La madre Naturaleza: 35

La madre Naturaleza de Emilia Pardo Bazán
Capítulo XXXV

Capítulo XXXV


-Queda muy sosegada, y en un estado de ánimo bastante bueno. Mañana, Dios mediante, recibirá al Señor -respondió el cura de Ulloa, fijando los ojos en un nudo de la madera del piso, pues aquella habitación de Gabriel Pardo era la misma, la de su hermana, y tender la vista alrededor una prueba muy fuerte para el espíritu del párroco.

-Y...

-Todo se lo he expuesto y se lo he manifestado de la mejor manera posible y apoyándolo con cuantas razones me sugirió mi pobre inteligencia. Le he dicho que usted le dispensaba una honra y le daba una prueba de afecto grandísima, elevándola al puesto de esposa suya, después de que...

-¡Ay Dios mío! -exclamó Gabriel tristemente-. Si se lo ha presentado usted como un favor, de fijo que se ha resentido su orgullo... y por altivez, por delicadeza, habrá sido capaz de negarse...

-No señor, no...

-¿Ha dicho que sí?, ¿ha dicho que sí? -preguntó Gabriel afanosamente.

-Se ha negado...

-¡Ya!

-Pero por otras causas, que usted y yo estamos en el caso de respetar.

-¿Otras causas?

-Manuela se encuentra sinceramente arrepentida... La desventura, el golpe que ha recibido le han abierto mucho los ojos del alma. No desea más que expiar y llorar su culpa...

-¡Su culpa! -exclamó Gabriel, con acento de protesta-. ¡Su culpa, pobre criatura abandonada, sin consejo, sin cariño de nadie! ¡Don Julián, don Julián! Ocasiones hay en que yo me condeno a mí mismo por mi detestable propensión a la indulgencia; porque creo que se me han roto todos los resortes morales; pero ahora... ¡quisiera tener en esta mano todo el perdón y todo el amor del mundo... para derramarlo sobre la cabeza de mi sobrina! ¡Ella es inocente... otros, otros somos los culpables!

-Otros -replicó con mansa firmeza el cura -son acaso más culpables que ella; pero ella tampoco es inocente, señor de Pardo. Ella lo comprende y lo reconoce, y desea, así que su padre se ponga bueno, retirarse a un convento de Santiago.

-¡Monja! -exclamó Pardo-. Monja... ¡Quiere ser monja!

-Por ahora, no señor. La vocación no viene en un día, y yo siempre le daría el consejo de que desconfiase de una vocación repentina, dictada por sinsabores o desengaños del mundo. Lo que Manuela quiere es retiro y descanso que le cure las heridas y sitio en que hacer penitencia de su pecado. Yo le he hablado de bodas, de esposo y de alegría; me ha respondido celda y llanto. En mí no estaba desviarla de ese propósito, desde que me lo manifestó. No me lo permitía mi oficio a aquella cabecera.

Gabriel se acercó al cura de Ulloa, y tomándole con agitación las manos,

-Sí, padre -exclamó-; sí, sí, usted es el único que podía apartarla de ese triste cautiverio en que va a caer voluntariamente... Entrará allí ahora, porque cree, porque piensa que se le ha acabado el mundo y que ha delinquido atrozmente; porque tiene vergüenza y dolor, porque no sabe lo que le pasa... Después de entrar allí, lo que sucede; ya no se atreverá a salir, y se creerá en el compromiso de tomar el hábito, y lo tomará, y sufrirá, y vivirá mártir, y acaso morirá desesperada... Don Julián, ¡usted que tanto ha querido a su madre...!

Pardo sintió temblar en la suya la mano del cura de Ulloa, y creyó que el argumento había hecho fuerza. En efecto, el cura se levantó, y como si despertase de un sueño, abrió sus ojos siempre entornados y los paseó por los muebles, por la habitación, los clavó en la ventana. Y con expresión de angustia, con acento hondo y muy distinto de la voz sorda y tranquila que tenía siempre, gritó:

-¡Ojalá que su madre hubiera entrado en el convento también! Dios llama a la hija... ¡Que vaya! ¡Que vaya! Virgen Santísima, ¡ampárala, recíbela, sostenla, quítala del mundo!

Por primera vez sintió el comandante un impulso de ira contra aquel hombre que poseía a sus ojos la aureola y el prestigio del santo, o -para emplear con más exactitud el lenguaje interno de Gabriel- del hombre honrado que ajusta a sus convicciones su vida, y no tiene para sus semejantes sino ternura y caridad. Rebosando enojo, le apostrofó rudamente:

-¡Don Julián, permítame usted que le diga que eso es un enorme desacierto! Manuela puede ser en el mundo feliz, buena y honrada... y es un horror que vaya a sacrificarse, a enterrarse y a consumirse entre cuatro paredes, sin chispa de devoción ni de humor para ello... ¿por qué? Por una desdicha que ha tenido, por una falta que todo disculpa, cuyo alcance ella no ha podido comprender, y cuya raíz y origen están, al fin y al cabo, en lo más sagrado y respetable que existe... ¡en la naturaleza!

-Señor de Pardo -respondió el cura, que ya había recobrado su apacibilidad de costumbre- lo que la naturaleza yerra, lo enmienda la gracia; y el advenimiento de Cristo y los méritos de su sangre preciosa fueron cabalmente para eso; para remediar la falta de nuestros primeros padres y sanar a la naturaleza enferma. La ley de naturaleza, aislada, sola, invóquenla las bestias: nosotros invocamos otra más alta... Para eso somos hombres, hijos de Dios y redimidos por él. Dejemos esto; yo desearía que usted no se quedase con el recelo de que he influido directamente en el ánimo de la señorita. Vaya usted junto a ella, pregúntele, ínstele... haga usted su oficio, que la Virgen Santísima no ha de descuidarse en hacer el suyo... Yo me vuelvo a mi casa, si no tiene usted nada que mandar a este humilde servidor y capellán.

-Voy junto a mi sobrina ahora mismo -respondió Gabriel retando al cura con su decisión y con su cólera.