La imperial de Otón/Acto III

​La imperial de Otón​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen RODULFO, ARNALDO, LEONCIO y soldados.
RODULFO:

  O no quieren pelear
o no llega a su noticia
la disciplina y milicia,
la corrección militar.

ARNALDO:

  No sé lo que significa
este desmayo y flaqueza.

LEONCIO:

¿Si algún ardid se endereza
que secretamente aplica?
  Que Lucio Sila interpuso
desta suerte unos maderos
con que de Arquilao los fieros
en fuga afrentosa puso...
  Con fuego engañó en España
Sertorio a Quinto Metelo
y a Sexto, lloviendo el cielo,
junio engañó en la campaña.
  Mucho importa la caución
al discreto capitán.

RODULFO:

Si ellos dese acuerdo están:
no acomete el escuadrón
  sino formad de aquel lado
una batalla cuadrada
de dos alas adornada,
paso que me da cuidado.
  Guardalda de arcabuceros
las espaldas y cabeza,
que tema desa maleza,
Conde, los ardides fieros.
  De la ordenanza en la frente
el lado izquierdo armaréis
con veinte hileras de a seis,
y en la segunda harás veinte.
  Correspondan los derechos
a los siniestros, de modo
que guarde el escuadrón todo,
las espaldas y los pechos.
  Con dos hileras de picas
a la cabeza y al pie,
en medio la enseña esté.

ARNALDO:

A lo importante le aplicas:
  bien tendrá ochocientos hombres.

RODULFO:

Esos guarden ese paso.

LEONCIO:

No tememos siniestro caso
ni del contrario te asombres,
  que para más te ha guardado
el cielo.

CRIADO:

Un embajador
del rey Otón, gran señor,
a tu real tienda ha llegado

RODULFO:

  ¿De Otón?

CRIADO:

Sí, señor; de Otón.

RODULFO:

¿Qué será?

ARNALDO:

Ya lo adivino.

RODULFO:

No le impidáis el camino,
que viene a buena ocasión.

(Sale ATAÚLFO.)
ATAÚLFO:

  Supremo César a quien guarde el cielo
para bien del imperio soberano,
cuyas águilas den tan alto vuelo
que el nombre goces de Rodulfo el Magno:
del rey Otón el religioso celo,
las piadosas entrañas de cristiano,
hoy han dado un ejemplo sin segundo,
de paz, de gloria y de grandeza al mundo.
  Ciertos frailes franciscos y agustinos
que anoche su justicia consultaban,
y otros letrados deste nombre dignos
que de entrambos derechos alegaban,
con dar a su opinión varios caminos,
el verdadero para el alma erraban,
de suerte que al Rey hablan claramente
para que paz con tu grandeza intente.
  Hallando, pues, que la razón es tuya
y que el Imperio con justicia tienes,
quiere que se celebre y se concluya
si en lo que ahora te suplica vienes,
más porque el mundo su opinión no arguya
puesto que tú con tu valor le enfrenes,
si darte la obediencia es fuerza justa,
siendo en secreto, de ofrecerla gusta.

RODULFO:

  Ataúlfo, yo huelgo que asegure
el Rey como cristiano su conciencia
que firme paz y que obediencia jure,
aunque me dé en secreto la obediencia.
El medio del secreto se procure
y venga el rey Otón a mi presencia,
que en mi tienda podrá besar mi mano.

ATAÚLFO:

Eres príncipe invicto y soberano.
  En fin, señor, que dentro de tu tienda,
sin que lo vea el un ni otro campo
¿hoy quieres que besar tu mano emprenda?

RODULFO:

Y en esta misma que la planta estampo.

ATAÚLFO:

Nunca tu edad el largo tiempo ofenda,
venzan tus canas de la nube el campo
y por tan justo y celestial misterio
no salga de tu sangre el Sacro Imperio:
  yo parto a que el Rey venga.

RODULFO:

Y yo le aguardo

ATAÚLFO:

Tomo, señor, secreta la obediencia.

[Vase.]


RODULFO:

Ha de faltar algún ardid gallardo:
oye al oído.

LEONCIO:

[Aparte.]
Estraña diferencia
Rodulfo caminó con paso tardo:
Otón con espantosa diligencia,
el veloz se detiene, el tardo llega.

RODULFO:

¡Armad la tienda en medio desta vega!

(Salen OTÓN, ALBERTO y DORICLEO.)
ALBERTO:

  Puede ser que esa visión
tu desdicha amenazase
y que Dios te la enviase
como un tiempo a faraón.

OTÓN:

  Pues ¿cómo, Alberto? ¿No ves
que estaba entonces despierto?

DORICLEO:

Durmiendo, señor, fue cierto
y imaginación después.

OTÓN:

  Doricleo, fue sin duda
que entonces despierto estaba:
veldo en las voces que daba
pidiendo a mi gente ayuda.

