Acto I
La mayor victoria
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

 

Salen FINEO y FABIA.
FINEO

  ¿También tú das en matarme?

FABIA

Cuando a Florencia venías
Fineo, mejor sabías
con celos desesperarme.
  Pues ya que estamos en ella,
permite siquiera el ver
lo que al ser de ser mujer.

FINEO

Fabia, de Casandra bella
  es esa buena elección.

FABIA

Como de mujer es mía;
¿ha de venir cada día
un emperador Otón?

FINEO

  Fabia, Casandra es mujer.

(Sale OTAVIO y CASANDRA.)
CASANDRA

De mi honesto amor pudieras
estar seguro.

 

OTAVIO

¿Qué quieras,
que pueda amar sin temer?
  Casandra, cuando temía
a Livio, un rico mancebo
de Florencia, que por cebo
oro a tu padre ponía,
  pudieras reprehender
mis celos, pues te sobraba
virtud, a quien respetaba
de todo el oro el poder.
  Demás de haber respondido
Pompeyo a su voluntad,
con alguna libertad,
de que está Livio ofendido.
  Y sé yo que se ha quejado
a muchos de su rigor;
pero de un emperador,
¿quién no ha de tener cuidado?

CASANDRA

  Hame visto Otón a mí
más de una vez.

OTÓN

¿A qué efeto
honra a tu padre?

 

CASANDRA

Es discreto,
y ha querido honrarle así,
  conociendo su valor,
mas no sabe que yo he sido
su hija, ni ha conocido,
como tú piensas mi amor.
  Cuando a mí me vio, también
a mis hermanas habló,
joyas les dio, y a mí no,
parecile menos bien.
  Está seguro, y no creas,
que te quiero y te he querido
de suerte que ofenda olvido
el justo fin que deseas.
  Que yo seré tu mujer,
o dejaré de vivir.

OTAVIO

Como lo sabes decir,
lo quisiera yo creer.

FINEO

  Señor, el mayor engaño
de amor es creer.

OTAVIO

Fineo,
con el temor solo creo
lo que ha de ser en mi daño.

CASANDRA

  Tú no ignoras que bien creo,
que me puedes enseñar.

FABIA

¿Que te viene a visitar,
entra a decir Doricleo,
  el marqués Alberto?

 

CASANDRA

¿Quién?

FABIA

Pienso que es aquel privado
del emperador.

OTAVIO

Tú has dado
causa a estos males, mi bien,
  ¿quieres ya más claridad?

CASANDRA

¿Tú no ves que este es favor?

OTAVIO

Favor que nace de amor.

CASANDRA

Allí los dos os entrad,
  y veréis que esta visita
no tiene que os cause enojos.

OTAVIO

Como ha engañado los ojos,
cegármelos solicita.
  El alma llevo en los labios,
no me tiene menos costa.

FINEO

Señor, señalar la posta,
si celos fueren agravios.

(Escóndese. Y entra el marqués ALBERTO.)
ALBERTO

  Quedaos a fuera todos.

CASANDRA

Esta casa
merece que la honréis. Fabia una silla.

 

ALBERTO

A honrarme en ella vengo, y a besaros
las manos como amigo de Pompeyo.

CASANDRA

Él conoce, señor, que las mercedes
que de su Majestad ha recibido,
las debe a la que vos le hacéis en todo.

ALBERTO

Servirle he deseado.

CASANDRA

Llamar quiero
a mis hermanas, porque todas juntas
este favor que es justo, recibamos.

ALBERTO

No, no, no las llaméis, si sois servida.

CASANDRA

Quiero que gocen.

ALBERTO

No, no por mi vida.

CASANDRA

Quejaranse de mí.

ALBERTO

Tengo que hablaros,
y importa mucho que secreto sea.

CASANDRA

¿Secreto a mí?

ALBERTO

Otón desea,
por escusar de prólogos cansados,
deciros por mi lengua sus cuidados.

 

CASANDRA

¿Qué cuidados, señor?, mucho le engañan
los que de mis estudios le fabrican,
quimeras que en llegando a fundamento,
como nubes se esparcen por el viento.
Si son cosas que tocan al estado,
¿qué leyes imagina que he estudiado?,
si de la guerra, ¿en qué servirle puedo?;
la mujer más valiente, toda es miedo.

