La importancia de llamarse Ernesto: I - III

La importancia de llamarse Ernesto
Acto I: Tercera parte
de Oscar Wilde
Acto I: Tercera parte

Lady Bracknell: Buenas tardes, Algernon querido, espero que estés bueno. Algernon: Me siento muy bien, tía Augusta.

Lady Bracknell: Eso no es lo mismo. Bien y bondad suelen ser cosas que nunca coinciden. (Ve a Jack y le hace un saludo glacial.)

Algernon: (A Gwendolen) ¡Querida mía, qué elegante estás!

Gwendolen: Siempre estoy elegante. ¿O no, mister Worthing?

Jack: Es usted absolutamente perfecta, miss Fairfax.

Gwendolen: Oh. Espero no serlo. Así no tendría posibilidad de desarrollarme, y deseo hacerlo en muchas direcciones.

(Gwendolen y Jack se sientan en un rincón.)

Lady Bracknell: Siento que sea un poco tarde, Algernon, pero he tenido que hablar con la querida Lady Harbury. Desde la muerte de su pobre marido no nos habíamos visto. Nunca había visto a una mujer tan cambiada; parecía unos veinte años más joven. Y ahora tomaré una taza de té y uno de esos exquisitos sándwiches de pepino que me has prometido.

Algernon: Estupendo, tía Augusta. (Va hacia la mesa de té.)

Lady Bracknell: Gwendolen, ¿por qué no vienes a sentarte?

Gwendolen: Gracias, mamá. Estoy muy bien aquí.

Algernon: (Levantando una bandeja vacía, con cara de horror.) ¡Cielo santo! ¡Lane! ¿Por qué no hay sándwiches de pepino? Te los pedí especialmente.

Lane: (Gravemente)Esta mañana no había pepinos en el mercado, señor. Y fui dos veces.

Algernon: ¿Que no había pepinos?

Lane: No, señor. Ni aunque pagara de contado.

Algernon: Está bien, Lane. Gracias.

Lane: Gracias, señor. (Se va.)

Algernon: Me disgusta muchísimo que no hubiera pepinos, tía. Ni siquiera pagando al contado.

Lady Bracknell: No te preocupes, Algernon. He tomado unas pastas con Lady Harbury, que me parece que ahora vive absolutamente entregada al placer.

Algernon: He oído que el pelo se le ha vuelto totalmente dorado de la tristeza.

Lady Bracknell: Es verdad que le ha cambiado el color. Pero no sabría decirte por qué causa. (Algernon se acerca y le sirve té.)Gracias. Tengo un auténtico acontecimiento para ti esta noche, Algernon. Voy a sentarte al lado de Mary Farquhar. Es una mujer absolutamente encantadora y muy cariñosa con su marido. Es una delicia verlos.

Algernon: Mucho me temo, tía Augusta, que deberé prescindir del placer de cenar contigo esta noche...

Lady Bracknell: (Frunciendo el ceño.)Espero que no, Algernon. Desbaratarías la mesa por completo. Harías que tu tío cenara arriba. Menos mal que ya está acostumbrado a eso.

Algernon: Es un gran fastidio, y debo decir que una auténtica contrariedad para mí, pero el hecho es que acabo de recibir un telegrama diciendo que mi pobre amigo Bunbury está enfermo otra vez. (Intercambia muecas con Jack.) Me parece obligado estar con él.

Lady Bracknell: Es muy raro. Ese Mr. Bunbury padece de una peculiarísima mala salud.

Algernon: Sí, el pobre Bunbury es un enfermo terrible.

Lady Bracknell: Bien, pues debo decirte, Algernon, que me parece que ya es momento de que Mr. Bunbury se decida de una vez a vivir o a morir. Su indeterminación en este tema roza el absurdo. De ningún modo apruebo la moderna simpatía hacia los enfermos. La considero morbosa. No hay ningún tipo de dolencia que deba ser alentada por los demás. La salud es el primer deber de nuestra vida. Se lo digo de continuo a tu pobre tío, pero nunca parece darse cuenta... a juzgar por sus ocasionales mejorías. En fin, Algernon, desde luego si estás obligado a estar junto a la cabecera de Mr. Bunbury, no tengo más que decir. Pero te quedaría muy agradecida si le dijeras de mi parte que tuviera la bondad de no sufrir una recaída el sábado, pues te necesito para preparar mi concierto. Será mi última fiesta, y preciso de alguien que estimule la conversación, especialmente al finalizar la temporada, cuando ya todos se han dicho a todos cuanto se tenían que decir, lo que en la mayoría de los casos, probablemente tampoco era mucho.

Algernon: Hablaré con Bunbury, tía Augusta, si está consciente aún, pero creo poder prometerte que estará perfectamente bien el sábado. Aunque desde luego la música es una dificultad añadida. Ya sabes: si hay buena música la gente no escucha, y si la música es mala, la gente no habla. Pero repasaré por completo el programa que he bosquejado, si tienes la amabilidad de venir conmigo un momento a la otra habitación...

Lady Bracknell: Gracias, Algernon. ¡Qué buen previsor eres! (Se pone de pie y lo sigue.)estoy segura de que el programa, con algunos arreglos, resultará delicioso. Por supuesto, sin canciones francesas. La gente siempre cree que son indecorosas, y o ponen cara de estupor, lo que es muy vulgar, o se ríen, lo que es aún más desagradable. El alemán, sin embargo, suena a lengua respetable y realmente creo que lo es. Gwendolen, ¿quieres acompañarme?

Gwendolen: Por supuesto, mamá.

(Lady Bracknell y Algernon van hacia la sala de música, y Gwendolen se queda algo rezagada.)

Jack: Un día precioso, ¿verdad, miss Fairfax?

Gwendolen: Le ruego que no me hable del tiempo, Mr. Worthing. Cuando la gente me habla del tiempo estoy totalmente segura de que quieren decir otra cosa, y eso me pone intranquila.

Jack: Yo quiero decir otra cosa.

Gwendolen: Me lo suponía. La verdad es que jamás me equivoco.

Jack: Quisiera aprovechar la momentánea ausencia de Lady Bracknell...

Gwendolen: Mi consejo es que lo haga. Mamá tiene la mala costumbre de volver de repente, algo que ocasiona que me enfade con ella a menudo.

Jack: (Nervioso) Miss Fairfax, desde que la conocí la admiré más que a ninguna otra chica... desde que la conocí...la conocí...

Gwendolen: Sí, estoy totalmente enterada de eso. Y me habría gustado que, algunas veces, en público, hubiera sido usted más explícito. Para mí, usted a tenido siempre una fascinación irresistible. Antes de conocerle, estaba lejos ya de serme indiferente.(Jack la mira asombrado.)Vivimos, como usted sabrá, Mr. Worthing, en una época idealista. El hecho se menciona de continuo en la más exclusivas revistas mensuales, y hasta creo que ha llegado a los púlpitos de provincia. Y mi ideal siempre a sido amar a alguien que se llamase Ernesto. Algo hay en ese nombre que me inspira una confianza absoluta. Desde la primera que Algernon mencionó que tenía un amigo que se llamaba Ernesto, supe que era mi destino enamorarme de él. Ese nombre es, hasta donde llego a saber, y para tranquilidad de mi mente, lo suficientemente raro.

Jack: ¿De veras me ama usted, Gwendolen?

Gwendolen: Apasionadamente.

Jack: Queridísima, ¡no sabes lo feliz que me haces!

Gwendolen: ¡Mi Ernesto!

(Se abrazan.)

Jack: Pero, ¿no querrás decir en serio que si yo no me llamase Ernesto, no podrías quererme?

Gwendolen: Pero tú te llamas Ernesto.

Jack: Sí, ya sé. Pero, ¿suponiendo que no fuese así, querrías decir que entonces no podrías amarme?

Gwendolen: (Con aire voluble.)'¡Ah! Eso es sólo una especulación metafísica, y como la mayor parte de las especulaciones metafísicas tiene muy poco que ver, como sabemos, con los hechos de la vida real.

Jack: Personalmente, querida, y por hablar con toda sinceridad, me tiene sin cuidado llamarme Ernesto... Pienso, incluso, que ese nombre no me sienta bien.

Gwendolen: Te sienta perfectamente. Es un nombre divino. Tiene música propia y produce buenas vibraciones.

Jack: La verdad, Gwendolen, es que creo que hay otros muchos nombres más bonitos. Creo que Jack, por ejemplo, es un nombre encantador.

Gwendolen: ¿Jack?... No, tiene muy poca música ese nombre, suponiendo que tenga alguna. No conmueve. No produce ningún género de vibraciones... He conocido a varios Jack, y todos, sin excepción, eran absolutamente elementales. Por otra parte, casi todos los mayordomos se llaman Jack. Me daría pena una mujer casada con un Jack cualquiera. La vida con él deberá ser aburridísima. Probablemente, jamás le estará permitido ni un solo momento de soledad placentera. El único nombre verdaderamente convincente es Ernesto.

Jack: Tendremos que casarnos de inmediato. No hay tiempo que perder.

Gwendolen: ¿Casarnos, Mr. Worthing?

Jack: (Estupefacto)Pues...sí. Usted sabe que yo la amo, y usted me ha hecho saber, miss Fairfax, que no le soy enteramente indiferente.

Gwendolen: Yo te adoro. Pero tú no te has declarado todavía. No me has dicho nada de matrimonio. Aún no hemos tratado de ese asunto...

Jack: Bueno... ¿puedo declararme ahora?

Gwendolen: Me parece una ocasión admirable. Y para evitarle cualquier recelo, Mr. Worthing, quiero decirle con toda franqueza que estoy resueltamente determinada a decir que sí.

Jack: ¡Gwendolen!

Gwendolen: Sí. Mr. Worthing, ¿tiene algo que decirme?

Jack: Ya sabes lo que tengo que decirte.

Gwendolen: Claro, pero usted no lo dice.

Jack: Gwendolen, ¿quieres casarte conmigo? (Se pone de rodillas.)

Gwendolen: Por supuesto, querido, ¡cuánto he debido esperar! Temo que tengas poca experiencia en esto.

Jack: Cosita mía. Nunca he querido a nadie en el mundo más que a ti.

Gwendolen: Ya. Pero los hombres se declaran a menudo para practicar. Sé que mi hermano Gerald lo hace. Me lo han dicho todas sus amigas. ¡Qué hermosos ojos azules tienes, Ernesto! Son completamente, completamente azules. Espero que me mires siempre así, sobre todo cuando haya gente delante.