiese el fuego para correr detrás de las barricadas, individuos de otro que fueron á ofrecerse al jefe de los insurrectos contraía voluntad de sus comandantes, batallones enteros que firmaron contra el acto del Gobierno una enérgica protesta?

La democracia desplegó en aquellajornada actividad y fuerza; mas dió á conocer también su falta de organizacion, que podrá hacerle perder aun muchas batallas. ¡Qué de elementos revolucionarios no tenia á su alrededor, si hubiese podido aprovecharlos! Pero faltaba acuerdo, inteligencia entre sus jefes y muchos de sus soldados. ¿Cuándo llegará á conocer la necesidad de seguir otro camino pura organizarse? cuándo cesará, sobretodo, de poner mas confianza en un ídolo que en la fuerza de su idea?

El movimiento del 28 de agosto era sin duda legítimo por parte del pueblo, que, profesando un verdadero odio á Cristina, y habiéndola escogido como víctima, veia desaparecer la presa de entre las manos, á pesar de una palabra que |e habia sido solemnemente dada, y no pocas veces repetida por la prensa y por el Círculo; mas no la consideraría tan legítima por parte de la democracia, si no supiese que esta se propuso aprovecharlo solo para encarrilar mejor la revolucion de julio. La revolucion de julio estaba ya entonces falseada; una protesta contra tan lamentable falseamiento hubiera estado en su lugar, aun cuando el pueblo no hubiese empezado á escribirla con la punta de su espada, con motivo de la salida de la Reina Madre. La democracia no hizo entonces sino dar una mas noble razon de ser á lo que derivaba al fin de un mero sentimiento de venganza.

¿Tendré ahora necesidad de defenderá los que tomaron parte en el movimiento, contra las torpes calumnias de que han sido objeto? ¿Cuándo no lo fueron los vencidos? Estas calumnias , además, aunque hijas en general de la mala fe de los partidos, nacen no pocas veces de una creencia hasta cierto punto digna de respeto. La justicia, la verdad no parece que haya de estar nunca de parte de una causa derrotada; idea que deberia ser á no dudarlo exacta, si la providencia de los cristianos no fuera negada á la vez por la naturaleza obligada de Dios, la del hombre y lá historia de la especie humana.

¿Qué podria contestar, por dtra parte, á estas calumnias, que no haya sido contestado en la Verdad de los sucesos ocurridos en aquel dia, hoja publicada por uno de los actores de aquel drama?

Vencedor el gabinete Espartero-O'donnell, no vaciló ya el dia 29 en poner mas á las claras su pensamiento reaccionario. Disolvió en un solo decreto todas las sociedades políticas del reino, denegó al pueblo el derecho de reunion hasta que las Cortes resolviesen sobre él y sobre la forma de su ejercicio.«Con la libertad de imprenta y el derecho de peticion, dijo, no puede haber deseo alguno legítimo y racional que no halle fácil medio de ser presentado para su examen y juicio á la opinion pública, único barómetro de los sistemas representativos.»¡ Sarcasmo cruel, que acabó de exasperar á los verdaderos amantes de la revolucion de julio!

No me ocuparé ya de la menguada libertad de imprenta. ¿Dónde está ese derecho de peticion si empezais quitándome el de reunirme con los que puedan aprobar ó modificar mi pensamiento? .¿Habrán de ser individuales las peticiones? ¿Qué me concedéis entonces que no me haya de conceder todo gobierno absolutista? ¿Creeis acaso posible formular una peticion colectiva sin que la colectividad discuta antes sus bases y apruebe uno por uno todos sus extremos? Los acontecimientos del dia de ayer, decia el gabinete en su exposicion á la Reina, han puesto en evidencia los peligros que pueden encerrar en circunstancias difíciles, como lo son indudablemente las presentes, las reuniones numerosas constituidas con fines políticos. Mas si esta consideracion bastaba para disolver todos los círculos de España, ¿por qué no se desarmaba ya en aquel dia la Milicia? ¿Qué institucion ha ofrecido nunca mas peligros á los ojos de la mayor parte de los hombres de gobierno? qué institucion ha provocado nunca tantos sucesos como los del dia 28?

¿Por qué me he de cansar, empero, en buscar lógica en los actos de ese malhadado gabinete? ¿no se ve acaso condenado á hablar de derechos cuyo origen, conexion y fuerza desconoce; á parecer revolucionario cuando no comprende la ley fatal de las revoluciones; á conservar íntegro un legado cuya integridad ignora en qué consiste; á presentar una unidad de que carece; á transigir con ideas que ha rechazado en otro tiempo, y faltar hasta cierto punto á su conciencia? Y ¿ha de haber lógica en sus hombres? ¿es siquiera posible?