ALBERTO

No pienso yo que se te olvida el día,
que en disfrazado traje a ver veniste
el palacio de Otón, y que le viste;
no dije bien, que si le vieras, creo,
que cuando te libraras del deseo,
por lo menos vivieras con memoria,
bellísima Casandra, ten por gloria
rendir a quien se rinde Europa, y mira,
que despreciado amor se vuelve en ira,
cuya persona, aunque quien es no fuera,
obligara a que un mármol le quisiera.
Mira su verde edad y gentileza,
no correspondas mal a tu belleza;
Otón se ha de volver, no ha de infamarte
con largo trato, como siempre vemos,
sé reina del que reina en toda Europa,
y quedas, aunque en breve muy honrada,
de que el mayor laurel, mejor espada,
más alto entendimiento.

CASANDRA

No prosigas,
que mientras más, a más rigor me obligas.

 

ALBERTO

  ¿Qué quieres decir en eso?

CASANDRA

Que escusado hubiera sido,
Marqués, hablar atrevido
en el honor que profeso.

ALBERTO

¿Esto te parece exceso?

CASANDRA

¿Qué mayor lo puede ser?,
pero haste dado a entender
con pensamiento plebeyo,
no el ser hija de Pompeyo,
sino solo el ser mujer.
  El tenerme Otón amor
le agradezco, que es muy justo,
que es césar invicto augusto,
soberano emperador.
Pero en llegando a mi honor,
si el mismo Júpiter fuera,
y en Roma nacido hubiera,
cuando Roma fue gentil,
como al esclavo más vil
le afirmara y le admitiera.

 

ALBERTO

  Siempre fui de parecer,
que naturaleza agravia
a la mujer que hace sabia,
pues deja de ser mujer.
Porque llegando a saber,
la natural vanidad,
la pone en tal dignidad,
que quiere quitar al hombre,
con la grandeza del nombre
la imperiosa majestad.
  No por feroz alemán,
te hará agravio el César, no.
Humildemente me habló,
más que rey, cortés galán;
tantos deseos le dan
tus gracias, que no sosiega;
mira al estremo que llega
y que es razón conocer,
que aunque noble, eres mujer,
y que es un rey quien te ruega.

(Vase el MARQUÉS, y sale OTAVIO y FINEO.)
CASANDRA

  Otavio, Otavio.

 

OTAVIO

Por cierto,
que de manera ha fundado
el señor embajador
la justicia deste caso,
que no puedes escusar
de servir al César, dando
dulce fin a sus deseos.
¿Ay, Casandra, no está claro,
de tribunal de mujer,
qué decreto salió sabio?
Pues no mi bien, mi señora,
mi amor primero enojado,
mi muerte, mi perdición,
que es poderoso el contrario.
Partireme de Florencia,
ireme a Roma entre tanto,
que no quiero yo esperar
la sentencia de mis daños.
El cielo te dé mi vida,
mal dije, estaba turbado,
que ha de ser breve, y mereces,
que la goces largos años.

(Vase.)
CASANDRA

¡A mi bien, a mi señor,
a mi celoso, a mi Otavio,
qué sordos que son los celos
cuando presumen agravios!
Oye Fineo.

FINEO

¿Qué quieres?

 

CASANDRA

Dile a Otavio que es engaño
quererse ausentar con celos.

FINEO

Bien dices, porque entretanto
pueden salir verdaderos,
y ser el dueño culpado.

(Vase.)
CASANDRA

  Poder y amor combaten mi firmeza.
¿Qué haré, poder? Rendirte; mal consejo.
¿Amor, qué dices tú? Que te aconsejo
que muestres atrevida fortaleza.
Otón tiene valor y gentileza,
Otavio es de tus ojos claro espejo.
No te pienso dejar. ¿Pues yo te dejo?
¿Qué temes? Mi desdicha y tu flaqueza.
Amor, que se va, Otavio, a detenerte.
Salgo mi bien. Yo parto sin consuelo.
¿No piensas verme más? No pienso verte.
Mira que tengo honor, temo y recelo.
¿Qué haré contra el poder? ¿Qué? Defenderte,
que contra el alma solo puede el cielo.

(Sale FLORA, ELENA y POMPEYO.)
POMPEYO

  Esto me manda Otón, si me ha obligado
ya lo veis, con oficios tan honrosos.

