La necedad del discreto/Acto II

Acto I
La necedad del discreto
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen OTAVIO y LISARDO.
OTAVIO:

  De tu esperanza perdida
astrólogo me has fingido.

LISARDO:

Pésame que lo hayas sido
tan a costa de mi vida.
  Casó el Duque a Laureano
con grande aplauso y contento,
y fue, Otavio, el casamiento
como de su heroica mano,
  que aunque es verdad que me agravia,
no pudo tan gran señor
casarle con más valor
ni menos que darle a Fabia.
  Ya con Fabia está casado,
de quien es prenda tan cara
que se gobierna Ferrara
por su melindre y enfado,
  aunque, si verdad te digo,
no falta murmuración
de su libre condición.

OTAVIO:

¿Libre?
 

LISARDO:

Yo he sido testigo
  en más de dos ocasiones.

OTAVIO:

Bien sabes que en el mandar
es la pensión el estar
sujeto a murmuraciones.

LISARDO:

  Es tan discreto y gallardo,
Otavio, el gobernador,
que obliga a tenerle amor.

OTAVIO:

Las ocasiones, Lisardo,
  que en este gobierno tiene
le harán parecer liviano.

LISARDO:

Ya no estudia Laureano,
y en efeto se entretiene,
  según se murmura del,
en ser de noche galán
de algunas damas que están
mal consigo, y bien con él.

OTAVIO:

  ¡Qué enfermedad de discretos
si es amor enfermedad!

LISARDO:

Dar rienda a la voluntad
no es acto [de] hombres perfetos.
 

OTAVIO:

  Hablaras tú con pasión,
¿pero cómo toma Fabia
los celos con que la agravia?

LISARDO:

Con aumentar su afición,
  aunque entiendo que no sabe
las historias de su esposo.

OTAVIO:

Él andará cuidadoso,
secreto, encubierto y grave.

LISARDO:

  Estímale el Duque tanto,
y así su ingenio encarece,
que todo bien le parece.

(Salen CELIO y LAUREANO.)
LAUREANO:

A estas horas me levanto
  porque tarde me acosté.

CELIO:

¿Rondas y engañas tu esposa?

LAUREANO:

Cierto que Fabia es hermosa,
y que es lástima que esté
  ociosa y enamorada,
como dice la canción.

CELIO:

Aquí hay gente.
 

LISARDO:

Amigos son.

LAUREANO:

Siempre, Lisardo, me agrada
  tener a la espalda amigos.
¿Ofrécese en qué os sirvamos?

LISARDO:

A servir al Duque vamos,
a donde tendréis testigos
  de vuestro abono seguros.

LAUREANO:

De eso estoy bien satisfecho,
que se ve el alma en el pecho
como por cristales puros,
  y suplícoos me mandéis.

LISARDO:

Dios os guarde.

[Vanse LISARDO y OTAVIO.]
CELIO:

¡No hay aquí
quien tanto me enfade!

LAUREANO:

A mí
ya cinco veces o seis
  me ha puesto este cortesano
en ocasión de pidille
que no entre aquí.
 

CELIO:

¡No hay sufrille!

LAUREANO:

Por vida de Laureano
  que, ya que tocado habemos
materia, Celio, de celos,
aunque ni solos recelos
de Fabia tener podemos,
  que te tengo de decir
una cosa que he pensado,
que me tiene desvelado
y no me deja vivir.

CELIO:

  ¿Desvelado?

LAUREANO:

De ti fío,
Celio, aquello que de mí.
Cierra esa puerta.

CELIO:

De ti,
si hablas de celos, me río,
  porque siendo tú el liviano,
¡era bueno estar celoso
de un ángel tan virtuoso!

LAUREANO:

Oye, Celio, a Laureano
  en la cátedra de celos
liciones de necedad.
 

CELIO:

¡No ofendas la honestidad
en que se miran los cielos!

LAUREANO:

  Celio, tú sabes que en Bolonia fuimos
muchas veces los dos a mocedades,
que hablamos, requebramos y rendimos
mil damas, mil estrañas voluntades;
tan pocas fuertes y rogadas vimos
de estados y diversas calidades,
que sabes tú que nos causaba espanto.

CELIO:

¿Adónde vas con desatino tanto?

LAUREANO:

  Venidos a Ferrara, yo no he puesto
los ojos en mujer, su honor perdone,
que no la haya rendido o descompuesto.

CELIO:

En confusión tu libertad me pone,
mas como necedades me ha propuesto,
no hallo satisfación que más te abone.

LAUREANO:

Oye hasta el fin y escucha atentamente
antes que venga a divertirnos gente.
  Saber deseo, y vivo desvelado,
si es Fabia, mi mujer, constante y firme.

CELIO:

¿Pues qué ocasión a sospechar te ha dado,
ya que tal necedad quieres decirme?
 

