La ninfa del cieloLa ninfa del cieloTirso de MolinaActo III
Acto III
Sale NINFA sola
NINFA:
Humanos desengaños,
hacedme solamente compañía,
y vosotros, engaños
del mundo, allá os quedad desde este día;
basta lo que dormidos
a la verdad tuvistes mis sentidos.
Como culebra quiero
para otra nueva vida renovarme,
donde clemencia espero,
si acierto de una vez a desnudarme
del hábito que ha hecho
la vil costumbre de mi ingrato pecho. Vase quitando las armas, el ristre y bonete, y valos colgando de las ramas, de algún clavo a propósito
Quedad por estos pobos,
bárbaros instrumentos de la muerte,
de insultos y de robos,
que con el dueño de la misma suerte
merecistes castigo
a no tener el cielo por amigo;
a cuya hermosa cara
los vergonzosos ojos alzo apenas,
viendo que, aunque me ampara,
tantas ofensas de crueldades llenas
contra él he cometido,
a quien piedad de tantas culpas pido.
Valad, plumas, al viento,
galas del loco abril de mis antojos,
y las del pensamiento
sirvan para traer agua a mis ojos;
y queden los cabellos
para esconderse mi vergüenza en ellos.
Monte, en lo más espeso
de tus obscuras lóbregas moradas,
a un huésped nuevo, a un preso
recibe entre las ramas intrincadas
del laberinto tuyo,
que en ti, a Dios me presento y restituyo.
Arrugadas cortezas
sean mis colgaduras de damascos;
sírvanme tus malezas
platos de hierba en mesas de peñascos,
y denme, entre esos troncos,
canta de campo tus silvestres troncos.
Perdóname,entretanto.
que tu soledad santa reverencio,
si violare con llanto
y debidos suspiros tu silencio.
Dentro
CARLOS:
¡Ninfa, Ninfa!
NINFA:
Ya es tarde.
Del mundo, Carlos, huyo; Dios te guarde.
Vase.
Salen CARLOS y ROBERTO
CARLOS:
!Ninfa, Ninfa!
ROBERTO:
¿Dónde vas,
siguiendo, Carlos, el viento?
¿No miras que es por demás
aunque así a tu pensamiento
alas sin provecho das?
¿De qué sirve ninfear
por la tierra y por la mar,
si te la ha escondido el cielo
o se la ha tragado el suelo
y no te la quiere dar?
Toda una noche y un día
hemos andado tras ella
llamándola.
CARLOS:
¡Ninfa mía!
¿dónde estás?
ROBERTO:
Culpa tu estrella,
pues yendo en tu compañía
supiste tener tan poco
cuidado que...
CARLOS:
Yo estoy loco;
Roberto. No me des más
pesares.
ROBERTO:
¿No me dirás
el fin? Si no te provoco
a enojo también, ¿adónde
vamos hechos caballeros
andantes? Carlos, responde.
CARLOS:
Tras los hermosos luceros
de Ninfa.
ROBERTO:
Si los esconde
el cielo para alumbrar
con ellos la tierra y dar
al sol rayos y arrebol,
Carlos, pidelos al sol,
que no los podrá negar;
que entre sus rayos dorados
por su resplandor divino
estarán aposentados.
CARLOS:
¡Ay, Roberto, que imagino
que están sin luz y eclipsados!
ROBERTO:
¿Qué quieres decir en eso?
Que no te entiendo, confieso.
CARLOS:
Que Ninfa es muerta.
ROBERTO:
Señor:
siempre recela el amor.
el más dañoso suceso;
que el amor todo es recelos
en las sospechas y celos,
en la ausencia, en el desdén,
hasta que seguro el bien
corre al engaño los velos.
CARLOS:
ROBERTO espera.
ROBERTO:
¿Qué dices?
CARLOS:
¿Son antojos del deseo
de mis venturas felices
lo que en estas ramas veo?
ROBERTO:
Serán hojas y raíces.
CARLOS:
No es sino Ninfa, Roberto,
o el deseo me ha engañado.
ROBERTO:
Eso será lo más cierto.
CARLOS:
¿No es aquel ristre bordado
y aquel bonete cubierto
de plumas prendas dichosas
de su beldad celestial?
ROBERTO:
Hoy en tu centro reposas.
CARLOS:
¡Ninfa, Ninfa!
ROBERTO:
Al viento igual
exceder sus plantas osas;
que debe de huír de ti,
pues no responde a las voces
que le has dado desde aquí.
CARLOS:
Mal un amante conoces.
Mi bien, aguarda. ¡Ay de mí!
Como sombra me has burlado
cuando te toqué engañado.
ROBERTO:
Como delincuente ha sido
que de tus manos ha huido
y la capa te ha dejado,
porque hacerte toro a ti
fuera la comparación
más pesada.
