La imperial de OtónLa imperial de OtónFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Salen el CONDE PALATINO; FEDERICO, inglés; ALBERTO, bohemio.
PALATINO:
Traednos sillas aquí,
aunque negociar sentado
en tiempo tan ocupado
es digno de culpa en mí;
que anda nuestra autoridad,
con ser arbitrio del Papa,
de suerte que no se escapa
de la común libertad.
¡Bueno es que los electores
del Imperio no podamos
vivir si no es que le damos
a todos los pretensores!
Alguno se ha de perder
y alguno se ha de ganar.
FEDERICO:
Ya os podéis, Conde, sentar,
que nadie os viene a ofender.
PALATINO:
Sentareme satisfecho,
que sois discretos los dos.
(Siéntanse los tres.)
ALBERTO:
Los imperios son de Dios:
Él sabe el mejor derecho.
PALATINO:
¡Pluguiera a Dios que elegido
en Constantinopla fuera!
FEDERICO:
Injusto enojo te altera.
PALATINO:
Justo, Federico, ha sido.
FEDERICO:
Si por estar ya de paso
para entrar en la elección
te habemos dado ocasión
de haberte enojado acaso:
pide caballo, que aquí
ya no venimos a hablarte
sino solo a acompañarte.
PALATINO:
Hácenme merced ansí.
FEDERICO:
Las partes del grande hermano
del rey inglés, mi señor,
son la justicia mayor
para el Imperio Romano,
aunque Alberto se confía
en las del bohemio Otón.
ALBERTO:
Y pienso que en mi razón
está vuestra señoría.
(Sale UN PAJE.)
PAJE:
El español está aquí.
PALATINO:
¿Quién es?
PAJE:
Don Juan de Toledo.
PALATINO:
Ya vendrá a causarnos miedo.
FEDERICO:
¿Quién puede dártele a ti?
(Sale DON JUAN DE TOLEDO.)
TOLEDO:
Beso a vuestras señorías
las manos.
PALATINO:
Bien seáis venido.
TOLEDO:
A lo menos lo habré sido
más tarde que hoy otros días,
siendo hoy el último en quien
se ha de ver nuestro deseo,
aunque por sin duda creo
que España lo pase bien.
Que el haber sido elegido
don Alonso en Franconfordia
a la presente discordia
pone silencio y olvido.
PALATINO:
No hubiera dificultad
que el rey español lo fuera
si a coronarse viniera
a la sagrada ciudad,
pero, como se ha tardado,
está el negocio indeciso.
TOLEDO:
Confieso que fue remiso
pero que no fue culpado:
que las guerras de los moros
de Murcia y Andalucía
le estorbaron cada día.
ALBERTO:
Más su codicia y tesoros.
TOLEDO:
¡Qué mayor que el del Imperio
si el Rey, mi señor, pudiera!
PALATINO:
Quien tuvo ocasión y espera,
tarde llora.
TOLEDO:
Algún misterio
encierran esas razones.
Mira, conde Palatino,
que el rey español es digno
de que su frente corones.
PALATINO:
¿Tengo yo solo el poder?
Otón, conmigo otros cinco.
TOLEDO:
Como a España estés propinco,
a España puedes vencer.
Mira las partes que tiene
don Alonso, mi señor.
PALATINO:
Conozco su gran valor
y de los reyes que viene.
TOLEDO:
Mira a su padre, Fernando,
conquistador de Sevilla.
PALATINO:
Fue del mundo maravilla,
terror del morismo bando.
TOLEDO:
Cuando en las letras confinas
parte de ese buen deseo,
no ha igualado Tolomeo
a las tablas alfonsinas.
Y este Alfonso que esculpidas
tiene las mismas hazañas,
también honra las Españas
con las célebres Partidas.
Pues por armas, ¿qué no ha hecho,
cercando el muro y adarve
de las villas del Algarbe
hasta dejarle deshecho?
En Huelva y Gibraleón,
Faro, Lechuel, Alcambín,
Tabila y Castromarín
ha sido español león.
Pues por bien emparentado
el santo rey Luis de Francia,
ya tiene honrosa ganancia
haberle sus prendas dado.
