La perfecta casada: Capitulo 20

La perfecta casada
de Fray Luis de León
Capitulo 20

Engaño es el buen donaire y burlería la hermosura; la mujer que teme a Dios, ésa es digna de loor.


Pone la hermosura de la buena mujer, no en las figuras del rostro, sino en las virtudes secretas del alma, las cuales todas se comprehenden en la Scriptura debajo desto que llamamos temer a Dios. Mas aunque este temor de Dios, que hermosea el alma de la mujer, como principal hermosura se ha de buscar y estimar en ella, no carece de cuestión lo que de la belleza corporal dice aquí el Sabio, cuando dice que es vana y que es burlería; porque se suele dudar si es conveniente a la buena casada ser bella y hermosa. Bien es verdad que esta duda no toca tan derechamente en aquello a que las perfectas casadas son obligadas, como en aquello que deben buscar y escoger los maridos que desean ser bien casados. Porque el ser hermosa o fea una mujer, es cualidad con que se nace, y no cosa que se adquiere por voluntad ni de que se puede poner ley ni mandamiento a las buenas mujeres.

Mas como la hermosura consista en dos cosas, la una que llamamos buena proporción de figuras, y la otra que es limpieza y aseo, porque sin lo limpio no hay nada hermoso, aunque es verdad que ninguna, si no lo es, se puede transformar en hermosa, aunque lo procure, como se vee, en que muchas lo procuran y en que ninguna dellas sale con ello; pero lo que toca al aseo y limpieza, negocio es que la mayor parte dél está puesto en su cuidado y voluntad; y negocio de cualidad, que aunque no es de las virtudes que ornan el ánimo, es fructo dellas, o indicio grande de la limpieza y buen concierto que hay en el alma, el cuerpo limpio y bien aseado; porque, así como la luz encerrada en la lanterna la esclarece y traspasa, y se descubre por ella, así el alma clara y con virtud resplandeciente, por razón de la mucha hermandad que tiene con su cuerpo, y por estar íntimamente unida con él, le esclarece a él, y lo figura y compone cuanto es posible de su misma composición y figura; así que, si no es virtud del ánimo la limpieza y aseo del cuerpo, es señal de ánimo concertado, y limpio y aseado, a lo menos es negocio y cuidado necesario en la mujer para que entre ella y el marido se conserve y crezca el amor, si ya no es él por ventura tal que se deleite y envicie en el cieno. Porque ¿cuál vida será la del que ha de traer a su lado siempre en la mesa, donde se asienta para tomar gusto, y en la cama, que se ordena para descanso y reposo, un desaliño y un aseo que ni se puede mirar sin torcer los ojos, ni tocar sin atapar las narices? O ¿cómo será posible que se allegue el corazón a aquello que naturalmente aborrece y de que rehuye el sentido? Serále sin duda un perpetuo y duro freno al marido el desaseo de su mujer, que todas las veces que inclinare, o quisiere inclinar a ella su ánimo, lo irá deteniendo y le apartará y como torcerá a otra parte.

Y no será esto solamente cuando la viere, sino todas las veces que entrare en su casa, aunque no la vea. Porque la es forzosamente y la limpieza della, olerá a la mujer, a cuyo cargo está su aliño y limpieza, y cuanto ella fuere aseada o desaseada, tanto así la casa como la mesa y el lecho tendrán de sucio o de limpio.

Así que, desto que llamamos belleza, la primera parte, que consiste en el ser una mujer aseada y limpia, cosa es que el serlo está en la voluntad de la mujer que lo quiere ser, y cosa que le conviene a cada una quererla, y que pertenece a esto perfecto que vamos hablando y la compone y hermosea como las demás partes della. Pero la otra parte, que consiste en el escogido color y figuras, ni está en la mano de la mujer tenerla, y así no pertenece a aquesta virtud, ni por aventura conviene al que se casa buscar mujer que sea muy aventajada en belleza; porque, aunque lo hermoso es bueno, pero están ocasionadas a no ser buenas las que son muy hermosas. Bien dijo acerca de esto el poeta Simónides:

Bella cosa es de ver la hembra hermosa,
bella para los otros, que al marido
costoso daño es y desventura.

Porque, la que muchos desean, hase de guardar de muchos, y así corre mayor peligro, y todos se aficionan al buen parecer. Y es inconveniente gravísimo que en la vida de los casados, que se ordenó para que ambas las partes descansase cada una dellas, y se descuidase en parte con la compañía de su vecina, se escoja tal compañía, que de necesidad obligue a vivir con recelo y cuidado y que, buscando el hombre mujer para descuidar de su casa, la tome tal, que le atormente con recelo todas las horas que no estuviere en ella. Y no sólo esta belleza es peligrosa, porque atrae a sí y enciende en su cobdicia los corazones de los que la miran, sino también porque despierta a las que la tienen a que gusten de ser cobdiciadas; porque, si todas generalmente gustan de parecer bien y de ser vistas, cierto es que las que lo parecen no querrán vivir ascondidas; demás de que a todos nos es natural el amar nuestras cosas, y por la misma razón el desear que nos sean preciadas y estimadas y es señal que es una cosa preciada cuando muchos la desean y aman; y así las que se tienen por bellas, para creer que lo son, quieren que se lo testifiquen las aficiones de muchos. Y, si va a decir verdad, no son ya honestas las que toman sabor en ser miradas y recuestadas deshonestamente. Así que, quien busca mujer muy hermosa, camina con oro por tierra de salteadores, y con oro que no se consiente encubrir en la bolsa, sino que se hace él mismo afuera y se les pone a los ladrones delante los ojos, y que, cuando no causase otro mayor daño y cuidado, en esto solo hace que el marido se tenga por muy afrentado: porque en la mujer semejante la ocasión que hay para no ser buena por ser cobdiciada de muchos, esa mesma hace en muchos grande sospecha de que no lo es, y aquesta sospecha basta para que ande en lenguas menoscabadas y perdida su honra. Y si este bien de beldad tuviera algún tomo, fuera bien que los hombres por él se pusieran a estos peligros; mas ¿quién no sabe lo que vale y lo que dura esta flor, cuán presto se acaba, con cuán ligeras ocasiones se marchita, a qué peligros está sujeta, y los censos que paga? «Toda la carne es heno, dice el Profeta, y toda la gloria della, que es su hermosura toda, y su resplandor como flor de heno».

