La mujer con quien yo me casaría

La mujer con quien yo me casaría
de Clemente Althaus


Pues no hay pariente ni amigo
que, de mis penas testigo,
no me repita el consejo
de que, antes que llegase a viejo,
busque el conyugal abrigo,
respondo a todos al par:
mañana voy al altar,
si por mujer me dais una
que en sí las prendas reúna
que comienzo a enumerar.
Es lo primero que anhelo,
que la adorne virtud tanta,
que no se encuentre en el suelo
mujer más honesta y santa,
ni ángel más puro en el cielo;
por que del peligro así
que siempre expuesto vi
al que escoge buena cara
su virtud me asegurara,
ni hubiera celos en mí.
Que deseo, lo segundo,
que de una hermosura sea
como nunca vi en el mundo,
mas siempre llevé su idea
del alma en lo más profundo.
Es una belleza tal,
tan maravilloso tipo,
tan inefable idëal,
que, mirándolo anticipo
la ventura celestial.
Tras esto, en ella deseara
recto juicio, razón clara,
lozana imaginación,
gusto de fineza rara
y no vulgar instrucción.
Que, aún más casta que Lucrecia,
y más bella que una Diosa,
a la larga no se aprecia
y nos es pronto enfadosa
la que es ignorante y necia.
Mas, al desear que supiera
algo más que la cartilla,
líbreme Dios de que fuera,
vana Marisabidilla
e importuna bachillera.
Pero juzgaréis olvido,
cuando tantas cosas pido,
el que no pida riqueza,
que es por donde siempre empieza,
el que aspira a ser marido.
Pues bien: sabed que, aunque pobre,
rica mujer no codicio,
y como beldad le sobre,
virtud, talento y jüicio,
aunque no tenga ni cobre.
Y así, amigos, prescindiendo
del metal que el alma humilla,
es bien que os siga diciendo
todo lo que hallar pretendo
en mi futura costilla.
Quiero que mucho me quiera,
mas que no sea celosa;
que jamás me oculte cosa,
y que de mí nada inquiera,
aunque mujer no curiosa:
que sea de genio blando,
y dócil como una pasta:
¿a qué os estáis asustando
de lo mucho que demando?
Pues todavía no basta.
Porque consentir no puedo
que tenga la suerte negra
viva a la madre, pues miedo,
como a mi amigo Quevedo,
me da hasta el nombre de suegra.
Tampoco, quiero cuñado:
buscádmela sin pariente,
si queréis que tome estado,
pues quisiera estar casado
con mi mujer solamente.
Quiero que teja y que cosa
como Aracne primorosa,
y que, igualando el pincel,
copie con aguja fiel
la naturaleza hermosa.
Que baile cual Salomé,
cante como un serafín,
toque ¿como quién diré?
y que no haya gracia en fin
de que adornada no esté.
Pero tanto requisito.
que pide mi ansia avarienta
es muy largo para escrito,
y fuera seguir la cuenta
proceder en infinito.
Y por que versos acorte
mi musa, ya tan prolija,
diré en fin que la consorte,
de mis ilusiones hija,
y de mis deseos norte,
la que ansié desde la cuna,
las perfecciones aduna
de cuantas bellas serán
son y han sido desde Adán,
sin imperfección ninguna.
No os riáis, al verme así
pintaros con frenesí
el bello imposible mío,
porque yo mismo de mí
antes que nadie me río.
Que bien conozco, bien veo
que sería menester,
para encontrar la mujer
que me pinta mi deseo,
el que la mandara hacer,
que en este bajo lugar,
en mundo tan imperfecto,
es locura desëar,
como virtud sin defecto,
hermosura sin lunar.
Si entre inmenso vulgo insano,
en plazas y calles llenas
de inútil número humano,
el gran Cínico de Atenas
un hombre buscaba en vano;
no espero, que mi ansia eterna,
aún teniendo su linterna,
del un polo al otro polo,
como aquél un hombre solo,
sola una mujer discierna.
Y a la que busco no topa
la más constante porfía
entre la femínea tropa
de Asia, de África, de Europa,
de América y de Oceanía.
Y, si quieres hallar una
tan extremada y completa,
puedes, iluso poeta,
irla a buscar a la luna
o a más lejano planeta.
A mil millones quizá
de leguas lejos de acá,
en Aldebaran o en Sirio,
el portento se hallará
que busca aquí tu delirio.
Y pues tan perfecta esposa
pretende tu desvarío,
resuélvete a que en tu losa
escriban: Aquí reposa
uno que sólo fue tío.
¡Oh dichoso Pigmalión,
tú que anudaste himeneo
con la rara perfección,
hija fiel de tu deseo
y de tu imaginación!
¿Hay escultor que le forme
a esta alma que sola gime
una hermosura sublime,
a mi deseo conforme,
y luego un dios me la anime?
Pero tan sólo podría,
copiando mi fantasía,
dar cuerpo mi propia mano
al objeto soberano
de mi ciega idolatría.
Fuera el genio más valiente
a creármela impotente,
en tan alto extremo bella;
si otra mano, si otra mente
me la forman, ya no es ella.
Mas dado caso que hubiera
en esta tan baja esfera
criatura tan cabal,
faltaba lo principal,
y es que ella a mí me quisiera.
Ella, que eclipsara a Elena,
yo (el espejo me condena)
que de Paris disto tanto;
ella tan pura y tan buena,
Yo... ¡qué contraste, Dios santo!
Himeneo de tal suerte
la unión simbolizaría
del pesar con la alegría,
de la vida con la muerte,
de la noche con el día.
¿Quién pues posible creyó
que tal hembra iba a querer
a tal hombre como yo?
Aunque, como al fin mujer,
quizá no dijera: no.
Y, como además sería,
aunque tan bella, hija mía,
o le cuadre o no le cuadre,
por gratitud amaría
y por deber a su padre.


(1863)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)