La importancia de llamarse Ernesto: II - I

La importancia de llamarse Ernesto
Acto II: Primera parte​ de Oscar Wilde
Acto II: Primera parte

Jardín en Manor House (Wolton). Unos límpidos escalones de piedra gris llevan a la casa. El jardín, a la antigua, está lleno de rosas. Es el mes de julio. Sillas de mimbre y una mesa con libros encima, bajo un ancho tejo. Miss Prism aparece sentada a la mesa. Detrás, Cecilia riega las flores.

Miss Prism: (Llamando) ¡Cecilia, Cecilia! ¿No le parece que una ocupación tan útil como regar flores es más propia de Moulton que de usted? En especial cuando le aguardan otros placeres intelectuales. El libro de gramática de alemán está sobre la mesa. Me gustaría que lo abriese por la página quince. Repetiremos la lección de ayer.

Cecilia: ¡Vaya! Sería mucho mejor que Moulton recibiera la lección de alemán. ¡Moulton!

Moulton: (Mirando desde detrás de un seto, con una mueca extraña en la cara.) ¿Sí, Miss Cecilia?

Cecilia: ¿No te gustaría aprender alemán, Moulton? Es la lengua que hablan los que viven en Alemania.

Moulton: (Meneando la cabeza) No me siento cómodo con las lenguas ajenas, señorita. (Se inclina hacia Miss Prism.) Espero que no se ofenda, señora. (Desaparece tras el seto.)

Miss Prism: No ha debido decir eso, Cecilia. Le ruego que abra inmediatamente su Schiller.

Cecilia: (Se acerca lentamente.) Pero es que no me gusta el alemán. No es una lengua que me siente bien. Se perfectamente que parezco más fea tras mi lección de alemán.

Miss Prism: Hijita, usted bien sabe cuánto anhela su tutor que adelante en todos los campos. Ayer, antes de irse a la ciudad, volvió a insistir particularmente sobre el alemán.

Cecilia: ¡Es tan serio el querido tío Jack! Tanto que a veces pienso que no puede estar muy bien de salud.

Miss Prism: (muy estirada) Su tutor goza de óptima salud, y la gravedad de su porte es tanto más encomiable si se tiene en cuenta lo joven que es. No conozco a nadie que tenga tan elevado sentido del deber y la responsabilidad.

Cecilia: Supongo que ésa será la causa de que parezca algo aburrido cuando estamos los tres juntos.

Miss Prism: ¡Cecilia! Me sorprende. Mr. Worthing tiene muchos problemas en la vida. La fácil alegría o la trivialidad están fuera de lugar en esta conversación. Debería recordar su constante inquietud a causa de ese joven y desafortunado hermano.

Cecilia: Me gustaría que el tío Jack diese permiso para que ese desafortunado joven viniese alguna vez por aquí. Podríamos tener cierta buena influencia en él, Miss Prism. Usted desde luego la tendría. Usted sabe alemán y geografía y otras cosas que influyen enormemente en los hombres.

(Cecilia empieza a escribir en su diario.)

Miss Prism: (Moviendo la cabeza.) No creo que yo pudiese producir el menor efecto en un carácter que, según su propio hermano admite, es irremediablemente vacilante y débil. Además tampoco estoy segura de que quisiese yo reformarle. Estoy en contra de esa moderna manía de volver buenas a las personas malas en un abrir y cerrar de ojos. Que cada cual coseche lo que sembró.

Cecilia: Pero algunos hombres no siembran, Miss Prism... Y aunque lo hagan, no sé por qué habría que castigárseles por ello. Hay demasiados castigos en el mundo. El alemán es un castigo, naturalmente. Y usted misma me dijo que Alemania está superpoblada. Parece que hay demasiado alemán...

Miss Prism: Lo que no es razón para que se dedique usted a escribir su diario en lugar de traducir "Guillermo Tell". Deje un ratito el diario, Cecilia. En realidad no entiendo para qué lleva usted uno.