Pues bueno es que por el gusto de los ojos ligero y de una hora quiera un hombre cuerdo hacer amargo el estado en que ha de perseverar cuanto le perseverare la vida, y que para que su vecino mire con contento a su mujer, muera él herido de mortal descontento, y que negocie con sus pesares proprios los placeres ajenos. Y si aquesto no basta, sea su pena su culpa, que ella misma le labrará; de manera que, aunque le pese, algún día y muchos días conozca sin provecho y condene su error, y diga, aunque tarde, lo que aquí dice deste su perfecto dechado de mujeres, el Spíritu Sancto: «Engaño es el buen donaire, y burlería la hermosura; la mujer que teme a Dios, ésa es digna de ser loada». Porque se ha de entender que ésta es la fuente de todo lo que es verdadera virtud, y la raíz de donde nace todo lo que es bueno, y lo que sólo puede hacer y hace que cada uno cumpla entera y perfectamente con lo que debe, el temor y el respecto de Dios, y el tener cuenta con su ley; y lo que en esto no se funda, nunca llega a colmo, y por bueno que parece, se hiela en flor.

Y entendemos por temor de Dios, según el estilo de la Scriptura Sagrada, no sólo el afecto del temor, sino el emplearse uno con voluntad y con obras en el cumplimiento de sus mandamientos, y lo que, en una palabra, llamamos servicio de Dios. Y descubre esta raíz Salomón a la postre, no porque su cuidado ha de ser el postrero; que antes ella, como decimos, es el principio de todo este bien; sino lo uno, porque temer a Dios y guardar con cuidado su ley no es más proprio de la casada que de todos los hombres. A todos nos conviene meter en este negocio todas las velas de nuestra voluntad y afición; porque sin él ninguno puede cumplir, ni con las obligaciones generales de cristiano, ni con las particulares de su oficio. Y lo otro, díselo al fin, por dejarlo más firme en la memoria, y para dar a entender que este cuidado de Dios, no solamente lo ha de tener por primero, sino también por postrero; quiero decir, que comience y demedie y acabe con sus obras, y todo aquello a que le obliga su estado, de Dios y en Dios y por Dios; y que haga lo que conviene, no sólo con las fuerzas que Dios le da para ello, sino última y principalmente por agradar a Dios, que se las da. Por manera que el blanco a donde ha de mirar en cuanto hace, ha de ser Dios, así para pedirle favor y ayuda en lo que hiciere, como para hacer lo que debe puramente por Él; porque lo que se hace, y no por Él, no es enteramente bueno, y lo que se hace sin Él, como cosa de nuestra cosecha, es de muy bajos quilates. Y esto es cierto, que una empresa tan grande y adonde se ayuntan tan diversas y tan dificultosas obligaciones como es satisfacer una casada a su estado, nunca se hizo, ni aun medianamente, sin que Dios proveyese de abundante favor.

Y así, el temor y servicio de Dios ha de ser en ella lo principal y lo primero, no solamente porque te es mandado, sino también porque le es necesario: porque las que por aquí no van siempre, se pierden y demás de ser malas cristianas, en ley de casadas, nunca son buenas, como se vee cada día; unas se esfuerzan por temor del marido, y así, no hacen bien más de lo que ha de ver y entender. Otras, que trabajan porque le aman y quieren agradar, y en entibiándose el amor, desamparan el trabajo. A las que mueve la cobdicia, no son caseras, sino escasas, y demás de escasas, faltas por el mismo caso en otras virtudes de las que pertenecen a su oficio, y así, por una muestra de bien no tienen ninguno. Otras, que se inclinan por honra y que aman el parecer buenas por ser honradas, cumplen con lo que parece, y no con lo que es, y ninguna dellas consiguen lo que pretenden ni tienen un ser en lo que hacen, sino que los días mudan los intentos y pareceres, porque caminan, o sin guía, o con mala guía, y así, aunque trabajan, su trabajo es vano y sin fructo. Mas al revés, las que se ayudan de Dios y enderezan sus obras y trabajos a Dios, cumplen con todo su oficio enteramente, porque Dios quiere que le cumplan todo, y cúmplenlo, no en apariencia, sino en verdad, porque Dios no se engaña; y andan en su trabajo con gusto y deleite, porque Dios les da fuerzas; y perseveran en él, porque Dios persevera; y son siempre unas, porque el que las alienta es Él mismo; y caminan sin error, porque no le hay en su guía; y crecen en el camino y van pasando adelante, y en breve espacio traspasan largos espacios, porque su hecho tiene todas las buenas cualidades y condiciones de la virtud; y finalmente, ellas son las que consiguen el precio y el premio; porque quien les da es Dios, a quien ellas en su oficio miran y sirven principalmente, y por cuyo respecto ellas se pusieron al cumplimiento y de hecho cumplieron toda aquesta virtud; y el premio es el que Salomón, concluyendo toda aquesta doctrina, pone en lo que sigue: