La nueva Turquía
Los "jóvenes turcos" han alcanzado la cima de su influencia. Disponen de la mayoría en el parlamento presidido por uno de los suyos. El sultán no para de abrazar a los otrora amotinados a quienes la diplomacia europea quisiera ahogar a besos...
Muchos años han pasado desde que Ahmed Riza, un emigrante que vivía en París, redactor de una hoja clandestina, convocó la primera conferencia internacional de la Haya para defender al pueblo turco contra la tiranía de Constantinopla. El emigrado turco fue expulsado sin contemplaciones. Ni una sola oreja diplomática se dignó escucharle. El gobierno holandés amenazó con expulsarlo del país como extranjero provocador de altercados. En vano intentó dirigirse a los parlamentarios influyentes, estos rehusaron recibirlo. El socialista Van Kol fue el único que le apoyó organizando una reunión bajo su presidencia donde Ahmed Riza exhortó a los participantes a la solidaridad.
Hoy, por el contrario, los representantes semioficiales de los gobiernos europeos se apresuran a expresar al nuevo presidente de Turquía que puede contar legítimamente con la buena voluntad de todos los gobiernos de Europa.
Bülow no duda en declarar ante el Reichstag que tiene en alta estima a los oficiales turcos, héroes del golpe de Estado revolucionario ("nos acordaremos de lo que ha dicho, señor Canciller del Reich", escribiría Parvas, comentando este discurso).
La victoria es el más poderoso argumento y el éxito constituye la recomendación más eficaz. ¿Pero, cuál es el secreto de la victoria y cómo explicar este sorprendente éxito? El diario Rech, criticando a la izquierda, escribe a este respecto que en Turquía todas las clases de la sociedad habían actuado juntas en la lucha preservando su jerarquía en la vida económica del país. Como las clases económicas dominantes conservaron durante la revolución su hegemonía sobre las masas se pudo lograr la victoria.
Novoy Vremya, por su parte, en un tono de hipócrita moralina, se dirige a los Cadetes para subrayar que los "jóvenes turcos", al contrario que los liberales doctrinarios de Rusia, enarbolaron firmemente la bandera del nacionalismo patriótico y no se apartaron ni por un instante de las creencias monárquicas y religiosas del pueblo y que por ello lograron el poder. En lo político y en lo privado no hay nada más barato que la moral, barato e inútil. Sin embargo muchos se sienten atraídos por ella ya que les ahorra detenerse a examinar el mecanismo objetivo de los acontecimientos.
¿Cómo se explica el clamoroso triunfo de los "jóvenes turcos", su victoria conseguida sin apenas sacrificio ni esfuerzo?
En su significación objetiva, una revolución es una lucha por el poder del Estado, que reside directamente en el ejército. Por ello todas las revoluciones en la historia han planteado directamente la cuestión: ¿de qué lado se encuentra el ejército? Y se ha respondido, de una manera u otra, a ella. En el caso de la revolución turca -y ello es lo que le confiere su particular fisonomía- ha sido el mismo ejército el que se ha puesto al frente de la ideas liberadoras. Por ello una nueva clase social no ha tenido que superar la resistencia armada del antiguo régimen sino que, por el contrario, ha podido dedicarse a ejercer de coro en favor de los oficiales revolucionarios que lanzaron a sus hombres contra el gobierno del Sultán.
Por su origen y tradición histórica, Turquía es un Estado militar. Por el tamaño relativo de su ejército, actualmente está a la cabeza de las naciones europeas. Un gran ejército exige un considerable número de oficiales, algunos ascendidos por antigüedad. Pero el Yildiz (el Palacio del Sultán), a pesar de su bárbara resistencia a las exigencias del desarrollo histórico, se vio obligado a modernizar en cierta medida su ejército y abrirlo a los hombres cultivados del país. Y estos no han esperado para aprovechar la ocasión. La insignificancia de la industria y el subdesarrollo de la cultura urbana apenas dejaban otras opciones a la intelectualidad turca más que la carrera militar o la administración. Por tanto, el estado organizó en su seno a la vanguardia de la nación burguesía en formación: la intelectualidad crítica y descontenta. Durante los últimos años el ejército turco había conocido una sucesión ininterrumpida de desórdenes debidos al impago de nóminas o los retrasos en las promociones. Las tropas se apoderaron de una estación telegráfica y entablaron negociaciones directas con Palacio. La camarilla del Sultán se vio obligada a ceder y así, regimiento tras regimiento, el ejército se instruyó en la escuela de la rebelión.