Doña Blanca, hermosa y cuerda,
es del príncipe mujer
que rey de España ha de ser:
don Fernando de la Cerda.
TOLEDO:
Mira qué deudos se hallaron
en Burgos al regocijo
del Rey Santo el primer hijo,
el que ya en París juraron:
don Edüardo, sobrino
de Alfonso, hijo de su hermana,
de la corona britana
sucesor famoso y digno;
don Pedro, rey de Aragón;
de Toledo, el arzobispo
don Jaime, con el obispo
de Astorga, Lugo y León;
los dos hermanos del Rey,
don Felipe y don Fadrique.
Y porque también le aplique
el defender nuestra ley,
mira con qué santo celo
honra la Iglesia, y del moro
quita el precioso tesoro
para la Reina del cielo.
Por casamiento es razón
que a otras muchas se adelante
la reina doña Violante,
hija del rey de Aragón.
Si esto es ansí, Alfonso el Magno
no es llamado sin misterio
a vuestro alemán imperio,
ni para el reino romano.
FEDERICO:
Paso, español, poco a poco;
que otros reyes hay tan buenos
de tantas virtudes llenos...
TOLEDO:
Inglés, en ninguno toco.
De ninguno digo mal
ni parece injusta ley
que diga bien de mi rey
como vasallo leal.
Yo informo de lo que puedo
al Conde y a los demás.
FEDERICO:
Sí, pero ensálzasle más.
TOLEDO:
Mas antes falto que excedo.
Y de ti debo admirarme,
pues no siendo rey tu dueño
más de un estado pequeño
que apenas pesa un adarme
-porque es hermano segundo
de tu rey de Ingalaterra-
quiere, Luzbel en la tierra,
ser emperador del mundo...
Hasta el bohemio callando,
siendo rey muy noble Otón...,
y tú con menos razón
estás arrogante hablando.
¿En qué te fundas?
FEDERICO:
¿Es poco
ser mi señor elegido
como el tuyo?
ALBERTO:
No ha podido
ser jurídico tampoco.
Y si hasta ahora he callado
no es porque al rey de Bohemia
falta la virtud que premia
al que della vive honrado,
mas porque echaba de ver
que el español nos decía
lo que en don Alonso había,
porque era bien menester.
Pero yo, como he sabido
que es tan conocido Otón,
no quise en esta ocasión
decir lo que es tan conocido:
él será rey de romanos
y emperador de alemanes.
TOLEDO:
Cuando a Cerdas y Guzmanes
y Toledos falten manos.
FEDERICO:
Pues ¿puede dejar de ser
que mi rey inglés lo sea?
PALATINO:
Lo que cada cual desea
da bien su lengua a entender.
Cesad, que no se averigua
esta cuistión por la espada.
TOLEDO:
Ya estuviera averiguada
a ser la costumbre antigua.
¡Y ojalá que solo yo
a los dos con ella aquí
mostrara el valor que en mí
la sangre española dio!
¡Que yo sé si mi rey fuera
con este acero eligido!
FEDERICO:
¡Oh, español!
ALBERTO:
En lo atrevido
sin verte te conociera;
que Alberto soy, te advierto,
y este, Federico, inglés.
TOLEDO:
Yo lo supiera después
que os hubiera a entrambos muerto:
don Juan de Toledo soy.
FEDERICO:
¿Y piénsasme poner miedo,
si fuera todo Toledo?
PALATINO:
Caballeros, yo me voy:
el que quisiere me siga.
FEDERICO:
Debo acompañarte.
ALBERTO:
Y yo.
TOLEDO:
Estoy por decir que no,
pero al fin mi rey me obliga.
FEDERICO:
¡Qué español tan bravo!
ALBERTO:
Adiós.
¡Que ansí hable el que es más flaco!
TOLEDO:
Vive Dios que si la saco
que me han de temblar los dos.
(Sale MARGARITA, dama, y RUGERO, criado.)
MARGARITA:
¿Y qué?, ¿me dices que tiene
el español esperanza?
RUGERO:
Si el deste imperio no alcanza,
¿a quién del mundo conviene?
