La masacre de la escuela Santa María de Iquique/VI
Santa María de Iquique
y el legado de los movimientos obreros de la época
El presente artículo analiza la huelga y posterior matanza de los obreros de la pampa salitrera chilena en el contexto de la lucha obrera de su época, identifica similitudes y concluye que no se trata de un acontecimiento particular chileno sino de un conflicto más bien representativo de la época.
Para tal efecto hace una revisión escueta de los casos más destacados a nivel mundial y latinoamericano que presentan similitudes con el movimiento huelguista chileno para posteriormente destacar las características transversales de todos o la mayoría de ellos, tales como el pensamiento anarquista (o anarcosindicalista) y el modelo organizativo de los soviets o concejos de trabajadores y soldados. La importancia de los últimos será ilustrada mediante la revisión del caso alemán.
Un tercer acápite analiza brevemente las conquistas sociales que caracterizaron a los Estados de bienestar y keynesiano, que indudablemente son producto de la lucha obrera, que tuvo uno de sus momentos cúlmines en la matanza de la Escuela de Santa María de Iquique, y la pérdida de las mismas por el proceso de neoliberalización global actual.
La huelga de los trabajadores de la pampa salitrera — Ni única, ni aislada, ni fortuita
La huelga de los trabajadores de la pampa salitrera, que termina con la matanza de miles de ellos en la escuela de Santa María de Iquique en Diciembre de 1907, no fue un hecho aislado ni constituye una particularidad chilena. Muy al contrario, las primeras décadas del siglo XX se caracterizaban por el despertar y el fortalecimiento del movimiento obrero, que adquirió poder tanto para luchar colectivamente por mejoras salariales y en las condiciones de trabajo, como para ejercer presión política sobre los gobiernos de la época. Luis Emilio Recabarren lideró este movimiento obrero en Chile que permitió la concientización de muchos trabajadores y se plasmó en Mancomunales y Sociedades de Resistencia y, especialmente en la Federación Obrera de Chile (FOCH), así como en el Partido Obrero Socialista (POS). El inicio del siglo XX era un período de intensa lucha de clases.
Desde que se formó la primera Mancomunal en 1900, que protagonizó una huelga de 60 días en el puerto de Iquique, las organizaciones sindicales se fortalecieron. La Primera Convención Nacional de las Mancomunales en 1904 reunió a 15 organizaciones que representaban a más de 20 mil trabajadores y apenas un año después, en octubre de 1905, las Mancomunales protagonizaron un levantamiento popular en el que los trabajadores organizados se tomaron la ciudad de Santiago por casi dos días y mostraron su capacidad de lucha.
No era una casualidad que a pocos meses de los sucesos denominados “semana roja de Santiago”[2], debido a la semejanza y simultaneidad con la rebelión obrera y campesina contra el Zar en Rusia, se produjeran hechos similares en la ciudad portuaria de Iquique, donde había nacido el movimiento sindical chileno. El sector minero, especialmente del salitre, era el más significativo del movimiento obrero en Chile, y sus condiciones de trabajo y de vida eran las más aberrantes entre los trabajadores. Con jornadas laborales de hasta 12 horas diarias, sin descanso dominical ni seguros de accidentes, viviendo en conventillos, durmiendo en “camas calientes”, llamadas de esta forma porque los integrantes de las familias se turnaban para dormir en ellas, recibiendo sus salarios en forma de fichas que sólo servían para las pulperías de las mismas oficinas salitreras. Era una cuestión de tiempo para que el sector más numeroso y más organizado del proletariado chileno se declarase en huelga.
Más de 15 mil obreros pampinos de una treintena de Oficinas adhirieron a la paralización de actividades para exigir el pago de sus sueldos en monedas de oro y no en fichas ni en papel moneda, mayor seguridad frente a accidentes laborales y enfermedad. Sin embargo, sólo consiguieron enfrentarse a patrones intransigentes por lo que el 10 de diciembre de 1907 tomaron la determinación de marchar hacia la ciudad de Iquique. Ya es sabido que dicha huelga culminó en la masacre de más de dos mil obreros en la escuela Santa María, perpetrada por soldados comandados por el general Silva Renard quien estaba sujeto constitucionalmente a las órdenes del Presidente de la República, Pedro Montt.
Las huelgas y también las masacres se repitieron a lo largo de la historia del movimiento obrero chileno e internacional. En 1917 los trabajadores portuarios de todo el país estuvieron en huelga durante dos meses. La huelga del carbón de 1919 duró 83 días y en diciembre del mismo año la Asamblea Obrera de la Alimentación convocó a la huelga general de Santiago por dos días. En enero de 1919 los obreros de un frigorífico de Puerto Natales se sublevaron y como sus patrones cerraron las plantas de faena y huyeron, los trabajadores se tomaron el poder de la ciudad durante varios días.