Tras el éxito de la revuelta, muchos políticos y periodistas europeos hablaron, con un aire de iniciados, sobre la brillante organización de los "jóvenes turcos" que, se decía, habían extendido sus tentáculos por todas partes. Esta concepción infantil no hacía más que reflejar la superstición de carácter fetichista que provoca el éxito.
En realidad, los vínculos revolucionarios entre oficiales, especialmente en las guarniciones de Constantinopla y Adrianópolis, eran notoriamente insuficientes. Como los mismos Niazy Bey y Enver Bey admitieron, la revuelta estalló cuando los "jóvenes turcos" no se encontraban "en absoluto preparados" para asumirla. El descontento espontáneo de unos soldados hambrientos y cubiertos de harapos les condujo a apoyar de forma natural a los oficiales que se oponían políticamente al gobierno. De este modo, la disciplina mecánica del ejército se transformó espontáneamente en disciplina interna de la revolución.
El hundimiento de la máquina burocrática se combinó con la revuelta en el ejército. En un opúsculo escrito por el antiguo ministro serbio Vladan Georgievic, encontramos información según la cual al principio de la revuelta, los Kaimakams y los Mutesarifs (administradores y administradores adjuntos de las provincias turcas) de las tres provincias macedonias exhortaron a los habitantes a enviar telegramas al Palacio del Sultán reclamando la reinstauración de la Constitución de 1876. En estas condiciones, a Abdul Hamid no le quedaba otra opción más que proponerse como presidente honorario de los comités Shura I Umet (comités de unión y progreso).
Por las tareas que debe cumplir (independencia económica, unidad de la nación y el Estado, libertades políticas), la revolución turca se corresponde con la autodeterminación de la nación burguesa y en este sentido se encuentra en la tradición de las revoluciones de 1789 y 1848. Pero el Ejército, dirigido por sus oficiales, funciona como órgano ejecutivo de la nación y eso confiere a los acontecimientos el carácter planificado de maniobras militares. Sería sin embargo estúpido (y muchos cometen este pecado) no ver en los acontecimientos de julio pasado en Turquía más que un simple pronunciamiento y tratarlos como similares a cualquier golpe de Estado militar-dinástico en Serbia. La fuerza de los oficiales turcos y el secreto de su éxito no estriban en un plan brillantemente organizado o en su talento conspirativo diabólicamente hábil, sino en la simpatía activa que les han manifestado las clases más avanzadas de la sociedad: los comerciantes, los artesanos, los obreros, sectores de la administración y del clero y por último las masas campesinas.
Pero todas estas clases arrastran con ellas no sólo su simpatía sino también sus intereses, sus reivindicaciones y sus esperanzas. Sus aspiraciones sociales, durante mucho tiempo reprimidas, se manifiestan abiertamente ahora que un Parlamento les proporciona un centro donde presentarlas. Amargas desilusiones esperan a los que piensan que la revolución turca ha terminado. Entre los que sufrirán la decepción no se encontrará sólo Abdul Hamid sino, parece ser, el Partido de los "jóvenes turcos".
En primer lugar y ante todo está la cuestión nacional. Lo abigarrado de la composición de la población turca, en lo tocante a nacionalidades y religiones, conduce a la manifestación de potentes tendencias centrífugas. El antiguo régimen esperaba poder superarlas mediante el peso mecánico del ejército, exclusivamente formado por musulmanes. Y de hecho es eso lo que ha provocado la desintegración del Estado. Bajo el reinado de Abdul Hamid Turquía perdió Bulgaria, Rumelia oriental, Bosnia, Herzegovina, Egipto, Tunez y la Dobrudja. El Asia menor se ha convertido en presa impotente de la dictadura económica y política de Alemania. En vísperas de la revolución, Austria estaba a punto de construir una línea de ferrocarril que atravesando el Sanjacato (distrito) de Novibazar le proporcionaría una vía estratégica hacia Macedonia.