ALBERTO:

  En buena filosofía
eso entiendo que es flaqueza
que de tu débil cabeza
los sentidos suspendía.

OTÓN:

  ¿Cómo?

ALBERTO:

Como el aire está
como un espejo delante,
ve un hombre su semejante.

OTÓN:

La razón de cómo da...

ALBERTO:

  Si está la vista muy flaca
la penetra el aire y queda
como espejo en que ver pueda
su imagen que al vivo saca.

OTÓN:

  ¿Que el aire sólido esté
cuando está flaca la vista?

ALBERTO:

Como él a su luz resista
como en espejo se vee.
  Que de un cierto Antiferón
Aristóteles decía
que por flaca vista vía
por momentos su visión.
  Los enfermos, por flaqueza,
su sombra en el aire ven,
y los medrosos también.

OTÓN:

Culpar debo mi cabeza,
  aunque no es disculpa vana
que quitando a mi persona
el peso de la corona
quedase entonces liviana.
  Sea flaqueza o misterio
la paz está bien tratada,
y en Rodulfo bien fundada
la elección del Santo Imperio.

(Sale ATAÚLFO.)
ATAÚLFO:

  Ya, señor, se ha dado efeto
a tu justa pretensión.

OTÓN:

¿Qué responde?

ATAÚLFO:

Que es razón
reconocelle en secreto
  porque no diga tu gente
que te has humillado tanto...
Diome su persona espanto,
que es hombre heroico y prudente.
  Parte luego, que te aguarda
y darasle la obediencia.

OTÓN:

¡Oh, rigurosa sentencia
que tanto el alma acobarda!

ATAÚLFO:

  Si eres [súbdito], señor,
del Imperio, a la corona,
si la ofendes y él perdona,
toda humildad es valor.

OTÓN:

  ¿Que he de besar yo la mano
del que mi sueldo recibió?
¿Que he de estar a los pies yo,
siendo Rey, de un hombre humano?
  Si a los del Papa me he visto,
no era el sentimiento tanto
pues eran de un hombre, y santo,
figura de Pedro y Cristo;
  y allí rendirse es vitoria
pero... a un conde, un conde... ¡Un rey!

ATAÚLFO:

Humana y divina ley
le dan, señor, esta gloria.
  No es conde ya, que ya es
rey, césar y emperador.

OTÓN:

Rabiando voy de dolor
de que he de verme a sus pies.

(Salen RODULFO, LEONCIO y ARNALDO, y alabarderos.)
RODULFO:

  Bien está la tienda ansí:
dentro, Arnaldo, quiero entrar,
no tengo que te avisar.

ARNALDO:

Déjame este cargo a mí.
  Notable será este día
por paz de tanta importancia.

(Entra en la tienda RODULFO, cubiertas las armas.)
LEONCIO:

Borgoña, Alemania y Francia,
España, Italia y Hungría...
  Al acto célebre están
levantadas las cabezas,
viendo las altas proezas
deste insigne capitán.

ARNALDO:

  La envidia a sus pies se humilla.

LEONCIO:

Esa no la tiene España,
pues ya con alta hazaña
la está esperando Castilla.
  Que, como afirma Merlín,
es justo que la anticipes
de un Carlo y tres Felipes,
que principio me dio y fin.

ARNALDO:

  Venturosos siglos de oro,
¡quién como Néstor viviera
para que en España viera
del mundo el mayor tesoro!
  ¡Las cuatro reinas que ampara
el cielo por sus estrellas,
y las dos infantas bellas,
Catalina, Isabel Clara!
  ¡Quién viera al joven don Juan!
¡Quién al príncipe Felipo!
Pues sin verlos participo
de la gloria que me dan.

(Sale OTÓN, ATAÚLFO, ALBERTO y DORICLEO.)
OTÓN:

  ¡Oh, famosos caballeros!

ARNALDO:

Seáis, señor, bien venido.

OTÓN:

Dichoso el hombre servido
de tan valientes aceros:
  esto le debo envidiar
más que el imperio que tiene.

LEONCIO:

[Aparte.]
¿Cómo tan humilde viene?
¿Ya se comienza a humillar?

OTÓN:

  ¿Su Majestad dónde está?

ARNALDO:

En esa tienda te espera.

OTÓN:

[Aparte.]
¿Cuándo sospecha tuviera
si un hombre humilde la da?

DORICLEO:

  Era mucha guarda y gente
la que la tienda ha cercado.

ARNALDO:

Está el campo alborotado
para verte solamente.

OTÓN:

  ¿Tantas picas y alabardas?

ARNALDO:

¿Vuestra Alteza qué recela?

ATAÚLFO:

[Aparte.]
Ya temo alguna cautela.

LEONCIO:

La tienda es esta: ¿qué aguarda?

OTÓN:

  Entro en el nombre de Dios.