CARLOS:
Estoy sin mí;
ciertas mis sospechas son.
ROBERTO:
¿Cómo?
CARLOS:
A Ninfa han muerto aquí,
o la está despezando
alguna fiera. Yo voy
pasos por su sangre dando.
ROBERTO:
A Píramo y Tisbe estoy
en Ninfa y en ti mirando.
CARLOS:
Su misma muerte has de ver.
Árboles que habéis de ser
de mi desdicha testigos,
a un triste mudos amigos
si amigos puede tener;
peñas duras, troncos huecos,
cuevas lóbregas, sombrías,
monte oscuro, prados secos
a quien da lenguas tardías
el aire de vuestros ecos;
escasas y turbias fuentes,
arroyos que sois serpientes
de esta cumbre despeñados,
primero hielos atados,
ya desatadas corrientes;
ansí todos os veáis
con lo que más deseáis
por la generosa mano
del sol rubio y del verano,
que de Ninfa me digáis
adónde está Ninfa, ¿adónde?
¿Dióle muerte alguna fiera?
¿Nadie a mis voces responde?
ROBERTO:
Aguarda, señor, espera,
y a quien eres corresponde.
CARLOS:
Déjame morir, Roberto.
Sepulten mi cuerpo frío
las grutas de este desierto;
de Ninfa soy, no soy mío,
sin ella mi fin es cierto.
Prendas queridas y halladas
por mi mal, de vuestro dueño
dadme nuevas regaladas,
porque me parecen sueño
todas las glorias pasadas.
¿Dónde está Ninfa?
ROBERTO:
Señor
¿cómo te han de responder?
CARLOS:
Alma les dará mi amor;
pero Ninfa no es mujer,
aunque nació en Valdeflor,
para que pueda morir.
Viva está, yo he de seguir
mis suspiros y alcanzarla;
y en las estrellas buscarla
cuando de mí quiera huír.
ROBERTO:
¡Quién tal de tu amor creyera!
CARLOS:
Mi bien, aguárdame, espera,
que si al cielo te has subido
alas al Amor le pido.
ROBERTO:
¡Linda está la ventolera!
Amadís y Galaor
andamos hechos de amor
sin que la dicha nos sobre,
hasta que en la Peña Pobre
estés penando, señor.
CARLOS:
Roberto, Amor lo concierta.
A Ninfa en tierra o en mar
he de buscar viva o muerta.
ROBERTO:
Comiénzala a vocear.
CARLOS:
¡Ninfa, Ninfa!
ROBERTO:
A esotra puerta.
Sale un LABRADOR
LABRADOR:
Si buscáis una mujer
de hermosura celestial,
diosa o ninfa, al parecer,
por este blanco arenal
al aire intenta vencer.
No sé qué lleva; parece
cierva herida, según va,
y ansiosa el agua apetece
de este río, donde ya
el névado pecho ofrece.
Ya dejó la blanca arena
y entre la nevada espuma
parece ahora sirena
con quien no es bien que presuma
ser hermosa la que suena
en el mar napolitano
despeñada y enriquece
el campo de cristal cano.
CARLOS:
Roberto, a Ninfa parece.
ROBERTO:
Darle voces será en vano,
que no nos podrá escuchar.
CARLOS:
Lleguémonos a la orilla
donde las podamos dar.
ROBERTO:
La noche podrá encubrilla,
que ya comienza a bajar.
Ya no se ve.
CARLOS:
¿Qué ocasión
puede moverla, Roberto?
ROBERTO:
No sé.
CARLOS:
¡Extraña confusión!
ROBERTO:
El quererla es lo más cierto;
que ésta es propia condición,
Carlos, de toda mujer
a quien más amor obliga.
CARLOS:
Roberto, ¿no puede ser
que, enamorada, me siga,
y que llegase a entender
que fue por darme ocasión
para dejarla, y que así
huyo de la obligación?
Sígueme.
ROBERTO:
Ya voy tras ti.
CARLOS:
¡Ninfa, Ninfa!
Vanse CARLOS y ROBERTO
LABRADOR:
Locos son.
Ni al hombre ni a la mujer
entiendo qué podrá sér.
Ahora se han arrojado
al río y pasan a nado
entrambos, al parecer;
pero no es muy seguro el paso.
Voyme, que la noche empieza,
con mis cabras paso a paso.
Dicen dentro CARLOS y ROBERTO
CARLOS:
¿Vienes?
ROBERTO:
San Juan de Cabeza.
CARLOS:
¡Ninfa, Ninfa!
LABRADOR:
¡Extraño caso!
Vase el LABRADOR
sale NINFA, de pobre
NINFA:
No hay cosa, Señor, que pueda
estorbarme que con tanta
diligencia os busque y siga,
que vos propio me dais alas,
y como de amor me habéis
herido, Señor, el alma,
herida y llena de fuego
vengo, como cierva al agua.