LAUREANO:

Ninguna, por Dios vivo, ni aun cuidado,
que pueda a tales celos reducirme,
porque ella es santa, virtuosa y casta.

CELIO:

Eso es verdad, y ser quien es le basta,
  y siendo así: ¿cuál ocasión te mueve
a pensar en aquese desatino?

LAUREANO:

Saber si, viendo la ocasión, se atreve.

CELIO:

¿Pues eso intenta ingenio tan divino?
¿Poner quieres, señor, al sol la nieve,
la flor de almendro al cierzo, al fuego el lino
y la ocasión a la mujer? ¿No adviertes
que suele derribar a los más fuertes?

LAUREANO:

  Celio, a mí se me ha puesto en la cabeza...

CELIO:

Bien dices; sí pondrá, si eso prosigues.

LAUREANO:

... saber su resistencia y fortaleza.

CELIO:

Por Dios, señor, que ese rigor mitigues,
que no es bien que de algunas la flaqueza
a regla injusta y general obligues.
Si es casta y santa la mujer que tienes,
¿qué pruebas quieres?, ¿o a probarme vienes?
 

LAUREANO:

  Yo, Celio, en esto desvelado vivo,
y me he resuelto en saber si Fabia
rinde a ruegos de amor su pecho altivo.

CELIO:

¿Tú eres el sabio?

LAUREANO:

¿Amor no es cosa sab[ia]
 [-vo]
solo en saber si mi valor agravia ?
Que hay muchas castas por no ser servidas,
que está en el ser rogadas, ser vencidas.

CELIO:

  Ovidio te ha enseñado ese aforismo.
¡Maldiga Dios poetas habladores!
¡Bien los pinta Merlín en el abismo
por sus mentiras, sátiras y amores!

LAUREANO:

Esto, Celio, ha nacido de mí mismo,
que no lo sé de Ovidio.

CELIO:

Los errores
de las mujeres de flaqueza llenas
no ofenden ni deslustran a las buenas;
  mira cuántos ejemplos en historias
hay de su castidad.
 

LAUREANO:

Eso querría,
que es celebrar a Fabia entre sus glorias.

CELIO:

¿Pues no es casta? ¿Qué quieres?

LAUREANO:

No podría
donde no ha habido guerra haber vitorias,
ni corona de casta sin porfía,
que no ha de ser de honesta celebrada
la que jamás ha sido conquistada.
  Por esto alaban a la casta griega,
a Lucrecia, a Sulpicia y a Etelfrida.

CELIO:

Notable engaño y opinión te ciega,
pero escucha una cosa, por tu vida:
¿no has visto un hombre que en salud se entrega,
por tener la que viene prevenida,
a la purga, sangría, y al jarabe
que dice que es de la salud la llave,
  y teniendo compuestos los humores,
de suerte los revuelve dellos lleno
que en malos se convierten los mejores,
y viene a estar enfermo, estando bueno?
Pues eso mismo intentan tus errores,
que es hacer del antídoto, veneno.
Si tienes mujer casta, necio eres,
pues revolvelle los humores quieres.
 

LAUREANO:

  ¿Tú me enseñas a mí?

CELIO:

Si en un camino
errase un rey, ¿es mucho que un villano
le dijese, o sería desatino,
«echad por esta o por aquella mano»?
Veríase que te celebran por divino
y que eres el divino Laureano,
pero si vas, señor, errado acaso,
haz cuenta que un pastor te enseña el paso.

LAUREANO:

  Celio, el ser singular mi ingenio pide
singulares efectos, y opiniones.

CELIO:

Sí, mas con la razón regula y mide
la singularidad de tus acciones.

LAUREANO:

Ningún consejo lo que intento impide.

CELIO:

No te replico, pero ya que pones
tu honor en contingencia desta suerte,
¿quién ha de conquistar a Fabia?

LAUREANO:

Advierte.
  ¿De quién como de ti puedo fïarme?
Tú has de servirla.
 

CELIO:

¿Yo?

LAUREANO:

Tú, no te alteres,
y todo lo que pasa declararme.

CELIO:

¿Que aun eso más desatinarme quieres?

LAUREANO:

Con esto, Celio, puedes obligarme.

CELIO:

¿No miras que son vidros las mujeres
y que quieren llevarse con gran tiento?

LAUREANO:

Quebrarla no, sino lavarla intento.

CELIO:

  ¿Y cuántos por lavarlos se han quebrado?
¿No has leído al principio de Herodoto
de aquel rey que enseñaba a su criado
a su mujer? Pues vidrio fue, y bien roto.

LAUREANO:

¡Ya estoy de ejemplos bárbaros cansado!

CELIO:

Pues yo no la probara de mi voto.

LAUREANO:

En fin, es necedad.
 