No sólo nuestro país constituyó un campo de batalla por la causa obrera. Dos años antes de la matanza de Iquique y gatilladas por el “domingo sangriento de San Petersburgo”[3] se habían iniciado rebeliones populares en la Rusia zarista, las que serían registradas en la historia como la Revolución Rusa de 1905-07. Ésta también aparece como consecuencia de una serie de levantamientos anteriores, como el de los decabristas contra el Zar Nicolás I en 1825. En su efecto se produjeron pequeñas reformas, pero la gran meta, convertir el imperio ruso en un Estado de derecho con régimen constitucional, no fue alcanzada. Al contrario, el autoritarismo y la brutal persecución de sus enemigos se fortalecieron durante la regencia del Zar Nicolás II (desde 1894). La derrota en la guerra ruso-nipona (1904-05) y la pérdida casi total de la flota del imperio provocaron tensiones internas agravadas por la recesión económica.[4] Tanto en San Petersburgo como en Moscú, las capas intelectuales manifestaron su creciente descontento y adhirieron a movimientos anarquistas y comunistas que se aliaron con los más diversos grupos opositores al imperio: nobles y burgueses liberales campesinos, trabajadores, revolucionarios, todos ellos reprimidos brutalmente por el Zar Alejandro III.
Debido a que el Zar requería de la aprobación pública para entrar en guerra con Japón, había convocado a un Congreso para noviembre 1904 en San Petersburgo. Sin embargo, en el Congreso no sólo se debatieron las justificaciones para el inicio de la guerra, sino que se manifestaron fuertemente demandas por reformas políticas, como una constitución política, un parlamento, jornadas laborales de ocho horas y descanso dominical. Ante el rechazo rotundo de cualquier reforma de esta índole, los movimientos obreros rusos convocaron a manifestaciones para enero 1905. Un día domingo, más de 150 mil trabajadores ingresaron a la ciudad de manera desarmada y pacífica para dirigirse al Palacio de Invierno del Zar. De manera sorpresiva, el ejército del Zar abrió fuego contra los manifestantes asesinando a más de mil de ellos.[5] La matanza provocó la solidaridad de los trabajadores que radicalizaron sus formas de lucha, huelgas en la industria, huelgas en el agro así como motínes en la marina, tal como lo refleja la película “Acorazado Potemkin” de Serguéi Eisenstein.
Sólo pocos años después se repite la historia en otra parte del mundo. La revolución de Xinhai en China, llamada así por la denominación china del año 1911, se inició con el levantamiento armado de Wu-chang el 10 de octubre 1911 y culminó en el fin de la dinastía Qing bajo el último Emperador chino, Pu Yi. El general del ejército imperial, Yuan Shikai, hizo esfuerzos por evitar un mayor derramamiento de sangre y una guerra civil, y buscó mediar entre la monarquía y los revolucionarios liderados por Sun Yatsen, quien proclamó la República China el 1 de enero 1912. Sun le permitió a Yuan ocupar el cargo del primer Presidente de la República, si éste fuera capaz de lograr la rendición del ejército de la dinastía. Yuan rápidamente se convirtió en un gobernante autocrático y Sun hizo
varios intentos fracasados por derrotarlo hasta que tuvo que exiliarse en Japón. Sin embargo, cuando se supo que Yuan mismo tenía pretensiones al trono del Emperador, se produjo una rebelión aúnEn Europa una serie de confrontaciones violentas entre republicanos radicales y anarquistas catalanes y el ejército español culminaron en la “semana trágica” de Barcelona. El primer ministro español había emitido una orden para movilizar a 40 mil reservistas del ejército para reforzar las tropas coloniales en Marruecos, lo que gatillo el levantamiento en Barcelona y otras ciudades de Cataluña.
La guerra de Marruecos tenía como propósito defender la Sociedad Minera de Melilla ante los ataques armados de los cabiles (al qabail), tribus bereberes del norte de Marruecos, por lo que fue interpretada por la clase obrera catalana como una guerra en defensa de intereses económicos de una clase y no de los intereses nacionales. El 23 de julio 1909 doscientos soldados españoles murieron en una emboscada originando una ola de protestas por parte de agrupaciones anarquistas, antimilitaristas y anticolonialistas y el sindicato Solidaridad Obrera, liderado por anarquistas y socialistas, convocó a un paro general en la capital catalana para el día lunes 26 de julio 1909. Al día siguiente los trabajadores organizados levantaron barricadas y se tomaron la ciudad. El día jueves de la misma semana la ciudad estaba sumergida en una violencia generalizada dirigida contra la clase dominante y el clero. Las tropas buscaron reestablecer el orden, disparando contra los manifestantes y el Gobierno decretó la Ley Marcial. Sin embargo, los reservistas catalanes se negaron a disparar contra sus compatriotas, obligando al Gobierno a movilizar tropas de Valencia, Zaragoza, Pamplona y Burgos para derrotar a los rebeldes.
