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La lucha por la vida I Tercera parte | Pío Baroja |
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Entraron los tres llenos de miedo, atortolados, cogieron una servilleta y metieron dentro lo que encontraron a mano, un reloj de cobre, un candelero de metal blanco, un timbre eléctrico roto, un barómetro de mercurio, un imán y un cañón de juguete.
Vidal se subió a la tapia con el lío.
-Ahí está -dijo asustado.
- ¿Quién?
-El perro.
-Yo bajaré primero -murmuró Manuel- y se puso la navaja en los dientes y se dejó caer. El perro, en vez de acercarse, se alejó un poco; pero siguió ladrando.
Vidal no se atrevía a saltar la tapia con el lío en la mano y lo echó con cuidado sobre unas matas; en la caída no se rompió más que el barómetro, lo demás estaba roto. Saltaron la tapia el Bizco y Vidal, y los tres socios echaron a correr a campo traviesa, perseguidos por el perro defensor de la propiedad, que ladraba tras de ellos.
-¡Qué brutos somos! -exclamó Vidal deteniéndose-. Si nos ve un guardia correr así nos coge.
-Y si pasamos por el fielato reconocerán lo que llevamos en el lío y nos detendrán -añadió Manuel.
La Sociedad se detuvo a deliberar y a tomar acuerdos. Se dejó el botín al pie de una tapia. Se tendieron en el suelo.
-Por aquí -dijo Vidal- pasan muchos traperos y basureros a La Eiipa.
Al primero que veamos le ofrecemos esto.
-Si nos diesen tres duros -murmuró el Bizco.
-Sí, hombre.
Esperaron un rato y no tardó en pasar un trapero con su saco vacío en dirección a Madrid. Le llamó Vidal y le propuso la venta.
-¿Cuánto nos da usted por estas cosas?
El trapero miró y remiró lo que había en el lío, y después en tono de chunga y manera de hablar achulapada preguntó:
-¿Dónde habéis robao eso?
Protestaron los tres socios, pero el trapero no hizo caso de sus protestas.
-No os puedo dar por to más que tres pesetas.
-No -contestó Vidal-; para eso nos llevamos el lío.
-Bueno. Al primer guardia que encuentre le daré vuestras señas y le diré que sus lleváis unas cosas robás.
Vengan las tres pesetas -dijo Vidal-; tome usté el lío.
Tomó Vidal el dinero, y el trapero, riéndose, el envoltorio.
-Cuando veamos al primer guardia le diremos que lleva usted unas cosas robás -le gritó Vidal al trapero. Alterose éste y empezó a correr detrás de los tres.
-¡Esperaisos! ¡Esperaisos! -gritaba.
-¿Qué quiere usté?
-Dame mis tres pesetas y toma el lío.
-No; denos usté un duro y no decimos nada.
-Un tiro.
-Denos usté aunque no sea más que dos pesetas.
-Ahí tienes una, bribón.
Cogió Vidal la moneda que tiró el trapero, y como no las tenían todas consigo, fueron andando de prisa. Cuando llegaron a la casa de la Dolores, en las Cambroneras, estaban rendidos, nadando en sudor. Mandaron traer un frasco de vino de la taberna.
-Menuda chapuza hemos hecho, ¡moler! -dijo Vidal.
Después de pagado el frasco les quedaban diez reales; repartidos entre los tres les tocaron a ochenta céntimos cada uno. Vidal resumió la jornada diciendo que robar en despoblado tenía todos los Inconvenientes y ninguna de las ventajas, pues, además de exponerse a ir a presidio para casi toda la vida y a recibir una paliza y a ser mordido por un perro moral, corría uno el riesgo de ser miserablemente engañado.