CELIO:

Yo te prometo
que vale por dos mil la de un discreto;
  tráenme a la memoria tus engaños
lo que dicen del gallo, y hoy lo pruebo,
que pone un huevo al cabo de diez años,
mas sale el basilisco deste huevo.

LAUREANO:

No hay consejos aquí, ni desengaños.
Hoy has de ser de Fabia amante nuevo:
finge, sirve, porfía.

CELIO:

¿Hasta qué tanto?

LAUREANO:

No lo sé agora; el tiempo dirá cuánto,
  pero advierte que te fío
todo mi honor.

CELIO:

Ella viene.

LAUREANO:

Voyme.

[Vase.]

 

CELIO:

Mi mirar me conviene
por su honor y por el mío,
  mas si no guardo secreto
en esto al gobernador,
también ofendo su honor,
y le disfamo en efeto.
  Él me ha puesto en el estado
que estoy; darle gusto quiero,
pues de su locura espero
dejarle desengañado,
  que yo sé de la virtud
de Fabia, que aunque yo fuera
Orfeo y cantando hiciera
parar la eterna inquietud,
  no pudiera conquistalla,
y pues tan seguro estoy,
desde aquí principio doy
a cansarme, y a cansalla.

(Sale FABIA.)
FABIA:

  ¿No estaba aquí Laureano?

CELIO:

Agora se fue de aquí.
[Aparte.]
Lo que ha de pasar por mí
no pasó por hombre humano.
  ¿Hay tan loca necedad?
 

FABIA:

Pedirle, Celio, quisiera
que a Otavia favoreciera,
con quien yo tengo amistad,
  en este pleito que trata
con Fabricio...

CELIO:

[Aparte.]
Aquí ha de entrar
el principio.

FABIA:

... por mostrar
que no soy a Otavia ingrata
  a la que della recibo.

CELIO:

[Aparte.]
Sí, por aquí va mejor;
aún no sé fingir amor.

FABIA:

Fabricio loco, y altivo,
  desprecia su casamiento,
teniéndola obligación.

CELIO:

Si la tienes afición,
Fabia, ni por pensamiento
  te pase pedir su bien
al gobernador, que agora,
cuanto a cierta dama adora,
te ha de pagar con desdén.
 

FABIA:

  ¿Hablas conmigo?

CELIO:

Bien sé
que estoy hablando contigo.

FABIA:

¿Pues cómo, hablando conmigo,
tanta tu ignorancia fue
  que dices que ha de mostrarme
desdén el gobernador,
porque tiene ajeno amor?

CELIO:

[Aparte.]
Ya he comenzado a turbarme,
  y en tan grande necedad
me hallo confuso y turbado.

FABIA:

¿Qué dices?

CELIO:

Que me ha cansado
su término y deslealtad
  hasta llegar a decir
lo que has oído de un hombre
que idolatraba en su nombre,
pero no puedo sufrir
  que a tu divina hermosura,
que a tu gracia y discreción,
se dé tan vil galardón.
¿Hay tan estraña locura
  que me obligue de un discreto
la necedad a llegar
donde apenas puedo hallar
entrada a tan mal concepto?
 

FABIA:

  Nunca te he visto conmigo,
Celio, tan necio. ¿Qué es esto?

CELIO:

De estar con él descompuesto
nace el estarlo contigo.
  Verdad es que proceder
no pudiera el desengaño
de su desdén y tu daño
cuando no pudiera haber
  de mi parte tanto amor,
que amor, señora, es culpado
de haberte desengañado,
si es desengañarte error.

FABIA:

  Que amor me tengas a mí
está muy puesto en razón,
mas no con obligación
de desengañarme ansí,
  que aunque estoy agradecida,
pienso que más lo estuviera
si deste engaño no fuera
de tu afición advertida;
  mas ya, Celio, que lo estoy,
y ser tan propio en mujer
el deseo de saber,
mujer y ofendida soy.
  ¿Qué sabes de Laureano
contra mí?
 

CELIO:

No es en rigor
contra ti; contra tu amor,
contra el duque Otaviano,
  contra las leyes divinas,
aborrecer tu hermosura
por la infamia que procura
de mil mujeres indignas.
  Un hombre de su valor,
cuando no fueras su esposa,
que es desta ciudad famosa
espejo y gobernador,
  ¿ha de manchar desta suerte
su virtud y autoridad?
¡Buena va la necedad!

FABIA:

Aún no me atrevo a creerte.

CELIO:

  A más, Fabia, no me espanto;
quien ama tarda en creer
su daño.

FABIA:

Antes suele ser
fácil en creerle tanto,
  porque el amor y el temor
andan juntos.
 

