La novela española: 05
V.
editarDigimos arriba que á mediados del siglo XIII el infante D. Juan Manuel habia inaugurado en España con su Conde Lucanor el género de los cuentos ó novelas de cortas dimensiones.
Nacido en Escalona (Toledo) en 1282, nieto de Fernando III el Santo, el infante D. Juan Manuel fué el primero que, inspirándose en las fábulas arábigas, y particularmente en las aventuras del Caballero del Cisne, que su pariente Alfonso X habia dado á conocer en La Gran Conquista de Ultramar, se lanzó á escribir, en lengua vulgar y de propia cosecha, historias como las que á la sazón 1348) aparecian en Italia con el licencioso Decameron de Juan Bocaccio ó colección de cien novelas, nombre hasta entónces desconocido.
El Conde Lucanor, compuesto de cincuenta cuentos ó apólogos, era por extremo moral é instructivo y estaba escrito de una manera propiamente española, grave al mismo tiempo que sencilla; razón por la cual, por carecer de la exuberante pompa de los orientalistas, que tan bien habian reflejado en sus páginas los libros de caballería, entónces en boga, vivió dos siglos ignorado, hasta que Argote de Molina le imprimió en 1575.
Nueve años ántes, Juan de Timoneda, librero de Valencia, hombre de ingenio, aunque de escasa instrucción, inspirándose unas veces en autores italianos, otras en asuntos nacionales, de moralidad ó de carácter caballeresco, habia impreso en aquella ciudad su Patrañuelo ó colección de veintidos cuentos; y, como obtuviera no escasa aceptación, movió á ejercitar sus dotes en el nuevo campo de la patria literatura á los ingenios más renombrados.
En 1605 Cervantes dió á luz en el Quijote algunos de estos cuentos y ocho años más tarde una colección de ellos, sus Novelas ejemplares, notables por la originalidad de su invencion y las galas de su lenguaje.
Siguieron otras colecciones por el estilo, distinguiéndose entre todos los autores Salas Barbadillo, nacido en Madrid en 1580 y muerto en 1630, quien publicó hasta veinte obras distintas de esta clase, ofreciendo al público en 1612 La ingeniosa Elena ó historia de una prostituta y su trágico fin en un patíbulo; en 1620 El Caballero perfecto, en la que presenta á la juventud un modelo digno de imitacion; y en 1623 Don Diego de Noche, en la cual se leen las aventuras de una novela de amores de nuestros dias.
La aceptación de las obras de Barbadillo indujo á muchos á imitarlas.
En 1609 Antonio de Eslava imprimió sus Novelas de invierno; en 1620 Diego de Agreda expuso sus doce Novelas morales y Liñan su Guia de forasteros en la Corte; en 1621 Lope de Vega agregó un cuento á su Filomena y poco después tres á su Circe; en 1622 aparecieron las Clavellinas de recreación de Salazar y las Novelas de Francisco de Lugo; en 1623 las Novelas amorosas de José Camerino; en 1624 Los Cigarrales de Toledo de Tirso de Molina y ocho Novelas coleccionadas de Juan Perez de Montalban; en 1628 las Historias peregrinas de Gonzalo de Céspedes; en 1632 las Auroras de Diana de Pedro de Castro y Anaya; en 1636 El León prodigioso, compuesto de cincuenta y cuatro apólogos, los cuales, unidos unos á otros, forman una historia completa; en 1638 las Novelas entretenidas de Mariana de Carvajal y las Soledades de Aurelia de Jerónimo Fernandez Mata, fábula insulsa, cansada, pero que inaugura el género de la novela religiosa, que luego no dejó de tener imitadores; en 1641 La Mogiganga del gusto de Andrés del Castillo; y desde 1637 á 1647 las Novelas y Saraos de María de Zayas, cada una de cuyas colecciones contiene diez cuentos.
Por entónces estuvo de moda, hija de la picaresca ó satírica, la novela fantástico-crítica, inaugurada en el siglo XVI con El Criticón de Baltasar Gracián, continuada con los Sueños de Quevedo y elevada á su mayor altura en 1641 con El Diablo Cojuelo del ecijano Luis Vélez de Guevara; pero cuyo género, en el que se distinguió Francisco Santos, autor del libro Dia y noche de Madrid, de El viejo y el difunto, El Diablo anda suelto, Los Gigantones y Las Tarascas de Madrid, pasó fugazmente, ya porque sin consideraciones de ninguna especie se lanzó á combatir personalidades, ya mayormente porque, con la influencia francesa del siglo XVIII, fueron heridas de muerte las costumbres verdaderamente españolas.
Desde este momento España cae como rendida del trabajo intelectual que la encumbrara al apogeo de su gloria, para que historiadores como Ticknor confiesen hoy que en poco más de un siglo que duró entre nosotros la aficion á las novelas, el ingenio español produjo tantas como el italiano en cuatro y medio que en Italia fué cultivado aquel género.
Pero sonó nuestra hora fatal.
Y, mientras el sol de la civilizacion se lanzó á iluminar otros horizontes, nosotros fuimos de dia en dia sumiéndonos más y más en los antros de la miseria y la ignorancia.
Y al espíritu creador sustituyó el espíritu servil de imitacion extranjera.
Y sobre España se levantó Francia.