Cecilia: Lo llevo para apuntar en él todos los maravillosos secretos de mi vida. Si no los anotase enseguida, seguro que los olvidaría al momento.

Miss Prism: La memoria, mi querida Cecilia, es el diario que cada uno lleva consigo.

Cecilia: Sí, pero habitualmente registra sólo lo que nunca ha ocurrido y nunca podrá ocurrir. Creo que la memoria es la responsable de todas las novelas de tres tomos que pueblan las bibliotecas.

Miss Prism: No hable despectivamente de las novelas de tres tomos, Cecilia. Yo misma escribí una cuando era joven.

Cecilia: ¿Lo dice de veras, Miss Prism? ¡Qué maravillosamente inteligente es usted! Espero que no tuviera un final feliz... No me gustan las novelas con final feliz. Me deprimen mucho.

Miss Prism: Los buenos acaban bien y los malos mal. Eso es lo que la ficción propone.

Cecilia: Lo suponía. Pero no parece muy bonito. ¿Su novela se llegó a publicar?

Miss Prism: ¡Ay, no! Desdichadamente abandoné el manuscrito. (Cecilia se estremece.) Y utilizo el término en el sentido de perdido o extraviado. Pero, querida, todas estas consideraciones carecen de provecho para su trabajo.

Cecilia: (Sonríe) Me parece que el doctor Chasuble viene por el jardín.

Miss Prism: (Se levanta y va a su encuentro.) ¡Doctor Chasuble! ¡Qué grato placer!

(Entra el canónigo Chasuble.)

Chasuble: ¿Qué tal estamos esta mañana? Espero que bien, ¿no, Miss Prism?

Cecilia: Hace un momento, Miss Prism se quejaba de un molesto dolor de cabeza. Creo que le sentaría muy bien dar un paseíllo por el parque, doctor Chasuble.

Miss Prism: Cecilia, yo no he dicho nada sobre ningún dolor de cabeza.

Cecilia: No, querida Miss Prism, ya sé que no. Pero, instintivamente, he notado un dolor de cabeza. Estaba pensando en eso y no en mi lección de alemán, cuando ha llegado el rector.

Chasuble: Espero, Cecilia, que no estuvieras distraída.

Cecilia: Pues me temo que sí.

Chasuble: Es extraño. Si yo tuviera la suerte de ser alumno de Miss Prism, estaría pendiente de sus labios. (A Miss Prism le brillan los ojos.) Hablo metafóricamente, claro. Es una metáfora tomada de las abejas. Bueno, supongo que Mr. Worthing no habrá regresado aún de la ciudad...

Miss Prism: No lo esperamos hasta el lunes por la tarde.

Chasuble: Ah, sí, ya sé que le gusta pasar el domingo en Londres. No es de los que sólo piensan en divertirse, como parece que ocurre con su desdichado hermano. Pero no debo distraer más a Egeria y a su discípula.

Miss Prism: ¿Egeria? Me llamo Leticia, doctor.

Chasuble: (Se inclina.) Se trata de una simple alusión clásica, tomada de los autores paganos. Las veré a las dos en Vísperas, ¿verdad?

Miss Prism: Me parece, querido doctor, que daré un paseíllo con usted. Después de todo, creo que sí me duele un poco la cabeza y creo que caminar me sentará bien.

Chasuble: Encantado, Miss Prism, encantado. Podemos llegar hasta las escuelas y volver.

Miss Prism: Será delicioso. Cecilia, en mi ausencia, repase economía política. Puede omitir el capítulo sobre la caída de la rupia. Es demasiado sensacionalista para una jovencita. Hasta estos problemas tan metálicos tienen un aspecto melodramático.

Chasuble: ¿Estudia economía política, Cecilia? Es muy hermoso lo educadas que son las chicas de nuestros días. Supongo que lo sabrá usted todo sobre las relaciones entre trabajo y capital, ¿no es cierto?

