La lucha por la vida I: 071

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La lucha por la vida I Tercera parte Pío Baroja


Dolores la Escandalosa - Las engañifas del Pastiri - Dulce salvajismo - Un modesto robo en despoblado

Después de una semana pasada al sereno, un día Manuel se decidió a reunirse con Vidal y el Bizco y a lanzarse a la vida maleante.

Preguntó por sus amigos en los ventorros de la carretera de Andalucía, en la Llorosa, en las Injurias, y un compinche del Bizco, que se llamaba el Chungui, le dijo que el Bizco paraba en las Cambroneras, en casa de una mujer ladrona de fama, conocida por Dolores la Escandalosa.

Fue Manuel a las Cambroneras, preguntó por la Dolores y le indicaron una puerta en un patio habitado por gitanos.

Llamó Manuel, pero la Dolores no quiso abrir la puerta; luego, con las explicaciones que le dio el muchacho, le dejó entrar.

La casa de la Escandalosa consistía en un cuarto de unos tres metros en cuadro; en el fondo se veía una cama, donde dormía vestido el Bizco; a un lado, una especie de hornacina con su chimenea y un fogón pequeño. Además, ocupaban el cuarto una mesa, un baúl, un vasar blanco con platos y pucheros de barro y una palomilla de pino con un quinqué de petróleo encima.

La Dolores era mujer de cincuenta años próximamente; vestía traje negro, un pañuelo rojo atado como una venda a la frente, y otro, de color oscuro, por encima.

Llamó Manuel al Bizco y, cuando éste se despertó, le preguntó por Vidal.

Ahora vendrá -dijo el Bizco; luego, dirigiéndose a la vieja, gritó:

-Tráeme las botas, tú.

La Dolores no hizo pronto el mandado, y el Bizco, por alarde, para demostrar el dominio que tenía sobre ella, le dio una bofetada.

La mujer no chistó; Manuel miró al Bizco fríamente, con disgusto; el otro desvió la vista de modo huraño.

-¿Queréis almorzar? -preguntó el Bizco a Manuel cuando se hubo levantado.

-Si das algo bueno...

La Dolores sacó la sartén del fuego, llena de pedazos de carne y de patatas.

-No os tratáis poco bien -murmuró Manuel, a quien el hambre hacía profundamente cínico.

-Nos dan fiado en la casquería -dijo la Dolores, para explicar la abundancia de carne.

-¡Si tú y yo no afanáramos por ahí -saltó el Bizco, dirigiéndose a la vieja-, lo que comiéramos nosotros!

La mujer sonrió modestamente. Acabaron con el almuerzo, y la Dolores sacó una botella de vino.

-Esta mujer -dijo el Bizco-, ahí donde la ves, no hay otra como ella. Enséñale lo que tenemos en el rincón.

-Ahora no, hombre.

-¿Por qué no?

-¿Si viene alguno?

-Echo el cerrojo.

-Bueno.

Cerró la puerta el Bizco; la Dolores empujó la cama al centro del cuarto, se acercó a la pared, despegó un trozo de tela rebozado de cal, de una vara en cuadro, y apareció un boquete lleno de cintas, cordones, puntillas y otros objetos de pasamanería.

-¿Eh? -dijo el Bizco-. Pues todo esto lo ha afanado ella.

-Aquí debéis tener mucho dinero.

-Sí; algo hay -contestó la Dolores-. Luego dejó caer el trozo de tela que tapaba la excavación de la pared, lo sujetó y colocó delante la cama. El Bizco descorrió el cerrojo. Al poco rato llamaban en la puerta.



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