Ninfa soy ya de los ríos,
y la cabeza bañada
de la espuma saco a tierra
cortando las líneas plata.
Aquí ha de estar mi remedio,
conforme la soberana
voz del cielo me dio aviso
que por su Ninfa me aguarda.
La noche obscura se cierra
y las estrellas más claras
de negras nubes reboza
y tempestad amenaza.
Ya con agua y con granizo
los lóbregos senos rasgan,
y al soplo del viento gimen
sacudidas estas ramas,
y contra mí, al parecer,
agora con justa causa
se conjuran noche y nubes,
vientos, peñascos y plantas.
Pero allí, entre aquellas peñas,
diviso una luz. Sin falta
la cueva debe de ser
de Anselmo, cuyas hazañas
heroicas pregona el cielo.
Ésta es la dichosa entrada
y ésta es la puerta. ¿Qué bien
a esta pobreza se iguala?
¿Qué corte a esta soledad?
A este palacio, ¿qué alcázar?
A esta humildad, ¿qué grandeza?
¿Qué ventura a dicha tanta?
Quiero llamar, aunque rompa
de su tranquila bonanza
las treguas. ¡Anselmo, Anselmo!
¡Anselmo, Anselmo!
Dentro
ANSELMO:
¿Quién llama?
NINFA:
Una mujer que el rigor
de las nubes besa y baña
con lágrimas tus umbrales.
Ábreme, Anselmo, levanta.
ANSELMO:
Perdona, mujer; que yo
no puedo abrir. Pasa, pasa
delante y déjame solo
en mi quietud, que no faltan
adonde ampararte cuevas.
NINFA:
Tu persona es necesaria,
Anselmo, para mí agora,
que he venido en tu demanda.
Mira que me envía el cielo.
Sale ANSELMO, ermitaño,
muy viejo y vestido de
palmas, con linterna
ANSELMO:
¿Quién eres?
NINFA:
Soy una esclava
del demonio, una mujer
la mayor y la más mala
pecadora que ha tenido
la tierra entre todas cuantas
ha sustentado y sustenta.
Soy, al fin, Ninfa.
ANSELMO:
Levanta,
ya te conozco. ¿Qué quieres?
NINFA:
Anselmo, echada a tus plantas
vengo a confesar mis culpas
y a que me limpies el alma,
que por la mano piadosa
de Dios, Anselmo, guiada,
a nado pasé este río,
adonde supe que estabas.
Dame, Anselmo, la más fiera,
la más dura, la más rara
penitencia que mujer
haya hecho en carne humana;
que he ofendido mucho al cielo.
ANSELMO:
Esa contrición bastaba
para infinidad de culpas.
Levanta, Ninfa, levanta,
y pluguiera a Dios que yo
en cuarenta años que pasan
que ha que vivo en esta cueva
vestido de secas palmas,
siendo hierbas mi sustento
y dos peñascos por cama,
hubiera medrado, Ninfa,
en la conciencia, en el alma,
tanto como tú en un día
no más.
NINFA:
¡Qué humildad tan santa!
ANSELMO:
Entra en esta cueva, adonde
jamás entró humana planta
después que yo vivo en ella
sino tú agora, y aguarda
del cielo largas mercedes,
que la mano soberana
de Dios quiere hacerte ninfa
del cielo.
NINFA:
En las penas largas
del infierno mis delitos,
Anselmo, apenas se pagan.
Vanse.
Salen CARLOS y ROBERTO mojados,
que han pasado a nado
CARLOS:
Ya piso tierra, Roberto.
ROBERTO:
¡Lindamente, Carlos, nadas!
CARLOS:
Gracias a Dios que la arena
toco; a pesar de las aguas.
Sale ROBERTO como nadandoen seco
ROBERTO:
Aún estoy yo todavía
en el golfo.
CARLOS:
Pára, pára,
que va estás nadando en seco.
ROBERTO:
¡Hablara para mañana!
Nunca más burlas con ríos;
que tienen bellacas armas.
Nade un delfín que lo entiende,
hijo y vecino del agua,
que de aquí adelante soy,
si el demonio no me engaña,
de parte de los mosquitos
que en pipas de vino nadan.
¡Buenos estamos, por Dios!
Pasados de este otra banda
por el agua como huevos.
¡Oh, cinco veces mal haya
quien sirve a loco señor,
quien tras vanos cascos anda,
hecho fantasma en la tierra
y hecho labanco en el agua!
Pues la noche nos ayuda,
agua, Dios, hasta mañana,
agua abajo, y agua arriba,
ella es famosa empanada.
Tiempo pato, tiempo sopa,
tiempo hongo, tiempo rana,
tiempo muela de barbero,
tiempo arroz, tiempo linaza.