ARNALDO:

Alto la música suene
por la gloria que hoy nos viene
de las paces de los dos.
  ¿Qué digo? ¿Habeisme entendido?
Tocad a donde él os mande.

(Tóquense chirimías; y, cayéndose la tienda, esté RODULFO en una silla armado y con la corona imperial, un mundo en la mano con una cruz y una espada en la otra, y OTÓN de rodillas.)
ATAÚLFO:

¡Traición es esta!

LEONCIO:

¿Qué fue?

ATAÚLFO:

¡Que la tienda se ha caído!

OTÓN:

  Caígase la tienda y caiga
el cielo para que dél,
de las estrellas Luzbel
la tercera parte traiga.
  Caiga, pues cayó en el suelo
tu palabra, fama y ley,
que no es palabra de rey
la que no se guarda al cielo.
  Caiga su cuarto elemento
sobre mi cabeza infame;
su piedra y nube derrame
la parte final del viento.
  Todo caiga sobre mí
pues no caí que pudiera
en hombre que al fin lo era
caber maldad contra mí.
  Hoy a caer se comienza,
con tu tienda y mi valor,
la cortina de tu honor
y el velo de mi vergüenza.
  Ya quedamos descubiertos...
Entre nuestros campos miro
de un mismo valor desnudo
y de una infamia cubiertos:
  tú la palabra rompida
que viste al hombre de honor;
yo, humilde a vil vencedor
que infama toda la vida.

OTÓN:

  Ojalá esta tienda fuera
aquel templo de Sansón
para que muriendo Otón
también Rodulfo muriera.
  Dame esa mano, que quiero
besártela confiado
que a lo menos ha tomado,
para servirme, dinero.
  Verás que yo cumplo así
mi palabra como bueno,
y tú me la rompes lleno
de afrentosa gloria a mí.
  Que a no ser porque juzgados
aquella afrenta te toca
antes de poner la boca
te la comiera a bocados.
  Pero pensaré contento,
después de quedar besada,
que no te he besado nada
pues mano y palabra es viento.

RODULFO:

  Otón, menos arrogante...
Que si te he dejado hablar
es porque he querido usar
de grandeza semejante.
  Moviste la lengua aprisa
como el áspid cuando ve
que está debajo del pie
del cazador que la pisa.
  Y que en mis pies te he tenido:
quiero usar de mi valor,
que es de grande vencedor
no castigar al vencido.
  La palabra que te he dado
la he cumplido, que en efeto
te di mi perdón secreto
y mi valor declarado.
  La humildad de ti injuriada
castiga ansí tu maldad
porque la buena humildad
no ha de ser enmascarada.
  Y que me des tu obediencia
no ha sido mucho milagro
si mi persona consagro
a tan alta preeminencia.
  Que, en fin, yo soy el segundo
después del Papa en el suelo,
que por eso me da el cielo
esta espada y este mundo.

RODULFO:

  Pues si al mundo te has rendido,
disculpado quedarás,
que eres un hombre, no más,
y yo todo el mundo he sido.
  No tomé dinero en vano
pues fue ofrenda que me dabas
para cuando imaginabas
venirme a besar la mano.
  Ni por eso a menos vengo,
antes yo me debo honrar,
que era aquello el pie de altar
del sacerdocio que tengo.
  Si la mano me mordieras,
no estaba lejos la espada
con que tu cabeza airada
cortada a mis pies pusieras.
  Y con este ejemplo parte
y imagina a donde fueres
que tengo si me ofendieres
con qué poder castigarte.

OTÓN:

  Ireme donde algún día
que me engañaste verás.

RODULFO:

Mayores indicios das
de tu infamia y cobardía
  cuanto yo los doy, Otón,
de mi grandeza y clemencia.

ATAÚLFO:

Eso no ha sido obediencia.

ARNALDO:

¿Pues qué puede ser?

ATAÚLFO:

¡Traición!

ARNALDO:

  ¡Mientes, Ataúlfo!

ATAÚLFO:

¡Afuera!

OTÓN:

Tente y partamos de aquí,
que yo volveré por ti.

ATAÚLFO:

¡Vengarme o morir quisiera!

(Levántese RODULFO.)
RODULFO:

  Corrido parte, y yo quedo
contento de su obediencia.

ARNALDO:

Blasonaba en tu presencia
y, ausente, tiembla de miedo.

RODULFO:

  Mi partida se aperciba
pues él se parte a su tierra.

ARNALDO:

Estremado fin de guerra.
¡Viva nuestro César!

TODOS:

¡Viva!

(Salen la reina ETELFRIDA [y] ROSELA, dama.)
ETELFRIDA:

  ¿Que estará ya coronado,
Rosela, el Rey mi señor?

ROSELA:

No puede ser su valor
resistido o contrastado,
  y su gran merecimiento
asegura su fortuna.

ETELFRIDA:

¡Qué pertinaz me importuna
un medroso pensamiento!

