La inconstancia
A D. Domingo del Monte
En aqueste pacífico retiro,
lejos del mundo y su tumulto insano
doliente vaga tu sensible amigo.
Tú sabes mis tormentos, y conoces
a la mujer infiel... ¡Oh! si del alma
su bella imagen alejar pudiese,
¡cuál fuera yo feliz! ¡cómo tranquilo
de amistad en el seno
gozara paz y plácida ventura,
de todo mal y pesadumbre ajeno!
¡Amor ciego y fatal!... Ahora la tierra
encanta con su fresca lozanía.
por detrás de los montes enviscados
el almo sol en el sereno cielo
de azul, púrpura y oro arrebolado,
se alza con majestad: brilla su frente.
y la montaña, el bosque, el caserío,
relucen a la vez... Salud, ¡oh padre
del ser y del amor y de la vida!
¿Quién al mirar a ti no siente el alma
llena de inspiración?... ¡Salve! ¡Tu carro
lanza veloz por la celeste esfera,
y vida, fuerza y juventud lozana
vierta en el mundo tu inmortal carrera!
vuela, y muestra glorioso al universo
el almo Dios, que en tu fulgor velado,
sin principio ni fin... ¿Por qué mi frente
doblase mustia, y en mi rostro corre
esta lágrima ardiente? ¿Quién ha helado
el entusiasmo espléndido y sublime,
que a gozar y admirar me arrebataba?
¿Qué me importa ¡infeliz! el universo,
si me olvida la infiel? ¡Ay! en la noche
veré la tierra en esplendor bañada,
al vislumbrar de la fulgente luna,
y no seré feliz: no embebecida
el alma sentiré, cual otro tiempo,
en mil cavilaciones deliciosas
de ventura y amor: hoy afligido
solamente diré: «No mi adorada
en tal contemplación embelesada
a mí dirigirá sus pensamientos».
De aquestas cañas a la blanda sombra
recuerdo triste mi placer pasado,
y me siento morir: lánguidamente
grabo en el tronco de la tersa caña
de Lesbia el nombre, y en delirio insano
gimo, y le cubren mis ardientes besos.
Su mano, ¡ay Dios! la mano que amorosa
mil y mil veces halagó la mía,
hundió el puñal en mi confiado pecho
con torpe engaño y con mudanza impía.
Heme juguete de la suerte fiera,
de una pasión tirana subyugado,
abatido, infeliz, desesperado,
el triste espectro de lo que antes era.
¡Oh pérfida mujer! ¡Cómo pagaste
el afecto más fino!
Bajo rostro tan cándido y divino
¿tan falso corazón pudo velarse?
Tú, mi loca pasión ¡ay! halagabas,
y feliz te dijiste en mis amores.
Aunque el hado tirano
en mi alma tierna y pura
verter quisiese cáliz de amargura,
¿Le debiste ¡infeliz! prestar tu mano?
Cuando el fatal prestigio con que ahora
la juventud y la beldad te cercan
haya la parca atroz desvanecido,
para salvar tu nombre del olvido
el triste amor de tu infeliz poeta
será el único timbre de tu gloria.
la mitad del laurel que orne mi tumba
entonces obtendrás; y de tus gracias
y de tu ingratitud y mi tormento
prolongará mi canto la memoria.
¡Hermosura fatal! tu disipaste
la brillante ilusión que me ocultaba
la corrupción universal del mundo,
y la vida y los hombres a mis ojos
presentaste cual son. ¿Dónde volaron
tanto y tanto placer? ¿Cómo pudiste
así olvidarte de tu amor primero?
¡Si así olvidase yo!... Mas ¡ay! el alma
que fina te adoró, falsa, te adora.
No vengativo anhelaré que el cielo
te condene al dolor: sé tan dichosa
cual yo soy infeliz: mas no mi oído
hiera jamás el nombre aborrecido
de mi rival, ni de tu voz el eco
torne a rasgar la ensangrentada herida
de aqueste corazón: no a mirar vuelva
tu celeste ademán, ni aquellos ojos,
ni aquellos labios do letal ponzoña
ciego bebí... ¡Jamás! —Y tú en secreto
un suspiro a lo menos me consagra,
un recuerdo... ¡Ah cruel! No te maldigo,
y mi mayor anhelo
es elevarte con mi canto al cielo,
y un eterno laurel partir contigo.
Julio, 1821