CELIO:

Es verdad,
pero en tu dificultad
no muestras tenerle amor.
  Vuelvo, Fabia, a disculparme
por si te parece mengua
poner en mi dueño lengua,
debiendo honrarle y matarme,
  pero, como te decía,
procediendo tanto error
de la fuerza de tu amor,
esa es la disculpa mía.
  Oye, así te guarde Dios,
con más quietud y sosiego
hoy que a tanta dicha llego,
que estamos solos los dos.
  Desde que el gobernador
vino a serlo de Ferrara,
la belleza de tu cara
me encendió el alma de amor.
  Cuando fuiste su mujer,
de que el Duque tuvo gusto,
fue desengañarle justo,
pero no lo quise hacer,
  porque si no te casabas
con mi dueño, era imposible
verte, aunque el dolor terrible
de mis celos aumentabas.
 

CELIO:

  Casástete, y yo lloré
de tal suerte el casamiento...
(Aparte.)
(No va malo el fingimiento.
¡Lindo principio le hallé!)
  ... que pensé perder la vida;
viví con esta esperanza
de que al fin la vida alcanza
esta esperanza perdida.
  Dios sabe que no quisiera
vivir.
[Aparte.]
Fingiré llorar.

FABIA:

Celio, aunque te escucho hablar
en esta nueva quimera,
  no entiendas que es porque gusto
de tan locos disparates,
mas solo porque me trates
de su engaño y mi disgusto,
  que a no haberme prevenido
de que es mi esposo traidor,
ni yo escuchara tu amor
ni tú fueras atrevido.
  Deja, por Dios, si no quieres
que te mande matar luego,
de ser tan loco y tan ciego,
y dime cuáles mujeres,
  o bajas o principales,
Laureano quiere bien.
 

CELIO:

¿Tanto agravio y tal desdén
pagas con palabras tales?
  ¿Yo cómo puedo decirte
quién son? Porque tantas son
cuantas mira, y mi intención
solo intenta persuadirte
  a que no le quieras bien,
y en tenerme amor a mí,
vengas tu agravio, que ansí
pagas desdén con desdén,
  ingratitud con engaño
y engaño con deshonor.

FABIA:

¡Vete de aquí!

CELIO:

[Aparte.]
(¡Qué temor!
¡Qué suceso tan estraño!
  Para principio esto basta.)
Yo iré a matarme.

FABIA:

Harás bien.

CELIO:

[Aparte.]
¡Que en esto se ponga quien
tiene una mujer tan casta!
  ¡Dios nos libre que un discreto
haga alguna necedad!

(Vase.)

 

FABIA:

Presumo que es falsedad,
para poner en efeto
  su atrevimiento este loco,
cuanto me ha contado aquí,
que no es posible que a mí
y al Duque tenga en tan poco
  hombre que llaman divino
por su raro entendimiento.
Sin duda que es fingimiento
con que a declarar me vino
  la mayor maldad que puede
hacer criado a señor,
pero no quiere el temor
que amor satisfecho quede.
  ¡Julia, Julia!

(Sale JULIA.)
JULIA:

¿Qué me mandas?

FABIA:

¿No sabes lo que ha pasado?

JULIA:

Algo tengo imaginado
del cuidado con que andas.

FABIA:

  No era sin causa el faltar
de noche el gobernador;
rondaba, Julia, su amor.
¡Esto llamaba rondar!
  ¡No hay delito do se esconda!
 

JULIA:

Casar con justicia es eso,
que puede a cualquier exceso
dar por disculpa la ronda.
  No hay celos habiendo vara,
sino sufrir y callar.

FABIA:

¿Cómo podré averiguar
con qué damas de Ferrara
  anda de amor Laureano,
Julia, que me estoy muriendo?

JULIA:

Que podrás saberlo, entiendo,
eso claro, abierto y llano
  con solo hablar a Mongil
de quien de noche se fía.

FABIA:

Cosa indecente sería
poner persona tan vil
  por medio, por instrumento,
de cosas de tanto honor.

JULIA:

Señora, ya de mi amor
conoces el fundamento,
  que está en haberme criado
tan segura y tan leal.
Si hablarte te siento mal,
no te dé hablarle cuidado,
  sino fíalo de mí,
que con mostrarle afición
dirá las damas que son.
 

FABIA:

¡Ay, Julia! Que viene aquí.

JULIA:

  Algún ángel le ha traído.

FABIA:

Voyme, mi honor te encomiendo.

(Sale MONGIL.)
MONGIL:

Iba el paso deteniendo
y despertando el oído,
  Julia mía, hasta saber
si estaba el paso seguro.
¿Cómo es eso?

JULIA:

Yo le juro
que ya no le puedo ver.

MONGIL:

  Vuelve esa cara pascual,
así Dios te las dé buenas,
no escondas entre azucenas
ese carmesí coral,
  que no te he dado ocasión.

JULIA:

Estoy celosita dél.

