La opinión pública - III
Vamos ya á la prarte práctica de nuestro estudio. ¿Cuál es la dirección actual de la corriente de la opinión pública? ¿Adónde nos conduce definitivamente?
Dejando aparte los movimientos accidentales y pasajeros que se observan en la superficie de las aguas de la opinión, según las impresiones que recibe, lo que hay de serio y de fundamental es que hay dos corrientes que luchan por imponerse.
Desde hace un siglo, esto es, desde que fueron proclamados los principios de 1789, la corriente anticatólica, impulsada por el liberalismo, ha ido creciendo, extendiéndose, invadiéndolo todo, excepto algunos puntos bien resguardados, algunos remansos en donde se refugió la corriente contraria.
Pero ha empezado el segundo siglo, es decir, ha pasado el 1889, y la suerte de las dos corrientes empieza á variar por completo. El Catolicismo, que había sido tratado como enemigo débil y fácil de vencer, que había desaparecido de la vida pública de las naciones, que era perseguido por las leyes, echado de la familia, pisoteado por las costumbres, y apenas encontraba quien saliera á defenderle á cuerpo descubierto; ¡con cuán diferentes condiciones no se presenta hoy!
La apoteosis de que fué objeto el Pontificado romano con ocasión del Jubileo sacerdotal de León XIII no tiene igual en la historia. La situación angustiosa actual del Sumo Pontífice en Roma nadie puede imaginarse lo que preocupa á la diplomacia por las dificultades que continuamente le crea, por el perjuicio que causa á varias naciones, y por lo que debilita y gasta á Italia, que morirá en su constitución actual por efecto de la llaga que le ha abierto la detentación de los Estados pontificios.
A Roma, mirada durante ese siglo con tanto desprecio, vuelven hoy su vista muchos Gobiernos, cuya suerte depende de una bendición, de una reprobación ó de una palabra de la Silla apostólica.
El liberalismo, por otra parte, ha dejado ya de ser una idea para convertirse en una especulación. No hay ya quien crea en su fecundidad ni en su porvenir; cuantas naciones están sometidas á su influencia viven en una interinidad augustiosa. Los que se proclaman aún sus partidarios son sus explotadores, viven y medran con él, sirviéndoles sólo para tener entrada en los beneficios del presupuesto.
Hé aquí la marcha que ha tomado la opinión pública. Es al pie de la letra la que siguió el hijo pródigo de la parábola desde que dejó la casa paterna hasta que volvió á ella desnudo y hambriento. A las naciones modernas se les va acabando la sustancia que sacaron de la tradición católica, esto es, las virtudes privadas y públicas y la fe en algo que eleve y dignifique; por esto se están embruteciendo á toda prisa, encenagándose en todos los crímenes y vicios.
El espíritu empieza á sentir el frío de la desnudez, y el corazón hambre de consuelo y de paz, y aunque no les falte á algunas el pan material, que acabarán por perder, pues todo está enlazado en el orden moral y el trastorno religioso ha de traer el trastorno económico que produce el empobrecimiento, empiezan ya á agitarse y á resolverse en su lecho de flores, pidiendo algo que les falta, algo sin lo que ya no pueden vivir tranquilas.
Esta tendencia se refleja bien en el lenguaje de todos los periódicos serios del mundo, aun en los que no son católicos ó que prestan culto al liberalismo y á todas las ideas y aun excesos modernos. A menudo se lee en ellos, hablando de la criminalidad ó haciendo estadísticas de nacimientos, defunciones y matrimonios, ó dando cuenta de crímenes de esos que excitan la curiosidad y el escándalo público, ó discurriendo sobre temas referentes al orden moral, consideraciones tan sensatas, tan católicas, tan justas, que si bien son una inconsecuencia en sus páginas, las aceptaría y aplaudiría cualquier católico.
Todo esto no significa otra cosa sino que hay una fuerza que empuja las corrientes de la opinión pública más poderosamente que la misma voluntad de los que quieren dirigirla.
Chassez le naturel et il revient au galop, dicen los franceses, y esto está sucediendo en el mundo. Lo natural es lo que Dios hizo, y cuando los hombres quieren destruir lo vuelve al galope así que ha terminado su obra.
El Catolicismo lo estableció Dios para civilizar, para ennoblecer al hombre, y donde no gobierna su influencia no hay civilización verdadera, no hay más que degradación, tiranía, egoísmo. Esto se comprueba echando la vista á todas las naciones del orbe, sin que pueda objetarse que algunas están separadas del Catolicismo y no presentan este cuadro desconsolador, porque estas pocas naciones que pueden citarse son cristianas, y cristianas fervorosas, lo que las sostiene por las virtudes que emanan del cristianismo. Aun así, la tendencia, y tendencia poderosa que en ellas domina es la de volver al seno del Catolicismo para recibir de él la savia que vivifica, y unirse á la Cabeza visible que le puso Jesucristo para gozar de la plenitud de sus beneficios. Por esto vemos que en muchas de ellas, en casi todas, se ha restablecido la jerarquía católica que existía antes de su separación de la Iglesia, y que todos los Gobiernos heréticos y cismáticos tienen sus representantes cerca de la Santa Sede, por exigirlo así la necesidad política, atendido el desarrollo que toma el Catolicismo en sus Estados.
¿Diremos por esto que ha muerto la corriente revolucionaria y que no tiene ya fuerza en la opinión pública? De ninguna manera. Lo que sucede hoy es que las aguas se van separando y levantándose encrespadas las olas de la revolución para caer sobre las tranquilas pero cada día más extensas aguas del Catolicismo.