Por otro lado Inglaterra, opuesta a Austria, apoyaba abiertamente un proyecto de autonomía macedonia... No se podía ver el fin del desmembramiento de Turquía. Y sin embargo la condición indispensable para el desarrollo económico es un territorio extenso unificado económicamente. Ello se aplica no sólo a Turquía sino a la Península balcánica en su totalidad. Lo que pesa sobre ella como una maldición no es su diversidad nacional sino el hecho de que se encuentre descuartizada en numerosos Estados. Las fronteras aduaneras la dividen artificialmente en fragmentos separados. Las maquinaciones de las potencias capitalistas se unen a las sangrientas intrigas de las dinastías balcánicas. Si estas condiciones se perpetúan, la península de los Balcanes seguirá siendo una caja de Pandora. Sólo un Estado único de todas las nacionalidades balcánicas, sobre una base democrática y federal a semejanza de Suiza o los Estados Unidos, podrá traer la paz interior a los Balcanes y asegurar las condiciones de un amplio desarrollo de las fuerzas productivas.
Los "jóvenes turcos" , por su parte, han desechado definitivamente este camino. Como representan a la nacionalidad dominante y poseen su propio ejército nacional, tienden a seguir siendo nacional centralistas. El ala derecha se opone constantemente al autogobierno, incluso en el plano provincial. La lucha contra las potentes tendencias centrífugas ha convertido a los "jóvenes turcos" en partidarios de una sólida autoridad central y les empuja a un acuerdo con el sultán "quand même" (en francés en el texto). Y esto significa que cuando empiece a deshacerse en el Parlamento el nudo de las contradicciones nacionales, el ala derecha de los "jóvenes turcos" se colocará abiertamente del lado de la contrarrevolución.
Tras la cuestión nacional viene la cuestión social. En primer lugar está el campesinado que arrastra la pesada carga del militarismo y está sometido a un régimen de semi servidumbre. Como la quinta parte no posee tierras, el campesinado tiene una buena factura para presentar al nuevo régimen. Y sin embargo sólo una organización en Macedonia y Adrianópolis (el grupo búlgaro de Sandanski) y las organizaciones revolucionarias armenias (los Dashnaks y los Henchaks) han presentado un programa agrario más o menos radical. En lo que concierne al partido dirigente Jóvenes Turcos, en el que dominan los Beys propietarios de tierras, su ceguera nacional-liberal les hace negar que jamás haya existido una cuestión agraria. Evidentemente, los "jóvenes turcos" esperan que una remoción de la administración, unida a las formas y procedimientos del parlamentarismo, bastará para contener a los campesinos. Se equivocan completamente. El descontento del campo con el nuevo orden de cosas se reflejará ineluctablemente en el ejército, que está compuesto por campesinos. La conciencia de los soldados ha tenido que crecer considerablemente en los últimos meses. Y si un partido basado en los oficiales, después de no haber dado nada a los campesinos, intenta reafirmar la disciplina en el ejército, puede que los soldados se subleven otra vez pero ahora contra sus oficiales, como éstos habían se habían levantado antes contra Abdul Hamid.