MONGIL:

Celos es cosa cruel
y, pedidos sin razón,
  harán que salga de sí
el hombre de más paciencia.
 

JULIA:

Ya sé toda la pendencia.

MONGIL:

¿Yo pendencia?

JULIA:

El mismo, sí;
  ya sé dónde va de noche.

MONGIL:

¿Yo, Julia? Con mi señor,
tras un rocín andador
o a los estribos de un coche,
  que le sirvo de valiente,
de bravo, y espadachín,
que estos que saben latín
siempre son medrosa gente.

JULIA:

  ¿Con su señor? ¡Miente!, y crea
que todo se sabe ya.

MONGIL:

Por Dios que es él el que va
en casa de Dorotea,
  una boba afeitadilla
que no sé qué ha visto en ella,
y anoche en casa de Isbella,
de comer barro amarilla
  como nabo en azafrán,
que no sé qué halla el dotor
en gente de aquel humor.
 

JULIA:

¿A tales mujeres van
  los hombres recién casados?
Mongil, mientes, que tú eres.

MONGIL:

También habla otras mujeres
de diferentes estados,
  pero es solamente hablar.

JULIA:

¿De otros estados?, ¿quién son?
No, Mongil, que tal traición
quieres con él disculpar.

MONGIL:

  Él habla con cierta vieja,
cabos blancos con hollín,
que está de su vida al fin
y de ser niña se queja,
  y habiéndola conocido
mas ha de mil años moza,
el mismo alcacer retoza
de los prados de Cupido.
  Si la vieses entre olores
y entre galas niñear,
vestir, hablar y tratar
de esperanzas y de amores,
  reventarías de risa.
 

JULIA:

¿Y por esa deja a Fabia?

MONGIL:

¡Cómo con esas le agravia!

JULIA:

¿Qué nombre tiene?

MONGIL:

Florisa.

JULIA:

  ¡Mal gusto!

MONGIL:

Pues esta es pajas,
para una cierta Teodora
que visitamos agora.

JULIA:

¿Cómo?

MONGIL:

Haz cuenta: dos tinajas,
  una atrás y otra adelante,
que alforjas quise decir,
y guárdeme de mentir
por no ser cosa bastante.

JULIA:

  ¡Estraño caso!

MONGIL:

Esto pasa.

JULIA:

¿Y tiénenle ellas amor?
 

MONGIL:

Pienso que el gobernador
no solicita su casa
  más que para entretener
esta condición que tiene.

JULIA:

Mongil, él pienso que viene.
Adiós, que tengo que hacer.

MONGIL:

  Con esto habrás conocido
a lo que de noche voy.

JULIA:

Ya de mis celos estoy
satisfecha.

MONGIL:

¡Engaño ha sido!

(Salen CELIO y LAUREANO.)
LAUREANO:

  Esto que digo pasa, señor mío,
que no era menos justo, pero advierte,
Celio, que la primera resistencia
no es en mujer ninguna agradecida,
que la vergüenza natural la pone
entre el deseo, y el temor, y sirve
de lo que la cortina en la pintura:
agora está la imagen encubierta,
pero en corriendo el trato el rojo velo,
descubrirás lo que es.
 

CELIO:

No puede el trato
correr esa cortina a su retrato.
Yo sé que es Fabia, mi señora, honesta,
que fuera de tan áspera respuesta,
por la vista, en que cielo parecía,
el resplandor de la virtud salía.
Bastará para tu intento, señor mío,
la primera probanza, pues la abonan
los testigos más nobles que ser pueden:
vergüenza, honestidad, castas palabras,
amenazas a mí, y al cielo quejas.

LAUREANO:

Si la conquista en los principios dejas,
¿cómo podré saber si es firme y casta?

CELIO:

Porque esto es necedad, y hacerla basta,
que hacerla un hombre, en fin, no es maravilla,
pero es más que de bestias proseguilla.

LAUREANO:

Cuando los griegos a vengar su injuria
vinieron sobre Troya muchas veces,
se quisieron volver con mal consejo,
pero venciendo el ánimo gallardo
diez años de prudencia, les dio gloria.

CELIO:

¿Pues qué tiene que ver la griega historia
con que me mandes conquistar a Fabia
para saber si su virtud te agravia?
¿Tan bueno quedaras si por ventura
fuese cual dicen de la piedra dura,
que el curso de una gota de agua ofende?
 

LAUREANO:

Prosigamos a ver a qué se estiende
esta flaqueza de mujer, que creo
que es curioso y muy nuevo este deseo.