La “semana trágica” de Barcelona provocó 8 bajas y 124 heridos entre las fuerzas policiales y 104 muertos y más de 250 heridos entre los trabajadores alzados. Más de 2.500 personas fueron detenidas, 59 de ellas sentenciadas a cadena perpetua, 17 de ellas a pena capital y 5 fueron ejecutadas. Entre ellas el pedagogo y fundador de la Escuela Moderna, Francisco Ferrer, a quien se le acusó haber liderado el levantamiento. El estado de excepción constitucional rigió hasta noviembre del mismo año, diarios de agrupaciones anarquistas y nacionalistas de izquierda así como centros culturales obreros fueron clausurados y más de 100 colegios laicos fueron cerrados. La política colonial española no sufrió cambio alguno y tampoco se produjeron reformas al sistema político.[7]
Las guerras, y especialmente las derrotas militares, son el caldo de cultivo del descontento y de la explosividad social de la época. A fines de la Primera Guerra Mundial tanto las tropas alemanas, cansadas de combatir por intereses ajenos, como la población, desilusionada con el Gobierno imperial, esperaron el fin de la guerra mientras la comandancia de la Marina Imperial se preparó para enviar su flota a una última batalla contra la Royal Navy en el Canal de la Mancha. La orden provocó un motín de los marinos que se negaron a ser sacrificados en una guerra ya perdida y que pretendieron dar un respaldo a las negociaciones de paz del Emperador alemán, Guillermo II.
El levantamiento se inició en la noche del 29 al 30 de octubre 1918 con la insubordinación de las tripulaciones de algunos buques de la flota que había anclado en Wilhelmshaven esperando entrar en batalla. En tres buques los marinos se negaron a elevar las anclas mientras en los buques “Turingia” y “Helgoland” se produjo un motín abierto con sabotaje de las maquinarias.[8] En la noche del 1º de noviembre 250 marinos se reunieron en una sede sindical en el puerto de Kiel para planificar sus acciones y exigir la liberación de sus camaradas detenidos. Como medida de presión pretendieron desobedecer cualquier orden de zarpar, fortalecieron sus alianzas con los sindicatos, con los dos partidos obreros de la época y decidieron enviar a una delegación para iniciar negociaciones con la comandancia que, sin embargo, no fue recibida. Cuando la policía clausuró la sede sindical, los marinos convocaron a una manifestación al aire libre a la que acudieron miles de marinos y representantes de organizaciones obreras para exigir “Paz y Pan”, así como la liberación de los responsables de los motines, el término de la guerra y mayores provisiones para los marinos. Finalmente, la manifestación se dirigió a la cárcel para liberar a los prisioneros.
Para evitar que cumplieran su cometido, el teniente Steinhäuser dio la orden de abrir fuego contra los manifestantes dando muerte a 7 de ellos e hiriendo a 29. Algunos manifestantes contestaron el fuego y el teniente Steinhäuser sufrió serias heridas de bala y por golpes con culatas. En muy poco tiempo, la protesta de los marinos contagió al resto del país y se convirtió en un levantamiento generalizado. La comandancia ordenó tropas externas para reprimir a los alzados, pero éstas se negaron a disparar y en gran parte se unieron a los rebeldes. Tres días después, la ciudad de Kiel se encontró bajo el control de más de 40 mil marinos, soldados y trabajadores organizados. El 6 de noviembre el movimiento alcanzó la mayoría de ciudades costeras así como Hannover y Braunschweig y hasta Frankfurt. En Munich, el concejo de soldados y trabajadores obligó a dimitir al Rey bávaro Luís III y convirtió a Bavaria en la primera región del imperio que proclamó la república.[9] Hasta el día 22 de noviembre 1918 dimitieron los demás príncipes y nobles regentes del imperio alemán.
En Latinoamérica tampoco son escasos los ejemplos para movimientos altamente ideologizados y combativos. De todas formas, cabe destacar una fundamental diferencia. Debido a la realidad económica monoexportadora de materias primas y el bajo grado de industrialización, el proletariado era más débil que en los
países europeos, aunque experimentó un notable fortalecimiento a principios del siglo XX, por lo que las ideas socialistas, comunistas y anarquistas encontraron acogida básicamente entre trabajadores mineros y agrícolas. Una de las variables completamente ausentes en la lucha obrera europea es la de los pueblos indígenas, factor no subestimable en nuestro continente.[10] Mientras en Bolivia y en Chile las organizaciones obreras más ideologizadas surgieron en los
sectores de la minería (salitre, cobre, estaño), en los países del Caribe éstas se formaron básicamente entre los trabajadores agrícolas y de las plantaciones. La incipiente industria brasileña y las explotaciones cafetaleras fortalecieron las relaciones de producción capitalistas y el proletariado. En Colombia el movimiento obrero se fortaleció sobre todo en los enclaves bananeros. Argentina, Uruguay, pero también Chile se caracterizaron por un fortalecimiento de las organizaciones
proletarias en el sector manufacturero. [11]
En el año 1910, Francisco Madero proclama la Revolución Mexicana que buscó derrocar al dictador Porfirio Díaz. El proceso revolucionario mexicano se caracterizó por las más diversas corrientes de pensamiento, por luchas entre líderes caudillistas, pero también por una profunda revolución social. El aporte más significativo a esta última fue de Ricardo Flores Magón quien, siendo periodista y escritor, se convirtió en uno de los principales teóricos anarquistas mexicanos e influyó decisivamente en el movimiento revolucionario de la época. Magón tuvo que huir de México en 1904, un año después fundó el Partido Liberal Mexicano en Estados Unidos y en 1922 murió en la cárcel de Leavenworth en el Estado de Kansas, pero Francisco Villa y Emiliano Zapata se nutrieron de sus concepciones del socialismo libertario y del colectivismo indígena representadas en su consigna “Tierra y Libertad”.[12]
La influencia del pensamiento anarquista superó la del socialista sobre todo en la costa del Atlántico de Sudamérica. En Argentina, socialistas y anarquistas competían fuertemente por la hegemonía en el movimiento obrero. Mientras los primeros instaban a sus partidarios a superar el carácter meramente reivindicativo de su lucha y de darle un carácter político exigiendo reformas sociales, los anarquistas redujeron su capacidad de impacto por la exigencia de que todo sindicato debiera necesariamente adherir a los principios del comunismo anárquico. Sin embargo, al ingresar a la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) esta corriente se abrió parcialmente y aceptó la diversidad de corrientes de pensamiento en el movimiento obrero argentino.[13]
un joven anarquista de sólo 18 años, al igual que otros asesinos de obreros en el mundo que corrieron la misma suerte.[14]
También en Uruguay, los anarquistas ejercieron influencia desde fines de siglo XIX, especialmente a través de su Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU). Una de sus más importantes huelgas fue la de los trabajadores de las canteras de conchillas en Colonia en 1914. A pesar de haber asumido José Batlle y Ordóñez, presidente nacionalista y anticlerical muy adelantado a su época, quien promulgó las primeras leyes laborales con importantes aportes a los derechos de los trabajadores, así como a los jubilados y reconoció los primeros derechos civiles al pueblo, lo que le hizo ganar al país el apodo de “Suiza de América”[15], no dudó en reprimir fuertemente los movimientos huelguistas de los trabajadores organizados.