Mas no quiero separarme aun del humilde sendero que me he trazado para la introduccion de mi obra; plegaré las alas de mi imaginacion para seguirle. Despues del 28 de agosto apenas se suscita ya en el seno del gabinete ninguna cuestion importante hasta pocos dias antes de la apertura de las Cortes; tampoco en el seno de la Milicia, tampoco en el del pueblo. Todas las miradas, todas las esperanzas, la accion de todos los partidos se concentran en la eleccion de las Constituyentes. Crúzanse los absolutistas de brazos, y aguardan impasibles la marcha de los acontecimientos; mas respecto á los demás bandos políticos, ¡qué de comités no se organizan en todas partes! qué de candidatos para cada diputacion no se presentan! Los periódicos vienen atestados de cartas, de profesiones de fe, de manifiestos; los electores reciben cada dia recomendaciones, impresos, esquelas de atencion, visitas inesperadas, promesas, juramentos. La juventud se lanza al campo del combate con un ardor no visto; mas no siempre con la verdad en los labios, ni haciendo, como debia, alarde de sus nuevas creencias. ¡En cuántas provincias no habrá contraido compromisos que sean ahora para elia un motivo de indecision y un peso enorme para su conciencia! Los electores pertenecen todavía en su mayor parte á los partidos viejos, y la juventud se sentia sin fuerzas para abrirse paso; ¿qué de extraño que mintiese una que otra vez ideas que no tenia, y reprimiese sus naturales sentimientos? No que yo pretenda sincerarla, porque aborrezco en el alma toda doblez y toda hipocresía; mas me he propuesto apreciar cada suceso en lo que vale, y he de decir, bueno y malo, cuanto siento. La juventud tiene un camino muy largo que andar antes no alcance en esto á muchos de los hombres de las generaciones anteriores.

La union de los partidos liberales ha sido, en general, la base de estas elecciones. En casi todas las candidaturas han figurado progresistas, moderados y demócratas en una proporcion mayor ó menor, segun las ideas que en cada cuerpo electoral predominaban. En muy pocas se ha atrevido un solo partido á presentar candidatura, hecho que ha contribuido á traer al parlamento un buen número de jóvenes demócratas, pero que le ha traido tambien la confusion y la anarquía que reinaron en la Junta y viene reinando en el consejo de ministros. La union, sobre todo entre demócratas y progresistas, no ha sido ni podia ser sincera, y si entre conservadores y progresistas podia y debia serlo, el hecho es que no lo ha sido. La union, lo he dicho ya en una carta dirigida á la Europa y al Tiibuno, es solo posible entre moderados y hombres del progreso, que no disienten en los principios, y sí solo en la mayor ó menor latitud que ha de darse á estos principios; no lo es entre los hombres del progreso y los demócratas, separados por el abismo que 'media entre lo condicional y lo absoluto. Cuando una union imposible en el terreno de la lógica es admitida, puede asegurarse desde luego que no hay sinceridad en quien la admite; cuando posible, cabe presumir desde luego lo contrario, hasta que vengan á modificar la presuncion hechos posteriores. No creo necesario probar si existen ya estos hechos. A cada cuestion que se agita en el Congreso van separándose entre sí las tres fracciones.

Pero esta es materia para tratada mas despacio y en ocasion mas oportuna; no dejará de encontrar su lugar en las páginas de esta obra. Debo ahora consignar que en estas elecciones el Gobierno ha renunciado al ejercicio de su influencia; que ha manifestado una ataraxia completa, y la ha impuesto como un deber á sus subordinados; que si ha habido soborno, ha salido de los candidatos: actos que no tendria necesidad de consignar si no hubiese sido este uno de los pocos gobiernos que no han tratado de cohibir el ánimo del pueblo. ¡ Así hubiese cumplido con los demás deberes que le imponia la revolucion de julio!

Próximas á reunirse las Cortes, no dejaron de levantarse aun, como dejo insinuado, cuestiones, que no puedo omitir, atendida su importancia. Tanto los insurrectos de julio como las juntas de provincia habian ofrecido á los soldados que secundasen el movimiento dos años de rebaja en el servicio. Efecto de esta promesa, tuvo que licenciarse á los soldados de dos quintas. Los batallones iban quedando en cuadro, el ejército reducido á no poder cubrir sino las plazas fuertes. O'donnell, y otros ministros con él, conciben al fin el proyecto de una leva, que consideran urgente. La proponen en consejo; pero dan con una resistencia tan inesperada como tenaz en Espartero. En vano le presentan amagos de trastornos y una guerra civil en perspectiva; «Las Cortes no tardarán en reunirse, contesta á todo el Duque; resuelvan lo que crean justo.» Esto desconcierta al parecer á O'donnell, desconcierta á todo el partido moderado. Sale al dia siguiente el Diario Español con un artículo tan embozado como furibundo, y se atribuyen desde luego á Espartero pensamientos de ambicion, aspiraciones á la dictadura, deseos de sobreponerse á los reyes y ser el representante de otra soberanía. ¿Por qué? Espartero habia ya manifestado oposicion á ciertos acuerdos del gabinete; mas nunca habia dicho, como ahora: «No quiero firmar estos acuerdos.» Esta nueva conducta, que no habia de ser ya nueva en él, no podia dejar de sorprenderles. O'donnell y el partido conservador dirían siempre para sí: «En último resultado apelarémos al ejército; el ejército es ó será completamente nuestro.» Mas ¿de qué les puede servir ya ese ejército, si no se han de suplir sus claros? Porque Espartero no quiera llenarlos, ¿hay; sin embargo, motivo para que se le atribuyan tan altas intenciones? ¿Cuándo acabaréis de conocer al Duque, hombres del partido moderado? Espartero, encerrándose en la negativa, no ha hecho, en primer lugar, sino rechazar de sus hombros la responsabilidad de una disposicion odiosa, apreciar en lo que vale la sangre de los hijos del pueblo, respetar las prerogativas de una Asamblea que está para reunirse, y puede dentro breve tiempo resolver una cuestion tan grave. Espartero, encerrándose en la negativa, ha atenuado, en segundo lugar, las posibles consecuencias de un acto á que se habia visto condenado por las circunstancias. Ya que O'donnell, pensaría tal vez, deba tener en sus manos el ejército, cuanto menor sea este, tanto menor es para mí el peligro. ¿Qué hay en esto de alarmante para el pueblo? ¿No lo es algo mas el empeño de O'donnell en decretar una quinta pocos dias antes de abrirse la Asamblea? Si tan necesaria la consideraba, ¿por qué no esforzarse en [decretarla antes? Las causas que alegaban ¿no existían acaso desde él primer dia en que llegó al gobierno? ¡Ah! era precisamente la Asamblea la que )e inspiraba temores, y hé aqhí el verdadero motivo de que pretendiese conseguir su intento antes que los diputados atravesasen los umbrales del palacio del Congreso; intento con que no logró sino poner de manifiesto el antagonismo que mediaría secretamente entre él y el conde de Luchana, y obligará que cambiase de conducta su partido, en aquella cuestion poco cauto y por demás precipitado.

Un dia ú otro habia de estallar, uo obstante, este antagonismo entre el bando conservador y el progresista, entre el duque de la Victoria y el conde de Lucena. Los odios de partido no se apagan fácilmente; dos rivales cuyo amor propio sigue herido, rara vez transigen. ¿Podia olvidar O'donnell que á Espartero debia sus años de emigracion y de padecimientos? Podia Espartero olvidar que por O'donnell fué iniciada en la ciudádela de Pamplona la insurreccion militar de octubré del 41?-Podia O'donnell dejar de sentir que en el camino de su ambicion se hubiera atravesado un general del prestigio de Espartero? Podia Espartero dejar de sentir que en una de las páginas de su mayor gloría viniese á mezclarse con el suyo el nombre de un general mas conocido por sus insurrecciones militares que por sus grandes hechos de armas, un hombre que además habia sido su enemigo, un hombre que se habia constituido en brazo vengador de esa misma Cristina, contra la cual acababa de levantar la espada? Y O'donnell, que creeria recoger solo para él los lauros de su nueva hazaña, ¿podia mirar con buenos ojos que Espartero continuase siendo el hombre y la deidad del pueblo, y él debiese recibir de ese duque una cartera, y no tuviera iniciativa alguna en el nombramiento de los demás ministros, y tuviese que reconocer que podia ser aceptada su dimision, y no la de Espartero? La lógica de las cosas prevalece siempre sobre las ficciones de los hombres.