ELENA

Obedecelle es justo.

POMPEYO

Mi cuidado
puse sobre sus hombros poderosos.

 

FLORA

¿En fin nos quiere ver?

POMPEYO

Hanle contado
las gracias que tenéis.

ELENA

No son dichosos
sino los que se acercan a los reyes.

POMPEYO

Los filósofos hacen otras leyes.
  Que es ver por lo moral algunos necios.
Sénecas, de sí mismos retirarse,
diciendo a los palacios mil desprecios,
y de las soledades agradarse.
Con Diógenes dar mayores precios
al sol, que no a Alejandro, y con preciarse
de vivir por tan graves aforismos
ser locos homicidas de sí mismos.
  No hay cosa como el príncipe, más quiero
ser en su fuego y rayos salamandra,
que filósofo rígido y austero
en la presencia bélica alejandra.
¿Casandra estaba aquí?

CASANDRA

Cielos hoy muero.

POMPEYO

¿Sabes cómo has de ver a Otón, Casandra?

CASANDRA

Yo no señor, irán Elena y Flora,
que no estoy buena para verle agora.

 

POMPEYO

  No se puede escusar, que le he contado
de tus letras y ingenio lo que siento,
bien puedes ir honrada de mi lado;
yo soy quien puede darte atrevimiento.
Es, aunque mozo, circunspecto y dado
a las letras con tanto fundamento
el César, que bien puede tu hermosura
entre sus ojos caminar segura.
  No es Otón más soldado que en campaña;
Sabio es Otón, depuesto el noble acero,
con que le tiemblan Francia, Italia, España
y todo el orbe.

CASANDRA

Obedecerte quiero.

POMPEYO

No solo de soldados se acompaña,
conquistador y capitán severo,
letrados tiene, sabios comunica,
porque a escribir y a pelear se aplica.

ELENA

  De Julio César cuentan, y la suma
lo muestra de su historia celebrada,
que escribía de noche con la pluma
lo que de día obraba con la espada.

POMPEYO

No quiero Elena yo, que Otón presuma
que vuestra fama le ha engañado en nada,
conmigo vais, ya conocéis que he sido
padre de vuestro honor y Argos marido.
  Vestíos ricamente, porque os vea
en traje de mujeres principales,
que las galas han hecho a alguna fea
lucir hermosa en ocasiones tales.

ELENA

De qué vas triste.

CASANDRA

De que Otavio crea
que no somos amando más leales
que los hombres.

FINEO

Pues de eso no estés triste,
que solo en celos el amor consiste.

(Vanse, y sale OTÓN y el MARQUÉS.)

 

OTÓN

  ¿Qué dices Marqués?

ALBERTO

Quisiera
saber decirte, señor,
lo menos de su rigor,
pues es lo más que pudiera.
  Después que con mil colores
retóricos persuadí
tu amor a su honor y vi
las de su rostro mayores,
  dijo, debes de entender
con pensamiento plebeyo,
no el ser hija de Pompeyo,
sino solo el ser mujer.
  Agradezco a Otón augusto,
soberano emperador,
Marqués, que me tenga amor,
que agradecerlo es muy justo.
  Pero si en Roma naciera
de padre y madre gentil,
para mi honor el más vil
esclavo Júpiter fuera.
  Porque supuesto que son
menos en los reyes sabios
para el honor los agravios,
son más para la opinión.
  Y que si fuera su igual
tuviera disculpa amor;
con esto, invicto señor,
las cortinas de cristal,
  guarnecidas de pestañas
echó a las dos vidrieras
de sus ojos, en que vieras
de amor rotas las hazañas.
  Y aunque palabras crüeles,
por lo que a quien eres toca,
puso al sello de la boca
una nema de claveles.

 

OTÓN

  ¿Eso te ha dicho?

ALBERTO

No he visto
hermosura y crüeldad
estar en tanta amistad.

