La justicia
Dar a cada uno lo suyo. Sí, pero, ¿cómo se sabe lo que hay que dar? Aunque imagináramos costumbres justas, ¿cómo practicarlas justamente? Aunque tuviéramos leyes justas, ¿cómo interpretarlas? Apenas conocemos, por ráfagas, nuestra propia conciencia; la conciencia ajena es la noche. Cometamos de una vez la suprema injusticia, de no ver las intenciones; juzguemos los hechos. Los hechos también son la noche. ¿Cómo restablecer la realidad física de un episodio social? No podemos averiguar el tiempo que hará mañana, y queremos definir los remolinos misteriosos de la vida. En la selva inextricable de los apetitos queremos encontrar el testimonio incorruptible. Queremos, para iluminarnos, hacer comparecer a las sombras; para convencemos, hacer declarar a la hipocresía; para no ser crueles, citar a la crueldad; para sentenciar contra los hombres, oír a los hombres. ¿Dónde está la verdad? ¿Está en él silencio de los que dejaron crujir sus huesos dentro del borceguí inquisitorial, o está en las confidencias del acusado a la moda? Los inocentes se alucinan, y confiesan crímenes que no han hecho. ¿Qué mayor gloria para un abogado, que la de salvar a un bandido? Nos quejamos de la lentitud de los procesos: si los jueces fueran absolutamente justos y medianamente razonables, no se atreverían a fallar nunca.
Ilusionémonos con que nuestras leyes fueron justas ayer, y soportémoslas hoy, mas recordemos que la moral es distinta según la época y el sitio, y que no cabe la ilusión de que la justicia presente no sea la iniquidad futura. Demasiado débiles para las responsabilidades de la hora actual, lo somos mucho más para las responsabilidades del porvenir. Las consecuencias de nuestros actos son incalculables. Lo infinitamente pequeño aterra. El problema fatal lo penetra todo. No caminemos un paso por no aplastar al laborioso insecto. No respiremos por no quitar su átomo de oxígeno a pulmones venerables. La duda nos amordaza, nos ciega, nos paraliza. Lo justo es no moverse. El justo, como el fiel de la balanza simbólica, debe petrificarse en su gesto solemne. Resolverse a no hacer el mal es suicidarse, y sólo los muertos son perfectamente justos.
Para volver a la Naturaleza, soberbiamente injusta, forzoso es elegir entre la clemencia y la ferocidad. Para existir, Dios se hizo a ratos despiadado, y a ratos misericordioso. O verdugos o víctimas. Perdonar a unos es castigar a otros, y la tiranía está hecha de servidumbres.
Sancho Panza, por cuya boca solía hablar la sabiduría del inmortal caballero, no gobernaba su ínsula igual que Nerón gobernaba Roma, pero ambos son humanos. La sociedad completa el destino fisiológico de las criaturas. La injusticia de las civilizaciones prolonga la injusticia fundamental de la especie. Por el único crimen de nacer, unos nacen débiles y enfermos y otros robustos; unos inteligentes y otros idiotas; unos bellos y otros repugnantes. Algunos están ya condenados al asco y al desprecio en el mismo vientre de su madre; algunos ni siquiera nacen vivos. Nosotros hemos añadido algo a todo eso; por el único crimen de nacer hemos conseguido que unos nazcan esclavos y otros reyes; unos con el sable y otros bajo el látigo.
Nuestra justicia obra porque es esencialmente injusta. Se apoya en la fuerza armada. Su prestigio es la obediencia de los que no tienen fusil. Su misión es conservar el poder a los que lo gozan. Su objeto, defender la propiedad. ¿Por qué indignarse de la venalidad de los magistrados? Ceden a la energía soberana según la cual está organizada la humanidad moderna: el oro. Emplean en su pequeño mundo el espíritu universal. Cuando se acerquen siglos mejores corromperemos los tribunales por medio de nobles ideas y hermosas metáforas. Mientras tanto, no lloremos demasiado las injusticias que nos hieren; no nos lamentemos sin medida del brazo brutal que nos sacude, de la calumnia que nos envenena. Las injusticias extremas son útiles; ellas, sembradoras de cóleras sagradas, han despertado el genio, han revolucionado los pueblos y han fecundado la Historia.
Publicado en "Los Sucesos", Asunción, 18 de setiembre de 1906.