La perfecta casada: Capitulo 11
No temerá de la nieve a su familia, porque toda su gente vestida con vestiduras dobladas
No es aquesta la menor parte de la virtud de aquesta perfecta casada que pintamos, ni la que da menos loor a la que es señora de su casa: el buen tratamiento de su familia y criados; antes es como una muestra donde claramente se conoce la buena orden con que todo lo demás se gobierna. Y pues le había mostrado Salomón, en lo que es antes desto, a ser limosnera con los extraños, convino que te avisase agora y le diese a entender que aqueste cuidado y piedad ha de comenzar de los suyos; porque, como dice Sant Pablo, «el que se descuida de la provisión de los que tiene en su casa, infiel es, y peor que infiel». Y aunque habla aquí Salomón del vestir, no habla solamente dél, sino, por lo que dice en este particular, enseña lo que ha de ser en todo lo demás que pertenece al buen estado de la familia. Porque, así como se sirve de su trabajo della el señor, así ha de proveer con cuidado a su necesidad, y ha de compasar con lo uno lo otro, y tener gran medida en ambas cosas, para que ni les falte en lo que han menester, ni en lo que ellos han de hacer los cargue demasiadamente, como lo avisa y declara el Sabio en el capitulo del Eclesiástico. Porque lo uno es injusticia, y lo otro escasez, y todo crueldad y maldad. Y el pecar los señores y el faltar en esto con sus criados, ordinariamente nace de soberbia y de desconocerse a sí mismos los amos. Porque, si considerasen que así ellos como sus criados, son de un mismo metal, y que la fortuna que es ciega, y no la naturaleza proveída, es quien los diferencia, y que nacieron de unos mismos principios, y que han de tener un mismo fin, y que caminan llamados para unos mismos bienes; y sí considerasen que se puede volver el aire mañana, y a los que sirven agora servirlos ellos después y si no ellos, sus hijos o sus nietos, como cada día acontece, y que al fin todos, así los amos como los criados, servimos a un mismo Señor, que nos medirá como nosotros midiéremos; así que, si considerasen esto, pondrían el brío aparte, y usarían de mansedumbre, y tratarían a los criados como a deudos, y mandarlos hían como quien siempre no ha de mandar. Y aquí conviene que las mujeres hinquen los ojos más, porque se desvanecen más fácilmente, y hay tan vanas algunas, que casi desconocen su carne, y piensan que la suya es carne de ángeles, y las de sus sirvientas de perros, y quieren ser adoradas dellas, y no acordarse dellas si son nacidas; y si se quebrantan en su servicio, y si pasan sin sueño las noches, y si están ante ellas de rodillas los días, todo les parece que es poco y nada para lo que se les debe, o ellas presumen que se les ha de deber. En lo cual, demás de lo mucho que ofenden a Dios, hacen su vida más miserable de lo que ella se es, porque se hacen aborrecibles a los suyos y odiosas, un desamor que es una encarescida miseria; porque ninguna enemistad es buena, y la de los criados, que viven dentro del seno de los amos y saben los secretos de casa, y son sus ojos, y, aunque les pese, de su vida testigos, es peligrosa y pestilencial. Y de aquí ordinariamente salen las chismerías y los testimonios falsos, y las más veces los verdaderos. Y ésta es la causa por donde muchos hallan, cuando no piensan, las plazas llenas de sus secretos. Y como es peligrosa desventura hacer, de los criados fieles, crueles enemigos con no debidos tratamientos, así el tratarlos bien es, no sólo seguridad, sino honra y buen nombre. Porque han de entender los señores, que son como parte de su cuerpo sus gentes, y que es como un compuesto su casa, adonde ellos son la cabeza, y la familia los miembros, y que por el mismo caso que los tratan bien, tratan bien y honradamente a su misma persona. Y como se honran de que en sus facciones y disposición no haya, ni miembro torcido, ni figura que desagrade, y como les añaden a todos sus miembros cuanto es en sí hermosura, y los procuran vestir con debido color, así se han de preciar de que en toda su gente relumbre su mucha liberalidad y bondad, por manera que los de su casa, ni estén en ella faltos, ni salgan della quejosos.
Conocí yo en aqueste reino una señora, que es muerta, o por mejor decir, que vive en el cielo, que, del caballo troyano que dicen, no salieron tantos hombres valerosos como de su casa sirvientas suyas doncellas y otras mujeres, remediadas y honradas. A la cual, como le aconteciese echar de su casa, por razón de un desconcierto, a una criada suya no tan bien remediada como las demás, le oí decir muchas veces que no se podía consolar cuando pensaba que, de las personas que Dios lo había dado que así lo decía, había salido una de su casa con desgracia y poco remedio. Y yo sé que en esta bondad gastaba muy grandes sumas, y que, haciendo estos gastos y otros de semejantes virtudes, no sólo conservó y sustentó los mayorazgos de sus hijos, que estaban en su tutoría y les venían de muchos abuelos de antigua nobleza, sino que también los acrecentó e ilustró con nuevos y ricos vínculos; y así era bendita de todos.
Deben, pues, amar esta bendición las mujeres de honra, y, si quieren ellas ser estimadas y amadas, aqueste es camino muy cierto. Y no quiero decir que todo ha de ser blandura y regalo; que bien vemos que la buena orden pide algunas veces severidad; mas, porque lo ordinario es pecar los amos en esto, que es ser descuidados en lo que toca al buen tratamiento de los que los sirven, por eso hablamos dello y no hablamos de cómo los han de ocupar, porque eso ellos se lo tienen a cargo. Síguese: