La palma de Jesús del Monte

La palma de Jesús del Monte
de Alejandro Tapia y Rivera
En el álbum de la Sra. Doña M. S. de A.


Cerca de la populosa capital de Cuba y como si la naturaleza hubiese querido dar en cara con su apacible tranquilidad al bullicio y agitación de las ciudades, existe un agradable campo hacia el cual se va extendiendo el caserío de Jesús del Monte. En la cumbre que domina el caserío se posa una iglesita tanto más digna y majestuosa, cuanto más humilde y sencilla en su apariencia. La soledad deja escuchar mejor las preces que se elevan en sus bóvedas, y el incienso de sus aras encuentra mejor en aquella solitaria y calmosa altura, el camino de las nubes y de los cielos. Desde su atrio que está en la cima del cerro de que hablo, se divisa la ruidosa Habana con su bosque de mástiles y sus castillos imponentes; pero más cerca de la Iglesia, cuasi en la falda del montecillo, una pradera fértil y de eterna lozanía se presenta a la vista con aquel encanto que habla al alma pensativa y melancólica. -Allí en el sosiego de las tardes de verano, cuando el sol trasmonta llevándose sus ardores, héme detenido a meditar dulcemente, entregando mi espíritu al blando reposo que buscan los corazones expatriados y solo aun en mitad del tumulto. Allí he pensado en mi país tan cercano... ¡y tan distante! Allí los gratos recuerdos de un hogar y de unos amigos inolvidables han venido a deslizarse en mi memoria como el aura de la noche, es decir: suave, agradable y misteriosamente. -Cuántas veces he derramado allí una lágrima de ternura, una de aquellas lágrimas que se tributan a la memoria del bien que ya no existe: gota de rocío que dejó olvidada en la flor del corazón, la aurora de un día feliz ya disipado... ¡Allí hay una palma que me dice tantas cosas! porque los árboles hablan y pobre de aquel que no ha comprendido nunca las dulces y confidenciales palabras que se encierran en ese que nos parece murmullo de la brisa entre sus hojas. Aquella palma me ha contado su historia; está sola como yo, miraba al cielo como yo lo hacía y como yo cansada de resistir al viento de las tempestades y las desdichas ha concluido por abandonar su ramaje, indiferente, a los empujes del viento veleidoso. -Aquella palma está allí sola y triste, es verdad; sus compañeras residen acampadas lejos de ella. ¡Ah! pero desde que ella conversó conmigo, desde que oyó mis cuitas y la voz de mis tristezas, dejó de contemplarse tan desgraciada y comprendió que aún tenía de quien compadecerse. Ella vive en el suelo en que nació, y el sol que la dora, las aguas que la dan frescura y los céfiros que la mecen, son el sol, las aguas y los céfiros de su país.


Habana 16 de Agosto de 1857.