La lucha por la vida I: 036
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La lucha por la vida I Segunda parte | Pío Baroja |
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Unos meses después se presentó Roberto en la Corrala, a la hora en
que Manuel y los de la zapatería tornaban de su trabajo.
-¿Tú conoces al señor Zurro? -preguntó Roberto a Manuel. -Sí; aquí al lado vive.
-Ya lo sé; quisiera hablarle.
-Pues llame usted, porque debe estar.
Acompáñame tú.
Llamó Manuel, les abrió la Encarna y pasaron adentro. El señor Zurro leía el periódico a la luz de un velón en su cuarto, un verdadero almacén repleto de bargueños viejos, arcas apolilladas, relojes de chimenea y otra porción de cosas. Se ahogaba allí cualquiera; no se podía respirar ni dar un paso sin tropezar con algo.
-¿Es usted el señor Zurro? -preguntó Roberto.
-Sí.
-Yo venía de parte de don Telmo.
-¡De don Telmo! -repitió el viejo, levantándose y ofreciendo una silla al estudiante-. Siéntese usted. ¿Cómo está ese buen señor?
-Muy bien.
-Es muy amigo mío -siguió diciendo el Zurro-. ¡Vaya! Ya lo creo. Pero usted me dirá lo que desea, señorito. Para mí, basta que venga usted de parte de don Telmo para que yo haga lo que pueda por servirle.
-Lo que yo deseo es informarme del paradero de una muchacha volatinera que vivió hace cinco o seis años en una posada de estos barrios, en el mesón del Cuco.
-¿Y usted sabe cómo se llamaba la muchacha?
-Sí.
-¿Y dice usted que vivió en el mesón del Cuco?
-Si, señor.
-Yo conozco alguno que vive ahí -murmuró el ropavajero.
-Sí; es verdad -repuso la Encarna.
-Aquel hombre de los monos, ¿no vivía allá? -preguntó el señor Zurro.
-No; era la Quinta de Goya -contestó su hija.
-¡Pues, señor!... Espere usted un poco, joven...; espere usted.
-¿No será el Tabuenca el que vive allá, padre? -interrumpió la Encarna.
-Ése es; ese mismo. El Tabuenca. Vaya usted a verle. Dígale usted
-añadió el señor Zurro, dirigiéndose a Roberto- que va de mi parte. Es un tío de mal genio, muy cascarrabias. Se despidió Roberto del ropavejero y de su hija, y salió con Manuel a la galería de la casa.
-¿Y dónde está el mesón del Cuco? -preguntó.
-Por ahí, por las Yeserías -le dijo Manuel.
Acompáñame; luego cenaremos juntos -dijo Roberto.
-Bueno.
Fueron los dos al mesón, colocado en un paseo a aquellas horas desierto. Era casa grande, con zaguán a estilo de pueblo y patio lleno de carros. Preguntaron a un muchacho. El Tabuenca acababa de llegar -les dijo-. Entraron en el zaguán, iluminado por un farol. Allí había un hombre.
-¿Vive aquí uno a quien llaman el Tabuenca? -preguntó Roberto.
-Sí. ¿Qué hay? -dijo el hombre.
-Pues que quisiera hablarle.
-Puede usté hablar, porque el Tabuenca soy yo.