¿En qué ha de parar aquesto?
¿Soy garbanzo, soy patata
soy abadejo, soy berro?
¿Qué me quieres?
¡Bueno!
¡La pregunta está extremada!
Pues no sé si estás ahí
sino sólo cuando hablas,
¿y dices si la diviso?
¡Famosamente despachas
mis servicios!
CARLOS:
Pues, Roberto,
vamos los dos a buscarla.
ROBERTO:
Estoy aguado, no puedo
y a un rocín, sin tener alma,
cuando lo está, no le corren,
o de corrido descansa,
aunque si ya los criados
plaza de rocines pasan,
ya he cerrado en tu servicio.
Viejo estoy, échame albarda,
ponme a una noria, que suelen
al caballo de más fama
cuando ya no es de provecho,
en las más prósperas casas,
dar este pago los dueños
y las dueñas o las amas,
y más si sabe estas cosas
la duquesa de Calabria.
CARLOS:
No hay Calabria ni hay Duquesa;
sola Ninfa es la que manda
dentro del alma, Roberto.
ROBERTO:
¡Nunca yo a verla llegara,
nunca yo la conociera!
CARLOS:
La más lóbrega y extraña
noche es que he visto.
Suena dentro ruido
de cadenas arrastrando
ROBERTO:
¿No escuchas,
si no es que el miedo lo causa,
Carlos, un son de cadenas?
CARLOS:
Los sentidos acobarda.
ROBERTO:
¿Nosotros, señor, habremos
venido a parte que vayan
nuestros nombres solamente
a Cosencia?
CARLOS:
¡Cosa rara!
ROBERTO:
En este desierto debe
de andar penando alguna alma
de las que ha sacado Ninfa
con la pistola o la espada
sino es acaso la suya
que a la violencia del agua
rindió la tirana vida
que ha sido
CARLOS:
Roberto, calla,
que la belleza de Ninfa
es inmortal, y no basta
la muerte a vencerla.
Suena ruido
ROBERTO:
¿Escuchas?
Ya se acerca la fantasma.
CARLOS:
No temo nada, Roberto.
ROBERTO:
Ya sé, y mucho más batalla
con estómagos de viento,
que pasan las estocadas
por el aire y queda un hombre
en brazos de una tarasca
que le hace harina los huesos,
sin mirar, ni tocar nada. Suena ruido
De veras va esto. Se acerca.
CARLOS:
No temas, que la mañana,
desmentidora de sombras
de la noche oscura helada,
abre las puertas al sol
y reciben las montañas
en fuentes de peña viva
racimos de oro y de nácar,
y no hay temor que amedrente
cuando a la tierra acompañan
los rayos del sol.
ROBERTO:
Agora
entre aquellas peñas pardas
parece que un monstruo viene
andando hacia acá y arrastra,
una cadena por tierra.
¡Pesada, espantosa carga:
notablemente me asombra!
CARLOS:
No es monstruo, cosa es humana
que con el largo cabello
lleva cubierta la cara
y el cuerpo de pardas pieles.
¡Prodigiosa vista!
ROBERTO:
Espanta.
CARLOS:
Una calavera lleva
en la mano izquierda y rasga
con la derecha y con una
piedra el pecho.
ROBERTO:
Ella es extraña
penitencia.
Sale NINFA como se ha dicho por
una puerta y éntrase por otra
CARLOS:
Ya se vuelve
huyendo, que al viento iguala
como nos ha visto.
ROBERTO:
Pienso
que es mujer.
CARLOS:
Y no te engañas.
El alma me da, Roberto,
que es Ninfa, y me lleva el alma.
ROBERTO:
¿Ninfa vestida de pieles
con cadena y con la amarga
de la muerte imagen fea,
rompiendo la no tocada
nieve de su pecho? Es sueño,
es burla.
CARLOS:
Mujer, aguarda,
si eres Ninfa o sombra suya
a mi voluntad ingrata.
Carlos. soy.
Dentro
NINFA:
No te conozco,
hombre. No me sigas.
CARLOS:
Pára,
refrena el ligero curso.
NINFA:
Busca a Dios.
ROBERTO:
Ése te valga,
y de esta sombra te libre
que te sigue y no te alcanza;
y ansí me da un amo cuerdo,
que no es pequeña ventaja.
Vanse.
Sale NINFA sola como antes,
de penitencia
NINFA:
Si esta persecución, Señor, importa
para regalo mío, vengan muchas,
que siendo Vos mi amparo no las temo,
aunque me sigan con mayor extremo.
