La paz: al nacimiento del príncipe imperial de Francia
Iris de paz, iluminando el cielo, la tempestad serena; el águila imperial recoge el vuelo y torna al patrio Sena. No en vapores de sangre se embriaga, ni llama a la pelea; ya en su garra potente el rayo apaga que fulminó en Crimea. Sus alas tiende, cual dosel brillante, sobre la regia cuna, donde reposa del francés triunfante la gloria y la fortuna. Y allí a par descendiendo apresurado de la eternal montaña, a custodiar el vástago anhelado llega el león de España. Que sangre de Guzmán corre en sus venas: sus timbres maternales escritos muestra España en las almenas de Tarifa inmortales. Siempre un Napoleón Dios nos envía con misterio profundo, cuando place a su gran sabiduría recomponer el mundo. Ya en vez del plomo, que en estruendo rudo sobre el francés vomita, de allá le envía su cortés saludo el bronce moscovita. Del Cáucaso a la cumbre pirinea y por los anchos mares, unida al lienzo tricolor, ondea el aspa de los czares. Y cubriendo de rosas sus espadas, de oliva sus pendones, al festín de la paz alborozadas acuden las naciones. Paz ese niño, y dicha y abundancia en su destino encierra. Pueblos, velad por él: -¡La paz de Francia es la paz de la tierra!
1856