O'donnell, empero, no ha tenido, cuando menos, otro antagonista; Espartero lo ha tenido. Lo ha tenido en San Miguel, uno de sus antiguos ministros, uno de sus hombres de confianza. Cuentan que San Miguel fué quien contestó por la Reina á Salazar, como portador de las condiciones de Espartero, y que ya entonces dijo, antes ó despues de declarar que estaban aceptadas: Decid al Duque que hubiera valido mas que se hubiese apresurado á venir á ponerse á la orden de su reina. No respondo del hecho ni de la exactitud de estas palabras; pero las considero, cuando menos, verosímiles, atendidos los esfuerzos que ha hecho despues San Miguel para prejuzgar cuestiones que Espartero deseaba, al parecer, dejar intactas. Estaba tambien próxima á abrirse la Asamblea cuando San Miguel concibió la idea de que los oficiales de la Milicia fuesen á ofrecer sus espadas á Isabel II. Llevóla á cabo; mas prevaliéndose, no del entusiasmo, sino de la debilidad de los oficiales, que, ni bien se sentían fuertes para negarse á dar un paso tan significativo, ni creian menos aventurado darlo por el estado particular de la cuestion monárquica. Vióse obligado inmediatamente, á instancia de los mismos jefes-, á ir á presentar las espadas de todos á Espartero, y dejó ya conocer que oia con disgusto la palabra del Duque y los entusiastas aplausos de sus subordinados, á quienes instó para que no dejasen de visitar con igual objeto á O'donnell. ¿A qué la presentacion de los oficiales á la Reina, y despues de Espartero á O'donnell? ¿por qué no á los demás ministros? por qué no principalmente al de la Gobernacion, jefe superior de la Milicia?

Este hecho, altamente impolítico en aquellas circunstancias, llamó, como era natural, la atencion de toda la prensa, y la liberal avanzada, sobre todo, fulminó contra él severos cargos. Quiso este defenderse en una carta falta de valor y de razones; pero no consiguió sino descubrir mas y mas su animosidad contra Espartero, animosidad que ha acabado de revelar en una de las últimas sesiones de las Cortes; animosidad que, soy como en todo franco, ha sido lógica en San Miguel, si ha creido ver en la persona de Espartero un peligro masó menos remoto para Isabel II-, de quien se ha hecho un caballeresco paladín despues de la revolucion de julio, tal vez, y así lo creo, por inspirárselo sus ide"as monárquicas, su creencia de que es necesaria para el sosten de la libertad la monarquía, su amor y su gratitud á la persona del monarca; animosidad ridicula y bastarda si ha nacido, por el contrario, de un nuevo sentimiento de rivalidad, ó, como es posible, del temor de que, no la persona de Espartero, sino su grito político,' pueda sumergir en el fondo de las olas revolucionarias, ya el gobierno, ya el trono de Isabel II. Condeno la conducta de San Miguel, pero como derivada de uno de sus primeros hechos, del de haber prejuzgado la misma cuestion antes de consultar la voluntad del pueblo, antes de saber lo que queria ese hombre á quien hacia llamar para que pusiese término á la lucha. Ha aparecido despues inconsecuente en otras cuestiones, se ha presentado conservador, reaccionario; mas estas son faltas inherentes á su partido, á su doctrina. No hay tanto motivo para culparle á él, como para lamentar que la revolucion haya caido en tan fatales manos.

¿Qué manos no han sido, sin embargo, fatales para la revolucion de julio? Ahí teneis á ese mismo idolo del pueblo, al héroe respetado aun por los partidos, á Espartero. Al fin ha prejuzgado tambien la cuestion monárquica. El, el hombre del Cúmplase la voluntad nacional, ha consentido al fin en que las Cortes hayan debido comprender, desde el momento de reunirse que habia sobre ellas un cetro, una mano mas poderosa que la suya, una soberanía. Isabel II ha abierto por sí las sesiones de la Asamblea con el mismo aparato de otros tiempos, ha dirigido la palabra á los diputados, les ha dicho que espera que formularán una constitucion digna de ser aceptada por su reina. ¿Qué podia desear mas San Miguel? De las palabras de la corona responden en estos casos los ministros, y Espartero seguía de presidente del Consejo.