Junto a la cuestión agraria está la cuestión obrera. Ya hemos dicho que la industria turca es muy débil. El régimen del sultán no sólo minó los cimientos económicos del país, sino que deliberadamente obstaculizó la construcción de fábricas movido por un saludable temor al proletariado. Sin embargo, preservar completamente al régimen contra este peligro se hizo imposible. Las primeras semanas de la revolución turca estuvieron marcadas por huelgas en las panaderías, las imprentas, el textil, los transportes públicos, la manufactura del tabaco, los obreros portuarios y los ferroviarios. El boicot a las mercancías austriacas habría debido movilizar e inspirar aún más al joven proletariado de Turquía -especialmente a los estibadores- que jugó un papel decisivo en esta campaña. ¿Y cómo ha respondido el nuevo régimen al nacimiento político de la clase obrera? Con una ley que impone trabajos forzados a los huelguistas. El programa de los "jóvenes turcos" no dice ni una palabra sobre medidas precisas para ayudar a los trabajadores. Y sin embargo, tratar al proletariado turco como una "quantité négligeable" (en francés en el texto) significa correr el riesgo de serias sorpresas. La importancia de una clase no puede ser evaluada simplemente por su número. La fuerza del proletariado contemporáneo, aunque sea numéricamente pequeño, reside en el hecho de que concentra en sus manos el poder productivo del país y el control de los más importantes medios de comunicación.
Frente a este hecho elemental de la economía política capitalista, el partido de los "jóvenes turcos" se dará de bruces con la realidad.
Estas son las contradicciones sociales profundas, aún cuando estén veladas, entre las que está llamado a funcionar el Parlamento turco. De los 240 diputados, los "jóvenes turcos" cuentan con el apoyo de unos 140. Otros 80 diputados, fundamentalmente árabes y griegos, forman el bloque de los "descentralizadores". El príncipe Saba-ed-Din busca una base de influencia política mediante una alianza con ellos y hoy por hoy es difícil precisar si se trata de un soñador diletante carente de sentido común o de un intrigante que esconde su juego. En la extrema izquierda se encuentran los revolucionarios armenios y búlgaros que cuentan entre sus filas con algunos socialdemócratas.
Esta es la fisonomía externa de la asamblea representativa de Turquía. Pero los "jóvenes turcos" y los "descentralizadores" constituyen aún unas nebulosas políticas cuyos contornos se definirán en relación con los problemas sociales. Sin embargo, las fuerzas que operan fuera del Parlamento, los extranjeros, los campesinos, los trabajadores, la masa de los soldados, son aún más importantes para la suerte del parlamentarismo turco. Cada uno de estos grupos quiere obtener el mejor lugar posible bajo el techo de la nueva Turquía. Cada uno tiene sus propios intereses y sigue su propio camino en la revolución. Determinar previamente la resultante de todas estas fuerzas en el Parlamento turco por pura especulación, es decir por cálculos efectuados desde una oficina o una biblioteca, es tarea que sólo tiene sentido para los doctrinarios utopistas del liberalismo. La historia jamás funciona así.
Ella enfrenta crudamente a las fuerzas vivas del país y la obliga a producir una "resultante" de la lucha. Por ello mantengo que la revuelta militar de Macedonia de julio pasado, que condujo a la convocatoria de un Parlamento, no fue más que el prólogo de la revolución: el drama se representa aún ante nosotros.
¿Qué pasará en Turquía en un futuro inmediato? Sería frívolo intentar adivinarlo. Una cosa está clara, que la victoria de la revolución significará la victoria de la democracia en Turquía, que una Turquía democrática serviría de fundamento a una federación balcánica y que esta federación balcánica limpiaría de una vez por todas el "avispero" del Próximo Oriente de intrigas capitalistas y dinásticas que amenazan como una tormenta no sólo esta desgraciada península sino Europa entera.
La restauración del Sultán y su despotismo significaría el fin de Turquía y dejaría al estado turco a merced de los que quieren desmembrarlo. La victoria de la democracia turca, al contrario, significaría la paz. ¡La partida no ha acabado! Y mientras que tras las amplias sonrisas de los diplomáticos ante el Parlamento turco se perfilan las mandíbulas de los predadores capitalistas, prestos a aprovecharse a la primera ocasión de las dificultades internas de Turquía para descuartizarla, la democracia europea apoya con todas sus fuerzas, su simpatía y su sostén a la "nueva Turquía", la Turquía que aún no existe, que sólo está a punto de nacer.