CELIO:

¿Curiosidades buscas en la honra,
brinco que había de estar entre algodones?
¿Posible puede ser que hablas de veras?
Mira, señor, que pienso que has perdido
aquel tan peregrino entendimiento
que tal fama te ha dado entre los hombres,
y escucha un argumento facilísimo:
si porque has conocido en mil mujeres
flaqueza en el rendirse conquistadas,
quieres saber si Fabia se defiende,
por lo mismo que has visto no es cordura,
pues la misma flaqueza te asegura;
y si quieres tener mujer tan casta,
¿por qué la pones en peligro injusto
de donde te resulte algún disgusto?
¿Sería bien que un hombre desease
saber si sanaría de una herida
que tuviese peligro de la vida,
y por eso se diese una estocada?

LAUREANO:

Celio, yo quiero ver si, conquistada,
esta mujer que tengo es virtuosa,
que donde no hay conquista es fácil cosa.
 

CELIO:

Cuentan de un gran filósofo que tuvo
tan gran deseo de saber cómo era
el alma que tenía y qué era el alma,
que viendo que viviendo no podía
verla ni percibirla, cierto día
se dio la muerte y dijo desta suerte:
«Terrible necedad fue darme muerte,
pues lo que el tiempo hiciera brevemente
quise yo anticipar como imprudente.»
¿Hasme entendido?

LAUREANO:

Sí.

CELIO:

Pues esto mismo
te viene a suceder, porque si quieres
ver la mujer que tienes, es locura
hacer lo que hará el tiempo, pues viviendo,
irás si es buena o mala descubriendo.

LAUREANO:

No hay que tratar en esto; antes me agrada,
pues que no era cristiano ese filósofo,
que no aguardase al tiempo ni a la muerte
si tanto ver su alma deseaba.
Ea, Celio, prosigue; vuelve luego
a dar segundo asalto a su firmeza.
 

CELIO:

Digo que iré, mas plega Dios que presto
no te arrepientas.

LAUREANO:

Ella viene.

CELIO:

Vete.

LAUREANO:

En mi estudio te espero.

[Vase.]
CELIO:

Yo no he visto
tan grande ingenio a tanto error sujeto.
No hay necio en su opinión como un discreto.

(Salen JULIA y FABIA.)
FABIA:

  En saber que tantas son
pienso que me has consolado.

JULIA:

Todo aquesto me ha contado.

CELIO:

¿Has mudado de opinión
  con estas informaciones?

FABIA:

¿Sabes tú lo que he sabido?
 

CELIO:

Algo he visto y algo he oído,
y a gran peligro te pones,
  que en sabiendo Laureano
que andas en celos y enojos,
te hará burlas en los ojos
que las toques con la mano.
  Un remedio te traía,
si Julia aquí no estuviera.

FABIA:

Julia.

JULIA:

¿Señora?

FABIA:

Allá espera.

JULIA:

[Aparte.]
¡Oh necia sospecha mía!
  Basta, que el enredo ha sido,
destos celos sin razón,
buscar alguna ocasión
de ofender a su marido.
  ¡A Celio sin duda quiere!
¡Celio, con quien yo pensé
casarme! ¡Pero yo haré
que tarde ofenderle espere!

(Vase.)

 

FABIA:

  ¿Qué tienes imaginado
que remedie tanto mal?

CELIO:

Si miras que estoy mortal
de tu amoroso cuidado,
  ¿qué remedio como en mí
para vengar tu deseo?

FABIA:

¿Hablas conmigo? No creo,
villano, que estás en ti.
  ¿Otra vez vuelves a dar
en tu loco pensamiento?

CELIO:

Soy hijo de un necio intento
que me manda porfïar.
  Duélete, Fabia, de mí,
y no seas mi homicida,
que hoy me he de quitar la vida
si no hallo remedio en ti.
  Bien creerás que no ha quedado
por diligencias que he hecho
el arrancar de mi pecho
este amoroso cuidado,
  pero es ya tan poderoso
que no saldrá sin la vida,
si no es que este intento impida,
Fabia, tu pecho piadoso.
  ¡Ay de mí que, sin querer,
he venido a tanto mal!
 

FABIA:

Si estás en peligro tal,
un remedio puede haber.

CELIO:

  ¡Ay, señora!, ¿y qué remedio
como de tu hermosa mano?

FABIA:

Que dejes a Laureano
y que pongas tierra en medio,
  que ausentándose de mí,
no habrá, sin la causa, efeto.

CELIO:

Que lo intento te prometo,
pero no vivo sin ti,
  porque en faltando un instante
de tu presencia no más,
es como dar paso atrás
para pasar adelante:
  vuelvo con mayor furor.

FABIA:

Pues si en eso piensas dar,
hoy te haré, Celio, matar.

CELIO:

[Aparte.]
¡Andaos a fingir amor!
  El Diablo me puso en esto.
¡Ah, señor! ¿Qué quieres más?
 

FABIA:

¿No te vas?

CELIO:

¡Cruel estás!

FABIA:

Y tú necio y descompuesto.

