La lucha por la vida I: 026
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La lucha por la vida I Segunda parte | Pío Baroja |
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Una mañana de fines de septiembre presentose Roberto en la puerta de La regeneración del calzado, y asomando la cabeza al interior del almacén, dijo:
-¡Hola, Manuel!
-¡Hola, don Roberto!
-Se trabaja, ¿eh?
Manuel se encogió de hombros, dando a entender que no era precisamente por su gusto.
Roberto vaciló un momento para entrar en la zapatería, y, al último, se decidió y entró.
-Siéntese usted-le dijo el señor Ignacio, ofreciéndole una silla.
-¿Usted es el tío de Manuel?
-Para servirle.
Se sentó Roberto, ofreció un cigarro al señor Ignacio, otro a Leandro, y se pusieron a fumar los tres.
-Yo conozco a su sobrino -dijo Roberto al zapatero-, porque vivo en casa de la Petra.
-¡Ah! ¿Sí?
-Y hoy quisiera que le dejara usted libre un par de horas.
-Sí, señor; toda la tarde, si usted quiere.
-Bueno; entonces, yo vendré por él después de comer.
-Está bien.
Roberto contempló cómo trabajaban, y de repente se levantó y se fue.
Manuel no comprendía qué le quería Roberto, y por la tarde le esperó con verdadera impaciencia. Llegó, y los dos salieron de la calle del Águila y bajaron a la ronda de Segovia.
-¿Tú sabes dónde está la Doctrina? -preguntó Roberto a Manuel.
-¿Qué Doctrina?
-Un sitio donde se reúnen los viernes muchos mendigos.
-No sé.
-¿Sabes dónde está el camino alto de San Isidro?
-Sí.
-Bueno; pues allí vamos a ir; ahí es donde está la Doctrina.
Manuel y Roberto bajaron por el paseo de los Pontones y siguieron en dirección del puente de Toledo. El estudiante no dijo nada, y Manuel nada quiso preguntarle.
El día estaba seco, polvoriento. El viento sur, sofocante, echaba bocanadas de calor y de arena; algunos relámpagos iluminaban las nubes; se oía el sonar lejano de los truenos; el campo amarilleaba, cubierto de polvo.
Por el puente de Toledo pasaba una procesión de mendigos y mendigas, al cual más desastrados y sucios. Salía gente, para formar aquella procesión del harapo, de las Cambroneras y de las Injurias; llegaban del paseo Imperial y de los Ocho Hilos; y ya, en filas apretadas, entraban por el puente de Toledo y seguían por el camino alto de San Isidro a detenerse ante una casa roja.
-Esto debe ser la Doctrina -dijo Roberto a Manuel, señalándole un edificio, que tenía un patio con una figura de Cristo en medio.