Bolivia no contó con los movimientos migratorios que marcaron los movimientos obreros en el Río de la Plata. Al contrario, el proletariado boliviano, salvo de nutrirse del intercambio con los obreros del norte chileno y argentino, se constituyó de manera autóctona. Su característica principal es la compenetración mutua con los diversos movimientos indígenas del país. El sector más fuerte del proletariado fue, sin duda, el minero seguido por el de los trabajadores gráficos, fenómeno que se repite en varios países como veremos más adelante.
El presidente Bautista Saavedra Mallea (1921-1925) gobernó con amplia base popular y mediante su “Revolución Popular” introdujo una serie de reformas, entre ellas las primeras leyes laborales, que buscaron disminuir el apoyo al proletariado radicalizado y amortiguar su impacto.[16] Lejos de alcanzar su cometido los conflictos con el movimiento obrero se agudizaron y en 1923 se produjo uno de los conflictos más significativos en la historia obrera boliviana. Debido a que los dueños de las mineras les negaran el reconocimiento a la Federación Obrera Central Única, seis mil mineros se alzaron y el gobierno respondió con la declaración de la Ley marcial con el resultado de 7 obreros asesinados. Desde este momento las organizaciones mineras constituyen la vanguardia indiscutida del movimiento sindical boliviano,[17] situación que se explica por el significado que este sector tiene para la industria nacional hasta hoy.
El movimiento obrero peruano se fortaleció durante el Gobierno de Guillermo Billinghurst, entre los años 1912 y 1914, que se caracterizó por una apertura social. La corriente anarquista lideró una de las huelgas más importantes de la industria textil peruana en defensa de la jornada laboral de ocho horas. Sólo unos pocos años después, en enero 1919, se realizó la huelga exigiendo la jornada laboral de ocho horas que ha sido, tal vez, la más significativa en la historia peruana.[18] Casi inmediatamente después se produjo otra huelga importante que demandó costos de arriendo y de los productos de consumo diario accesibles para los trabajadores. Este movimiento se propagó muy rápidamente por la ciudad de Lima y el puerto de Callao y se convirtió en un levantamiento antioligárquico. El miedo de las clases dominantes ante el inminente estallido social las hizo formar la “guardia urbana” para reprimir a las combativas organizaciones obreras, proceso que culminó con la matanza de 400 obreros y el aniquilamiento momentáneo del movimiento obrero peruano.
Una característica común y transversal: el pensamiento anarquista y el modelo de los concejos de trabajadores
En los inicios del siglo XX la corriente ideológica más significativa del movimiento obrero chileno en particular —y latinoamericano en general— probablemente hayan sido el anarquismo y el anarco-sindicalismo, por lo que un análisis de los movimientos obreros de la época no puede prescindir de un estudio de estas corrientes ideológicas.[19] En el presente acápite buscamos respaldar la afirmación que los sucesos de diciembre 1907 no fueron hechos aislados ni particulares chilenos, para lo cual presentaremos un breve análisis de los movimientos anarco-sindicalistas y sus semejanzas a lo largo de Latinoamérica y del continente europeo.