MARGARITA:
Si por voto nuestro fuera,
yo con mi gran voluntad,
tú con tu fidelidad,
¡quién duda que le tuviera!
Mas ¿quién está más cerca
de todos los pretensores?
RUGERO:
Dicen que a los electores
la gran corona se merca.
Y vese que es gran maldad,
y que el vulgo es atrevido
pues de seis los tres han sido
la flor de la Cristiandad
y eclesiásticos, en fin.
MARGARITA:
¿Dónde nació sino entre ellos
la simonía?
RUGERO:
No es dellos
acto tan bárbaro y ruin
sino de otra gente inicua
que Dios deja de sus manos,
que a prelados tan cristianos
vana sospecha se aplica.
MARGARITA:
Si la gracia pretendía
comprar de Dios algún hombre,
no hay Rugero que te asombre
la corona deste día.
Yo quiero [a] don Juan tanto,
aunque humilde mujer soy,
que con el temor que estoy
de ningún santo me espanto:
el oro corrompedor
no hay virtud que no contraste.
RUGERO:
Basta, señora, que baste,
para empresas del amor.
Basta que acabe una guerra,
basta que conquiste un muro,
que ablande un juez más duro
que el corazón de la tierra,
pero en casos de tal peso,
donde a Dios se teme tanto,
que pongas duda me espanto
de la verdad del suceso.
MARGARITA:
¿Cómo se vino a eligir,
Rugero, en esta ciudad,
la Cesaria Majestad?
RUGERO:
Es largo de referir,
mas, si gustas, oye.
MARGARITA:
Di,
que saber la causa quiero.
RUGERO:
Y yo, contándola, espero
que has de entretenerte ansí:
Constantino, el que llamaron
«el Magno» por sus grandezas,
nuevo Alejandro cristiano,
gran defensor de la Iglesia,
considerando que en Roma
su imperial silla pudiera
humillar la autoridad
de su vicario y cabeza,
dejole a Roma y a Italia
y, dando al Asia la vuelta,
la silla puso en Bizancio
en edificios soberbia,
por cuyo famoso nombre,
tan digno de gloria eterna,
Constantinopla se llama
que los turcos señorean.
RUGERO:
Faltar de Italia su amparo
fue causa triste y funesta
que mil bárbaras naciones
pusiesen los pies en ella.
Scitas, vándalos, alanos
su santa arena ensangrientan;
longobardos y estragodos
con mil góticas banderas.
Alemania, España y Francia
lloraron bien su miseria,
mas como Italia ninguna
de cuantas el sol pasea;
que como cabeza fue
del mundo en tiempo de César,
los pies que a sus pies tenía
se quisieron ver sobre ella.
Iba el Pontífice Sumo
de Atila huyendo la fuerza,
que hasta las reliquias santas
no perdonaba la guerra,
tanto que fue menester
que aquella noche en su tienda
amenazase San Pedro
su temeraria fiereza.
Reinó Carlo Magno en Francia,
bajó a Italia y echó della
los longobardos y en paz
al Papa en su silla asientan.
RUGERO:
Diole la imperial corona
en galardón y en presencia
de mil príncipes y grandes
que celebraron las fiestas.
Luego, muerto Carlo Magno,
Francia y Alemania empiezan
a pretender la corona;
las causas fueron estas:
que era, Carlos, alemán,
dice Alemania soberbia;
y Francia que es rey de Francia
y que ha de elegirse en ella.
El Pontífice que entonces
era de la nube excelsa
de Pedro piloto santo,
este estatuto nos deja:
que en vacando la corona
a seis grandes pertenezca
la elección de Emperador;
y aquí en Franconfordia sea.
Los tres son los arzobispos
de las famosas iglesias
Colonia, Maguncia y Triberio,
ilustres en sangre y letras.
Los otros tres son el duque
de Sajonia y de la bella
Branderburque el Gran Marqués,
sangre alemana y francesa,
con el conde Palatino
de antigua y clara nobleza.
Y el cónclave desta junta
aquí en Aquisgrana tengan.
Pero el décimo Gregorio
con escomunión espresa
que uno solo elijan manda,
que es el que todos esperan.