OTÓN

¡Qué fiera, Alberto, conquisto!,
  que airada no quiso oírte,
¡qué diamante!, ¡qué rigor!,
mas bien sé que a mi dolor
no he de poder persuadirte.
  ¡Oh pesar de mi venida
a Italia!, aunque me ha importado
ceñirme el laurel sagrado,
si me ha de costar la vida.
  Nunca dejara a Alemania,
nunca a Florencia viniera,
aunque por tigre tan fiera
no es Florencia, sino Hircania.
  Nunca mi ejército viera,
Marqués, la margen del Tibre,
pues estar su señor libre
más alta vitoria fuera.
  ¿Quién dijera que el poder
de Otón, con tan bajo modo
se viniera a poner todo
a los pies de una mujer?
  ¡Pesia el imperio!, ¿yo soy
su señor?, ¿yo, capitán?,
¿yo soy Otón?, ¿yo, alemán
y en esta baraja estoy?
  Haz que rompan mis banderas,
quema las cesáreas [n]aves,
vuelvan humildes, no graves
del Danubio a las riberas.
  Pues tiembla el cetro en mis manos,
de una mujercilla roto,
dile al sagrado piloto,
que nombre rey de romanos.

 

ALBERTO

  Nunca pensé que llegara
tu sentimiento, señor,
a tal estado.

OTÓN

Es amor,
en que soy hombre repara.
  Pasiones humanas tienen
esta igualdad, yo saldré
de Italia presto, y pondré
remedio.

ALBERTO

Negocios vienen.

(Sale RODULFO, caballero.)
RODULFO

  Aquí traigo la lista que mandaste
de los nobles, y oficios de Florencia.

OTÓN

¿Qué nobles y qué oficios?

RODULFO

Esta lista
tienen los nobles, y esta, los oficios,
faltan de proveer los magistrados,
y algunos cargos de la guerra.

OTÓN

Guerra
fue siempre amor, el general del alma
piensa ganar en la conquista palma:
salen los capitanes, los deseos,
y en lugar de ganar, pierden trofeos,
y como de unos ojos ven los tiros,
quiérenlos imitar con los suspiros.
Vete, Rodulfo, que no quiero agora
tratar de los negocios.

 

RODULFO

En buen hora.

OTÓN

Vuelve, pero no vuelvas.

RODULFO

¿Qué es aquesto?

ALBERTO

Está de ciertas dudas indispuesto.

(Sale FABRICIO, secretario, con papeles, y un criado con pluma y tinta.)
FABRICIO

  Aquí las cartas están.

OTÓN

¿Para dónde?

FABRICIO

Para Roma.

OTÓN

¿Muestra a ver?

FABRICIO

La pluma toma.

OTÓN

Pues mira que presto van.

FABRICIO

  ¿Por qué rasga vuestra alteza
las cartas?

OTÓN

Está mal puesto
ese principio.

FABRICIO

¿Qué es esto?

ALBERTO

Cierto dolor de cabeza.

 

RODULFO

  Aquí está un embajador.

OTÓN

Pues bien, ¿qué se me da a mí?
¿Es de Milán?

RODULFO

Señor sí.

OTÓN

¿Quiere hablarme?

RODULFO

Sí señor.

OTÓN

  Pues decid que yo no quiero
hablarle a él.

RODULFO

Quiérese ir.

OTÓN

Ábrale para salir
toda la puerta el portero.

FABRICIO

  Agora llega un correo
de Alemania.

OTÓN

Llegará
cansado, descanse allá,
pues no descansa un deseo.
  ¿Ay, Casandra, qué trajiste
en esos ojos el día
que te vi?, ¿con qué osadía
arsénico a un césar diste?
  Pero puesto que condeno
tu error, no soy en rigor
el primer emperador
que mataron con veneno.

 

ALBERTO

  Señor, si es tanto tu mal,
valgámonos del poder.

OTÓN

Desdice mucho del ser
de la grandeza imperial.

FABRICIO

  Aquí Pompeyo ha venido
con sus hijas.

OTÓN

¿Con quién, di?

FABIA

Con sus hijas.

OTÓN

Esto sí,
cielos tened mi sentido.
  ¿Alberto será verdad?

ALBERTO

¿Pues eso dudas, señor?

OTÓN

En todo pone el amor
dudosa dificultad.
  Vestirme quiero en el traje
de mi grandeza y poder,
porque Casandra ha de ver
quién es a quien hace ultraje.
  Dame el manto y el laurel.

ALBERTO

¿A qué efeto?

OTÓN

Ya te digo,
tanto puede amor conmigo,
y yo tan poco con él.