ROSELA:

  Aunque la desconfianza
todos dicen que es discreta,
no hay cosa más imperfeta
donde es justa la esperanza.
  No quepa en tu discreción,
menos que tan justo bien.

ETELFRIDA:

Hay quien te engañó también
de la pasada elección.
  Créeme que el confiado
ya trae en el alma impreso
el agüero del suceso,
las más veces, desdichado.
  Verdad es que la esperanza,
a quien espera, conviene,
que en efeto se entretiene
mientras que el efeto alcanza.
  Confiaré desconfiada
para no poder culparme,
quedando en desconfiarme,
la esperanza, disculpada.

ETELFRIDA:

  ¿Si habrá vencido mi Otón?
¿Si habrá el Conde vencido?
El amor ha concedido
lo que niega la razón.
  Mas ¿por qué no he de creer
mayores hechos de un hombre
que, fuera de aqueste nombre,
me tiene a mí por mujer?
  Que con la gente famosa
que recogió su bandera
a mis plantas le pusiera
como Tomías, furiosa.
  Vencido habrá el Rey sin falta:
ya le contemplo en la frente
el arco resplandeciente
que la cruz del mundo esmalta.
  ¡Qué dulce imaginación!
¡A fuera sueños y agüeros!
No siempre son verdaderos
los miedos del corazón.
  El Rey está en Aquisgrana,
coronado y elegido.

ROSELA:

Según eso ya te pido,
emperatriz soberana,
  albricias del buen suceso.
Y humillando mi cabeza
de tu cesaria grandeza,
los pies generosos beso.

ETELFRIDA:

  Levántate, que si es
verdad que venció Rodulfo
a tu hijo y de Ataúlfo...
hago de Trebin marqués.

ROSELA:

  Mil años goces, señora,
del Imperio.

ETELFRIDA:

Dios lo quiera.

(Sale ATAÚLFO.)
ATAÚLFO:

Llegar a tus pies quisiera
sin vida, o sin lengua ahora,
  mas dame tus pies, señora,
que al dar su planta a mi boca
como el que veneno toca
me des improvisa muerte.

ETELFRIDA:

  ¿Ataúlfo?

ATAÚLFO:

Reina insigne.

ETELFRIDA:

¿Murió mi Otón?

ATAÚLFO:

No, señora.

ETELFRIDA:

Pues dame licencia ahora
a que contra ti me indigne.
  ¿No siendo muerto mi Otón
me vienes a hablar ansí?
¿Qué fuera a no haber en mí
tan varonil corazón?
  A la mujer que está ausente
de su marido no es bien
que nuevas tristes le den
cogiéndola de repente:
  cuando el que con él ha ido
la quiera hablar o escribir
primero le ha de decir
que está bueno su marido.

ATAÚLFO:

  Aquí vengo a conocer,
con justo arrepentimiento,
que tu gran entendimiento
siempre nos da que aprender.
  Perdóname que el dolor
de daño tan de importancia,
aunque es grande mi ignorancia,
la hizo entonces mayor:
  el Rey vuelve.

ETELFRIDA:

¿Qué? ¿Vencido?

ATAÚLFO:

¡Pluguiera a Dios!

ETELFRIDA:

¡Ay de mí!
Si vive y hablas ansí,
sin duda que viene herido.

ATAÚLFO:

  Más valiera.

ETELFRIDA:

¿Qué me dices?
¿Vivo y no herido, y suspiras?
Ataúlfo, tú no miras
que en eso te contradices.

ATAÚLFO:

  ¿Cómo quieres que le llame
a un hombre que se rindió?

ETELFRIDA:

¿Fue vencido y preso?

ATAÚLFO:

No.

ETELFRIDA:

¿Libre?

ATAÚLFO:

Sí.

ETELFRIDA:

¡Llámale infame!

ATAÚLFO:

  El Rey, señora, afligido
de una fantasma que vio,
que en sueños le atormentó
aunque el despierto ha fingido,
  trazó lo que te diré
si un poco me estás atenta.

ETELFRIDA:

Lo que ha pasado me cuenta
de la manera que fue.

ATAÚLFO:

  Movido desta visión,
sombra espantosa y funesta
que su muerte amenazaba,
por ser injusta la guerra
fingió que unos religiosos
de vida santa y honesta
que dejase le rogaron
la felicísima empresa.
Y con Rodulfo las paces
desta manera concierta:
que en secreto le daría,
como a señor, la obediencia.
Holgose desto Rodulfo
como quien sin miedo o pena,
sin sangre y duda tenía
del Rey la vitoria cierta.
Concertáronse las paces
y, a las venideras fiestas,
de un campo y otro se juntan
las armas en contrapuestas.
Estaba en medio de entrambos
una hermosa y grande tienda
en cuyo estremo se vían
las dos águilas del César.
Cuerdas y borlas de plata
entretejidas de seda,
en las estacas doradas
ataban el ruido en rueda.