Anselmo, a cuyos pies mis culpas dije
y me dio la divina Eucaristía,
dándome esta cadena en penitencia,
que fue cilicio suyo y esta dura
peña con que mi pecho y mis entrañas
con la memoria de la muerte fiera
de acero duro las convierte en cera,
y aquestas pieles de animales fieros,
segunda vez pasar me manda el río
y que apartada de él en la otra banda
en la gruta más áspera procure
adelante llevar mi pensamiento,
porque vemos ejemplos cada día
del mal que causa nuestra compañía.
Barca parece que hay dentro del río
y el barquero ha saltado en tierra agora,
que con la lluvia de la noche oscura
soberbio raudal lleva, y la creciente
es imposible que pasarla intente,
menos que en puente o barca, y quizá el cielo
por esta parte me encamina.
Sale un BARQUERO
BARQUERO:
¿Quieres
pasar, mujer, el río?
NINFA:
Sí, quisiera,
que me importa pisar la otra ribera.
BARQUERO:
Entra en la barca, pues.
NINFA:
No tengo cosa
que darte.
BARQUERO:
Eso no importa, si eres pobre.
Vamos, camina aprisa.
NINFA:
El bien te sobre.
Vanse.
Salen ROBERTO y CARLOS
CARLOS:
Sombra debió de ser, Roberto, aquélla,
que el viento la llevó.
ROBERTO:
Los que han perdido
todo es antojos cuanto ven. Concluye
imaginando que perdiste a Ninfa
y que si bien te quiere ha de buscarte,
y que si no, que es imposible cosa,
aunque corras la tierra en busca suya,
ni aunque surques el mar a vela y remo,
que la mujer olvida con extremo.
Advierte que eres duque de Calabria,
que tienes por mujer tan gran señora,
que lo menos que tiene es ser legítima
hija de un rey de Nápoles, y mira
no te castigue el cielo.
CARLOS:
Como cuerdo,
Roberto, me aconsejas; yo estoy loco.
Dar vuelta procuremos a Cosencia
ROBERTO:
Hace como quien es vuestra excelencia.
Da voces dentro NINFA
NINFA:
¡Que me ahogo! ¡Socorro!
CARLOS:
Voces suenan.
ROBERTO:
Serán de ganaderos.
NINFA:
¡Que me ahogo!
CARLOS:
Voces son de mujer; guía, Roberto,
a la puente.
ROBERTO:
¡Notable desconcierto!
Vanse.
Sale el BARQUERO arrastrando a NINFA
de los cabellos por el tablado
NINFA:
¡Que me ahogo, piedad!
BARQUERO:
No saldrás, Ninfa,
con lo que intentas esta vez, ni el cielo
ha de poder librarte, ni ese viejo
Anselmo, mi enemigo. ¡Muere, ingrata,
que el mismo a quien serviste ése te mata!
No has de lograr la penitencia. ¡Muere!
Pues has sido mi esclava en mi servicio,
que no te has de alabar de la vitoria
del haberme dejado a tan buen tiempo.
Sale el ÁNGEL custodio
ÁNGEL:
Ya no es tu esclava, cese tu castigo.
Ninfa es del cielo. Apártate enemigo.
BARQUERO:
¿Hasta aquí me persigues? ¿Qué me quieres?
ÁNGEL:
Quitarte a Ninfa.
BARQUERO:
Vesla ahí.
ÁNGEL:
Barquero
infernal, vete agora.
BARQUERO:
Yo me parto;
mas yo me vengaré.
ÁNGEL:
Vete, enemigo.
Sígueme, Ninfa.
NINFA:
Ya, mi bien, te sigo.
Vanse.
Sale la DUQUESA y todos los que puedan
con ella de casa
UNO:
Aquí vueselencia puede,
si quisiere, descansar.
DUQUESA:
Ya no hay, Ortensio, lugar
para mi descanso. Excede
la pena al mayor descanso,
el pesar al mayor gusto,
que puede mucho un disgusto.
Sale un PASTOR
PASTOR:
Tienes de pagarme el ganso.
DUQUESA:
¿Qué tiene ese labrador?
PASTOR:
Señora, pues me ha escuchado,
un criado mal criado
tuyo entró por Valdeflor
cuando pasó por allí
agora su señoría,
con toda la fantasía
que en toda mi vida vi;
y al pasar della laguna
una pedrada tiró
a un ganso, y me le mató
sin helle cosa ninguna,
y no me quiere pagar
lo que vale.
DUQUESA:
¿Quién ha sido?
PASTOR:
A fe, si hubiera querido
la señora del lugar
que estuviéramos mejor
de lo que estamos tratados,
pues tien vasallos honrados.
DUQUESA:
No os aflijáis, labrador.
Hacedle dar lo que vale,
y vuélvanle luego el ganso.
PASTOR:
Dios le dé mucho descanso,
porque la presencia iguale
siempre a tan grande valor
como muesa aquese pecho.
DUQUESA:
Venid acá: ¿qué se ha hecho
Ninfa?