 

(Vanse. Y salen POMPEYO, FLORA, ELENA y CASANDRA ricamente aderezadas y acompañadas de criadas.)
POMPEYO

  Aquí presumo que está.

ELENA

No vayas triste.

CASANDRA

No puedo
escusar, Elena, el miedo
que ver a César me da.

(Sale LIVIO.)
LIVIO

  Siguiendo a Casandra vengo,
aunque Pompeyo me ha visto,
tan mal los ojos resisto
de solo el cielo que tengo.
Y aunque su muerte prevengo,
por la conocida afrenta,
mientras el brazo la intenta,
quieren mis justos enojos,
que se entretengan los ojos
con lo que el amor se aumenta.
  ¡Ah Pompeyo!, ¿qué razón
te ha movido a despreciarme?,
despreciarme y deshonrarme,
premio injusto a mi afición.
¿Es mejor traer a Otón
tus hijas de aquesta suerte?,
mas de mi amor loco advierte,
aunque no estimas mi amor,
que vengo a vengar tu honor,
solicitando tu muerte.

 

(Salen OTAVIO y FINEO.)
OTAVIO

  ¿Aquí Pompeyo y sus hijas?

FINEO

Pues bien, ¿a quién hace agravio?

OTAVIO

Haré por vida de Otavio.

FINEO

Quedo, señor, no te aflijas,
ni por los celos te rijas
en materias del honor.

OTAVIO

¿pues por quién será mejor?

FINEO

Por el sabio desengaño,
que no puede haber engaño
si le previene el temor.

OTAVIO

  ¿Que Casandra haya venido?,
no lo puedo resistir,
¿no pudo algún mal fingir?,
pero tuvo amor fingido.

FINEO

Alguna culpa ha tenido,
que las mujeres, señor,
saben fingir un dolor
a un desmayo semejante,
mejor que un representante,
cuando se queja de amor.
  Con solo que ella dijera,
que la madre le dolía,
desde la hermana a la tía
el linaje revolviera.
Que por el parecer fuera,
este por ruda o por plumas
de perdiz; mas no presumas
que aquí la trajo el deseo.

 

OTAVIO

Más penas tengo, Fineo,
que el mar arenas y espumas.
  Aquel es Livio también,
y Aspro Libio para mí.

(Sale ALBERTO y RODULFO.)
ALBERTO

Bien queda el César así,
obliga a quererle bien.

RODULFO

  Alberto, ¿qué tiene Otón,
que tan fiero se ha mostrado?

ALBERTO

Un amor desengañado,
y una engañada razón.

RODULFO

  ¿Qué culpa habemos tenido?

ALBERTO

¿No has visto un toro, que escapa
de la plaza, de la capa,
del silbo y de verse herido;
  y después en la ribera,
buscando al que le silbó,
un olmo inocente halló,
como si él las varas diera
  y allí se quiere vengar
hasta desfogar la furia?
Pues tal a quien no le injuria
pretende Otón castigar.
  Llegad, Pompeyo, que aquí
aguarda el emperador.

 

POMPEYO

Ya el César nuestro señor,
hijas, se descubre allí.
 (Corran una cortina y véase debajo de un dosel OTÓN, con el laurel y el cetro, y con un manto romano, en una silla con almohadas.)
  Llegad, besadle la mano.

ELENA

Pone temor su grandeza.

FLORA

¿Quién será tan atrevida?

OTÓN

Oh amor, ¿qué habrá que no puedas?
¿Quién no conoce por mí
tu estraña naturaleza?
¿Que tiemble yo de mirar,
a quien de mirarme tiembla?
¿Quién dirá que estas insignias,
con que la humana soberbia
ha puesto el mundo a mis pies,
a tu poder se sujetan?

POMPEYO

Llega, Casandra.

CASANDRA

A mí
no me toca el ser primera,
por ser la menor, señor,
en besar la mano al César.

POMPEYO

Elena, ¿qué aguardas?

 

ELENA

Miro
mi humildad y la grandeza
de Otón, pero ya me atrevo,
forzada de tu obediencia.
Deme vuestra Majestad
su mano.

OTÓN

Recibo, Elena,
contento en verte, y te estimo
como a la primera prenda
de Pompeyo.

ELENA

Justamente
tus negras águilas vuelan
desde el timbre de tus armas
a las antárticas selvas.
Prospere tus verdes años
el cielo, para que tengas
un siglo el mundo en los hombros,
que humilde tus plantas besa.