MARGARITA:
Plega a Dios que a Alonso elijan,
no porque española soy
ni porque españoles hoy
el Sagrado Imperio rijan;
mas porque he puesto los ojos
en don Juan de tal manera
que mil mundos que tuviera
fueran de sus pies despojos.
Y será posible ansí
venirme a casar con él.
RUGERO:
Yo te aseguro por él,
porque sé que adora en ti;
que si reporta su amor
es temiendo hacer ultraje
al reservado hospedaje
de tu padre y mi señor.
Posa en su casa, que ha sido
la causa desta afición,
y por la misma razón
de no se haber atrevido.
Mas sucediendo las cosas
prósperamente al de España,
era la menor hazaña
de las del mundo amorosas;
que si don Juan es Toledo
de lo bueno de Castilla,
tú eres Gante y maravilla
del mundo.
MARGARITA:
Nómbrale quedo,
que hay en casa alguna espía
recelosa de mi bien.
RUGERO:
¡Plega el cielo que le den
a Alfonso la monarquía
y que nos vamos a España!
MARGARITA:
Grita en el palacio suena.
RUGERO:
Su plaza del vulgo llena
de gente propia y estraña
que a la elección ha venido
y, con los embajadores,
aguarda a los electores.
(Dentro digan:)
[VOCES]:
¡Rodulfo, Rodulfo ha sido!
MARGARITA:
¡Ay de mí! ¡«Rodulfo» dijo
aquella voz!
RUGERO:
Puede ser,
que es noble y de gran poder.
MARGARITA:
Ya se aumenta el regocijo...
Corriendo van los caballos,
los pretales oigo aquí;
¿si dicen «Rodulfo»?
RUGERO:
Sí
en cuanto puede escuchallos.
Mas también puede haber sido (Suenan los pretales de cascabeles.)
nombralle por disfavor:
no Rodulfo vencedor
sino Rodulfo vencido.
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Rey de Bohemia, Bohemia!
MARGARITA:
¡«Bohemia» dicen allí!
Aun Otón, si fuese ansí,
(Suenen cada vez los pretales como que corren con la nueva.)
más justamente se premia,
que es rey, en fin.
RUGERO:
Gran valor
tiene Rodulfo, señora.
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Vítor, vítor!
RUGERO:
Oye agora
del junto vulgo el favor...
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Rodulfo, Rodulfo, el Conde!
MARGARITA:
¿Sabes que me maravilla
que nunca dicen «Castilla»,
ni naide «España» responde?
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Ganen la apuesta, galanes!
OTRO:
(Dentro.)
¡Otón es César Augusto,
mentís!
MARGARITA:
Temblé con el susto
toda de la frente al pie.
Parte, por tu vida, allá:
mira lo que ha sucedido.
RUGERO:
Voy.
MARGARITA:
La esperanza he perdido:
sospechosa el alma está.
(Entre DON JUAN y un criado dándole la espada.)
TOLEDO:
Muestra, Mendoza, la espada:
mal haya el consejo adonde
sin ella un hombre responde.
MENDOZA:
España queda agraviada.
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Rodulfo, Rodulfo, el Conde!
MENDOZA:
Todos le nombran con gusto.
TOLEDO:
Yo con enojo y disgusto...
Vive Dios, si esta tuviera,
que el de España se eligiera.
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Rodulfo, César Augusto!
TOLEDO:
Dalde priesa, ciudadanos,
estraños y franconfordes:
llevad hachas en las manos,
que ansí agora estáis concordes.
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Rodulfo, rey de romanos!
MENDOZA:
¿No cesan?
TOLEDO:
Ni cesarán.
MENDOZA:
Voces unísones dan
la mujer, el niño, el hombre...
TOLEDO:
Gastarle querrán el nombre.
MENDOZA:
Y aun el oro gastarán.
TOLEDO:
Y aun tiene un grande poder
en lo que dices, Mendoza:
¿qué empresa podrá temer,
qué pensamiento no goza,
qué pretensión, qué mujer?
MENDOZA:
Pues ¿cómo entre tanta grita
te acuerdas de Margarita?
