La novela española: 02
II.
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Las encarnizadas campañas del derrotado por nuestros abuelos en el paso de Roncesvalles, dieron á Francia una gloria militar, la corona del antiguo imperio de Occidente con todas las tierras comprendidas —exceptuando el patrimonio de la Iglesia— desde el Ebro al Oder, y una gloria literaria, los libros de caballería. El relato de las hazañas de los valerosos soldados carlovingios, ante cuyas armas habían inclinado la frente lombardos, muslimes y sajones, y bajo los piés de cuyos corceles habia temblado Europa entera, resonó en los oidos de un pueblo como el pueblo francés del siglo IX, jóven, entusiasta, creyente, ayer dividido y dominado, hoy unido y dominador, y en tal concepto orgulloso cual ninguno otro de sus victorias y conquistas; resonó, digo, como el relato de una cosa sobrenatural, maravillosa, como el relato de las hazañas de los antiguos héroes de Roma, de los semidioses de la mitología.
Guardó con cariño la tradición los nombres de tan denodados campeones, y, encargada de referir de boca en boca sus hechos, adornándolos con las galas de una imaginacion vírgen, exuberante, inspiró un día —al concluir el siglo X y comenzar la dinastías de los Capetos— la mente de los poetas galos, del arzobispo Turpin, que narró con asombro, á imitacion de los trovadores de Normandía, la Historia de Carlo-Magno y de sus Doce Pares.
Traspuso esta historia el Pirineo, de igual modo que anteriormente le había traspuesto la de El Rey Artús y los Caballeros de la Tabla Redonda, de origen británico; y, como todo suele tener imitadores en el mundo, túvole el nuevo género en el portugués Vasco de Lobeyra, quien á fines del siglo XIV inauguró con su Amadis de Gaula en nuestra Península la escuela de semejante literatura.
Igualmente que en Inglaterra y Francia, escribiéronse en España centenares de volúmenes, á cual más disparatados y estupendos, consiguiendo aquí como allí sus páginas trastornar no pocos cerebros de hombres soñadores é ilusos, los cuales, sin que nadie les impusiera tal penitencia, metiéronse motu propio á redentores del género humano, á desfacer entuertos, amparar doncellas y defender á desvalidos.
Lógico era que los panegiristas de la andante caballería corrompieran con sus malhadadas lucubraciones el gusto del público, no de otro modo que hoy le están corrompiendo, por desgracia, más de dos y tres prosistas y poetas.
Y así sucedió, llegando á tal extremo el abuso, que impidieron el desarrollo de otra clase de novelas; á lo cual alude Cervantes, lamentándose, y con razon, de que á principios del siglo XVII apénas hubiese una obra de aquellas digna de ser leída.