El concepto anarco-sindicalismo se refiere a organizaciones de trabajadores asalariados que se regían por los principios de la autodeterminación, autoorganización y la solidaridad. Ideológicamente hablando, el anarco—sindicalismo fue un enriquecimiento de las ideas anarquistas por medio del sindicalismo revolucionario. El objetivo principal del movimiento anarco—sindicalista fue la superación de la sociedad capitalista y su expresión político—administrativa, el Estado. Ésta se pretendió alcanzar mediante la apropiación de los medios de producción por parte de los sindicatos. De esta forma se construiría un orden colectivo nuevo, libre de clases y libre de Estado. Para alcanzar esta meta formulada, el anarco—sindicalismo promovió la organización de la clase trabajadora en todas las esferas de la vida social para oponerse al poder ejercido por el Capital y el Estado y luchó por mejoras en las condiciones laborales y de vida de los trabajadores y sus familias. En este contexto ideológico se deben comprender las demandas de los huelguistas, no sólo de la pampa salitrera: mejores sueldos, jornadas laborales más cortas, descanso dominical, seguros contra accidentes laborales y enfermedad, así como condiciones de trabajo y de vida dignas. Su fin último, sin embargo, siempre fue la revolución social y la superación del capitalismo para sustituirlo por una sociedad más justa y libre de dominación.
El principal modelo político—administrativo que debiera reemplazar al Estado era él de los soviets, palabra del idioma ruso que significa “concejos” y que se orienta en la concepción de democracia radical de Jean Jacques Rousseau.[20] En la democracia soviética los electores están agrupados en organizaciones de base tales como, por ejemplo, los trabajadores de una fábrica o los habitantes de un barrio o comuna. Ellos eligen directamente a los integrantes de los concejos que se convierten en sus autoridades ejecutivas, legislativas y judiciales. De esta forma no habría una división ni separación de poderes en la tradición de John Locke [21] y Charles de Montesquieu [22] y el soberano, el pueblo, ejercería su democracia directamente. Tampoco existirían sistemas de partidos políticos, considerados fundamentales para el concepto democrático representativo, predominante en la actualidad, ya que los concejos representarían la voluntad del pueblo en su totalidad y le serían responsables permanentemente por intermedio de un mandato imperativo, opuesto a la idea del mandato libre de los actuales modelos democráticos en los que el representante electo sólo responde ante su propia conciencia y no ante el pueblo soberano ni sus electores.
Entre los años 80 del siglo XIX y la década de los 1930, el movimiento anarco-sindicalista tuvo mucha influencia política. Cuando, al inicio de la década de 1920, fue fundada la internacional anarco-sindicalista “Asociación Internacional de Trabajadoras y Trabajadores”, ésta reunió de inmediato alrededor de 1,4 millones de afiliados. La más poderosa de las organizaciones anarco—sindicalista de la época fue, sin duda, la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) española que alcanzó a reunir a más de dos millones de miembros a fines de los años 30, antes de que el Franquismo la obligara a la clandestinidad. La emigración europea al continente americano no sólo trajo una enorme cantidad de mano de obra, sino con ella también las ideas anarquistas lo que facilitó la creación de organizaciones afiliadas al movimiento anarquista mundial, tanto en Estados Unidos como en el subcontinente latinoamericano y en el Caribe.
Los anarco—sindicalistas fomentaban la organización obrera directa, de tipo sindical o barrial, y rechazaban la idea de crear partidos políticos que representaran los intereses de la clase trabajadora. Estos se comprendían como “correas de transmisión” entre la sociedad civil y el Estado. A la luz de los acontecimientos podemos constatar que este criterio constituyó una de las principales debilidades que finalmente aceleró la crisis del anarco—sindicalismo.
Una de las principales características que se repiten en todos los casos brevemente esbozados es, entonces, el modelo organizativo de los concejos de soldados y obreros. El primer caso conocido es el que se implementó con el sistema de soviets en la revolución rusa de 1905. Éste, sin embargo, se orientó fuertemente en la experiencia de la Comuna de París de 1871. Tal como en París fueron creadas instancias de auto—administración política. Los integrantes electos de los soviets rusos fueron responsables ante los militantes y destituibles en forma inmediata si no representasen los intereses de los electores (mandato imperativo). Su dieta no superaba el sueldo promedio de un trabajador y no disponían de privilegio alguno. La corriente bolchevique de la revolución rusa adoptó plenamente este modelo administrativo que posteriormente al triunfo de la Revolución de Octubre en 1917 dio origen a la Unión Soviética o Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en la que, sin embargo, el carácter soviético se perdió rápida y definitivamente.
Esta tensión entre corrientes de pensamiento del movimiento obrero se ve materializada en la rebelión obrera en Petrogrado (ex San Petersburgo) y el levantamiento de los marinos en Kronstadt en 1921 cuatro años después del triunfo de la Revolución de Octubre. Los comunistas bolcheviques, liderados por Lenin, buscaron limitar la influencia de los soviets a favor del “partido del nuevo tipo” y el principio del socialismo democrático, mientras la corriente liderada por Trotzky ayudó a reprimir a los anarquistas alzados acusándolos de tener fines contra-revolucionarios. Después de la muerte de Lenin en 1924 y la asunción de Stalin disminuyó radicalmente la influencia que podrían tener los soviets en la toma de decisiones en la Unión Soviética.
