La lucha por la vida I: 082
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La lucha por la vida I Tercera parte | Pío Baroja |
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...Y dormía con el más dulce de los sueños, cuando una voz áspera le
trajo a las amargas e impuras realidades de la existencia.
-¿Qué haces ahí, golfo? -le dijeron.
-¡Yo! -murmuró Manuel, abriendo los ojos y contemplando a quien le hablaba-. Yo no hago nada.
-Sí; ya lo veo, ya lo veo.
Manuel se incorporó; tenía ante sí un viejo de barba entrecana y mirada adusta, con un saco al hombro y un gancho en la mano. Llevaba el viejo gorra de piel, una especie de gabán amarillento y bufanda rojiza, arrollada al cuello.
-¿Es que no tienes casa? -preguntó el hombre.
-No, señor.
-¿Y duermes al aire libre?
-Como no tengo casa...
El trapero se puso a escarbar en el suelo, sacó algunos trapos y papeles, los guardó en el saco y, volviendo a mirar a Manuel, añadió:
-Más te valdría trabajar.
-Si tuviera trabajo, trabajaría; pero como no tengo... a ver... -y Manuel, harto de palabras inútiles, se acurrucó para seguir durmiendo.
-Mira... -dijo el trapero- ven conmigo. Yo necesito un chico... te daré de comer.
Manuel miró al viejo, sin contestar anda.
-Conque ¿quieres o no? Anda, decídete.
Manuel se levantó perezosamente. El trapero subió la cuesta del terraplén con el saco al hombro, hasta llegar a la calle de Rosales, en donde tenía un carrito, tirado por dos burros. Arreó el hombre a los animales, bajaron el paseo de la Florida, y después, por el de los Melancólicos, pasaron por delante de la Virgen del Puerto y siguieron la ronda de Segovia. El carro era viejo, compuesto con tiras de pleita, con su chapa y su número, y estaba cargado con dos o tres sacos, cubos y espuertas.
El trapero, el señor Custodio, así dijo él que se llamaba, tenía facha de buena persona.
De cuando en cuando recogía algo en la calle y lo echaba en el carro.
Debajo del carro, sujeto por una cadena y andando despacio, iba un perro con lanas amarillas, largas y lustrosas, perro simpático que, en su clase, le pareció a Manuel que debía ser tan buena persona como su amo.
Entre el puente de Segovia y el de Toledo, no muy lejos del .comienzo del paseo Imperial, se abre una hondonada negra con dos o tres chozas sórdidas y miserables. Es un hoyo cuadrangular, ennegrecido por el humo y el polvo del carbón, limitado por murallas de cascote y montones de escombros.
Al llegar a los bordes de esta hondonada, el trapero se detuvo e indicó a Manuel una casucha próxima a un Tío Vivo roto y a unos columpios, y le dijo:
-Esa es mi casa; lleva el carro ahí y vete descargando. ¿Podrás?
-Sí; creo que sí.
-¿Tienes hambre?
-Sí, señor.
-Bueno; pues dile a mi mujer que te dé de almorzar.
Bajó Manuel con el carro hasta la hondonada por una pendiente de escombros. La casa del trapero era la mayor de todas y tenía corral y un cobertizo adosado a ella.