ATAÚLFO:

Coronaba la del campo
la bizarra soldadesca,
duques, marqueses y condes
bordados de plata y perlas.
Hasta el mínimo soldado
se pone banda y cadena
sin que se viese entre todos
pluma, cinta o banda negra.
Relumbrando al sol las armas,
que ya se miraba en ellas,
entreteniéndose el viento
con las inquietas banderas.
Puestas en tierra las coces
de las fuertes escopetas
y las picas y alabardas
azadando las trincheras;
verdes plumas, rojas, blancas,
volando de las cabezas,
que ya de los morriones
a los sombriros se truecan:
todos por señal de paz,
y estando a la paz atenta
cuanta gente bebe el Betis,
Lipa de Mel y Mosela
y cuanta el Danubio baña
desde Augusta hasta Viena,
y el Rheno, con agua helada,
del Lebis a Basilea,

ATAÚLFO:

entró, mirándole el campo,
el Rey, tu esposo, en la tienda
del emperador Rodulfo
por una cortina y puerta,
donde al tiempo que tocaron
chirimías y trompetas
y los mosquetes disparan
la salitrada materia,
cayó la tienda en el suelo...
viéndose Rodulfo en ella,
en la mano izquierda un mundo
y un blanco estoque en la diestra,
en una silla imperial
y armado de todas piezas,
y a sus pies el rey Otón,
...................................
donde, a vista de su campo,
por traición o estratagema,
con los vergonzosos labios
la mano a Rodulfo besa.
Las palabras que pasaron
este las diga y refiera,
que para pasar de aquí
se me ha trabado la lengua.

ETELFRIDA:

  ¡Oh, infame rey! ¿Es posible
que eres mi marido?

ATAÚLFO:

Advierte
que no muestras desa suerte
tu corazón invencible.
  Esto es hecho: si le quieres
y le quieres consolar,
has de callar.

ETELFRIDA:

¿Qué es callar,
viles, cobardes mujeres?
  Ahora verás si callo:
lléguese a la puerta a ver
cuán presto le haré volver
la fácil rienda al caballo.
  No ha de entrar Otón aquí:
¡cerrad esas puertas luego!

ATAÚLFO:

Señora, solo te ruego
que en esto vuelvas por ti:
  tu esposo y tu rey se nombra.

ETELFRIDA:

¡Compañero del cobarde,
que a su vergonzoso alarde
serviste entonces de sombra!
  ¡Consejero desleal,
amigo falso y fingido,
ya mensajero atrevido
y no honrado general!
  ¡Vive Dios que te desciña
la espada y te la atraviese!

ATAÚLFO:

Ponte en medio.

ROSELA:

¿Premio es ese?

ETELFRIDA:

¿Querrás que un laurel le ciña?
  No entres tú tampoco aquí,
mujer de esotra mujer.

ROSELA:

¡Señora!

ETELFRIDA:

¡No hay responder!

(Váyase.)
ATAÚLFO:

Buenos quedamos ansí,
  mas por tu vida, Rosela,
que le sobra la razón.

ROSELA:

Vive tú y perezca Otón,
por justicia o por cautela.
  A nuestra casa nos vamos,
que ya el palacio cerró.

ATAÚLFO:

Sospecho que Otón llegó:
por este patio salgamos.

(Salen OTÓN, ALBERTO, DORICLEO y soldados.)
OTÓN:

  Parece que Ataúlfo no ha llegado
según está el palacio quieto y mudo...
Y como no he querido entrar por Praga,
menos se habrá sentido el alboroto,
aunque el haber tocado caja y pífanos
y todos los clarines de mi ejército,
que no está media legua de palacio,
pudieran despertar estas almenas
cuanto más los sentidos de quien ama,
que por cualquiera voz están despiertos:
¡estraño caso!

ALBERTO:

¿Cómo?

ETELFRIDA:

¡Está cerrada
de tu palacio la segunda puerta!

OTÓN:

¿Deso te espantas siendo mi Etelfrida
tan casto ejemplo de matrona casta?

DORICLEO:

Si ansí las ha tenido por tu ausencia,
¿cómo por tu presencia no las abre?

OTÓN:

¡Oíd, oíd! La Reina está en lo alto
de una celada, armada la cabeza,
de un peto el pecho y de una gola el cuello.
¡Ah, mi señora! Dadnos parte a todos
de tan estraña novedad como esta!
Que pecho que esperaba mis abrazos
lastimárame con su acero el mío,
que le pienso apretar con tu licencia
que suele dar una prolija ausencia.