FLORA

Esas, invicto señor,
vuestra Majestad conceda
a Flora, porque a su mano
loco atrevimiento fuera.

OTÓN

Mucho le debe Pompeyo
al cielo, porque tan bellas
hijas coronan de honor
sus canas.

 

FLORA

La gloria vuestra,
gran príncipe del imperio,
no en las armas, no en las guerras,
sino en la humana piedad
más altamente se muestra.
Prospere vuestras vitorias
el cielo, y donde no llega
el pensamiento, se alaben
vuestras invictas banderas.

CASANDRA

Casandra, heroico señor,
que a vuestros pies se presenta
para besar vuestra mano,
supuesto que indigna sea;
La India quisiera ser,
en cuya inmensa riqueza
puso los pies Alejandro,
porque a los vuestros rindiera
más oro, plata y diamantes.

 

OTÓN

Casandra, si tú deseas,
que diamantes, oro y plata
tus bellas manos me ofrezcan,
hoy no te has visto, ni sabes
tu condición, pues en ella
más firmes diamantes hay
y más oro en tu belleza.
Impropios los dos estamos,
que tú mejor estuvieras
aquí con este laurel
por reina de la belleza,
y yo a tus hermosos pies,
confesando que sujeta
cetros y armas la hermosura,
y que de los reyes reina.
Pero ya que no es así,
pluguiera al cielo que fueras
mi igual, y que este laurel
entre los dos dividiera.
No estoy desta suerte bien,
levantarme quiero, espera,
tomad aquestas insignias,
¿estas, Casandra desprecias?

(Quede con su capa y espada.)
CASANDRA

Señor, de mi estimación
injustamente se queja
su Majestad, que yo adoro
sus pies, que los polos besan.
En fe desto, ya en su mano,
de tantas vitorias llena
he puesto mi indigna boca.

 

OTÓN

Traidora mejor dijeras,
pues siendo tu rey, Casandra,
me has dado veneno en ella.
Pero de tu boca hermosa,
también es justo que adviertas,
que a rey no se dio veneno
jamás en copa tan bella.
Cuando temía Marco Antonio
que Cleopatra se le diera,
ella trujo una guirnalda
de rosas en la cabeza.
Comía Antonio con salva,
brindole a beber con ellas;
mas la guirnalda traía
veneno en sola la media.
Tomó Cleopatra las rosas
sin veneno, y viendo el César
que bebía sin peligro,
se atrevió a beber con ellas.
Echó las que se temían
Cleopatra, y matar pudieran
a Antonio, que en las mujeres
hay notables sutilezas.
Así, Casandra, has traído
veneno en las rosas bellas
de tus labios para mí,
y a ti no te han hecho ofensa.

CASANDRA

Señor, ya dije al Marqués
que mi honor....

 

OTÓN

Disculpa necia
deja Casandra el honor.

CASANDRA

¿Pues de qué, señor, te alteras?

OTÓN

Las mujeres que aborrecen,
Casandra, a quien las desea,
luego del honor se adargan,
que con amor atropellan.
No hay cosa más por el suelo
que el honor, cuando se ciegan,
y en no queriendo, le ponen
encima de las estrellas.
Guarda tu honor, que es muy justo
Casandra, y que no agradezcas
mi amor, pues no soy tu igual,
que yo sabré si en Florencia
hay causa para que trates
desta suerte la grandeza
de Otón, pues que no hay en mí
partes que no te merezcan.
Antes del bozo vencí
seis batallas, cien banderas
truje a Colonia rendidas,
tantas naciones diversas.
Con él he pasado a Italia
en la edad que me contemplas,
con bendiciones del mundo,
que a Dios por mi vida ruegan.
Deseos habré causado,
por grandeza, o gentileza,
palabra te doy que he sido
un mármol en resistencia,
hasta el punto que te vi,
tú sola, tú me desprecias,
Casandra, y mi muerte pides.

 

CASANDRA

De haber nacido me pesa,
mas mira lo que te agrada
de mí, que yo haré que sea
tus despojos con matarme.

OTÓN

¿Eres mujer o eres fiera?,
¿que no te admiró mirarme
en el trono que me tiemblan
tan graves embajadores?

