La oración del simple
Había una mujer muy buena y muy devota que tenía un hijo buenísimo, pero tan simple y falto de memoria, que nunca había podido aprender sino esta oración:
- Señor mío Jesucristo,
- dueño de mi corazón,
- perdóname mis pecados,
- que vos sabéis lo que son.
- Todos a vos los confieso
- con dolor y contrición;
- oídme en penitencia,
- leed en mi corazón,
- y pues lo veis, traspasado,
- echadme la absolución.
Siendo ya casi un hombre, su madre le llevó a confesar; pero examinado que fue por el confesor, este le dijo a la pobre que no podía confesarlo por ignorante y simple.
Madre e hijo se echaron a llorar amargamente al ver al segundo excluido del Santo Sacramento de la Eucaristía.
Mientras el sacerdote se había revestido para decir misa, vio sobre el altar un letrero, que desapareció tan luego que lo hubo leído, y que decía:
Absuelve a ese penitente, cuyo confesor he sido yo cada noche.