La perfecta casada: Capitulo 4
Pagóle con bien, y no con mal, todos los días de su vida.
Que es decir que ha de estudiar la mujer, no en empeñar a su marido y meterle en enojos y cuidados, sino en librarle dellos y en serie perpetua causa de alegría y descanso. Porque, ¿qué vida es la del aquel que ve consumir su patrimonio en los antojos de su mujer, y que sus trabajos todos se los lleva el río, o por mejor decir, al albañar, y que, tomando cada día nuevos censos, y creciendo de continuo sus deudas, vive vil esclavo, aherrojado del joyero y del mercader?
Dios, cuando quiso casar al hombre, dándole mujer, dijo: «Hagámosle un ayudador su semejante» (Gén, 2); de donde se entiende que el oficio natural de la mujer, y el fin para que Dios la crió, es para que sea ayudadora del marido, y no su calamidad y desventura; ayudadora, y no destruidora. Para que la alivie de los trabajos que trae consigo la vida casada, y no para que añadiese nuevas cargas. Para repartir entre sí los cuidados, y tomar ella parte, y no para dejarlos todos al miserable, mayores y más acrecentados. Y, finalmente, no las crió Dios para que fuesen rocas donde quebrasen los maridos y hiciesen naufragio de las haciendas y vidas, sino para puertos deseados y seguros en que, viniendo a sus casas, reposasen y se rehiciesen de las tormentas de negocios pesadísimos que corren fuera dellas.
Y así como sería cosa lastimera si aconteciese a un mercader que, después de haber padecido, navegando, grandes fortunas, y después de haber doblado muchas puntas, y vencido muchas corrientes, y navegado por muchos lugares no navegados y peligrosos, habiéndole Dios librado de todos, y viniendo ya con su nave entera y rica, y él gozoso y alegre, para descansar en el puerto, quebrase en él y se anegase; así es lamentable miseria la de los hombres que bracean y forcejean todos los días contra las corrientes de los trabajos y fortunas desta vida, y se vadean en ellas, y en el puerto de sus casas perecen; y les es la guarda destruición, y el alivio mayor cuidado, y el sosiego olas de tempestad, y el seguro y el abrigo, Scila y Caribdis, y peñasco áspero y duro. Pues no ha de ser así, sino muy al contrario. Porque es justo y natural que cada uno sea aquello mismo para que es; y que la guarda sea guarda, y el descanso paz, y el puerto seguridad, y la mujer dulce y perpetuo refrigerio y alegría de corazón, y como un halago blando que continuamente esté trayendo la mano, y enmolleciendo el pecho de su marido, y, borrando los cuidados dél; y, como dice Salomón: «Hale de pagar bien, y no mal, todos los días de su vida». Y dice, no sin misterio, que le ha de pagar bien, para que se entienda que no es gracia y liberalidad este negocio, sino justicia y deuda que la mujer al marido debe, y que su naturaleza cargó sobre ella, criándola para este oficio, que es agradar y servir, y alegrar y ayudar en los trabajos de la vida y en la conservación de la hacienda a aquel con quien se desposa; y que como el hombre está obligado al trabajo del adquirir, así la mujer tiene obligación al conservar y al guardar; y que aquesta guarda es como paga y salario que de derecho se debe a aquel servicio y sudor; y que como él esta obligado a llevar las pesadumbres de fuera, así ella le debe sufrir y solazar cuando viene a su casa, sin que ninguna excusa le desobligue.
Bien a propósito de esto es el ejemplo que Sant Basilio trae, y lo que acerca dél dice: «La víbora, dice, animal ferocísimo entre las sierpes, va diligente a casarse con la lamprea marina; llegada, silba, como dando señas de que está allí, para desta manera atraerla de la mar a que se abrace maridablemente con ella. Obedece la lamprea, y júntase con la ponzoñosa fiera sin miedo. ¿Qué digo en esto? ¿Qué? Que por más áspero y de más fieras condiciones que el marido sea, es necesario que la mujer le soporte, y que no consienta por ninguna ocasión que se divida la paz. ¡Oh, que es un verdugo! ¡Pero es tu marido! ¡Es un beodo! Pero el ñudo matrimonial le hizo contigo uno. ¡Un áspero, un desapacible! Pero miembro tuyo ya, y miembro el más principal. Y, porque el marido oiga lo que le conviene también: la víbora entonces, teniendo respecto al ayuntamiento que hace, aparta de sí su ponzoña, ¿y tú no dejarás la crudeza inhumana de tu natural, por honra del matrimonio?».
