​La luna de Enero​ de José Zorrilla
del tomo primero de las Poesías.

El prado está sin verdura,
Y los jardines sin flores,
No cantan los ruiseñores
Amores en la espesura.
No se oye el dulce murmullo
Del viento, que ronco brama,
No brota en la seca rama
Tierno y pintado capullo.
No saltan serenas fuentes
Por entre sutiles bocas,
Que ruedan desde las rocas,
En vez de arroyos, torrentes.
La luz que los aires puebla
Pesada, amarilla y tarda,
Se pierde en la sombra parda
De la perezosa niebla.
Se viste el color del cielo
Color de los funerales,
Y son del alba cristales
Los carámbanos de hielo.
Brota a los rudos estragos
Con que el invierno la abruma,
La tierra nieblas y lagos,
El mar montañas de espuma.
Y hacinados de ancha hoguera
Los hombres en derredor,
Contemplan el resplandor
Que asalta la azul esfera.
Y baja amarillo el río,
Y entre sus ondas pesadas
Trae las ramas desgajadas
Al furor del cierzo impío.

Mas la noche silenciosa
Por el firmamento sube,
Sin que la manche una nube,
Engalanada y vistosa.
Que en vez de sombra importuna
Vienen siguiendo sus huellas
Mil ejércitos de estrellas,
Cortesanas de la luna.
Que la noche, en recompensa,
Callando los vendavales,
Enciende sus mil fanales
Sobre la atmósfera inmensa.
¡Qué bella es la luz de plata
Con que la noche se viste
Después del día más triste
De la estación más ingrata!
Se ven en la oscuridad,
Como soldados que velan,
Cuál con la lluvia riëlan
Las torres de la ciudad.
Se sienten rodar inquietas,
Lanzando un grito violento
Al brusco empuje del viento,
Sobre el punzón las veletas.
Y en las mansiones vecinas
Los vidrios de las ventanas
Remedan las luces vanas
Colgadas en las esquinas.
No hay sombra en que no veamos
Alguna fantasma oculta,
Que porque más la temamos,
La noche la sombra abulta.
Pues por completa ilusión
La noche miente tan bien,
Que las cosas que se ven
No son las cosas que son.
El aire cristales miente,
Plata los pliegues del río,
Lluvia de ámbar el rocío,
Nácar y perlas la fuente.
Y alza a lo lejos el monte,
Como filas de soldados,
Mil peñascos apiñados
Que guardan el horizonte.
¡Bello es entonces cantar
Con enamorado acento,
Versos que cruzan el viento
Para nacer y expirar!
Bello es en la sombra oscura
Ver una ondulante falda,
Y adivinar una espalda
Sobre una esbelta cintura.
Pensar un velo sutil
Ocultar un blanco cuello,
Y buscar detrás de aquello
Un elegante perfil.
Y alcanzar por entre el velo
Dos ojos o dos centellas,
Que iluminan como estrellas
El espacio de aquel cielo.
Hasta la misma amargura
Es tal vez menos amarga,
Que cuanto la noche alarga
Adquiere más hermosura;
Que en una noche tranquila
Parece el cielo, en verdad,
Ojo de la eternidad,
Y la luna su pupila.


Reina de los astros, ¡Luna!,
Como tu luz no hay ninguna;
Si el alba tiene arrebol,
Si tiene rayos el sol,
Su luz de fuego importuna.
Cansa por cierto ese ardor
Con claridad tan extrema;
Bello es del alba el color,
Bello del sol el calor,
Pero tanta lumbre quema.
¡Oh, de la tuya templada
Es fantástico el imperio!
Tú con tu luz plateada
Das de la sombra a la nada
Los contornos del misterio.
¡Oh noches encantadoras,
Volved con tanta riqueza!
¡Hermosas son vuestras horas,
Que embellecen seductoras
Del ánima la tristeza!
Como aquéllas ¡no hay alguna!
Que en vez de sombra importuna
Traen por orgullo con ellas
Mil ejércitos de estrellas
Cortesanas de la luna.