La prudencia de una nuera

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


La prudencia de una nuera.

Se casó en Madrid hace algún tiempo, contra la voluntad de su padre, el primogénito de una gran familia, con una señorita joven, elegante y preciosa, igual en calidad al novio, aunque no en bienes de fortuna ni en alianzas de familia.

Los dos jóvenes esposos, que se amaban entrañablemente, vivian aislados, sin que su padre quisieria descender de la altura de su enojo, siempre esperando ellos ocasión de echarse á sus pies, y siempre negándose él á recibirlos. Un dia que entraba la novia en palacio por el cuarto grande de la camarera mayor, se halló de repente con su suegro; era graciosa y de talento; las mujeres suelen tener inspiraciones felices, y la de la nuestra, en semejante ocasión, fué hincarse de rodillas interceptando el paso al padre de su marido. — Señor, le dijo respetuosamente, si V. E. niega» la mano á su hijo porque se ha casado mal, debe dármela á mí porque me he casado bien.

El suegro quedó encantado con esta discreta humillación, y estendiendo los brazos, recibió en ellos con cariño á aquella nueva hija que tales muestras daba de merecerla.