La noche de Mendoza

La noche de Mendoza
de Olegario Víctor Andrade

A Emilio Civit

I

Inmenso campo de batalla, abierto
    bajo el ojo de Dios,
palenque de las fuerzas de la vida,
la tierra, el cielo y el Océano son.

Doquier la lucha, la exclusión, la muerte,
    del estrago la voz;
la aurora nace desgarrando sombras,
y es hija del dolor la inspiración.

Siempre las nubes con el viento en guerra,
    con las nieblas el sol ;
en la noche del mar hierve la tromba
y en la noche del alma la pasión.

Siempre en la historia combatiendo airadas
    la fuerza y la razón ;
siempre la duda con tenaz porfía
del entusiasmo y la ilusión en pos!

El trueno duerme en el nublado, y duerme
    el volcán rugidor
bajo los pies de la ciudad alegre
coronada de flores y verdor.

Un soplo pasa, y el nublado estalla
    con sangriento fulgor ;
llega la hora y el volcán se agita
con honda y prolongada convulsión.

II

Tranquila, indiferente,
la gallarda ciudad que en otros días
forjó las armas de la lucha fiera,
dormía muellemente
al son de las nocturnas armonías
y al pie de la gigante cordillera.

Todo era luz y aromas:
la blanca luna en la celeste cumbre,
sobre collados y turgentes lomas
dulcemente vertía
tibio raudal de soñolienta lumbre.
Y su convoy de pálidas estrellas,
de alas de nieve y de pupilas de oro,
a veces parecía
bandada de palomas
de un lago azul sobre el cristal sonoro!

Doquiera se escuchaba
ese vago rumor, hondo latido
del corazón del mundo que se siente
por cadenas de sombras oprimido:
y a lo lejos el Andes semejaba
del ancho espacio en las etéreas sendas,
las silenciosas, blanquecinas tiendas
de ejército dormido.

III

No dormía. Velaba
la legión de los cíclopes bravia
que en baluarte de rocas
eternamente espía,
con el rayo en la mano,
a su rival temible, el Océano.

Acaso vio lanzarse en son de guerra
hacia la agreste playa
al mar que en cárcel de granito guarda
por mandato de Dios; y a la batalla
la espantosa legión corrió ligera,
sus penachos de llama dando al viento,
y, al desplegar la colosal bandera,
vacilaron los astros en el cielo
y retembló la tierra en su cimiento!

Todo a su paso se turbó. La luna
rodó por el espacio antes sereno
como ave enorme que desciende herida,
rotas las alas, desangrando el seno,
y las blancas estrellas se apagaron
con lúgubre chirrío,
como los cirios del altar que apaga
del viento de la noche el soplo frío!

Olas de un mar de piedra, sacudidas
por manos invisibles, parecían
colinas y montañas ;
y en fantástica danza confundidas
se alzaban, tambaleaban y caían
palacios, monumentos y cabañas!

¡Nada quedó de pie! La tierra loca,
como indomable potro encabritado,
arrojaba de sí cuanto tenía.
¡Nada quedó de pie! Sólo la muerte,
ebria y repleta entre las sombras densas.
saltaba de alegría!

IV

¿Dónde está la ciudad que fué en otrora
vanguardia de la patria, la galana
ninfa del valle andino, en cuyo seno
de San Martín la frente soñadora
se posó febriciente, meditando
la empresa sobrehumana?

¿Dónde está la ciudad de alegres calles
y verdes enramadas?
¿Dónde los templos, sus altares? ¿Dónde
las músicas sagradas?
¿Qué fué de aquel hogar en que brindaba
venturas el destino?
¡Ah! ¡todo lo arrastró con furia loca
en sus brazos de polvo el torbellino!

¡Nada quedó de pie! Las altas torres,
los álamos erguidos,
el palacio del rico, el rancho humilde
en unión espantosa confundidos,
todo cayó, como las verdes cañas
que troncha el huracán. ¡Todo fué escombros!
La cólera de Dios había pasado
sembrando estragos,
pero todo renace. Hasta el torrente
deja limo fecundo tras sus pasos,
llama de sacrificio es sol de gloria,
y una ruina es a veces la simiente
de nuevas formas en la humana historia!

¡Mendoza renació! Bella y contenta
al borde de su tumba se levanta
como brota en las grietas de la roca,
verde y gallarda, vigorosa planta.
Alguna vez su suelo se estremece
cual si lo hiriera sensación extraña:
es que velan los cíclopes sañudos
en la fragua infernal de la montaña!

¡Vivir es combatir! dicen sus hijos.
Y viven combatiendo. Dondequiera
brota la mies la tierra estremecida
al soplo de una eterna primavera
con el afán de renaciente vida;
ninguno siente opreso
por el peligro el corazón, pues llevan
cual misterioso talismán sagrado
el anhelo infinito del progreso!

Marzo 20 de 1880.