(Sale ETELFRIDA en lo alto, armada.)
ETELFRIDA:

  ¿Quién duda que te parezca
mi pecho duro, acerado,
siendo tú tan delicado
aunque en mujer resplandezca?
  No entiendas que le vestí
sin causa, estando enojada:
mas porque, viéndome armada,
fueses huyendo de mí.
  Que la dureza que encierra
lastimará tus abrazos:
si tienes tan tiernos brazos,
¿para qué fuiste a la guerra?
  ¿Fuerza me queréis hacer?
Quien como tú viene y va,
aún pienso que no tendrá
fuerzas con una mujer.
  ¡Qué gracioso capitán!
¡Oh, qué Cipión en Roma!
De las provincias que doma,
laurel y triunfo le dan.
  Bueno vienes por mi vida
con la corona imperial
de aquel arco celestial
la que llevaste añadida.
  Antes la puerta entendí
ensanchar para la entrada,
y tal vienes que cerrada
viene a sobrar para ti.

ETELFRIDA:

  ¡Qué descuidado venías
que ignoraba tu bajeza
pues tocaste por grandeza
trompetas y chirimías!
  A tu público desprecio
no sé qué nombre le llame:
no basta venir infame
que también veniste necio.
  Si hubiera vergüenza en ti
a media noche vinieras
tan mudo que no supieras
hablarme palabra a mí.
  Pero podrás disculparte,
que ya tan escuro estás
que como hombre vil podrás
pasar por [cual]quiera parte.
  Vendrás ahora, galán,
a gozarme muy despacio
entre el ámbar de palacio
y lejos del alquitrán.
  Pues, por tu vida, que en vano
amor tu ausencia provoca,
que no ha de besar mi boca
quien besó a otro la mano.
  Es Rodulfo muy soldado:
traerala sucia y sangrienta
y habrá después de la afrenta
algo a tu boca pegado.
  Vete con Dios a otra parte...

OTÓN:

¿Burlas?

ETELFRIDA:

Eres hombre dellas.

OTÓN:

¿Eclipsadas tus estrellas?

ETELFRIDA:

No la tuviste de Marte
  y las mías ya lo son,
que aunque mujer, si yo fuera
por tu causa, no volviera
como tú vuelves, Otón.
  Si en la guerra sombras sueñas
asiendo el aire que pasa,
mejor quedaras en casa
con mi labor y mis dueñas.

OTÓN:

  ¡Ah, mi bien, abre!

ETELFRIDA:

¿Entrar quieres?
Ya en mi casa no ha de ser,
porque ¿qué paz puede haber
si vivimos dos mujeres?
  Aunque, si eres mujer, ya
yo seré el hombre.

OTÓN:

¡Abre, digo!
Que ya me enojo contigo...
¿No escucháis qué necia está?
  ¡Abre, Etelfrida! ¡Abre aquí
o romped!

ETELFRIDA:

¡Menos feroz...!
¿No ves que daré una voz
y iréis huyendo de mí?
  Pero espera, que ya bajo...

OTÓN:

Infamia fue la desdicha:
¿soy algún hombre, por dicha,
que vivo de mi trabajo?
  ¡Qué ha de mandarme ninguno!
¡Reñir e infamar mi nombre!
¿Mi mujer con fieros de hombre?
Las puertas quiero romper.

DORICLEO:

  Considera, gran señor,
que si vinieras vencido
la Reina hubiera tenido
de tu desdicha dolor,
  pero, rendido sin guerra,
¿qué mucho que le lastime?

OTÓN:

La desdicha que me oprime
también me alcanza en mi tierra:
  ya todos sois contra mí.

DORICLEO:

No, señor, pero alabamos
la resistencia que hallamos
en la Reina contra ti.
  ¿Qué romana o macedonia
a tu Etelfrida igualó,
ni la asiria que fundó
los muros de Babilonia?
  Mira, señor, que a su nombre
debes alabanza eterna,
que aquí ni mujer gobierna
ni tú dejas de ser hombre
  sino que se ve un ejemplo
de una mujer valerosa.

OTÓN:

Bien dices. ¡Oh, reina hermosa,
tan digna de estatua y templo!
  Pero escuchad, que ya abrió.

(Sale la reina, con una pica, en la puerta.)
ETELFRIDA:

Ya, Rey, la tienes abierta,
que imagino que esta puerta
basto a resistirla yo.
  El pecho y el paso aplica:
en bien puedes llegar
porque, el que quisiere entrar,
ha de entrar por esta pica.

OTÓN:

  Reina, ¿qué es esto?

ETELFRIDA:

¡Villanos,
ninguno pase de aquí!

OTÓN:

¿Armas, Reina, contra mí?
¿Tú, Reina, lanza en las manos?
  Puesto que Marte pareces,
entraré a pesar de Marte.

ETELFRIDA:

¡Vive el cielo que os ensarte
uno a uno como peces!
  Mas para venceros puedo
nombrar a vuestro enemigo,
porque si «Rodulfo» digo
iréis huyendo de miedo.