PASTOR:
Dejó a Valdeflor,
y por su bellaquería
o poco recato, en fin,
la gozó un hombre roín
estando allá en su alquería,
y burlada la dejó;
y ella, loca y agraviada,
por quedar de éste vengada
bandolera se tornó;
hasta qué enviando el rey
un tercio de infantería,
su furia huyó en compañía
de un caballero sin ley
que dicen que era casado,
y aun hay quien ha dicho aquí
que era el duque...
DUQUESA:
Acaba, di.
PASTOR:
De Calabria, y que le ha dado
la palabra de matar
a su mujer, que diz que es
una santa, y que los pies
no le merece él besar.
¿De qué lloráis?
DUQUESA:
Hame dado
compasión esa mujer.
PASTOR:
Otra tal encontré ayer
viniendo tras mi ganado
de esa montaña al pasar.
Sentíla que caminaba,
que atrás el viento dejaba
sin volver, hasta llegar
al río, donde se echó,
y un hombre que la seguía
con otro en su compañía
dándole voces, cortó
también el agua tras ella.
DUQUESA:
¿Cómo la llamaba?
PASTOR:
El nombre
no le escuché bien.
DUQUESA:
¿Y el hombre?
PASTOR:
Era de presencia bella
y que moviera a respeto
a cualquiera su persona.
DUQUESA:
(A fuego y sangre pregona (-Aparte-)
en público y en secreto
la Fortuna contra mi
guerra de celos crüel.
El duque es éste, y si es él
ya el bien y la paz perdí;
porque, aunque son ilusiones
los celos imaginados,
cuando son averiguados
son ciencia sin opiniones.
Quiero averiguarlos más.)
¿Conoces a Ninfa?
PASTOR:
No;
porque después que murió
su padre, nunca jamás
los de Valdefior la vimos,
hasta que, siendo mayor
por el campo a Valdeflor
trocó, aunque todos sentimos
el faltar de su lugar
en extremo.
DUQUESA:
¿Esa mujer
que encontraste, puede ser
de ese modo?
PASTOR:
Que pensar
con aqueso me habéis dado;
porque huyendo del furor
del rey, con tanto valor
puede ser se haya escapado
y yo no la conociese;
pero el galán, ¿quién sería,
que tan loco la seguía?
DUQUESA:
Puede ser que el duque fuese.
PASTOR:
La presencia era, pardiez,
de duque o de gran señor.
DUQUESA:
Llevad este labrador;
que he de salir esta vez,
Ortensio, de mi sospecha.
PASTOR:
¿Dónde me quieren llevar?
DUQUESA:
Guía hacia el mismo lugar
que dices.
UNO:
No te aprovecha
querer dar excusas ya.
DUQUESA:
Llevadle.
PASTOR:
¡Señora!
DUQUESA:
¡El coche,
hola!
PASTOR:
¿Vine de allá anoche
y he de volver hoy allá?
UNO:
¿Qué importa, pues interesa
paga, que mil leguas ande?
¿No basta que te lo mande
mi señora la duquesa?
PASTOR:
¡Nunca yo pidiera el ganso!
DUQUESA:
(¡Qué me cuestas de desvelos, (-Aparte-)
Carlos! Mas ¿cuándo los celos
dieron al alma descanso?)
Vanse todos.
Sale NINFA sola
NINFA:
Tente, aguarda, esposo amado.
¿Cómo te vas y me dejas,
y de mis brazos te alejas?
¿Qué nuevo amor te ha llevado?
¿Tampoco estás satisfecho,
dejándome en triste calma
del que me enamora el alma
y del que me abrasa el pecho?
Dormida me habéis dejado
y os vais, Señor, ¿cómo es esto?
Volved a casa tan presto.
¿Me habéis, mi bien, olvidado?
¡Ay, que me abraso, por vos!
Volved, gloria de mi vida,
que estoy de amores perdida.
Tomad el alma, mi Dios.
Volved, no me deis enojos,
porque, entretanto que voy
tras vos, mi bien, Ninfa soy
de las fuentes de mis ojos.
Árboles, fuentes y peñas,
al alma no le escondáis,
que porque de él me digáis,
yo os daré todas las señas.
Es a la parda avellana
semejante su cabello;
al blanco marfil, su cuello;
sus mejillas, a la grana;
su frente es nevada falda,
que de mil claveles rojos
termina, un valle; sus ojos
son dos soles de esmeralda;
corona las niñas bellas
de celajes carmesíes;
sus labios llueven rubíes;
sus dientes nievan estrellas.
¿Hay quién de él me diga, hay quién
me le enseñe? Peñas duras,
arboledas, fuentes puras,
decid, ¿dónde está mi bien?
Se asoma CRISTO en la fuente
CRISTO:
¡Ninfa!
NINFA:
señor, ¿dónde estais?