Pero están abiertas ya las Cortes. Cerremos esta triste historia sin echar siquiera una ojeada á las provincias. En las provincias, como en Madrid, todo ha sido una serie de contradicciones, á cual mas ilógicas; todo ha sido y es confusion, antagonismo, lucha. En algunas ciudades la anarquía ha aparecido mayor; pero ha sido porque la cuestion social ha venido á multiplicar en ellas las contradicciones y á encarnizar la guerra, la ignorancia de los agentes del Gobierno á comprometer graves intereses de hoy y graves intereses de mañana. Por esto, masó menos encubierta, no deja de reinar una anarquía igual en todo y en todas partes ; anarquía en las instituciones provisio* nales que nos rigen, anarquía en los hombres que las representan, anarquía en los partidos, anarquía en las ideas. Hoy es ya difícil encontrar dos hombres que estén completamente de acuerdo, difícil encontrar uno cuya práctica no desmienta la teoria, cuyas consecuencias no sean la negacion de sus principios. Espartero se hace adalid dela voluntad nacional, y explora solo la de los contribuyentes; San Miguel, de la monarquía, y la degrada; O'donnell, de la moralidad, y la mancha por querer salvarla. El partido absolutista aplaude las pretensiones de la democracia, el conservador avanza, el del progreso retrocede, la democracia, hoy poco menos que vencedora, ocultad nombre y el dogma que reveló cuando vencida. Es inútil querer medir hoy nada con el compás seguro de la lógica. Donde se descubre mas tacto, hay menos consecuencia; donde mas parece brillar la ciencia, hay menos solidez y fuerza de razones. En otro periodo de la revolucion, en el año 34, se negaba á Dios, y se creia aun en los hombres; hoy se aparenta creer en Dios, y no se cree en nada. El absolutista se sonrie al hablar del derecho divino de sus reyes, el moderado al oir que la mejor medida de nuestros derechos pueda ser un peso duro, el demócrata al leer que su dogma viene escrito desde hace veinte siglos en el Evangelio. No hay por qué hablar del progresista, que, negacion de todo, hasta de sí mismo, es la incredulidad andando.

¡Ah! esto es desconsolador, diréis; mas, vedlo como querais, estamos en el cáos. No está escrito aun en bandera alguna un lema que esté al abrigo de los embates de la critica, ni que hable á la cabeza y al corazon del pueblo. La palabra vacila en los labios del que habla, la pluma en la mano del que escribe, y surgen la contradiccion y el absurdo del fondo de cada artículo, de cada arenga, de cada hecho, de cada pensamiento formulado. Presiente cada uno su estado, y nadie se atreve á bajar al fondo de sí mismo. Calla el hombre de recta intencion; pero no el ambicioso, que procura encubrir las vacilaciones de su espíritu con un velo de ideas hábilmente entrete-' jidas, que podria la lógica destruir de un solo soplo, si la lógica no hubiese muerto tambien entre nosotros. Por esto no habeis visto salir'todavía un solo hombre de entre la polvareda y el humo de la revolucion de julio; por esto debeis daros aun por satisfechos con la mezquina figura de Espartero. ¡Ah! poco sabeis lo que decis cuando contestais á los que os dicen Dejáos de seguir ídolos; ¿á quien tenemos detrás de este hombre? Antes y detrás de este hombre, como en el hombre mismo, rasgad de una vez vuestras ilusiones, no teneis sino la nada. Pesad todos vuestros ministros, pesad todos vuestros generales, pesad todos vuestros oradores, pesad todos vuestros sabios; ni en la balanza de la revolucion ni en la de la de la ciencia pesan un solo adarme.

Tened, sin embargo, confianza, pueblos, porque estamos en un periodo de formacion, y en un periodo de formacion es imposible que haya nada decidido, ni hombres, ni cosas, ni instituciones, ni teorias, ni hechos. Dejad que ese periodo concluya, y veréis surgir de repente un nuevo mundo. Nuestra juventud está buscando ya el rayo de luz que ha de disipar estas tinieblas, el rayo de fuego que ha de reducir á polvo tanta institucion y tanto hombre inútil; y, tenedlo por seguro, no tardará en hallarlos.

¡Pueblos, pueblos! no habrá esa providencia pueril que os han pintado dirigiendo uno por uno los actos de toda vuestra vida; mas, no lo dudeis, hay una ley social á que obedeceis vosotros, y con vosotros la humanidad entera. Esta ley social es la que os ha hundido ahora en la oscuridad; la que os pondrá mañana bajo el sol de un claro dia. La luz está ya aquí, y solo falta que la juventud rompa con la varita mágica de la ciencia las nubes que la impiden llegar á vuestros ojos, y que vosotros no os empeñeis en cerrarlos por no recibirla.

Este libro mio no os dará tal vez la, luz; mas á dárosla se dirigen mis esfuerzos. Si fracaso en la empresa, lo noble de mi intencion servirá de contrapeso á mi debilidad y de consuelo al dolor que sentiré en la caida; si venzo, no podré menos de manifestar mi gratitud los que han podido inspirarme la audacia de intentarlo, á los hombres honrados de mi patria.

  1. Publicaré íntegra esta hoja al fin del lomo, y la defenderé contra los injustos ataques de que he sido objeto.