Cecilia: Me temo que no. Lo que conozco bien son las relaciones entre ocio y capital. Y sólo de vista. Por lo que supongo que no son verdad.

Miss Prism: ¡Cecilia! Eso que dice suena a socialismo. Y creo que ignora usted adónde lleva el socialismo...

Cecilia: ¡Claro! Lleva al traje cómodo, Miss Prism. E imagino que cuando las mujeres vistan con racionalidad también serán tratadas racionalmente. Al menos, así debería ser.

Chasuble: ¡Un corderito muy testarudo, nuestra querida niña!

Miss Prism: (Sonríe.) En ocasiones un serio problema.

Chasuble: Le envidio ese tipo de dificultades.

(Miss Prism y Chasuble se van hacia el jardín.)

Cecilia: (Aparta los libros que están sobre la mesa.) ¡Horrible Economía política! ¡Horrible economía política! ¡Horrible geografía! ¡Y el alemán, lo más horrible de lo horrible! (Entra Merriman con una tarjeta sobre la bandeja.)

Merriman: Mr. Ernesto Worthing acaba de llegar desde la estación de coche. Ha traído su equipaje con él.

Cecilia: (Toma la tarjeta y la lee.) "Mr. Ernesto Worthing. B.4. Albany" ¡El hermano del tío Jack! ¿Le ha dicho que Mr. Worthing está en Londres?

Merriman: Sí, señorita. Y no ha parecido gustarle. Le he dicho que Miss Prism y usted estaban en el jardín. Me ha comentado que está ansioso por hablar con usted un momento, a solas.

Cecilia: (Para sí) No creo que Miss Prism quiera dejarme con él a solas. En ese caso, será mejor que lo vea ahora mismo, antes de que regresen. (A Merriman) Diga a Mr. Ernesto Worthing que sea tan amable de venir. Y supongo que no estaría de más que avise a la gobernanta para que le disponga un cuarto.

Merriman: He hecho llevar su equipaje encima del salón Azul, señorita. Junto a la habitación del señor Worthing.

Cecilia: Bien, sí. Perfecto.

(Merriman se va.)

Nunca hasta ahora me había encontrado con alguien realmente malvado. Me siento algo asustada. Pero mucho me temo que se parezca a todos los demás.

(Entra Algernon, muy alegre y desenvuelto.)

¡Y se parece!

Algernon: (Se quita el sombrero.) Tú eres mi pequeña prima Cecilia, seguramente...

Cecilia: Está usted en un raro error. No soy pequeña. Creo que incluso soy más alta de lo que es normal para mi edad. (Algernon queda algo desconcertado.) Pero soy tu prima Cecilia. Tú, según he visto en tu tarjeta, eres el hermano de mi tío Jack, mi primo Ernesto, mi malvado primo Ernesto.

Algernon: ¡Vaya! En verdad no soy ningún malvado, prima Cecilia. En serio, no debes creer que soy malvado.

Cecilia: Pues si no lo eres has estado engañándonos a todos de una manera imperdonable. Has hecho creer al tío Jack que eras malo. Espero que no hallas llevado una doble vida, pretendiendo ser perverso cuando, en realidad, siempre has sido bueno. Eso sería hipocresía.

Algernon: (La mira con asombro.) ¡Bueno! Algo atolondrado sí que he sido.

Cecilia: Me alegra oírlo.

Algernon: En fin, ya que has sacado el tema, diré que he sido todo lo malo que he podido, en mi modesto estilo.

Cecilia: No creo que debas enorgullecerte por ello. Aunque supongo que ha debido de ser muy divertido.

Algernon: Mucho más divertido es estar aquí, contigo.

Cecilia: Lo que no puedo entender es que estés aquí. El tío Jack te envió ayer un telegrama, a Albany, diciendo que deseaba verte a las seis, por última vez. Siempre me deja leer los telegramas que envía. Algunos me los sé de memoria.