La región de Ucrania, parte del Imperio Ruso hasta la Primera Guerra Mundial, fue anexada por el Imperio Alemán tras el tratado de paz de Brest-Litovsk. La joven Unión Soviética luchó una guerra civil contra fuerzas reaccionarias que pretendieron restaurar la monarquía. En este contexto se produjo en Ucrania una revolución anarquista bajo el liderazgo de Néstor Majno y sus majnochina que implementaron un Gobierno de soviets con un sistema rotativo de los cargos gubernamentales y mandato imperativo. El modelo anarquista llegó a su fin repentinamente cuando los bolcheviques rusos habían vencido a los contrarrevolucionarios en su país y atacaron y derrotaron a los majnochinas. Una vez vencidos los anarquistas, Josef Stalin convirtió el principio del “centralismo democrático” en un “absolutismo burocrático”, se deshizo de su oposición interna representada por Trotzky y sus seguidores y fortaleció su poder como secretario general del PC mediante un culto a su persona.
Durante la época entre guerras se proclamaron una serie de repúblicas soviéticas siguiendo el ejemplo de la república soviética en Rusia. Así fueron creados consejos de soldados y trabajadores en Austria, Hungría, Eslovaquia, Alemania y hasta en el Irán, sólo nombrando algunos ejemplos. Ya hemos hecho alusión al amotinamiento de marinos en Kiel que dio inicio a la Revolución de Noviembre en Alemania en 1918. Posteriormente al levantamiento de los espartaquistas, liderados por el PC alemán en enero de 1919, se crearon soviets en Berlín, Munich, Hamburgo, Bremen y en varios centros industriales del país. Con el modelo de los concejos (pero en tradición marxista, más que anarquista) firmemente asociadas fueron las expropiaciones y socializaciones de industrias clave como la del carbón, de acero y hierro así como el sector financiero. La socialdemocracia alemana logró ejercer su influencia para convocar a elecciones a un Concejo de Diputados del Pueblo. De esta manera se tomó la decisión a favor de una democracia representativa y en contra del modelo de los concejos. Mientras los partidos políticos socialdemócratas exigieron elecciones para una Asamblea Constituyente que debiera decidir la futura forma de Estado de Alemania, los concejos de soldados y trabajadores buscaron convertir este levantamiento en una revolución social. El presidente del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), Friedrich Ebert, coincidía plenamente con el entonces Canciller del Reich, Max von Baden, que esta revolución social debiera ser evitada y el orden estatal mantenido a toda costa.
En los días posteriores, Ebert redobló sus esfuerzos por controlar la situación y evitar la radicalización del movimiento para lo que le fue muy útil que su partido contara con la mayoría de representantes ante el Concejo de Diputados. Estos votaron en contra de una Constitución política sobre la base de concejos de trabajadores (soviets). Mientras tanto las elites militares del antiguo régimen se prepararon para frenar el “peligro bolchevique” e intentaron hacerse del poder mediante un golpe de Estado el 6 de diciembre.
Otras repúblicas soviéticas fueron proclamadas en Hungría en marzo 1919, en la ciudad de Košice en Eslovaquia en 1920 y hasta en la provincia iraní de Gilán. Todas ellas tuvieron una duración de pocos meses antes de ser derrotadas. El modelo de los soviets volvió a implementarse en las más diversas organizaciones y conflictos. Así los trabajadores que se resistieron al socialismo “real” en Hungría en 1956 se inspiraron en modelos democráticos basados en concejos de trabajadores. El sindicato y movimiento opositor “Solidaridad” en Polonia en 1989 tuvo características similares pero no utilizó este nombre y en el contexto de la caída del muro de Berlín los opositores al socialismo de la República Democrática Alemana (RDA) se reunieron en “mesas redondas” inspirados en el principio de la democracia directa. Sin embargo, a pesar de tener similitudes con el espíritu del socialismo libertario, todos estos movimientos más recientes fueron instrumentalizados y su oposición no convirtió el socialismo “real” en uno más libertario, sino facilitaron la trasformación de la economía social de mercado, predominante en el capitalismo europeo, en una economía neoliberal que borró en pocos años los logros del movimiento obrero internacional conquistados a lo largo de casi un siglo.
El legado de los movimientos obreros de comienzos del siglo XX
Hace más de un siglo, la apropiación del excedente generado por el trabajador producía la pauperización de la clase obrera y su toma de conciencia, fenómenos que unidos provocaban —sobre todo en tiempos de crisis económica— potencial de resistencia y de rebelión. Esta situación ya había sido reconocida por actores políticos astutos como el Canciller alemán Otto von Bismarck, quien a fines del siglo XIX implementó políticas públicas de carácter distributivo con el objetivo de disminuir las tensiones políticas, de apaciguar los conflictos entre capital y trabajo y de disminuir el potencial revolucionario de los movimientos de la clase obrera. Estas medidas dividieron a los trabajadores en algunos con un considerable bienestar, identificados con el Estado y muchas veces contratados por él, y aquellos que siguieron trabajando y viviendo en condiciones infrahumanas, severamente reprimidos y con organizaciones sindicales debilitadas por el nacimiento de este Estado de Bienestar o welfare state.[23]
La institucionalización de las medidas de caridad destinadas al control social no logró impedir la radicalización del movimiento obrero a comienzos del siglo XX, como podemos observar en el recuento
Trabajo que daría más garantías y protección a los trabajadores en su relación con el empresariado. Sin embargo, una de las principales condiciones que impuso este código fue que las organizaciones sindicales debían institucionalizarse y se fijaran períodos y plazos para efectuar huelgas. De esta manera se introdujo la distinción entre huelgas legales e ilegales y se contribuyó a la fragmentación sindical, ya que la norma prohibió la creación de centrales o federaciones obreras a nivel nacional. El Código del Trabajo fue promulgado y entró en vigencia en 1925.[24]
Con posterioridad a la Gran Depresión del 1929, para cubrir las necesidades de los pobres y frenar al mismo tiempo la amenaza comunista los Estados más desarrollados implantaron varios sistemas de seguridad social en las economías capitalistas. El carácter mismo de estos sistemas variaba según el país y podría comprender desde programas de redistribución de la riqueza hasta una provisión mínima concebida para evitar la miseria.[25] Sobre todo el Capitalismo de Estado europeo y las economías anticíclicas y de pleno empleo en América Latina son ilustraciones de cómo los gobernantes recurrían a la distribución y redistribución de una parte de las ganancias del capital para disminuir el descontento y la presión social, así como para preservar la paz social y el orden establecido.
