La mañana (Zaldumbide)

​La mañana​ de Julio Zaldumbide Gangotena
De La Naturaleza


Leve cinta de luz brilla en Oriente,
como la fimbria de oro
del ropaje del sol resplandeciente;
y éste es el nuncio de la luz del día.
El pueblo de las aves que dormía
en el regazo de callada noche
rompe el silencio en armonioso coro,
y un cántico levanta al que infalible
su cotidiano sol al mundo envía.


Raya el alba; las sombras que esparcidas
por los aires, tejían silenciosas
el tenebroso velo
en que yacía envuelto el ancho suelo,
ciegas ante la luz y confundidas
se rompen, al ocaso retroceden,
y el espacio y el cetro al día ceden.
Recoge el manto la vencida noche,
y aparece triunfante
entre aplausos y goces de victoria,
en su inflamado coche,
el Rey del Cielo espléndido y radiante.


Cunde al punto la luz de la mañana,
se alegra el valle, el monte resplandece,
la niebla que en la noche cubrió el suelo
se rompe fugitiva y desvanece,
o en ondeantes penachos sube al cielo.
Bulle el viento en los árboles sonoro,
brilla en las verdes hojas el rocío,
murmura el arroyuelo
entre las flores dulce, y más osado
rumor levanta el impetuoso río;
allá resuena la floresta umbría
con el alegre, bullicioso coro
de pájaros cantores.


Despiertan la cabaña y la alquería;
del humo del hogar al cielo sube
la doméstica nube,
y la vista recrea
el afanar del laborioso día:
ya el labrador empuña el curvo arado,
y alegre con la idea
de la futura henchida troje, rompe
el seno inculto del fecundo suelo,
poniendo la esperanza y el cuidado
en el labrado surco y en el cielo;
se abre el redil y saltan las ovejas
y vanse por el campo derramadas
la tierna grama que mojó el rocío
paciendo regaladas.
Allá se agita, la afanosa siega
y la dorada espiga
al corvo diente de la hoz entrega
el precioso tesoro,
galardón del sudor y la fatiga.


¿En dónde estás ahora,
oh noche, ciega noche engendradora
de larvas espantosas?
¿Dónde llevaste ya tu triste luna,
y tu corte de estrellas silenciosas?
Éste es él sol, que el alto cielo dora.
Éste es el sol, que viste
la campiña de espléndidos colores:
pintadas brillan a su luz las flores;
a su luz resplandece
la vívida esmeralda de los montes,
y aspirando en su luz Naturaleza
de inmortal vida el poderoso aliento,
rejuvenece su inmortal belleza.


Éste es el sol, a cuya luz el mundo
sacude el sueño que durmió profundo
en tu regazo, oh noche, y resonante
gira de nuevo en su eje de diamante,
lleno de juventud, de vida lleno,
como en aquel primero día, cuando
el ciego Caos fecundó tu seno,
y echaste dél afuera
la creación entera
que giró en los espacios rutilando.


¡Salve, oh tú esplendoroso
Rey de los otros orbes, sol fecundo!
Mi voz con la del mundo,
salve, te dice, genitor glorioso
de toda vida y todo ser que encierra,
por cuanto abarcas en tu luz, la tierra.


¡Cuán de otra suerte, oh sol, te saludaba
cuando yo, de los hombres
en el común tropel iba mezclado,
de la ciudad habitador hastiado!
El corazón marchito, el alma fría,
cegada ya la fuente
del entusiasmo, y el estéril tedio
consumiendo la flor de mi existencia,
mi juventud amada.


Tal era yo aquel tiempo, y tal vivía;
y entonces maldecía
tu refulgente luz, tu luz sagrada
porque ella no traía
placer al alma, ni al dolor remedio.


¡Ya ese tiempo pasó!... Hora que el cielo,
propicio en fin, mis votos ha cumplido,
dándome horas de paz, serenos días;
húndase en las tinieblas del olvido
esta de gran dolor época fiera;
no vengan sus recuerdos
a acibarar mis dulces alegrías:
regenerado estoy, y no quisiera
la idea conservar de lo que he sido.


A ti, naturaleza, esta que siento
inmensa vida rebosar en mi alma,
a ti la debo sola; tú eres fuente
de vida inagotable: el pecho triste
que se marchita al abrasado aliento.


De mundanas pasiones,
bañado en ti, renacerá al momento
al perdido vigor y nuevamente
encontrará perdidas emociones.
El infelice que bebió del mundo
el cáliz del dolor emponzoñado,
el labio ponga en tu raudal fecundo
y beberá el placer... Naturaleza,
tal hice yo, y en mí nuevo infundiste
gozo, desconocido a mi tristeza;
por ti mi herido pecho desmayado
vuelve a latir y en nuevo ardor se inflama,
y por ti en fin mi espíritu cansado
que aborreció la vida, ¡ya la ama!