Algernon: La verdad es que entregaron el telegrama tarde. No me pude encontrar con él en el Club, y el conserje me dijo que Jack había venido aquí. Así es que, naturalmente, he venido detrás al saber que quería verme.

Cecilia: No volverá hasta el lunes por la tarde.

Algernon: Es una gran contrariedad, pues tengo que coger el primer tren, el lunes por la mañana, obligadamente. Tengo una cita de negocios a la que estoy deseando... faltar.

Cecilia: ¿Y no puedes faltar más que yéndote a Londres?

Algernon: No, la cita es en Londres.

Cecilia: Bueno, ya sé lo importante que es faltar a una cita de negocios, si se pretende mantener cierto sentido de la belleza de la vida, pese a lo cual, creo que harías mejor en esperar al tío Jack, sé que quiere que habléis de tu emigración.

Algernon: ¿De mi qué...?

Cecilia: De tu emigración. Ha ido a comprarte el equipo.

Algernon: Jamás permitiré que Jack me compre ningún equipo. Carece de gusto para las corbatas.

Cecilia: No creo que vayas a necesitar corbatas. El tío Jack piensa enviarte a Australia.

Algernon: ¡Australia! Antes muerto.

Cecilia: El miércoles, mientras cenábamos, dijo que tendrías que elegir entre este mundo, el otro mundo y Australia.

Algernon: ¡Ah, bueno! Los informes que he recibido de Australia y del otro mundo no son especialmente estimulantes. Este mundo es lo suficientemente bueno para mí, prima Cecilia.

Cecilia: Pero, ¿eres tú lo suficientemente bueno para él?

Algernon: Me temo que no. Y ése es el motivo por el que quiero que me reformes. Podrías hacer de ello tu misión...

Cecilia: ¿Intentas sugerir que tengo que tener una misión?

Algernon: Perdóname, pero pienso que en nuestros días cada mujer tiene algún tipo de misión.

Cecilia: La tendrá la hembra, no la mujer. Además, no tengo tiempo para reformarte esta tarde.

Algernon: Bien, ¿y podría yo reformarme a mí mismo esta tarde?

Cecilia: Es un intento quijotesco, pero puedes intentarlo.

Algernon: Lo intentaré. Ya me siento mejor.

Cecilia: Pues aparentas estar peor.

Algernon: Es porque tengo hambre.

Cecilia: ¡Qué boba soy! Debía haber tenido en cuenta que cuando se va a iniciar una vida totalmente nueva se necesitan comidas sanas y regulares. Miss Prism y yo íbamos a comer solas un poco de cordero asado.

Algernon: Temo que sea demasiado bueno para mí.

Cecilia: Al tío Jack, cuya salud ha quedado seriamente minada tras tus últimas horas en la ciudad, su médico de Londres le ha aconsejado tomar doce sándwiches de paté de foie y champán de 1889. No sé si te apetecerá una comida tan pobre.

Algernon: ¡Oh! Me sentiré feliz con ese champán del 89.

Cecilia: Me alegra saber que tienes unos gustos tan sencillos. Vamos al comedor.

Algernon: Gracias. ¿Podría ponerme antes una flor en el ojal? Nunca tengo apetito si no me he puesto antes una flor en el ojal.

Cecilia: ¿Una mariscal niel? (Coge las tijeras.)

Algernon: No, prefiero una rosa pálida.

Cecilia: ¿Por qué? (Corta la flor.)

Algernon: Porque, prima Cecilia, tú pareces una rosa pálida.

Cecilia: No creo que sea correcto que me digas eso. Miss Prism nunca dice esas cosas. Algernon: Eso es porque Miss Prism es una vieja señora miope. (Cecilia le pone la rosa en el ojal.) Eres la chica más bonita que he visto en mi vida.

Cecilia: Dice Miss Prism que toda belleza es un lazo.

Algernon: Un lazo en el que todo hombre sensato querría verse atrapado.

Cecilia: No creo que me gustase atrapar a ningún hombre sensato. No sabría de qué hablar con él.

(Entran en la casa.)