OTÓN:

  Cesen ya las palabras afrentosas,
valerosa Etelfrida, que te juro
por el supremo autor que rige al cielo,
por mi real corona y por tus ojos,
que son las piedras y diamantes della,
de no entrar en mi casa ni quitarme
la espada en Praga ni comer bocado
hasta volver en busca de Rodulfo.
Venciome tu valor que, nuevamente,
dentro del pecho corazón me infunde.
Conocí mi flaqueza y cobardía,
y pagarela con verter mi sangre.
¡Llamad luego Ataúlfo! ¡Ataúlfo, viene!

(Sale ATAÚLFO.)
ATAÚLFO:

Vengo a servirte, Otón.

OTÓN:

Deja, Conde amigo,
los brazos de Rosela y de tus hijos;
deja tu casa, pues que yo no puedo
gozar los de la Reina y ver la mía;
que, sin tener un hora de descanso,
en busca de Rodulfo volver quiero;
el campo marche y máteme la honra
de una mujer tan varonil que puede
entre las de la fama ser octava.

ATAÚLFO:

¡Ese valor es digno de tu pecho!

ETELFRIDA:

¡Ahora quiero yo darte mis brazos!
¡Ahora, Otón, eres mi bien y esposo!

OTÓN:

¡Y yo te estimo en lo que tú mereces!

ETELFRIDA:

Advierte que a la guerra he de ir contigo.

OTÓN:

Pienso que aún temes que me vuelva a verte
con otra infamia como la pasada.

ETELFRIDA:

No temo ya que a todo el mundo temas
sino que quiero ahora acompañarte.

OTÓN:

No te pienso negar los imposibles
mayores que en tu pecho caber pueden.

ETELFRIDA:

¡Marche ese campo!

OTÓN:

¡Vamos, Ataúlfo!

ETELFRIDA:

¡Viva el bohemio Otón! ¡Muera Rodulfo!

(Entren el rey DON ALONSO de España, DON JUAN DE TOLEDO y acompañamiento.)
DON ALONSO:

  ¿En fin que ha sido en balde mi camino?

TOLEDO:

El aviso llevaba con cuidado,
pero la fiera mar o mi destino
me impidieron a España haber llegado.

DON ALONSO:

No fue Rodulfo del Imperio indigno.

TOLEDO:

En fin en Aquisgrana coronado
después de Otón vencido está contento.

DON ALONSO:

Haber pasado hasta Alemania siento.
  La elección me ha engañado, que pensaba
que guardaban su fe los electores
Saliendo ansí de Burgos, donde estaba
con tantos caballeros y señores,
y en tiempo que mis reinos contrastaba
el mejor de los moros Almanzores,
quiera Dios que al volver en paz los halle.

(Sale UN CORREO.)
CORREO:

Donde quiera que esté, tengo de hablalle.

DON ALONSO:

  ¿Es correo de España?

CORREO:

Ahora llego.

DON ALONSO:

¿Qué hay de España?

CORREO:

Que el moro de Granada
ha escrito a Benyucaf que partió luego
de Jubenamarín con gruesa armada,
y entraban ya, señor, a sangre y fuego
por Gibraltar como la vez pasada
si don Sancho, arzobispo de Toledo,
no les pusiera con sus armas miedo.
  Ya don Nuño de Lara le acompaña,
que hasta Ciudad Real llegan los moros
por donde Guadiana el campo baña
cargados de cautivos y tesoros.
De Burgos salió el príncipe de España
movido de sus lástimas y lloros,
y yo le dejé enfermo en el camino.

DON ALONSO:

¡Oh, rey nacido en desdichado signo!
  Partamos luego a España, caballeros,
que hacen los moros en su tierra estrago
rogando que relumbren los aceros
sobre sus cuellos del patrón Santiago.

TOLEDO:

Aguardaron, en fin, los moros fieros
que estuvieses ausente.

DON ALONSO:

Si no hago
una fiera venganza decir puedo
que no soy español.

TOLEDO:

Ni yo Toledo.

(RODULFO, ARNALDO, LEONCIO y soldados.)
RODULFO:

  Otón vencido, Otón desbaratado,
Otón que ayer besó mi mano en público,
ahora, con doblada gente y armas,
mi descuidado ejército acomete
cuando quise, valientes capitanes,
que cada cual a descansar se fuese.

ARNALDO:

Después de haber las villas destrüido
por donde ahora de Bohemia ha vuelto,
animoso presenta la batalla
y con doblado número de gente.
Pero si ya Tu Majestad Cesaria
ha conocido su flaqueza y fuerzas,
su variedad y sus consejos fáciles,
¿qué tiene de dudar del vencimiento?
Porque si entonces le besó la mano
estando en libertad, ahora, preso,
le ha de besar el pie.

RODULFO:

¿Por qué, decid,
habrá tenido tanto atrevimiento?
¿Qué causa le di yo?

ARNALDO:

La de la tienda
a donde, según dice, le rompiste
para su infamia la palabra dada.

