La ofrenda de Odhar


La ofrenda de Odhar

de Abraham Valdelomar

LA OFRENDA DE ODHAR

            Para Raimundo Morales de la Torre.

Caminaba el anda
sobre doce nubios de pieles brillantes
hacia Samarcanda.

Regado de flores –amapolas rojas-
se abría el camino que iba a la mezquita.
Los esclavos negros pisaban las hojas
y sus albornoces manchaban de blanco la ruta bendita.

En el anda iba la reina de Oriente
que se adormitaba pálida y silente
bajo las ojivas de sus alfeizares
mimada por suaves abanicos indios
y por enervantes antimacazares.

¡Oh, la reina mora, la reina brillante!
A Odhar, que era un niño, su primer amante,
a cambio de un beso le pidió un collar
y todos sus blancos dientes blancos marfilinos
que eran amuleto contra los destinos
galante el infante los hizo engarzar.

Fue al camino triste como sus amores
por donde pasaba con sus servidores
la reina, y, entonces, el muriente Odhar
pálido y tranquilo la esperó en las flores
y al pasar la reina, la ofreció el collar.

Sobre el blando cuerpo del joven amante
pasaron los nubios el anda triunfante.

Entre nubes rosas -mirra y eucalipto-
sobre las cabezas de nubios sansones
entró la graciosa princesa de Egipto
en el viejo templo de los Faraones.

Al salir del templo la reina galante
se olvidó del niño -su primer amante-
cuya boca en sangre no quiso besar,
y al primer esclavo que llegó a los pálidos mármoles del templo
como una limosna le ofreció el collar.

Con los doce nubios
tristemente, el anda
se perdió en la ruta que iba a Samarcanda...