POMPEYO

Enojo ha mostrado el César.

ALBERTO

Es que argumentan los dos,
que Otón de cualquiera ciencia
tiene principios bastantes.

OTAVIO

Ay Fineo, ¿con qué fuerza
Otón la está persuadiendo?

FINEO

No me admiro de que temas,
que es mujer, y persuadida
podrá ser muestre flaqueza.

OTÓN

  Pompeyo vos tenéis hijas tan bellas,
que pienso que os ofendo en alabarlas,
cierto estaréis que me he alegrado en verlas,
presto conoceréis que pienso honrarlas.
Si tres las gracias son, de solas ellas
la antigüedad pudiera retratarlas,
aunque teniendo tantas, los pinceles
quedaran cortos del divino Apeles.
  Pero cierto que el grave entendimiento
de Casandra no tiene semejante,
propúsele un difícil argumento,
mas no hay cosa tan alta que la espante;
defiéndese con justo atrevimiento,
que ingenio, que valor es un diamante,
gozadlas muchos años, que muy presto
veréis la obligación en que me han puesto.

 

POMPEYO

  Señor quisiera que fueran
tres mundos que presentaros,
que tres mil reinos os dieran,
y que a vuestros hechos claros
iguales correspondieran.
  Mas recibid, gran señor,
mi amor con vuestro valor,
que como estoy satisfecho,
que son almas de mi pecho,
os doy tres mundos de amor.
  Voy contento, soberano
César, que tal protección
las ampare, pues es llano,
que cesa mi obligación,
donde vos ponéis la mano.
  Plegue al cielo que veáis
el mundo que gobernáis
a esos pies un siglo entero,
que para mí yo no quiero
ver más bien del que me dais.

OTÓN

  Alzaos, Pompeyo, del suelo,
id en buen hora, señoras,
prospere esa vida el cielo.

(Vanse POMPEYO y sus hijas.)
OTAVIO

¿Que vi sus manos traidoras,
para mi amor fuego y yelo
  asir la de Otón?

 

FINEO

Los sabios
disimulan sus agravios.

OTAVIO

¿No quieres que el ver me pese,
que en la mano le imprimiese
los claveles de sus labios?

FINEO

  Mira que Livio la sigue,
que es enemigo mayor.

OTAVIO

Ya no hay pena que me obligue,
que este sigue con amor,
y Otón con poder persigue.

(Vanse OTAVIO y FINEO.)
ALBERTO

  Parece que más disgusto
has recibido de verlas.

OTÓN

¿Con qué gusto quedar puedo
viendo tanta resistencia?

ALBERTO

¿Pues no te besó la mano?

OTÓN

¿No has visto enfermo que llega
por las márgenes del vaso
los labios con asco y fuerza
para tomar la bebida?,
pues lo mismo considera
de la boca de Casandra.

 

ALBERTO

¡Cosa estraña!

OTÓN

¡Cosa nueva!
¿Mas no has oído que un pez,
con veneno a quien le pesca,
por el sedal y la caña
la mano y brazo le yela?
Pues tales fueron sus labios,
que por la mano derecha
dulce veneno infundieron
al corazón.

ALBERTO

Si te dejas
llevar de imaginaciones,
puede ser que el seso pierdas.

OTÓN

Muérame, Alberto, por Dios,
deja los engaños, deja
las lisonjas, que en criados
son las ruedas de su lengua.
Deja aquellas vanidades,
con que viendo que los premian,
los defetos llaman gracias,
las bajezas gentilezas.
Dime la verdad, ¿qué cosa
en mí contemplas tan fea,
que no merezca a Casandra,
y que su desdén merezca?
Sirve de espejo y perdona
estas locuras.

 

ALBERTO

Pudiera
decir el hombre más vil
estas humildades.

OTÓN

Piensa
que como estoy despreciado
de una mujer, mi soberbia
anda por el suelo humilde.

ALBERTO

¿No quieres hacerle fuerza,
como otros muchos de menos
poder?

OTÓN

¡Qué mal me aconsejas!
Quien ama y fuerza no ama,
para mí lo mismo fuera
tomar su retrato en brazos,
que al dueño siendo por fuerza.
Los gustos que son forzados,
son deleites que se sueñan,
que no estando nadie allí,
el que lo sueña lo piensa.