RODULFO:

Yo no le di palabra, en eso miente,
ni le firmé papel, ni hay hombre alguno
que diga que la hice juramento.

ARNALDO:

Así es verdad.

RODULFO:

¡Pues alto! Si le falta
justicia, como entonces, y sin ella
pretende la corona del Imperio
de que el Papa me dio la investidura:
¡Otón muera, alemanes!

TODOS:

¡Otón muera!

ARNALDO:

Yo meteré en sus tiendas tu bandera.

(La batalla se dé saliendo y entrando, hasta que OTÓN salga con la espada.)
OTÓN:

  ¡Ah consejo que en mi daño
femenil engaño dio!
¡Oh amor, de la vida engaño:
cuán a prisa me llegó
tras la culpa el desengaño!
  ¡Pobre gente que a perder
la vida os vine a traer
como corderos al ara!
Ved en lo que un hombre para,
todo por una mujer...
  Cansados os he traído
a donde, sin pelear,
el contrario os ha vencido
por no daros más lugar
un pensamiento avenido.
  Aún no os podéis defender
sin dormir ni sin comer,
ni el mismo Rey que os esfuerza
tiene para hablaros fuerza:
todo por una mujer...
  Adán perdió el Paraíso,
las grandes fuerzas Sansón,
Salomón el alto aviso,
David su gran perfección
y la vida el circunciso.

OTÓN:

  Nino el imperio, el placer,
Grecia honor, Troya poder,
Semíramis la razón
y ahora la honra Otón:
todo por una mujer...
  Mas aunque por ella muero
quiero partir a buscalla,
que más que al alma la quiero.
¿Cómo a entrar en la batalla
tiembla en la mano el acero?
(La sombra le asga por detrás los brazos.)
  ¡Ay de mí! Sombra, ¿qué es esto?
Déjame, rostro funesto,
no me atormentes, que voy
a ver mi esposa: ya estoy,
¡oh muerte!, en tus brazos puesto.

(Unos soldados.)
SOLDADO [1º.]:

  ¡Este es: dalde!

OTÓN:

¡Tened, gente!

SOLDADO [2º.]:

¿Quién es?

OTÓN:

¡El Rey!

SOLDADO [1º.]:

No lo crea,
que el Rey huye.

OTÓN:

¡Que esto consiente
el cielo!

SOLDADO [1º.]:

¡Mátale!

OTÓN:

Sea
si es a mi honor conveniente.

SOLDADO [2º.]:

  Vamos de aquí.

(Váyanse los soldados.)
OTÓN:

Ya el mortal
punto que el alma tenía
llegó a su estremo final.
¿Dónde estás, señora mía,
causa de todo mi mal?
  Ya que me has muerto: visita
en este punto postrero
vida que tu mano quita
más que el alemán acero
aunque mi honor resucita.
  Vuelve tu sol celestial
antes que se cierre el día
con esta noche mortal.
¿Dónde estás, señora mía,
causa de todo mi mal?

(Salen RODULFO y la Reina, y todos los capitanes y banderas y cajas.)
RODULFO:

  Ya lo tengo ansí mandado,
mas dicen que no parece.

OTÓN:

[Aparte.]
Gente a mi muerte ha llegado.

ETELFRIDA:

Aquí, señor, resplandece
tu valor nunca eclipsado:
  tuyas son vitoria y fama.

RODULFO:

¿No es hermosa?

ARNALDO:

Es bella dama

OTÓN:

¡Ay!

ETELFRIDA:

¡Oh triste confusión!
Ansí se queja mi Otón
cuando está malo en la cama.

OTÓN:

  ¡Jesús, recibe mi alma!

ARNALDO:

Él es y agora espiró.

ATAÚLFO:

Pulso y movimiento calma.

ETELFRIDA:

Pues agora digo yo
que es de Otón la gloria y palma.
  Venció Otón, porque vencido
porque en morir ha cumplido
con la deuda del honor.
Si no murió Emperador,
murió a la corona asido.
  Aunque vencedor te hallas,
no por eso le atropellas:
las cosas basta intentallas
cuando son tan grandes ellas
que es imposible acaballas.
  Aunque el mundo me disfame
de ver que muerto le ame,
como ya, mi bien, lo estás,
digo que te quiero más
mil veces muerto que infame.
  Que yo te tendré presente
lo poco que en esta ausencia
durará mi vida ausente.
Mas dame, señor, licencia.

RODULFO:

¿Dónde vas?

ETELFRIDA:

¡Suelta!

RODULFO:

¡Detente!
  Id tras ella: no se mate.
Y de llevar como es justo
el cuerpo de Otón se trate,
que de honrar su cuerpo gusto
y no pretender rescate.
  Id con pompa general
arrastrando por señal
las banderas de dolor.

ARNALDO:

Aquí dio fin el autor
a la Comedia Imperial.

(En hombros, con cajas y trompetas y soldados, lleven a OTÓN y den fin.)