CRISTO:
Aquí en esta fuente estoy.
NINFA:
Allá a ser Narciso voy,
si vos, Señor, me miráis.
CRISTO:
Llega, llega.
NINFA:
¡Esposo mío,
mi bien, mi Señor, mi Dios!
CRISTO:
Presto, Ninfa, de los dos,
ya que en tu valor confío,
el desposorio verás;
que a las vistas vengo así.
Presto partirás de aquí
y al sol belleza darás,
y para no ser ingrato
amante, lo que esté ausente,
Ninfa mía, en esta fuente
te dejaré mi retrato,
aunque es imposible estar
ausente de nada yo.
NINFA:
¡Mi bien, Señor!
Desaparece el CRISTO.
Asómase CARLOS en lo alto,
encima de la misma fuente
CARLOS:
No igualó
al viento vela en el mar,
como tras Ninfa me lleva
el pensamiento forzado
de mi enemigo cuidado
en demanda de su cueva;
que mudando el pensamiento
del amor que me tenía,
en estos montes porfía
ser prodigioso portento.
Y así tras sus pasos voy,
celoso y determinado,
que de ver que me ha olvidado
corrido en extremo estoy;
y aun rabio de verla ansí
de otro dueño enamorada.
Toda ésta es peña tajada,
no puedo pasar de aquí.
NINFA:
Mi bien, no os vais tan aprisa,
dadme un abrazo, Señor,
que quedo muerta de amor.
CARLOS:
Aquélla que se divisa
sóbre aquella fuente agora
es Ninfa, si no me engaño.
NINFA:
¿Por la imagen de mi daño
truecas la que el alma adora?
Fuente, ¿qué es esto? ¡Ay de mí!
Pues donde el cielo me honró,
del perro que me mordió
el retrato miró en ti.
Alza los ojos arriba y quiere huír
Allí está el original:
huír quiero.<poem>
NINFA:
Sigo, Carlos, la verdad
del cielo; el bien no me impidas.
Déjame, que ya no soy,
Carlos, la que conociste;
ya soy una sombra triste,
ya con otro dueño estoy.
Dios ha tenido de mí
lástima, y me ha remediado,
y matrimonio he tratado
con Él. Carlos, vuelve en ti;
que ya soy de Dios esposa,
y tuya no puedo ser;
vuélvete con tu mujer,
que es honesta y virtuosa.
Ya yo no estoy de provecho
para el mundo, que me tira
otro pensamiento; mira
hecho pedazos el pecho,
sangriento el cuerpo y llagado,
porque con, esta cadena
que arrastro por tierra en pena,
y prisión de mi pecado,
justamente le castigo
toda la noche y el día,
que ha sido del alma mía
mi más mortal enemigo.
Todas las cosas se acaban,
Carlos, y la edad ligera
lleva nuestra primavera
a la muerte y no se alaban
los homenajes apenas
que pudieron resistir
a los tiempos sin rendir
a la tierra sus almenas.
Carlos, tu vida gobierna
en lo mejor de tus años,
pues ves tantos desengaños,
que hay muerte y hay pena eterna.
Vase
CARLOS:
Venturosa penitente,
ya que esa causa te aleja
de mí, que te bese deja
las plantas. Ninfa, detente.
Vase también.
Salen la DUQUESA, ROBERTO y
toda la compañía con ellos
ROBERTO:
Señora, en esta ocasión
que debes tanto a Roberto,
siguiendo sin seso al duque
como a tu cuidado pienso
injustas o justas cosas
quien no obedece sirviendo
a su dueño, y más en éstas
que no han tenido remedio.
Para el suyo te ha traído,
sin duda, señora, el cielo,
porque en estos montes anda
sombra y engaños siguiendo.
DUQUESA:
Aunque el duque me aborrece,
Roberto, le adoro y quiero
más que a mí misma, y ansí
ansiosa a buscarle vengo.
La fama, que siempre ha sido
de todas nuevas correo,
me avisó de la jornada
del duque y de su suceso.
Sin poderme resistir
partí de Cosencia luego,
encaminada a este bosque
de mi amor y de mis celos,
que con sola mi persona
reducir acá los pienso
sin darle a entender que han sido
causa mis rabiosos celos.
Pártete con la mitad
de mis criados, Roberto,
hasta que el duque encontréis,
diciéndole cómo quedo
cazando en el bosque a causa
de haber venido a este puerto
en devota romería
a ver la ermita de Anselmo,
un varón santo que dicen
que vive en este desierto,
y me entretengo cazando
en tanto que a verle vuelvo,
encubriendo lo posible
que ha sido otra causa.
ROBERTO:
Hoy veo
en ti un romano valor.
DUQUESA:
Que he sabido que a lo mesmo
se ha detenido, y que estoy
loca de gusto y contento.