Después del fin de la Segunda Guerra Mundial los aliados occidentales transfirieron enormes sumas hacia la Alemania derrotada para no volver a cometer el mismo error de la Paz de Versalles. El Plan Marshall correspondió a la convicción de poder convertir el ex—enemigo en aliado económico y político y así no sólo reconstruir Europa sino, sobre todo, recuperar la estabilidad política en esa región. Dicha convicción quedó plasmada también en las organizaciones internacionales ideadas en las reuniones aliadas en Dumberton Oaks y Bretton Woods así como en la emergencia del “desarrollo” como tópico de la posguerra. Sin embargo, no es sino hasta que el triunfo de la revolución cubana en enero del 1959 cambia la correlación de fuerzas en América latina y los movimientos revolucionarios armados emergen en varios países, que las políticas redistributivas adquieren carácter internacional. En agosto del 1961 se firmó en Punta del Este (Uruguay) la Declaración de los Pueblos de América y el presidente norteamericano John F. Kennedy prometió apoyar la “revolución pacífica de la esperanza”.[26] Nuevamente fueron transferidos recursos financieros; esta vez hacia los países latinoamericanos, con el objetivo de reactivar sus economías, de posibilitar reformas educacionales y la democratización y, sobre todo, para financiar una reforma agraria. Esta “Alianza para el Progreso” tuvo un importante impacto en la capacidad combativa los movimientos revolucionarios y disminuyó sus bases entre obreros y campesinos.
Las políticas distributivas se convirtieron en un principio fundamental para la Iglesia Católica que sufrió una transformación doctrinaria a raíz delos acontecimientos políticos de los años 50 y 60.[27] Sin embargo, sus orígenes pueden ser observados en la encíclica “Rerum Novarum” del Papa León XIII del 1891. Este contemporáneo de Bismarck se había visto forzado a dar respuesta a la emergente cuestión social tal como lo debieron hacer sus sucesores Pío XI a las condiciones laborales con “Quadragessimo anno” (1931) y Juan XXIII a la situación del campesinado en “Mater et Magistra” (1961). Pero no fue sino recién durante el Concilio Vaticano II (1962-65) y en la Conferencia Episcopal de Medellín (1968) que la Iglesia Católica desarrolló su Doctrina Social tomando claramente la “opción por los pobres” emprendiendo la lucha por la superación de la pobreza y la miseria de gran parte de la población para recuperar la paz de las sociedades latinoamericanas. Mientras la institución eclesiástica dio un ejemplo y repartió tierras de su propiedad a campesinos pobres, iniciando así la reforma agraria, otros sacerdotes interpretaron la Doctrina Social de una manera más radical y desarrollaron la Teología de la Liberación, llegando incluso a integrar movimientos insurreccionales. La “Revolución en Libertad” de Eduardo Frei Montalva es la expresión nacional de esta redistribución de riquezas a escala continental representando un conjunto de reformas destinadas a mitigar la pobreza y a mantener el control social.
Durante más de un siglo los Estados recurrieron a políticas públicas distributivas y redistributivas y lograron disminuir el descontento y la radicalidad de las exigencias y formas de lucha de los movimientos obreros, sacrificando una parte considerable de sus riquezas. Pero la situación comenzó a cambiar a finales del 1973, no por el Golpe de Estado en Chile, sino porque se agotó el modelo de desarrollo que albergó el Estado de Bienestar. Noreena Hertz expresa muy bien como “[...] desde finales de los años setenta, Keynes, cuyas enseñanzas había adoptado prácticamente todo Occidente con la intención de reconstruir un mundo aniquilado por la guerra y crear un sólido bloque capitalista que sirviera de baluarte contra el comunismo, quedó relegado a una nota de pie de página de la historia.”[28]
Para los neoliberales, la teoría keynesiana demostró su ineficiencia y le atribuyeron a la intervención estatal en la economía toda responsabilidad de la crisis. Con la ayuda de los teóricos Friedman y von Hayek y de los regímenes autoritarios burocrático-militares, el capitalismo adoptó una nueva forma que le permitió prescindir de la redistribución. Al contrario, las riquezas se redistribuyen en sentido contrario, a favor del gran capital. Amplias capas de la población sufren procesos de precarización de sus condiciones de vida generando el fenómeno de la “nueva pobreza” y las relaciones laborales se encuentran hoy casi tan desprotegidas como en la época de las huelgas de los trabajadores del salitre, sin que este proceso conduzca visiblemente a un nuevo fortalecimiento y radicalización del movimiento obrero.