Esto es de Basilio. Y demás desto, decir Salomón que la buena casada paga bien, y no mal, a su marido, es avisarle a él que, pues ha de ser paga, lo merezca él primero, tratándola honrada y amorosamente; porque, aunque es verdad que la naturaleza y estado pone obligación en la casa, como decimos, de mirar por su casa y de alegrar y de cuidar continuamente a su marido, de la cual ninguna mala condición dél la desobliga; pero no por eso han de pensar ellos que tienen licencia para serles leones y para hacerlas esclavas; antes, como en todo lo demás es la cabeza el hombre, así todo este trato amoroso y honroso ha de tener principio del marido; porque ha de entender que es compañera suya, o, por mejor decir, parte de su cuerpo, y parte flaca y tierna, y a quien por el mismo caso se debe particular cuidado y regalo. Y esto Sant Pablo, o en Sant Pablo Iesucristo, lo manda así, y usa mandándolo de aquesta misma razón, diciendo: «Vosotros los maridos, amad a vuestras mujeres y, como a vaso más flaco, poned más parte de vuestro cuidado en honrarlas y tratarlas bien». (1 Cor, 13.) Porque, así como a un vaso rico y bien labrado, si es de vidrio, le rodeamos de vasera, y como en el cuerpo vemos que a los miembros más tiernos y más ocasionados para recibir daño, la naturaleza los dotó de mayores defensas, así en la casa a la mujer, como a parte más flaca, se la debe mejor tratamiento. Demás de que el hombre, que es la cordura y el valor, y el seso y el maestro, y todo el buen ejemplo de su casa y familia, ha de haberse con su mujer como quiere que ella se haya con él, y enseñarle con su ejemplo lo que quiere que ella haga con él mismo, haciendo que de su buena manera dél y de su amor aprenda ella a desvelarse en agradarle. Que, si el que tiene más seso y corazón más esforzado, y sabe condescender en unas cosas y llevar con paciencia algunas otras, en todo, con razón, y sin ella, quiere ser impaciente y furioso, ¿qué maravilla es que la flaqueza y el poco saber y el menudo ánimo de la mujer dé en ser desgraciado y penoso?
Y aún hay en esto otro inconveniente mayor, que, como son pusilánimes las mujeres de su cosecha, y poco inclinadas a las cosas que son de valor, si no las alientan a ellas, cuando son maltratadas y tenidas en poco de sus maridos, pierden el ánimo más y descáenseles las alas del corazón, y no pueden poner ni las manos ni el pensamiento en cosa que buena sea: de donde vienen a cobrar siniestros vilísimos. Y de la manera que el agricultor sabio, a las plantas que miran y se inclinan al suelo, y que si las dejasen, se tenderían rastrando por él, no las deja caer, sino con horquillas y estacas que les arrima las endereza y levanta, para que crezcan al cielo, ni más ni menos el marido cuerdo no ha de oprimir ni envilecer con malas obras y palabras el corazón de la mujer, que es caedizo y apocado de suyo, sino al revés, con amor y con honra la ha de levantar y animar, para que siempre conciba pensamientos honrosos. Y pues la mujer, como arriba dijimos, se dió al hombre para alivio de sus trabajos, y para reposo y dulzura y regalo, la misma razón y naturaleza pide que sea tratada dél dulce y regaladamente; porque ¿a dó se consiente que desprecie ninguno a su alivio, ni que enoje a su descanso, ni que traiga guerra perpetua y sangrienta con lo que tiene nombre y oficio de paz? O ¿en qué razón se permite que esté ella obligada a pagarle servicio y contento, y que él se desobligue de merecérselo? Pues adéudelo él y páguelo ella porque se lo debe, y aunque no lo deba lo pague; porque, cuando él no lo supiere adeudar, su oficio della, y su condición, y lo que debe a Dios y a sí misma, pone sobre ella esta deuda de agradar siempre a su marido, guardando su persona y su casa, y no siéndole, como arriba está dicho, costosa y gastadora, que es la primera de las dos cosas en que, como dijimos, consiste, esta guarda. Y contentándonos con lo que della habemos escrito, vengamos agora a la segunda, que es el ser hacendosa, a lo cual pertenece lo que Salomón añade, diciendo: