La lealtad contra la envidiaLa lealtad contra la envidiaTirso de MolinaJornada II
Jornada II
Tocan a guerra cajas y clarines, batalla dentro y
fuera entre indios y españoles. Sale don FERNANDO con
rodela y espada desnuda
FERNANDO:
¡Ea, valor de España;
asombro de la envidia,
ésta es, sin ejemplar, única hazaña,
más gloria ha de ganar quien con más lidia!
Trescientos mil y más son los contrarios,
menos somos nosotros de trescientos,
ya están, en ordinarios
asaltos semejantes, los alientos
de vuestro esfuerzo heroico acostumbrados
a ejércitos vencer desbaratados.
Sale don GONZALO Pizarro del mismo modo
GONZALO:
Aunque la tierra brote más que yerbas
bárbaros atrevidos;
aunque las nubes lluevan multitudes,
sus cervices protervas,
sus arcos presumidos,
trofeo han de ilustrar nuestras virtudes.
Pizarro soy, ¿qué importa
que infinidades vengan,
que en el Cuzco imperial sitiados tengan
trescientos mil a menos de trescientos?
Mil nos caben por uno;
ojalá que añadiera
la fama, por crecernos nuevas famas,
más bárbaros que arenas a Neptuno
en su cerúlea esfera
su piélago, que espumas y que escamas
faltara de esta suerte
papel a las historias,
plumas a las victorias
y vidas que quitar después la muerte.
Sale don JUAN herido en la cabeza
JUAN:
La sangre de esta herida
de modo me acrecienta
el valor, el esfuerzo, los deseos
que a gota cada vida
de idólatras vencer mi fama intenta.
Cuidadoso interés de mis empleos
--¡oh, invicto don Fernando!
¡oh, Gonzalo, blasón de Extremadura!--
mi espada, vuestros hechos envidiando,
os intenta imitar; más ¡qué locura
pretenderme igualar a los bizarros
alientos que hoy he visto en vuestro acero,
si de cuatro Pizarros
soy el menor hermano!
FERNANDO:
Y el primero,
en el valor, de todos,
laurel de España, triunfo de los godos.
GONZALO:
Don Juan ¿estáis herido?
JUAN:
Un dardo arrojadizo en la cabeza
probar ha pretendido
si soy mortal; no es nada.
FERNANDO:
Fortaleza,
don Juan, que no acompaña la cordura
no es fortaleza, llámase locura.
Retiraos porque os cure el cirujano.
JUAN:
¿Qué es retirar agora?
GONZALO:
Mirad que os desangráis.
JUAN:
Soy vuestro hermano,
sangre en mis venas suficiente mora;
apretadme este lienzo,
Apriétansele
que harta me sobra si con ella venzo.
FERNANDO:
Haced, Juan, lo que os digo.
JUAN:
¿Qué cura pueden darme
cuando con tanta suma el enemigo
nos intenta oprimir? ¿Qué han de aplicarme,
si aquí la plaza de armas es botica,
la cama el arrimarse al muro o pica,
y ungüentos contra flechas y lanzadas
enjundias de los muertos que quemadas
y en hilas embebidas
antes crecen que curan las heridas?
FERNANDO:
Don Juan, vuestra persona
importa al César más que mil soldados,
añadid este imperio a su corona;
los ímpetus con tiento sazonados,
pintan a las hazañas la obediencia,
que no hay victorias donde no hay prudencia.
Retiráos a curar.
Sale don Gonzalo VIVERO
VIVERO:
Pizarros fuertes,
guardad para ocasión más acertada
las vidas que amenazan vuestras muertes,
si hoy no hacéis una bella retirada.
El Inca rebelado, de la sierra
que en los Andes el paso al viento cierra,
marcha con tres ejércitos, y en ellos
cuando contar su multitud intenta
se pierde la aritmética en la cuenta.
La fortaleza que del Cuzco asilo
de todo el orbe asombro,
avergonzó pirámides al Nilo,
y como Atlante al cielo arrima el hombro,
ganó el bárbaro fiero.
Doscientos mil la guardan y presidian;
trescientos sois, no más, y aunque os envidian
los nueve de la Fama, vuestro acero
intentará imposibles contra tantos
ocasionando la piedad a llantos.
FERNANDO:
Vivero valeroso,
¿ése es consejo digno de la fama
que vuestro pecho alienta generoso?
¿Que huyamos, nos decís, cuando nos llama
sangre española, varonil denuedo?
¿Vos de Castilla sois? ¿Vos sois de Olmedo?
¿Qué recelo el valor os descamina?
Acordaos que en Medina
tuvisteis las victorias, que ganaron
los que este imperio al César conquistaron,
por deslucida hazaña,
y el blasonar España,
vencer gentes desnudas y sin ropa,
cuando lo sospechábades, de estopa.
¿Cómo, pues, en tal lance--¡oh gran Vivero!--
si son de estopa los teméis de acero?
VIVERO:
Yo, don Fernando ilustre,
no temo, no recelo, no rehuso,
dar a mi patria lustre,
desde que el cielo y la amistad me puso
a vuestro invicto lado,
y en la milicia soy vuestro soldado.
Un año ha, que el gobierno
del Cuzco moderáis. ¡Ojalá eterno
en vos se perpetuara!
Un año también ha, que el indio ciego
ni en pérdida repara
ni sabe descansar, pues Troya al fuego
de sus flechas, de noche, arrojadizas
ya la que fue ciudad, yace cenizas.
Cuántas veces la luna,
recién nacida en plateada cuna,
nos la muestra el mes nueva,
rebelde el Inca su fortuna prueba
y granizando de esas formidables
sierras, que el cielo intiman obeliscos,
llueven diluvios, bárbaros sus riscos,
de gentes, si en la suma innumerables,
en su tesón constaiites, de tal suerte,
que lo menos que temen es la muerte.
Diga la Fama la atención, la envidia
si mientras vuestro brazo vence y lidia,
yo inseparable a vuestro airoso lado
me podré blasonar vuestro soldado.
Luego no es temor éste, es experiencia
que me supo enseñar vuestra prudencia.
FERNANDO:
Valeroso Vivero,
sabio argüis y peleáis guerrero.
Mas cuando se aventura
la fama, el retirarse no es cordura.
El marqués don Francisco, que está en Lima,
me fió esta ciudad y está a mi cargo;
si después del peligro y sitio largo
que un año hemos sufrido,
el Inca ve, que de temor infame,
a Lima hemos hüido,
¿qué maravilla que después derrame
arrogancias, y haciéndose insolentes
los indios, se prevengan,
y el ánimo español en poco tengan,
con que añadiendo al daño inconvenientes
y haciéndose la empresa más terrible
restaurarla después nos sea imposible?
¡No hermanos, no Vivero!
¡Morir por la honra y por la fe primero!
JUAN:
Eso es lo que yo digo.
¡Al asalto, famoso don Fernando,
crezca en la multitud nuestro enemigo,
no en la fortuna que te está adulando!
¡Volvamos a ganar la fortaleza!
TODOS:
¡Al asalto, al asalto!
FERNANDO:
ésa es fineza de Extremadura sola.
¡Al asalto, señores,
que si hasta aquí triunfantes vencedores,
la Fortuna esta vez es española!
Don Juan, en la cabeza una celada
ampare vuestra vida.
JUAN:
Dolerá con su estorbo más la herida,
¡Al arma, al arma amigos!
¡Hazañas de unos y otros sean testigos
del esfuerzo invencible castellano!
FERNANDO:
Hállenos el marqués, aunque es mi hermano,
de suerte victoriosos
que tenga envidia.
GONZALO:
Amigos valerosos,
inmortalíceos hoy la justa guerra.
UNOS:
¡Santiago!
OTROS:
¡Al asalto!
TODOS:
¡España cierra!
Peléanse otra vez y vanse todos.
Sale el INCA y algunos indios con arcos y flechas
INCA:
Si mi inmenso padre el sol,
si a soberana Luna
mi madre, si la Fortuna
parcial al nombre español
dejasen hoy de ayudarme,
hoy que tal ocasión tengo,
hoy que en el Cuzco prevengo
victorioso coronarme,
dudaré de su deidad,
creeré que estos españoles
son, contra el sol, muchos soles
que eclipsan su claridad.
La fortaleza, prodigio
del mundo en cuyos cuidados
todos mis antepasados,
desde el primero vestigio
levantaron hasta el cielo,
pues su cabeza imperial
de la luna pedestal
osa a su globo su vuelo)
es ya mía; conquistóla
mi fogosa juventud,
la lealtad, la multitud,
contra la fama española.
Acabe yo de arrancar
estas reliquias pequeñas,
estas Pizarras, o peñas,
hijos abortos del mar;
ponga yo por timbre y orla
las armas que en ellos busco,
vuelva a coronarme el Cuzco,
ciña mis sienes su borla.
Tres ejércitos combaten
por tres partes, la pequeña
cantidad de hombres, que enseña
en cada cual muchos Martes;
ciento de ellos, en cada una
contra cien mil, mis vasallos
a soplos pueden matallos.
¡Ínclito Sol, madre Luna,
no les deis vigor, ni aliento!
¿Trescientos mil? Aunque fueran
hormigas los consumieran;
mas aristas lleva el viento,
más flores a la guadaña
rinden de un golpe los cuellos.
¡Mis indios, al arma, a ellos!
UNO:
¡Santiago, cierra España! (Dentro)
INCA:
¡Emprended fuego en las casas
con armas arrojadizas!
En el Cuzco son pajizas;
resuélvanse, pues, en brasas.
No haga el incendio distinto
el sexo, que el rigor priva.
UNO:
¡Viva el Inca! (Dentro)
MUCHOS:
¡Venza y viva! (Dentro)
OTROS:
¡Viva el César Carlos quinto! (Dentro)
INCA:
Al cielo las llamas llegan;
diluvios de fuego son;
los gritos, la confusión
y el humo turban y ciegan;
hasta las esferas sumas
lamen llamas las estrellas.
¡Oh, si muriesen en ellas
los hijos de las espumas!
Los Viracochas expulsos
por no sufrirlos el mar.
¿Hasta cuándo han de triunfar
formidables sus impulsos?
¡Ea, mis indios leales,
aquí el valor, aquí el celo!
Un Viracocha del cielo
con milagrosas señales
llega atropellando nubes
sobre un bruto que, de nieve,
es rayo en lo airoso y leve.
Baja de una nube sobre un caballo blanco SANTIAGO armado como le pintan, y húyenle los indios
¡Oh, tú que bajas y subes
y vestido de metal
que cual plata resplandece
y España en minas ofrece
para nuestro fin fatal!
¿quién eres que, todo luz,
tan pasmoso estrago has hecho?
¿Quién eres tú cuyo pecho
rubí y grana honra la cruz?
¿Quien eres tú, que estoy ciego
y absorto de ver tu estrago?
Desaparécese el Apóstol
TODOS:
El Apóstol Santïago
nos da favor.
INCA:
Todo el fuego
que el Cuzco empezó a encender,
ya ineficaces sus brasas,
volando sobre las casas
va apagando una mujer.
NUESTRA SEÑORA, con una limeta de agua, se aparece rociando las llamas y volando por encima de los muros
Su resplandor, su belleza
deidad soberana arguye,
a su hermosa presencia huye
el fuego, a su fortaleza;
reconocido el sol mismo
tiembla de ver su arrebol.
No es sol ya con ella el sol,
que ésta es de luces abismo;
ésta que Aurora le ensalza,
que en las armas es Belona
que de estrellas se corona,
que sol viste y luna calza;
enfrena los elementos,
postra ejércitos armados,
afemina mis soldados,
llamas hiela y pisa vientos.
Hüir, mis indios, hüir,
que no hay multitud que asombre
a un hombre solo, si es hombre
quien aires sabe medir,
a una mujer que, sin alas,
paloma cándida vuela,
águila imperial asela,
sacre pone al cielo escalas.
¡Ah, Sol crüel! ¿Este pago
es bien que tu hijo reciba?
Vanse el INCA ylos indios
UNOS:
¡La Virgen Aurora viva! (Dentro)
OTROS:
¡Viva el Apóstol Santiago! (Dentro)
Desaparécese NUESTRA SEÑORA. Sale don FERNANDO y don GONZALO Pizarro
FERNANDO:
Con socorro tan feliz
¿qué teme España leal
si al Cuzco, corte imperial,
socorre una Emperatriz?
Rinda la torpe cerviz
el idólatra, pues tantas
maravillas vemos, santas,
Virgen en tu protección,
que no es nuevo que el dragón
sirva escabel a tus plantas.
Huya el voraz elemento
su presencia consagrada,
como el bárbaro la espada
que Marte vibra en el viento,
salió el rayo y fue instrumento
del triunfo, que Dios predijo,
pues Diego del trueno es hijo
que el celo de España aprueba,
y hoy en milagro renueva
las victorias de Clavijo.
GONZALO:
Dedíquese a tu alabanza
este Orbe--¡oh gran protector--
pues capitán pescador
truecas la caña en la lanza;
anime nuestra esperanza
la Aurora del sol suprema;
que, a pesar de la blasfema
canalla, Diego y María,
ésta, nieve, el fuego enfría,
rayo aquél, bárbaros quema.
¡Gran milagro!
FERNANDO:
No habrá duda
desde hoy, contra envidia tanta,
de que esta conquista es santa,
pues Dios nuestra empresa ayuda;
que para que quede muda
la lengua del que se atreve
a decir, torpe y aleve,
que injustamente poseemos
este imperio, ya tenemos
fe que lo contrario pruebe.
No ayuda a la tiranía
Dios, que a la inocencia ampara;
luego nuestra acción es clara,
pues su Madre nos la envía.
Si agrguyere la herejía
del holandés rebelado
contra esto, del cielo armado,
Diego, asombrando sus ejes,
con llamas castiga herejes,
que es inquisidor soldado.
Sale don Gonzalo de VIVERO
VIVERO:
No sabe venir el gozo
sin pensiones de pesares;
templó el cielo con azares
el nuestro--¡triste destrozo!--
murió el más gallardo mozo
de la primavera humana
murió Juan Pizarro--¡oh, vana
esperanza de los hombres!
FERNANDO:
Ni te entristezcas ni asombres
de quien lo que pierde gana.
Juan, todo valor y celo,
en el mundo no cabía.
Esta victoria le envía
por su embajador al cielo.
Guíe el católico vuelo,
sin que envidie a Elías el carro,
y en sus esferas, bizarro,
muestre con lauros segundos
que como acá nuevos mundos
conquista cielos Pizarro.
VIVERO:
Asaltó lá fortaleza
sin admitir la celada,
y partióle, desarmada,
medio risco la cabeza.
GONZALO:
Si quien a la fe endereza
sus acciones, y dedica
la sangre que califica
a la ley que le ennoblece,
nombre de mártir merece.
Juan sus triunfos sacrifica.
No con tristezas estorbos,
Vivero amigo, sus medras;
Esteban fúé, entre las piedras,
protomártir de los orbes.
Muerte, aunque las vidas sorbes,
no la fama, no el valor;
Juan, en conquista mayor
y en fe de lograr su suerte,
piedras en rubíes convierte
coronado vencedor.
FERNANDO:
Vamos, y al cadáver demos
festivas aclamaciones,
no arrastrándole pendones,
no las cajas destemplemos;
con aplauso le enterremos,
que es el más debido pago
con que su fe satisfago,
pues con más noble trofeo
para su milicia, creo
que le escogió Santiago.
Vanse todos.
Salen GUAICA, india, y CASTILLO
GUAICA:
Pídeme lo que quisieres
y déjale con la vida.
CASTILLO:
No te canses.
GUAICA:
Si ofendida
me dejas, si con mujeres
no eres cortés, ¿qué blasona
tu generosa nación?
CASTILLO:
Juzgarásme requesón
por lo blando de corona.
No hermana; de las almenas
echó un risco, no sé quién,
sobre Juan Pizarro...
Llora ella
¿Que me enternezcan tus penas?
Muerto el joven más valiente
que de España vió el Perú,
llorona de Belcebú,
¿cómo podré ser clemente?
En la cabeza le hirieron;
murió en él la gentileza;
no ha de quedarme cabeza
de cuantas se le atrevieron,
que esta tarde no herodice.
Fuera toda petición,
toda gesticulación,
todo llanto doratice,
pues no me cupo del saco
sino las vidas que quito;
éste es general delito,
hermosa, fondo en tabaco,
no me arrumaques, que el perro
de tu cacique galán
ha de morir.
GUAICA:
¿No podrán,
alma de bronce, de hierro
de diamante, alma de risco,
contigo llantos? ¿No ruegos?
Llora
CASTILLO:
¡Oh, tengas los ojos ciegos
pedigüeño basilisco!
Pon a tus congojas calma;
cese, limitando enojos,
el aguavá de tus ojos
que me salpican el alma.
Ya soy piadoso, ya humano,
no llores más--¡pesia a tal!--
que en cada ojete u ojal
pasa mi amor un pantano;
no lloviznes, no des gritos,
que a ver Madrid tus enojos
celebrara en tus dos ojos
dos fuentes de Leganitos.
El indio que patrocinas
¿es tu marido?
GUAICA:
Serálo.
CASTILLO:
¿Bodas de futuro? ¡Malo!
Con celos me desatinas.
¿Estás intacta?
GUAICA:
No entiendo.
CASTILLO:
¿Si estás ilesa, incorrupta,
o el consonante de fruta
te meretriza?
Ya yo sé
tu lengua, porque serví
a un español más de un año.
CASTILLO:
¿Uno y doncella? Es engaño.
GUAICA:
Mi honestidad defendí,
bien que mi dueño intentó,
con regalos y ternezas,
obligarme a sus finezas.
CASTILLO:
Si un año te finezó,
serás racimo en la parra,
que aunque a la apariencia sano,
llega el tordo y pica un grano;
llega el paje y otro agarra;
y el matrimonio espantajo,
por más que en su guarda vele,
de puro picado, suele
hallar sólo el escobajo;
que entre melindres ariscos
dicen que dispensan miedos
mordiscones de los dedos
que llama el vulgo pellizcos.
Consiénteme, si a tu amante
redimes la vejación,
que siendo yo el postillón
corra la posta delante;
que en negando a pies juntillas
degollación ha de haber.
GUAICA:
No querrás de una mujer,
--¡oh, español!--que de rodillas
su honestidad te encomienda,
ser lascivo violador.
¿Rescatarle no es mejor?
Cien barras vale mi hacienda,
tu incendio, ilícito, aplaca
que yo, te haré dueño de ella.
CASTILLO:
¿Cien barras? ¡Oh, la más bella
Inca, Cacica, Curaca,
Mametoya, Palca, Chica!
¡0h, serafin noguerado
que, parienta del Tostado,
al sol te tostó mi dicha!
¿Son las barras de oro?
GUAICA:
Y puro;
mil pesos vale cada una.
CASTILLO:
Tú eres el Sol, tú la Luna:
¿Cien mil pesos? Compro un juro,
un mayorazgo opulento
que me ensanche el coranvobis
o para el pobilis vobis,
vita bona, un regimiento.
A cargas el chocolate;
y dos coches echaré
que es el venite post me
de toda dama tomate.
¿Dónde está lo barretudo?
GUAICA:
Guardado está en ese pozo,
que viendo nuestro destrozo
la prisa y miedo no pudo
en otra parte esconderlo.
CASTILLO:
¿Y está el pozo en seco?
GUAICA:
Sí.
CASTILLO:
¿Podré atisbarlo de aquí?
GUAICA:
Si te asomas podrás verlo.
CASTILLO:
Pues si te amaba, primero,
haz cuenta, ya a lo seguro,
que mi amor fue vino puro
y dio con el tabernero;
aguó mi incendio ese pozo;
tu amante te doy por él.
Eres honesta, eres fiel.
¡No me cabe dentro el gozo!
Deja que a verle me asome,
que luego tu indio vendrá
y a sacarlo bajará.
El barreamiento me come
más que usagre, y se me agarra
del alma. ¿Cien barras? ¿Ciento?
Entraré en mi ayuntamiento
hinchado de barra a barra.
Asómase y cógele por los pies y échale dentro
Mientras no soy su mirón...
¡Me muero! ¡No puedo más!
¡Ay, que me ahogo!
GUAICA:
Allá irás
con toda la maldición.
Busque el oro tu codicia
que no has de hallar, pues te infama.
Apague el agua la llama
de tu insaciable avaricia;
y libre al amante mío
la industria de mi poder,
que el ingenio en la mujer
suple las armas y el brío.
Vase GUAICA.
Salen PEÑAFIEL, CHACÓN, que saca una soga, GRANERO, y SOLDADOS
PEÑAFIEL:
Ahora, Chacón, que están
capitanes y soldados
en el entierro ocupados
del malogrado don Juan,
y que los indios huyeron,
nunca acá vuelvan, amén,
que partamos, será bien,
las barras que nos cupieron,
y las piezas de oro y plata
en el saco de esta fuerza.
CHACÓN:
Como la codicia esfuerza
y en las Indias nadie trata
de pelear y vencer
sino por volver a España,
a costa de tanta hazaña,
rico, y vivir a placer;
porque lo que hemos pillado
se escapase del montón,
que en común repartición
al cobarde y esforzado
no hace el premio distintos,
ni don Fernando ordenase
cual suele que se sacase
lo que al rey le toca en quintos,
mientras todos peleaban
de ese pozo lo fié.
GRANERO:
¿Qué decís?
CHACÓN:
Industria fué
que mis arbitrios alaban.
Una petaca está llena
de piezas que dos arrobas
pesarán. ¿Dos dije? ¡Y bobas!
Deposítelo en su arena
que es poca el aaua que tiene.
Fácil será de sacar.
GRANERO:
¿Quién por ello ha de entrar?
CHACÓN:
Yo que lo escondí; aquí viene
soga, que entrambos me atéis.
Ponen la soga en el carrillo del pozo
PEÑAFIEL:
Aplicadla a la garrucha.
CHACÓN:
No es menester fuerza mucha
para que de mí tiréis,
y de la petaca luego
que también tiene un cordel.
PEÑAFIEL:
Bien dicho. Ataos.
Átanle la soga a la cinta
CHACÓN:
Peñafiel,
tirar con tiento y sosiego,
que es hondo, y en peña viva,
no peligre la cabeza,
PEÑAFIEL:
Yo os aseguro esa pieza;
entrad, que en volviendo arriba
se hará la partija igual.
CHACÓN:
Santíguome, lo primero.
GRANERO:
Buen ánimo.
CHACÓN:
Andrés Granero,
vuélvame Dios al brocal.
GRANERO:
¿Pues, tembláis?
Vanle metiendo
CHACÓN:
Miedos me ofenden
de morir en años mozos,
porque hay diablos monda pozos
que no sueltan, aunque prenden.
PEÑAFIEL:
Hacerles la cruz.
CHACÓN:
Quedito. (Dentro)
PEÑAFIEL:
Asíos a los agujeros
de alrededor.
CHACÓN:
Compañeros, (Dentro)
en oyendo el primer grito
tirar aprisa, que puede
darme un pasmo la humedad.
Conmigo (Dentro)
va también; tirar os digo,
si no me queréis dejar
desde la cintura abajo
conventual de este pozo.
Van tirando
GRANERO:
Mucho pesa.
PEÑAFIEL:
Será el gozo
mayor, si es oro.
CHACÓN:
De cuajo
me arrancan las pantorrillas,
treinta diablos de los pies
me cuelgan, acabad, pues,
que o son lagartos, o anguillas,
o duendes de estas cavernas.
Llega arriba el medio cuerpo
PEÑAFIEL:
Libre estás, deja fatigas.
CHACÓN:
Tirad, mas veréis las ligas
que me autorizan las piernas.
GRANERO:
¡Jesús!
PEÑAFIEL:
El diablo es.
GRANERO:
¡Qué feo!
Fuego arroja.
PEÑAFIEL:
Huye, Chacón.
Tiran hasta sacarle todo el cuerpo hasta la garrucha y sale asido de sus pies CASTILLO y sale todo embarrado cara y manos, y atada una petaca a la cintura
CHACÓN:
¿Y el oro?
PEÑAFIEL:
Será carbón
y duende suyo el que veo.
Vanse huyendo los tres
CASTILLO:
Todo mal viene por bien;
la codicia me empozó
y ella misma me sacó
por siempre jamás amén.
¡Oh Mamacoya bellaca!
¿Así rescatas, maridos?
¡Creed en llantos fingidos...!
El cordel de la petaca
que el que huyó quiso sacar
y yo desde abajo así
al cuerpo me revolví,
su peso les dió pesar,
que estaba llena de plata
y de oro los escuché;
no en balde al pozo bajé
ni mintió la Coya ingrata,
puesto que pensó burlarme;
guardémoslo, que es mi vida.
¡Oh venturosa caída
que así supo levantarme!
¡Oh mondapozos buscón,
que aunque no eres santo, sacas
del purgatorio petacas
como cuenta de perdón!
Pues ya tus sufragios gozo,
el pozo a escribir me obliga
una comedia que diga,
diga, "Mi gozo en el pozo."
Vase CASTILLO.
Salen don FERNANDO y GONZALO Pizarro
FERNANDO:
Ya en Indias más seguras,
don Juan, si malogrado
al mundo, al cielo flor que se traspone,
conquista luces puras
que no altere el cuidado,
la envidia eclipse, ni el pesar baldone.
Ya goza en quieta paz feliz tesoro,
ni en plata minas, ni en arenas oro.
Cenizas su sepulcro,
reliquias de las llamas
de su valor, no olvidos deposita.
Al elemento pulcro;
cuantas cenizas deja, tantas famas
vuelan, donde el temor no las limita,
que el polvo humano a las regiones sumas,
si es generoso llega, aunque sin plumas.
Allí privilegiado
de envidias y parciales,
ni competencias ni mentiras teme;
no idolatra al privado,
no adula tribunales,
donde la ingrata dilación blasfeme;
que porque el gozo sin pensión le asista
lo mismo le corona que conquista.
¡Qué triunfos inmortales
no le ofrecen diademas,
que adquirió por sus hechos, por su fama,
cívicas y murales!
Las sienes le guarnecen ya supremas
de encina y oro de laurel y grama.
¡Mil veces venturosa valentía
que a Dios el premio, no a los hombres, fía!
GONZALO:
Mi hermano, aunque difunto,
vivirá eternamente
en el buril, pincel y en la memoria;
heroico siempre asunto
de historiador valiente,
pos deja en testamento esta victoria,
que supo, en, fin, su no imitado acierto
dar vivo imperios y victorias muerto.
Pero ya que él descanza
y nosotros al daño,
al peligro, Fernando, siempre expuestos,
sin que la quietud mansa
permita en todo un año
dar en paz al arnés ocios honestos.
¿qué es lo que aquí esperamos? ¿Qué adquirimos
si poco a poco, en fin, nos consumimos?
A la corte española,
navegando dos mares,
te llevó la lealtad, no la codicia;
allí la augusta bola
doraste con millares
de barras que logró nuestra milicia.
¿Qué premios adquiriste?
¿Qué medras o qué cargos nos trajiste?
Un pedazo de grana
te satisfizo el pecho
cuando la sangre es tanta, que has vertido,
ya herética, ya indiana,
que pudiera teñir a su despecho
cuantas Grecia a monarcas ha teñido.
Por cierto, ¡ilustre pago
la cruz, sin encomienda, de Santiago!
¿Necesitaba de ella,
quien de la estirpe goda
puede al sol dar limpíeza en la que crías?
Tu antigüedad, sin ella,
es tan inmemorial a España toda,
que en ti son siglos lo que en otros días.
¿Qué calidad el César te acrecienta
si el hábito te ha dado y tú a él la renta?
Trujístele un dictado
a tu hermano. ¡Gran cosa!
Darle por ser marqués, este hemisferio.
¿Mide el globo romano
tierra tan espaciosa
como el Perú, o iguálala su imperio?
¡Marqués sin renta, bien podré decillo,
es fantástico honor, marqués de anillo!
Almagro sí que medra,
su agente tú en España,
dichas que compres caras algún día;
ese hijo de la piedra,
que más que ayuda engaña,
de Chile adelantado y señoría.
él, ¿qué arriesgó? Seguro despensero,
si las vidas nosotros, su dinero.
Su interés premie Carlos;
por ti solicitadas
ejecutorias, honras y favores,
que tú, sin negociarlos,
cuando nos persüadas
a empresas de más riesgos y más sudores,
podrás decirnos, para engrandecerlas,
que el más honroso premio es merecerlas.
FERNANDO:
Gonzalo, ¿cómo es posible
que el ánimo os satisfaga
si, por el premio o la paga,
hacéis el valor vendible?
Hasta este punto invencible,
ya os habéis afeminado,
que quien hace interesado
cuando de su esfuerzo fía
las hazañas, granjería,
mercader es, no soldado.
Hágase al plebeyo igual,
pierda de noble la ley,
quien a su patria a su rey
le sirve por el jornal;
que el generoso, el leal,
el premio que ha de adquirir
es la fama hasta morir,
y ésta estriba en pretender
merecer, por merecer,
servir solo por servir.
Fui a España y a Carlos quinto
le presenté este occidente,
y ya veis si del presente,
lo que se vende es distinto.
Cuanto esta zona, este cinto
ciñe, y abraza este mar
le di, no había de tornar
coria paga, a no ser necio,
que lo que no tiene precio
mejor se está sin premiar.
En Almagro el César doble
gobiernos, que ha de menester;
cobre él, como mercader,
sírvale yo, como noble.
De estéril laurel y roble
coronó la antigüedad
al valor y a la lealtad,
y de infructífera grama,
en prueba de que la fama
sólo busca eternidad.
Sale don Gonzalo VIVERO
VIVERO:
Porfía hasta que nos venza
la Fortuna siempre brava;
a penas un riesgo acaba
cuando otro mayor comienza,
Almagro y quinientos hombres,
por que tu fama aniquile
deja el gobierno de Chile,
y añadiendo aleves nombres
a su bajo nacimiento,
porque nos cree destrozados
en los peligros pasados,
toma con el Inca asiento
y se conciertan los dos
de echarnos de esta ciudad.
FERNANDO:
No creas de su lealtad
que, contra su rey y dios,
ejecute acción tan loca.
VIVERO:
Porque en la fe no consista
certifíquete la vista.
Dice que el Cuzco fe toca,
porque en la demarcación
de su gobierno se encierra;
apercíbete a la guerra,
o teme tu perdición,
porque con las cajas mudas
nos asalta descuidados.
