La muerte de Judas

​El Tesoro de la Juventud​ (1911)
El libro de la Poesía, Tomo 17
La muerte de Judas
 de Vicente Monti

Nota: se ha conservado la ortografía original.


En esta serie de sonetos dice Vicente Monti, poeta italiano (1754-1828), lo que, según su fantasía, aconteció con el cuerpo y el alma de Judas, después de que el apóstol traidor puso fin a su vida.


LA MUERTE DE JUDAS

                     I

S

U oro arrojó y al árbol despechado

El apóstol trepó, traidor a Cristo;
Ató el cordel, y el cuerpo abandonado
Fué con horror balanceando visto.

Lanzó el alma en su pecho acongojado
Ronco estertor; y con lamento mixto
De miedo e,ira, blasfemó el malvado:
— ¡Cuesta un Dios el infierno que conquisto! —

El alma impía vomitó rugiendo,
La justicia divina asióle airada,
Y el dedo en sangre de Jesús tiñendo.

Su sentencia en la frente amoratada
Le escribió, y desdeñosa sonriendo
Hundió su espectro en la infernal morada.

                      II

Cayó aquella alma en la región precita,
Y del golpe al estrépito violento
La montaña tembló; mientras el viento
Su despojo mortal en lo alto agita.

De la cumbre del Gólgota bendita
Su vuelo alzando silencioso y lento
La vista horrible de su fin sangriento
El coro de los ángeles evita.

Los demonios, saliendo del profundo,
Juntáronse en tropel a descolgalle,
Y en sus hombros cargando el tronco inmundo,

Al infierno otra vez se abrieron calle.
Arrojando al espectro vagabundo
El cuerpo vil en el maldito valle.

                      III

Al recobrar el alma condenada
El cuerpo en que habitara antiguamente,
De sangre en caracteres señalada
Su sentencia inmortal brotó a su frente.

A semejante vista huyó espantada
Del vil apóstol la precita gente,
Y del infierno le dejó a la entrada
Del odio universal blanco viviente.

Pugnaba el miserable avergonzado
La marca por borrar de su delito,
Y arañaba su frente despechado,

Sin lograr de su tez borrar lo escrito:
Que con sangre de Dios fue allí marcado
Y el rastro de su sangie es infinito.

                      IV

En esto un grande estruendo se sentía
Por la infernal mansión jamás oído.
Era Jesús que en gloria conducido
A hollar los reinos de Luzbel venía.

Se halló en la senda que Jesús traía
Judas; callado le miró y corrido:
Lloró al fin, mas el párpado oprimido
Lava ardiente, no lágrimas vertía.

Sobre el semblante del traidor de lleno
Reverberó su resplandor divino,
Y humo Impuro brotó su inmundo seno.

Justicia entonces al tremendo sino
Infernal le lanzó: y el Nazareno
Tomó la faz y prosiguió el camino.