CELIO:

  Si por vergüenza me tratas
de esta suerte, yo, atrevido,
tu mano asiré, que han sido
muchas por vergüenza ingratas.

FABIA:

  ¿Hay semejante maldad?
¿Hay tan grande atrevimiento?
¡Criados!

CELIO:

[Aparte.]
Mi muerte intento
con aquesta necedad.
  Huirme quiero de aquí.

(Vase.)
(Entre LAUREANO.)
LAUREANO:

¿Qué es esto, señora mía?

FABIA:

Con Celio, señor, reñía.

LAUREANO:

¿Vós con Celio? ¿Cómo ansí?
 

FABIA:

  Estábame aquí diciendo
mil necios chismes de vos.

LAUREANO:

¿De mí? ¡Oh, qué bueno, por Dios!
¿Por qué ocasión? No lo entiendo.
  ¿Esto es criar un criado?
¿Esto es dar a un hombre ser?
¿Celio sabe agradecer
desta suerte mi cuidado?
  ¿Y qué os decía de mí?

FABIA:

Que andáis perdido en Ferrara,
y que una opinión tan clara
mancháis, Laureano, ansí;
  que os murmuran los amores
de mil mujeres hermosas,
y otras mil indignas cosas
de tales gobernadores;
  díjome lo de Florisa
y la historia de Teodora,
fábula del pueblo agora
y de los mancebos risa.
  Si el Duque viene a entender
que así desautorizáis
su gobierno, y que tratáis
tan mal a vuestra mujer,
  no se tendrá por servido,
[...]
[...]
que en el alma lo he sentido
  más de que os entretengáis,
aunque mucho más me holgara
que ese ingenio se empleara
mejor que vos le empleáis.
 

FABIA:

  ¡Triste cosa que un divino
guste de ser tan humano
que hasta el vulgo más villano
le juzgue por desatino!
  ¡Y que parezca tan mal
que hasta su mayor privado
me haya sus vicios contado
para dar remedio igual!
  Pero aunque buena intención
haya, en decirlos, tenido,
mucho atrevimiento ha sido,
y escuchad esta razón:
  de casa le habéis de echar
hoy antes de anochecer,
o en no lo queriendo hacer,
yo sabré hacerle matar.

(Vase.)
LAUREANO:

  ¡Fabia, Fabia!

(Entre CELIO.)
CELIO:

¿Estás contento?

LAUREANO:

¿Has oído lo que pasa?

CELIO:

Todo, señor, lo escuché.
 

LAUREANO:

¿Tú le has dicho, Celio, a Fabia
en lo que yo me entretengo,
sabiendo que en tales casas
ni ofendo mi honor ni el suyo?

CELIO:

En lo que dice te engaña,
porque yo solo le dije
que de entretenerte tratas,
pero no dónde, ni cómo.

LAUREANO:

¡Vergüenza me dio escucharla!

CELIO:

En esto conocerás
la quimera que levantas
y el peligro que me pones.
Ya Fabia, celosa, trata
de decirte pesadumbres,
ya el Duque sabrá la causa,
ya dice que yo me ausente
y, en caso que no me vaya,
me amenaza con la muerte.

LAUREANO:

Con la muerte te amenaza,
pero, ¡ay Celio!, ¿cuántas fueron
como Sofronia y Baldraca,
como Dafne y como Porcia
y como cuentan de Fara,
que lloró tanto por ver
que su padre la casaba
que vino a perder la vista,
y después de conquistadas,
una y otra vez se rinden?
 

CELIO:

¿Pues con esto no te cansas
de tu loco pensamiento?
¡Tienes honra, señor!

LAUREANO:

Calla,
que sospecho que aunque fuera
Fabia la pintora Marcia,
que figura de varón
jamás pintó por ser casta,
pienso que el ruego pudiera
de aquel intento mudarla
si durara la porfía.

CELIO:

Luego, ¿quieres que, forzada,
tu esposa adúltera sea?
¿No miras, señor, que agravias
tantas mujeres famosas
que en las divinas y humanas
letras el mundo celebra,
y las repite el Petrarca
en los triunfos que escribió
de la castidad?

LAUREANO:

Acaba;
sepamos este secreto.
 

CELIO:

¿Pues ya cómo puedo hablarla
habiéndome amenazado
que me ha de sacar el alma
si no me voy de sus ojos?

LAUREANO:

Yo soy dueño de mi casa,
yo te sabré defender,
yo sabré desenojarla.
No ha pasado noche agora
por el enojo; esto basta.
Ven conmigo; escribirasle,
con muchos requiebros y ansias,
un amoroso papel
que pueda desenojarla,
y notarétele yo.

CELIO:

Eso de locura pasa.
¡Si no te quisiera tanto,
hoy saliera de Ferrara
y aun del mundo!

