La mujer del porvenir: 13
La mujer soltera inspira cierto desdén; reminiscencia brutal, como hemos dicho, de los tiempos en que no se la consideraba más que como hembra, y efecto de que, por falta de educación, no es todo lo útil que pudiera ser. A veces parece que su vida sin objeto es una carga para la sociedad.
Hay un tipo de mujer soltera, ciertamente poco recomendable. Egoísta, extravagante, concentra sus afectos en su perro o en su gato, o se vuelve a Dios con tan poca benevolencia para las criaturas, que hace incomprensible su amor verdadero al Creador. Es la mujer excéntrica, intratable, o la beata maldiciente, sin caridad. Este tipo va siendo raro; lo sería mucho más si la mujer se educase; aun creemos que llegaría a desaparecer, porque es una consecuencia del fastidio, del ocio intelectual y del sentimiento de la propia inutilidad: la prueba es que la solterona extravagante de la clase media y elevada no existe en la mujer del pueblo que trabaja.
La mujer, es mujer aunque no sea madre, es decir, que es compasiva, afectuosa y dispuesta a la abnegación. Más aún: sin ser madre, tiene afectos maternales. Observemos en el hogar doméstico cuántas veces la hermana o la tía soltera cuidan de los niños con celo incansable, y los sufren y los aman con afecto verdaderamente maternal. Observemos esas sagradas legiones de Hermanas de la Caridad que amparan a los pobres niños que dejaron huérfanos la muerte, la miseria o el crimen. En toda mujer cuyo natural no se haya torcido de algún modo, hay amor a los niños, compasión hacia el que sufre y piedad religiosa. La sociedad, en vez de explotar este tesoro, le desdeña, si acaso no le escarnece.
La mujer soltera casta, si tiene un poco de pan y un poco de educación, no es, como el hombre célibe, un elemento de vicios, desórdenes y males, sino que, por el contrario, puede consagrar toda su existencia al bien de la sociedad. El amor de Dios y del prójimo forma parte muy esencial de su naturaleza: la lleva a los hospicios, a los hospitales, a la inclusa, al campo de batalla, y la hace atravesar los mares en busca de dolores que consolar. Dad instrucción a esta criatura así organizada, dadle instrucción sólida, y veréis desaparecer los empleados de los asilos benéficos, y veréis convertirse las casas de beneficencia en casas de caridad.
La mujer soltera, que caritativa e ilustrada se dedica al consuelo de sus semejantes, es un elemento social de bien y prosperidad que no tiene precio; su actividad, su vehemencia, su piedad, su abnegación, su vida entera, se concentran en la buena obra objeto de sus afanes; allí está su hogar y su familia, allí sus alegrías y sus dolores. Toda mujer en la cual la educación no haya contrariado los buenos sentimientos, tiene cuidados, o por lo menos disposiciones maternales, para los desvalidos que padecen; esto es tan cierto que los acogidos en las casas de beneficencia, por instinto o por gratitud, llaman a las Hijas de la Caridad las madres.
No es necesario que la mujer soltera haga votos ni vista un hábito para que su vida se consagre al bien de los demás. ¡Cuántas veces sola en su casa vive exclusivamente para la caridad bajo cualquiera de sus formas, o agregada a una familia cuida al niño como si fuera su madre, y al anciano como si fuera su hija! Y si esto no sucede con más frecuencia, y la mujer soltera no es más útil, consiste en que no tiene conciencia de todo lo que vale; en que muchas veces se considera como un ser inútil que para nada sirve; en que no hay en ella esa independencia moral y esa firmeza e igualdad de carácter que da la ocupación útil y la inteligencia cultivada, y, en fin, en que carece de recursos, porque no puede dedicarse a oficios o profesiones lucrativas.
Si para convencernos de que los errores se encadenan como las verdades, necesitásemos una prueba más, lo sería la especie de desdén que inspira la mujer soltera, en vez del respeto que debería inspirar. Dada la preocupación de que en la mujer no hay facultades intelectuales que cultivar ni aptitudes para las artes, la industria y el comercio; suponiendo que multiplicar la especie es su única misión, cuando no la llena lógico es que se la considere como un ser inútil. Este absurdo está en armonía con otros, y lo estaba con el modo de ser de las sociedades antiguas, en que el suelo carecía de pobladores. Pero en el mundo moderno, en los pueblos civilizados, los hombres se multiplican con sobrada rapidez, el exceso de población se hace sentir con frecuencia, no son madres lo que faltan, y la mujer pura y benéfica que se dedica a hacer bien a sus semejantes, que como no hace falta a nadie está pronta a sacrificarse por todos, que tiene en mucho el hacer bien a cualquiera y en poco su vida, que forma su familia de aquella parte del género humano que sufre y la necesita, y que usa de su libertad haciéndose esclava de los santos deberes que se impone; esta mujer es tan respetable y tan útil como la mejor de las madres. Y no se diga que éste es un ser ideal; hay muchas de estas mujeres, y podría haber más.
Es tiempo de que no se trate sólo de la madre cuando se habla de la mujer; de que se comprenda que en toda mujer honrada hay sentimientos maternales; de que no se mire desdeñosamente un gran elemento de bien para la sociedad; de que se salga de las rutinas para el respeto y para el desprecio; de que no se rebaje nada que esté elevado, ni se niegue prestigio a nada bueno, ni admiración a nada sublime, ni se quieran hacer moldes para vaciar el mérito. Es tiempo de poner fin a la reacción que enaltecía el celibato sobre el matrimonio, y de considerar la excelencia de las acciones y no el estado de quien las lleva a cabo. ¡Santas mujeres, que no siendo madres habéis prohijado al género humano, recibid el homenaje de mi respeto, el recuerdo de mi cariño y las lágrimas que corren de mis ojos al pensar en las que habéis enjugado! Sirva vuestra vida ejemplar de argumento contra los que, combatiendo una preocupación con otra, se niegan a haceros justicia.