FERNANDO:
Ánimo, pues, mis soldados,
satisfagamos sus dudas,
primero, con las razones,
y si éstas no le vencieren
las armas son las que adquieren
victorias contra traiciones.
Yo sé que si llego a hablarle
le tengo de convencer.
GONZALO:
¿Para qué? Déte poder
y vuelve a España a premiarle;
que todo esto merecemos
pues dimos honra a un ingrato.
FERNANDO;
Gonzalo, no es ese trato
de vuestro valor; marchemos.
Vanse.
Salen INDIOS, el INCA y Juan de RADA, soldado español
INCA:
Vuelve a leerme, español,
eso que escribe tu Almagro,
que no es el menor milagro
que debo a mi padre, el sol;
pues si él, y los que le siguen
al Cuzco me restituyen,
y eternas paces concluyen
que mis desgracias mitiguen
mi esperanza conseguí.
RADA.
Por tu ocasión ha dejado
a Chile el adelantado.
INCA:
Débole infinito. Di.
Lee RADA la carta
RADA:
"Don Diego de Almagro, mariscal adelantado
del Perú, a Manco Inca, príncipe del Cuzco,
salud, etc.
La amistad antigua que los dos hemos
profesado, los desafueros que con vuestra
alteza los Pizarros han hecho, el gobierno,
que me pertenece, de esta provincia y el
deseo de que vuestros indios os vean coronado,
me saca de Chile, me guía al Cuzco, y me
asegura la victoria contra nuestros enemigos.
Aperciba vuestra alteza sus ejércitos, que
yo avisaré a su tiempo, para que los dos en
recíproca amistad poseamos este imperio,
muertos los que nos le estorban. El mensajero
merece entero crédito y él informará por
extenso lo que no fío de la pluma. Guarde
Dios a vuestra alteza, etcétera. De mi campo
a 10 de mayo, año 1534. El Adelantado.
INCA:
Si cumple esas promesas
el español Almagro, sus empresas
serán restauración de mi corona,
y él el señor de nuestra indiana zona.
Descansa en nuestro Tambo
mientras los indios, junto de la sierra;
y tú, primo Yucambo,
entretanto que alisto a nueva guerra
ejércitos sin suma
tan numerosa, que al salir armado,
flor a flor, yerba a yerba, cuente al prado,
arena a arena el mar, y espuma a espuma,
asiste a su regalo.
RADA:
El cielo te restaure al nuevo imperio.
INCA:
Hágalo Almagro.
RADA:
Harálo,
librándote del casi cautiverio,
en que desposeído
entre ásperas montañas te ha escondido.
Vase RADA
INCA:
¡Oh, amigos, oh, parientes!
¡Qué feliz ocasión, qué coyuntura
nos ofrecen los hados ya dementes!
A los Pizarros desterrar procuran
Almagro y sus soldados.
Ya véis, si los Pizarros son osados
saldrán en su defensa,
pelearán unos y otros,
y, mientras cada cual victorias piensa,
con engañosa prevención, nosotros,
después que se hayan entre sí asolado,
las reliquias, que el miedo haya dejado,
por nosotros desechas, fácilmente
podrá la borla autorizar mi frente.
No del marqués, que en Lima
ha un año que no sabe de su hermano,
el asombro os oprima;
socorrerále, si lo intenta, en vano,
pues tomados los pasos y los puertos
imitarán sus compañeros muertos.
Seiscientos españoles perecieron
que en diferentes tropas enviaba;
porque el riesgo del Cuzco adivinaba,
a vuestras manos bélicas murieron;
que, aunque valientes, locos,
¿qué han de poder contra infinitos, pocos?
El marqués, en efecto, desarmado,
pues los soldados suyos ha perdido,
y uno y otro español desbaratado,
Almagros y Pizarros, redimido
juzgo mi imperio ya, que entre estos cerros
hasta ahora lloró nuestros destierros.
Sale PIURISA, bizarra, con una lanza, que calada los detiene
PIURISA:
¿A dónde volvéis cobardes
que de la humana nación
sois oprobio, sois injuria,
sois afrenta, infamia sois?
¿A dónde volvéis vencidos
no del riesgo, del temor,
que os pinta moscas gigantes,
que el ciervo os vende león?
Cuatrocientos mil salisteis,
trescientos, no más, os dio
la fortuna por contrarios,
por vencidos la ocasión.
¿Uno para mil, y os vencen?
¿Y os precias hijos del Sol?
¿Y os atrevéis llamar hombres?
¿Y os blasonáis al valor?
Mentís mil veces, infames,
ni aun átomos os dignó
el viento, que, a merecerlo,
superfluos átomos son
trescientos mil, si se juntan,
para un pequeño escuadrón
de humanos cuerpos, que mueren,
que la tierra alimentó.
Fingid rayos, que del aire
bajaron, poniendo horror
a los ojos con su vista,
con su efecto al corazón.
Decid que un hombre de acero
sobre un bruto más veloz
que del arco la saeta,
que de la cuerda el harpón,
nieve el uno, fuego el otro,
desde la esfera bajó
de esos páramos de luces,
de ese lucido artesón;
atribuidle prodigios
a la espada, que segó
cervices de ciento en ciento,
ellas espigas, ella hoz;
que mientras el miedo os miente
fábulas de torpe error,
y despiertos las soñasteis,
diré, con más verdad, yo
que una frágil mujer pudo,
para eterna confusión
de vuestra naturaleza,
causaros tanto temblor,
que os asombró, desarmada,
que su presencia bastó
a que huyéndola, cobardes,
os infame este baldón,
pues, afeminados viles,
si una mujer os causó
tanto asombro, miedo tanto,
tanto pasmo, mujer soy
que estas montañas defiendo;
las que las viven, y yo,
bastamos con vuestra afrenta
a todo un mundo español.
Volveos, cobardes, servidlos
como esclavos, pues no sois
como hombres para vencerlos;
llevad a cuestas desde hoy
yanaconas de sus damas,
las andas en que su amor
os transforme en simples brutos,
incapaces de razón.
Cultivadles vuestros campos,
coman de vuestro sudor
regalos, que, a vuestros padres
en herencia el cielo dio.
Registrad en los abismos
metales, que, con temor
de la española avaricia
huyeron de su ambición.