LAUREANO:

Calla, Celio.

CELIO:

Pienso que a los dos engañas
para quitarnos la vida,
porque si solo es probarla,
¿de quién se escribe en el mundo
que tuvo mujer honrada
y que la puso en peligro
de su honor y de su fama?
 

LAUREANO:

¡Necio! El oro, que el platero
sabe por cosa muy llana
que es oro, ¿por qué le toca
y mira lo que señala?

CELIO:

Por conocer los quilates.

LAUREANO:

Pues eso intento con Fabia;
bien sé que es oro, y muy fino,
pero deseo tocarla
en aquesta piedra negra
de nuestra flaqueza humana
para saber los quilates
en que tengo de estimarla,
que si a veinte y cinco llega,
y de los que pienso pasa,
más es ángel que mujer.

CELIO:

Tú le romperás las alas,
que las fuertes ocasiones
a muchas buenas y santas
quitaron de mano y frente
los laureles y las palmas.

(Vanse.)

 

(Salen el DUQUE, OTAVIO, LISARDO y POLIBIO.)
DUQUE:

¿Mi sobrina tan aprisa?

POLIBIO:

Y que ya a la puerta aguarda.

DUQUE:

Entre Fabia.

(Sale FABIA.)
FABIA:

En esos pies
pondré la boca.

DUQUE:

Levanta,
levanta, Fabia, del suelo.
¿Qué quieres? ¿Cómo turbada?
¿Cómo desta suerte aquí?

FABIA:

Oye aparte una palabra.

DUQUE:

¿Son cosas de pena tuya?

FABIA:

Son cosas que me traspasan
el corazón, señor mío.

DUQUE:

¿Lloras?

FABIA:

Lloro.

DUQUE:

¿Por qué causa?
 

FABIA:

Tú me casaste.

DUQUE:

Es verdad.

FABIA:

Yo pudiera estar casada
con calidad diferente.

DUQUE:

Yo miré más en el alma
que no en las prendas del cuerpo,
fáciles, caducas, vanas,
y que el tiempo las consume.

FABIA:

Sí, pero yo no buscaba
tan divino entendimiento
con persona tan humana.

DUQUE:

¿Es malo que humano sea?

FABIA:

Malo para cosas bajas.

DUQUE:

Ya te entiendo, y cuando vino
de Bolonia aquí a Ferrara
supe que ese humor tenía.

FABIA:

¿Pues para qué le casabas?

DUQUE:

Para que no le tuviera,
pero pienso que te engañan
celos. ¿Eres muy celosa?
 

FABIA:

Soy mujer, y enamorada.

DUQUE:

Vete, que yo le hablaré,
que pocas palabras bastan
para tal entendimiento.

FABIA:

Dame esos pies.

DUQUE:

Si te tardas,
podrá ser que aquí te vea.

FABIA:

[Aparte a LISARDO.]
Lisardo, oye dos palabras.

DUQUE:

Vete, Fabia.

LISARDO:

¿Qué me mandas?

FABIA:

¿No decías muchas veces
que servi[r]me deseabas
hasta aventurar la vida?

LISARDO:

Y lo dije veces tantas
cuantas lo sabré cumplir.

FABIA:

Hoy has de sacar la espada
y quitar la vida a un hombre.
 

LISARDO:

¿El nombre?

FABIA:

Esta noche pasa
por mi reja, y le daré
en un papel.

LISARDO:

Ya te aguardan.

[Vase FABIA.]
DUQUE:

¿Qué es lo que Fabia quería?

LISARDO:

Debe de estar muy airada,
y en cosas desta manera
mal el secreto se guarda.
Mandome matar un hombre.

DUQUE:

Vive Dios que la venganza
es mujer naturalmente,
y que de celosa trata
Fabia de matar.

LISARDO:

¿A quién?

DUQUE:

¿A quién? ¡Oh, qué linda gracia!
¿No te dijo a su marido?
 

LISARDO:

No, señor, porque me manda
ir a su reja esta noche.
Pero sin duda le mata
de celos, como tú dices.

DUQUE:

Celos, Lisardo, son agua
que por el verano viene,
suena mucho, y presto para.
Venme a avisar a quién dice.

LISARDO:

Haré, señor, lo que mandas.

DUQUE:

Otavio.

OTAVIO:

¿Señor?

DUQUE:

Al punto
al gobernador me llama.

OTAVIO:

Yo voy por él.

[Vase OTAVIO.]
DUQUE:

Tú, Polibio,
di que le espero en la cuadra
que cae sobre el jardín.

LISARDO:

¡Qué quimeras tan estrañas
hace una mujer con celos!
Casose, ya está casada;
tenga paciencia, pues yo
perdiéndola tuve tanta,
que los gustos del amor
con este censo se pagan.