La novela española: 08

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.



VIII. editar

DEL "FRAY GERUNDIO" DE CAMPAZAS.

En 1759 quiso Dios enviarnos un rey aceptable en la persona de Cárlos III, hermano de Fernando VI.

Y aquel príncipe, con la ayuda de hombres como Aranda, Floridablanca y Campomanes, aunque construyó la plaza de toros de Madrid, expulsó á los jesuítas, favoreció el progreso de las artes, de las ciencias exactas, físicas y naturales, de los estudios económicos y políticos, de la legislacion, de la marina, de la agricultura y de la industria; acrecentándose de este modo nuestra preponderancia en Europa y renaciendo por completo nuestro carácter.

Bien pronto, á la vez que volvian por los fueros del teatro español el asturiano Gaspar de Jovellanos con su drama El Delincuente honrado (1770) y el extremeño García de la Huerta con su tragedia Raquel (1778), en la cual presentía ya la revolución que en 1830 habia de inaugurar Víctor Hugo con el Hernani, tornó á aparecer la novela con el Fray Gerundio de Campazas.

Su autor, el jesuíta José Francisco de Isla, juzgó conveniente —atendido el estado sacerdotal á que pertenecía— ocultar su verdadero nombre bajo el seudónimo de Francisco Lobon de Salazar, máxime cuando se cifraba su intento en combatir los defectos de las universidades y en desacreditar, como lo consiguió, á los malos predicadores, verdaderos caballeros andantes de la época.

El Fray Gerundio, inspirado en el modelo inmortal de Cervantes, y cuyo segundo y último tomo hubo de publicarse en Inglaterra, en 1772, efecto de la intolerancia de la Inquisicion, puede pasar por un libro escrito con ingenio, con no poca erudicion y gracia, y en estilo correcto y elegante; pero como obra dramática se cae de las manos.

Su horizonte es excesivamente reducido; su objeto mayormente teológico que poético; y el carácter de su protagonista, hablador sempiterno, iracundo y pedante, por extremo monótono y cansado.

No obstante, habíase dejado oir una voz en el campo de la novela española, y de esperar era que nuestros ingenios se esforzaran por responder al llamamiento.