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La lucha por la vida I Primera parte | Pío Baroja |
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-¡Manuel! ¿Adónde vas?
Allí estaba su madre. La Petra tenía intención de mostrarse severa; pero al ver a su hijo se olvidó de su severidad y le abrazó con efusión.
-Pero ¿qué ha pasado? -preguntó en seguida la Petra.
-Nada.
-Y entonces, ¿por qué vienes?
-Me han preguntado si quería estar allá o venir a Madrid, y yo he dicho que prefería venir a Madrid.
-¿Y nada más?
-Nada más -contestó Manuel con sencillez.
-Y Juan, ¿estudiaba?
-Sí; mucho más que yo. ¿Está lejos la casa, madre?
-Sí. Qué, ¿tienes apetito?
-Ya lo creo: no he comido en todo el camino.
Salieron de la estación al Prado; después subieron por la calle de Alcalá. Una gasa de polvo llenaba el aire; los faroles brillaban opacos en la atmósfera enturbiada... Al llegar a la casa, la Petra dio de cenar a Manuel y le hizo la cama en el suelo, al lado de la suya. El muchacho se acostó, y era tan violento el contraste del silencio de la aldea con aquella algarabía de ruido de pasos, conversaciones y voces de la casa, que, a pesar del cansancio, Manuel no pudo dormir.
Oyó cómo entraban todos los huéspedes; ya era más de media noche cuanto el cotarro quedó tranquilo; pero de repente se armó una trapatiesta de voces y de risas alborotadoras, que terminó con una imprecación de triple blasfemia y una bofetada que resonó estrepitosamente.
-¿Qué será eso, madre? -preguntó Manuel desde su cama. A la hija de doña Violante, que la han cogido con el novio -contestó la Petra, medio dormida; luego le pareció una imprudencia decir esto al muchacho, y añadió, malhumorada:
-Calla y duerme ya.
La caja de música del recibimiento, movida por la mano de algunos de los huéspedes, comenzó a tocar aquel aire sentimental de La Mascota, el dúo de Pippo y Bettina:
¿Me olvidarás, gentil pastor?
Luego quedó todo en silencio.