ROBERTO:
Vamos.
DUQUESA:
Quizás pondré ansí
a mis desdichas remedio.
ROBERTO:
Huélgome, porque salgamos
de ser amantes del yermo.
Vase
UNO:
Puesto que de tus sospechas
hayas visto los efetos,
diviértete, si es posible,
que te matarán los celos.
OTRO:
¿Quieres que echemos un gamo
porque le mates?
UNO:
Yo creo
que uno corta aquellas ramas
agora.
DUQUESA:
Matarle quiero;
haré verdad el achaque
y con él lisonja al dueño
que adoro y huye de mí.
UNO:
Tírale y pásale el pecho
con el venablo.
DUQUESA:
Camilo,
rayo será de mis celos.
OTRO:
Cayó en tierra.
Tira el venablo la DUQUESA,
y dice NINFA dentro
NINFA:
¡Muerta soy!
DUQUESA:
Voz humana fue.
Sale NINFA con el venablo atravesado
NINFA:
Ya el cielo
venganza de tantas vidas
ha tomado en mí, que en tiempo
ninguno puede faltar
la verdad de su evÁNGELio.
Quien a hierro mata es justo
que muera también a hierro.
DUQUESA:
Llegad y mirar quién es.
NINFA:
¿Eres tú la que me has muerto?
DUQUESA:
¿Quién eres?
NINFA:
Una mujer
que ha ofendido mucho al cielo
y que pago mis pecados
de esta suerte.
DUQUESA:
¡Él es portento
prodigioso!
NINFA:
Ya, señora,
que en las manos vuestras muero,
decid quién sois.
DUQUESA:
La duquesa
de Calabria, que entendiendo
que eras algún animal,
entre estas ramas he hecho
cosa que me pesa tanto.
NINFA:
Justamente me habéis muerto,
porque os he ofendido, mucho.
DUQUESA:
¿Quién eres?
NINFA:
Un monstruo fiero
de Calabria, un basilisco,
una víbora, un incendio.
DUQUESA:
¿Quién eres, mujer, al fin?
NINFA:
Ninfa soy.
DUQUESA:
¡Válgame el cielo!
¿Tú eres Ninfa?
NINFA:
Yo soy Ninfa,
que pago lo que te debo;
perdóname en este trance
las ofensas que te he hecho,
porque morir a tus manos
son soberanos secretos.
DUQUESA:
Admirada estoy. ¿Qué hacías
de tal suerte?
NINFA:
Estaba haciendo
penitencia de mis culpas.
Sale CARLOS
CARLOS:
¡La duquesa aquí! ¿Qué es esto?
¿Quién te ha muerto, Ninfa?
NINFA:
Carlos,
no te alteres, que es del cielo
en mi predestinación
inexcrutable rodeo.
Pensando que era animal
tu esposa misma me ha muerto,
que, para descanso mío,
es de mi muerte instrumento.
CARLOS:
Déjame besar mil veces
esas heridas.
NINFA:
Al cuerpo
no me toques. Tente, Carlos.
CARLOS:
Haré locuras y extremos.
NINFA:
Carlos, lo que importa más
es buscar a Dios, que aquesto
es regalo para mí.
Aparece el CRISTO
bajando en una peana,
y va subiendo NINFA en otra
CRISTO:
¡Ninfa esposa!
NINFA:
¡Amado dueño!
CRISTO:
Nuestras bodas se han llegado.
Vestido de boda espero.
Venid, hermosa paloma,
que ya ha pasado el invierno,
y en el inmortal abril
las flores aparecieron.
Llegad a mis brazos, Ninfa,
y Ninfa sólo del cielo.
NINFA:
Mi bien, mi gloria, mi esposo,
por vuestro costado quiero
entrarme en Vos.
CRISTO:
Ya estáis, Ninfa
y querida esposa, dentro.
NINFA:
Apretadme más los brazos,
mi bien, mi amor, mi remedio,
que en ellos...
CRISTO:
Valor, esposa.
NINFA:
Mi espíritu os
encomiendo.
Ciérrase la cortina como se abrió
CARLOS:
¡Oh, prodigio soberano!
Altos son vuestros secretos,
DUQUESA:
Señor, notables favores
a una mujer habéis hecho.
CARLOS:
Esto el cielo ha permitido,
Diana, para bien nuestro.
Perdonad, que yo daré
de mi vida tal ejemplo
que admire mi penitencia.
Llevemos el santo cuerpo
para que dé admiración
la santidad y el suceso.
DUQUESA:
Con la majestad debida
y ostentación la llevemos
para patrona.
CARLOS:
Y aquí
da fin la Ninfa del Cielo,
cuya prodigiosa vida,
por caso admirable y nuevo,
Ludovico Blosio escribe
en sus morales ejemplos.