Hoy la fe liberal se ha refugiado en el socialismo, donde hay todavía masas que creen que en sus principios está su salvación, fe que perderán el día que crean ser de su triunfo y lo será sólo de los malvados que los empujan al crimen y llenan su corazón de odios, envidias y desesperación para tenerlas para instrumento de sus ambiciones, ni más ni menos que lo hicieron antes los liberales, haciendo que se mataran por la libertad, que nunca encontraron, y dándoles á comer carne de cura, que no las engordó, mientras sobre sus hombros hicieron las revoluciones que les dieron la posesión del poder, que ejercen en su exclusivo provecho.
La opinión pública tomará el camino que le trace su espíritu. Los que tengan su espíritu vacío de sentimientos rectos, de creencias religiosas y virtudes morales, éstos engrosarán las aguas de la revolución; formarán en el ejército de los ateos, de los viciosos, de los inmorales, de los ambiciosos sin freno, y por consiguiente serán un elemento perturbador en la sociedad, una amenaza continua, y probablemente una expiación y estímulo para los escépticos é indiferentes.
Los que sientan en su espíritu hambre de verdad y sentimientos rectos, éstos son los que están destinados á aumentar la corriente de reacción hacia las soluciones católicas en todos los órdenes de la vida.
Esta corriente se engrosará en la misma medida que crezca y se presente amenazadora la otra, y á medida que se vaya viendo la insuficiencia de las soluciones liberales para resolver los problemas cuya solución es de necesidad para el buen orden social.
El choque entre estas dos corrientes sería inminente si no fuera por los esfuerzos que hacen para evitarlo estos grandes poderes que se hallan bien con la continuación del orden actual de cosas. Estos poderes son el judaísmo, que no quiere perder la explotación en que tiene al mundo moderno; la masonería, que aun cuando muy debilitada hoy y desacreditada, todavía lleva la dirección de la lucha contra la Iglesia por cuenta del judaísmo, y la prensa que éste sostiene en todo el mundo para sostener la propaganda de los principios y de los Gobiernos que le viven sometidos.
Pero precisamente esto ha de empujar el movimiento de reacción de la opinión pública.
Porque, por un lado, huirán de la corriente liberal los que no quieran ser arrastrados al socialismo por las libertades que proclama el liberalismo, quedando reducido á reclutar sus adeptos entre la clase obrera desmoralizada y soliviantada.
Y por otro, la explotación judaica, que tiene en sus manos la riqueza pública y privada de todas las naciones, favoreciendo todas las inmoralidades para tener partidos y hombres adictos que secunden sus deseos, y absorbiendo la riqueza particular con los tributos que exige para pago y amortización de sus empréstitos, irá disgustando á las clases medias y á las altas e unos principios y sistemas en que sólo encuentran hambre para el espíritu y hambre para el cuerpo.
Una sola consideración basta para que se comprendan los efectos de estas corrientes opuestas en la opinión pública.
¿Qué fué el carlismo durante el reinado de doña Isabel? Lo que decían en 1868 los políticos liberales, un cadáver putrefacto en apariencia, porque ninguna señal daba de vida en la opinión pública.
¿Qué es el carlismo en el reinado actual? Lo que nunca fué, ni en los tiempos de su mayor apogeo. Véase su fuerza, su organización, el respeto que inspira, la tolerancia con que le miran sus pobres enemigos, reconociendo que tiene razón de ser y que los desaciertos de los liberales le dan vida, y la manera cómo son recibidos y considerados los carlistas, y habrá que reconocer que hay en la opinión pública un movimiento de simpatía hacia lo que los carlistas representamos y defendemos, un descorazonamiento completo acerca de las soluciones y virtudes del liberalismo y del parlamentarismo, y una atracción hacia nuestros hombres, y sobre todo hacia la cabeza que representa los principios que hoy empiezan á parecer á muchos que los odiaban racionales y fecundos.
Y todo esto á pesar de las calumnias y denuestos de la prensa liberal y de las injurias y excitaciones de los diferentes grupos que de amigos se han convertido en los más virulentos enemigos nuestros.
Y esto á pesar de que no han ocurrido trastornos sociales ni crisis de esas que excitan grandes sentimientos é impulsan fuertes movimientos de defensa social.
Al contrario; todo se va haciendo tranquila, legal, suavemente, como si obraran más en favor nuestro los agentes exteriores, nuestros enemigos mismos, que nuestra propia acción y esfuerzo.
Pues bien. Fijémonos en estos hechos, y comprenderemos la dirección que toma y adonde nos lleva la corriente de la opinión pública desde que ha empezado el segundo siglo de la revolución.
Esta corriente haría su camino con mayor rapidez si no fuera tan grande el número de los egoístas que, reconociendo la falsedad de los principios del liberalismo y rechazando sus frutos de perdición, sacan algo del apoyo más ó menos directo que le dan.
Pero esto ha de preocuparnos sólo en el concepto de que así refuerzan la corriente revolucionaria con las libertades de corrupción y de propaganda que les dan, pero no en el concepto de que puedan detener la corriente poderosa, marcada, irresistible, de la reacción hacia nuestros principios que se está desarrollando. Sépanlo los que dicen que ha pasado ya nuestro tiempo.
Vamos al triunfo de esta corriente después de un choque formidable con la opuesta, tanto más formidable cuanto más se retarde.
L. M. de Ll.
Fuente
editar- El Correo Español (25 de agosto de 1892): La opinión pública - III. Página 1.