Conclusiones
Nos parece importante destacar, en primer lugar, que los movimientos obreros de inicios del siglo XX y sus huelgas fueron fundamentales para las conquistas sociales, el reconocimiento y la funcionalidad de las negociaciones colectivas entre obreros y empresarios que marcaron 5 décadas de desarrollo del capitalismo en América latina. Los Estados de bienestar y keynesiano constituyeron modelos de desarrollo capitalista que se caracterizaron por el ejercicio del control social mediante políticas públicas distributivas y hasta redistributivas que buscaron aumentar el poder adquisitivo y la calidad de vida de los trabajadores y disminuir su adhesión a movimientos obreros radicalizados o revolucionarios.
Dicha distribución disminuyó considerablemente la conflictividad social a costa de reducir también la ganancia de las empresas. Esta contradicción es resuelta por medio de otros hechos y períodos de represión sangrienta. Los regímenes autoritarios de tipo burocrático—militar establecieron el marco político—autoritario requerido para la implementación del modelo neoliberal que tiene una nueva cualidad respecto del ejercicio del control social. El neoliberalismo puede prescindir de políticas distributivas y considera disfuncional los sindicatos y las negociaciones colectivas. Sus mecanismos de disciplinamiento radican principalmente en las relaciones laborales marcadas por la incertidumbre y la precariedad.
De esta manera estamos hoy vivenciando una realidad que presenta muchas similitudes con las condiciones de vida y relaciones laborales de los obreros que se sacrificaron por una vida mejor en una sociedad caracterizada por la injusticia social. La principal diferencia entre los obreros salitreros y los actuales es, sin embargo, la falta de cohesión ideológica y organizativa, de conciencia y voluntad para emprender una lucha por (re) conquistar el compromiso social del Estado. En lugar de ello predomina hoy un pensamiento único neoliberal, expresado por ejemplo en el consumismo, el endeudamiento, el rechazo a la política y a los políticos, la desconfianza a las instituciones democráticas, el aislamiento detrás de las rejas y alambradas electrificadas de la seguridad ciudadana y la fragmentación identitaria y social.
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Referencias de las fotografías:
Revista Historia 16, Madrid, No1, p.57;Nº2 p.65; Nº10 p.91.
- ↑ El autor es Polítologo y Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Leipzig (Alemania), Investigador del departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones de la Biblioteca del Congreso Nacional.
- ↑ Vitale, Luís: “Historia social comparada de los pueblos de América Latina”, Comercial Atelí & Cía. Ltda./ Ediciones Plaza, Punta Arenas 1999, p. 44.
- ↑ Kusber, Jan: “Krieg und Revolution in Russland 1904–1906. Das Militär im Verhältnis zu Wirtschaft, Autokratie und Gesellschaft“, Verlag Steiner, Stuttgart 1997.
- ↑ Warth, Robert D.: “The Allies and the Russian revolution. From the fall of the monarchy to the peace of Brest-Litovsk”, Duke University Press, Durham 1954.
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- ↑ Mariátegui, José Carlos: “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, Editorial Crítica, Barcelona 1976.
- ↑ Vitale, Luis, op. cit., p. 39.
- ↑ MacLachlan, Colin M.: “Anarchism and the Mexican Revolution. The political trials of Ricardo Flores Magón in the United States”, University of California Press, Berkeley 1991; Langham, Thomas C.: “Border trials. Ricardo Flores Magón and the Mexican liberals”, University of Texas Press, El Paso 1981.
- ↑ Vitale, Luis, op.cit., p.60.
- ↑ Pigna, Felipe: “Los mitos de la historia argentina”, Editorial Planeta, Buenos Aires 2005.
- ↑ Abdala, Alberto Washington: “Crónicas del Batllismo histórico”, Editorial Universitaria, Montevideo 1992; Millot, J./ Bertino, M./ Bertoni, R./ Tajam, H.: “La economía del primer Batllismo y los años veinte. Auge y crisis del modelo agroexportador (1911-1930), Instituto de Economía, Montevideo 2005.
- ↑ Valencia Vega, Alipio: “Historia Política de Bolivia”, Librería Editorial Juventud, La Paz 1986.
- ↑ Vitale, Luis, op. cit., p. 59.
- ↑ Ibid, p. 54
- ↑ Vitale, Luís, op. cit., p. 70.
- ↑ Rousseau, Jean Jacques: “El Contrato Social”, Editorial Losada, Buenos Aires 2003; Grimsley, Ronald: “La Filosofía de Rousseau”, Editorial Alianza, Madrid 1988.
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- ↑ Para un análisis histórico de la normativa laboral véase el artículo de Rodrigon Obrador en este mismo libro.
- ↑ Hertz, Noreena: “The Silent Takeover: Global Capitalism and the Death of Democracy “, Heinemann. London 2001.
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- ↑ Hertz, Noreena, op.cit.