Dad;os a cerros la plata,
y de montón en montón
el oro midan a fanegas,
pues le idolatran por Dios;
Conceded a su apetito
vuestras hijas, que algodón
para sus ropas les tejan,
e infamias para su honor.
¿Vosotros sois descendientes
de aquel celestial varón
que a los planetas monarcas
por padres reconoció?
¿Vosotros al sol eterno
llamaréis progenitor,
y a la luna vuestra madre,
del cielo antorchas las dos?
No es posible, no sois incas,
no sus hijos, hombres no,
estatuas sí en forma humana;
aparente imitación
de lo que representáis,
cuerpos sin alma y con voz;
cobardes, aun no mujeres,
que éstas estiman su honor.
No imaginéis que estas tierras
admitan la contagión
de vuestra vil compañía,
que aquí, el ánimo, el valor,
la venganza, la fiereza,
generosa patria halló.
Aquí frecuentan sus riscos
la real águila, el león,
el tigre, el áspid, la sierpe,
y cada cual vencedor
si os comunican recelo
que degenere el blasón
que los dio naturaleza,
y en vosotros se infamó.
No atreváis los pies un paso,
retiráos o--¡vive el Sol!--
que os ensarte, como a peces
en la lanza, mi rigor.
INCA:
¡Oh, belicoso prodigio
de este imperio, emulación
del esfuerzo y la belleza,
miedo en uno, en otra amor!
Despertónos asombrados
el acento de tu voz,
canoro bronce del cielo,
de los mortales terror.
Tanto la vergüenza puede,
tanto espíritu infundió
en nosotros la elocuencia
de tu justa reprensión,
que a no templar esperanzas
de coyuntura mejor,
hoy nos previnieras triunfos
o fúnebres llantos hoy.
Almagro es de nuestra parte
y ofreciéndonos favor,
marcha contra los Pizarros,
de estos orbes confusión.
Déjale que asalte al Cuzco,
salga su competidor
vengativo, en su defensa
desbarátense los dos,
destrúyase el uno al otro,
pues quedará el vencedor
tan flaco, que sin peligro
nos aplauda la ocasión.
Y dame agora esos brazos.
PIURISA:
No los espere tu amor,
mientras no me los bañares
en sangre del español.
Sale un INDIO
INDIO:
Albricias pido a estos pies,
generoso emperador
de estos orbes, que oprimidos
los cielos restauran hoy,
por las más felices nuevas
que en la desesperación
de un príncipe despojado
jamás la piedad ferió.
Almagro, que a la ciudad
de tus padres fundación
marchó en fe que a su gobierno
blasona tener acción,
fue recibido de paz
de aquel Pizarro, que atroz
parca ha sido de tus indios,
de la envidia admiración.
Tocaban a acometerse,
pero un fraile, que al candor
de la nieve hurtó ropajes
y al cielo veneración,
su apellido Bobadilla,
su ejercicio Redentor,
la Madre Mejor, su madre,
la Merced su religión,
entrándose de por medio
treguas puso entre los dos
de tres días, que juraron,
para que en su disensión
fïasen el compromiso
al padre, porque ganó
nombre de docto en la esfera
y astrólogo superior.
Aposentado en el Cuzco
el Almagro, y sin temor
el Pizarro de que hubiese
en lo propuesto traición,
a su confïanza y sueño
los ojos encomendó,
esta vez sólo, desnudo,
que en todo un año, otra no;
la seguridad dormía,
mas velaba la ambición
del Almagro, a su palabra
y juramento agresor.
Ácometióle de noche,
pero intrépido salió
con un estoque y rodela
el estremeño león;
y aunque desnudo, de suerte
a sus contrarios pasmó
que se valieron del fuego,
siempre es cobarde el traidor.
Viéndose abrasar Pizarro
cuerdo las armas rindió
con su hermano y sus amigos
de dos daños el menor.
Huyó Gonzalo y Fernando;
dicen que de la prisión
saldrá a un teatro funesto
sentenciado--¡vil rigor!.
Almagro, pues, determina,
siendo del Cuzco señor,
trazar que muera el marqués
y, tenga justicia o no,
partir los reinos contigo
dándote jurisdicción
en los indios, que heredaste
y él, contra su emperador,
gobernar sus españoles,
porque tiene presunción
de hacerse rey de estas Indias,
sin admitir superior.
Para esto intenta casarse
con tu hermana, y que los dos
una sangre, se eternice
la paz en su sucesión,
sobrinos tuyos sus hijos.
Según esto, ya cesó
el peligro de tus gentes,
porque enlazándoos amor
con tálamos apacibles,
el indio será español
y el español indio nuestro.
Si las nuevas que te doy
merecen premios y gracias
feliz muchas veces yo.
INCA:
Toca al arma, vuelta al Cuzco,
que si Fernando murió
no temo a Almagro y su gente.
Mi victoria es su traición;
ya le juzgo destrozado.
PIURISA:
Bien puedes; el corazón
alienta que, contra España,
yo sola bastante soy.
Vanse todos.
Salen CASTILLO y CHACÓN
CASTILLO:
¿Cómo quieres que se llame
esta acción con que ha manchado
su fama el adelantado?
¿Es mucho decir que infame?
¿Es de nobles este trato?
CHACÓN:
Ya sabes que por reinar
cualquier ley se ha de quebrar.
CASTILLO:
Ése es blasón del ingrato.
CHACÓN:
Si a esta ciudad tiene acción,
¿por qué su culpa encareces?
CASTILLO:
Por remitirla a sus jueces
y usar después tal traición.
CHACÓN:
La guerra es de más acierto
si el derecho se la dá.
CASTILLO:
¿Qué derecho alegará
quien, menos un ojo, es tuerto?
CHACÓN:
Sacósele esta conquista.
CASTILLO:
Mal adquirirá valor
quien por no mirar su honor
tiene sólo media vista.
CHACÓN:
En efecto, ¿hoy deterinina
darle garrote?
CASTILLO:
El marqués,
su hermano, sabrá después
vengarle, que ya camina
en su socorro.
CHACÓN:
¿Y qué hace
don Fernando en tanto aprieto?
CASTILLO:
No desbarata al discreto,
que, como él, ilustre nace,
el peligro, tan en sí
está el valiente extremeño,
como si esto fuera sueño.
CHACÓN:
¡Notable valor!
CASTILLO:
No vi
tan generosa templanza.
CHACÓN:
Blasfemará del rigor
de Almagro.
CASTILLO:
Nunca el valor
dió a los labios la venganza.
¿Quieres ver a dónde llega
su prudencia sosegada?
Pues oye. Con Juan de Rada
agora a los dados juega.
CHACÓN:
¿Qué dices?
CASTILLO:
Esto es verdad,
puesto que éste la sentencia
le intimó.
CHACÓN:
¿Y eso es prudencia
o loca temeridad?
CASTILLO:
Prudencia, que quien seguro
da la vida por su rey,
por su crédito, su ley,
contra un bárbaro perjuro,
no es justo que se alboroíe.
CHACÓN:
¿Jugar un hombre prudente,
sabiendo cuán brevemente
tienen de darle garrote?
No, Castillo; no imagines
de su cordura tal flema.
Ésa será estratagema
de más misteriosos fines.
Hombre tan atento y sabio,
de tan grande cristiandad,
con esa seguridad,
sin dar muestras de su agravio,
¿jugando?
CASTILLO:
Y no como quiera;
cien mil pesos ha perdido.
CHACÓN:
¿Con Juan de Rada?
CASTILLO:
Ofendido
está de él; mas quien espera
morir, injurias perdona
y no se acuerda de excesos.
CHACÓN:
¿A la muerte, y cien mil pesos
al juego, y con tal persona?
No, Castillo; algo ha trazado
que te asombre.
CASTILLO:
Ello dirá.
Mas los dos salen aca
con Alonso de Alvarado.
Salen don FERNANDO, Juan de RADA y don Alonso de ALVARADO
FERNANDO:
Cincuenta mil pesos de oro
me habéis ganado. Ya veis
que si hoy muero no podréis
cobrarlos. Aunque no ignoro
donde están, que nunca juego
sin tener con qué pagar.
Déme la vida lugar
que os satisfaga.
RADA:
Aparte
(Si llego a Almagro,
que hace más caso
de mí que de otros amigos,
y templando estos castigos
estorbo a la muerte el paso,
que a don Fernando amenaza,
le obligo a eterna amistad,
y cobro la cantidad
que pierdo sin esta traza
¡Cincuenta mil pesos de oro!
¡Cuerpo de Dios! ¿es partida
para no darle la vida?
Si me perdiese el decoro
el adelantado en esto,
me obligará a algún desgarro,
porque, en muriendo Pizarro
muere mi hacienda. ¡Eche el resto
mi favor; alto cuidados;
mejoremos de opinion,
que más quiero un patacón
que a dos mil adelantados!)
Vase RADA
ALVARADO:
No sé yo, Fernando amigo,
que sea el juego diligencia
buena para la conciencia,
perdonadme si esto os digo,
de quien siendo tan cristiano
está al umbral de la muerte;
no la teme el varón fuerte,
pero el cuerdo da la mano
a todo lo que, se opone
al alma y su salvación.
FERNANDO:
Dadmé esta vez permisión,
puesto que amigo os perdone,
para quejarme de vos,
pues sin duda habéis juzgado
o que estoy desesperado,
o que me olvido de Dios.
¿Visteis en mi acción alguna
que me pueda desdorar?
ALVARADO:
Nunca hallé en vos que culpar,
fuera de esta, sino es una.
FERNANDO:
Y ésa, ¿cuál fué?
ALVARADO:
El confïaros
de Almagro, enemigo vuestro,
siendo vos tan sabio y diestro,
de suerte que pudo hallaros
sin prevención y desnudo,
durmiendo con el sosiego
que en Trujillo.
FERNANDO:
No os lo niego,
ni conociéndolo, dudo
de que en eso anduve mal;
pero, si los juramentos
y treguas son escarmientos
y no ley tan natural,
que los bárbaros la guardan,
¿cómo se ha de conseguir
la paz?
ALVARADO:
Suélenla admitir
respetos, que no acobardan
cuando el noble los celebra;
más quien padres no conoce,
como coyunturas goce,
palabras y leyes quiebra.
Pero, ¿qué diiculpa'daís
a ese juego que os desdora?
Ríese don FERNANDO
¿Os reís?
FERNANDO:
Sabraislo agora,
si un poco, cuerdo, esperáis.
Sale Juan de RADA
RADA:
Del juego habemos salido
vos y yo tan gananciosos,
que vos ganáis vuestra vida
y yo, Fernando, vuestro oro.
Por mí Almagro os la concede;
pero ha de ser de modo
que, amigos como primero,
la hermandad, olvide enojos.
Él mismo viene a ceñiros
los brazos, que en vuestros hombros
nobles y alegres, pretenden
reciprocarse con otros.
Salid festivo al encuentro.
FERNANDO:
Esto, amigo don Alonso,
satisfaga vuestras dudas,
mientras que, en suma, os respondo
que, a no jugar no viviera.
Juan de Rada, reconozco
empeños y beneficios.
Pagarélos juntos todos.
Cajas dentro y sale don Gonzalo VIVERO
VIVERO:
Amigo, a vista del Cuzco
asoma en vuestro socorro
el marqués, hermano vuestro;
escuchad los parches roncos.
Vecinos y ciudadanos,
como diversos en votos
diferentes en afectos,
mezclan pesares y gozos.
Pacífico le apercibe
Almagro, hospicio amoroso,
ya temor, ya amistad sea
que fe puede darse a todo,
sus diferencias remite,
al maestro religioso
fray Francisco Bobadilla,
árbitro juez de unos y otros.
Todo esto concede Almagro,
si bien algunos curiosos
dicen que enganaros quiere
y que en cesando el estorbo
del marqués, cuando se vuelva,
resucitará alborotos
que ya por bien, y por mal,
le den el gobierno a él solo.
ALVARADO:
Salid, pues, a recibirlos,
y escarmentad en vos propio
para los lances futuros.
FERNANDO:
Ya su condición conozco,
vamos, que cuando intentare
nuevos engaños, si enojos
templo y admito amistades,
tarde olvido, aunque perdono.
Guárdese Almagro, no quiebre
las paces, que nunca rompo,
porque, en cayendo en mis manos
ha de pagarme uno y otro.