TOLEDO:
Pues ¿no queréis que me acuerde?
(Entre ALBERTO.)
ALBERTO:
¿Que Otón este imperio pierde
y de sus hombros se quita?
¡Ah, ignorantes electores!
TOLEDO:
Este es el embajador
de Otón.
ALBERTO:
Presto haré que llores,
Alemania, este rigor
de esos cobardes traidores.
¡Rodulfo, Rodulfo! ¡Ah, cielo!
No me traga vivo el suelo
antes que escuche su voz.
MENDOZA:
¡Oh, cómo sale feroz!
TOLEDO:
Con su dolor me consuelo.
ALBERTO:
¿Qué hará el confiado Otón,
que este imperio pretendió?
Reventará de pasión,
que su esperanza temió
segura la posesión.
Pues, soberbios alemanes,
haced gente y capitanes,
que ya Otón, por su venganza,
pone en el ristre la lanza
y al viento los tafetanes.
Por él a cuanto se encierra
desde la una a la otra parte,
en vuestra alta y baja tierra
os asegure que Marte
os ha de abrasar con guerra.
¡Alarma, valiente Otón!:
defienda en esta ocasión
Rodulfo su injusto imperio.
(Váyase.)
TOLEDO:
Naide con más vituperio
salió de aquesta elección.
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Rodulfo, César Augusto,
padre de la patria y rey
de romanos! ¡Digno y justo
defensor de nuestra ley!
MENDOZA:
Ya salen.
TOLEDO:
De verlos gusto.
(Toquen chirimías y salgan dos maceros y acompañamiento, y los seis electores, tres grandes y tres arzobispos.)
PALATINO:
Vayan vuestras señorías,
que los he de acompañar.
TOLEDO:
¡Qué graciosas cortesías!
Ved que me han hecho esperar
al cabo de tantos días.
MENDOZA:
¿Cuál es duque de Sajonia?
TOLEDO:
Aquel alto que acompaña
al perlado de Colonia.
MENDOZA:
¡Qué basa de gente estraña!
TOLEDO:
No tuvo más Babilonia.
De Branderburque el marqués
va en medio de los tres;
luego el que mi mal pronuncia:
arzobispo de Maguncia.
MENDOZA:
¿Y aquel?
TOLEDO:
De Tréveris es.
MENDOZA:
¿Y este?
TOLEDO:
El conde Palatino:
ven, que con este disgusto
mañana a España camino.
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Rodulfo, César Augusto,
sí, pero Alfonso más digno!
(Salen UN ALGUACIL y UN PREGONERO y una caja.)
ALGUACIL:
Aquí en la rúa mayor,
alzad la voz, que la gente,
como es más, crece el rumor.
PREGONERO:
Mal conoces el corriente
de mi garganta, señor.
Oirán los sordos y mudos,
los animales más rudos
y las estrellas del cielo.
ALGUACIL:
Di, pues, lo escrito.
PREGONERO:
Direlo
que merezca diez escudos.
Mi padre, aunque zapatero,
me crio para contralto
de aquesta iglesia primero,
mas vine a cantar tan alto
que vine a ser pregonero.
Fue la voz de calidad
que en toda la vecindad
no me pudieron sufrir,
porque de puro subir
me quebré por la mitad.
Mas no hay hombre que me venza
de mi oficio en ocasión
de echar la barba en vergüenza.
ALGUACIL:
Aquí prosigue el pregón:
toca esa caja y comienza.
PREGONERO:
«Manda el ilustre señor
duque Asfelt, gobernador
de Franconfordia, que luego
enciendan luces y fuego,
desde el pequeño al mayor.
Y que adornen las ventanas
de rica tapicería
por nueve alegres mañanas,
y muestren su bizarría
las hermosas ciudadanas.
Hagan máscaras con gusto,
que les darán galardón,
que todo contento es justo
por la divina elección
de Rodulfo, siempre augusto.»
ALGUACIL:
Bien has dicho: toca y vamos.
(Váyanse.)
TOLEDO:
¡Buenos por tu vida estamos
cuando España se entristece!
MENDOZA:
Ansí en el mundo acontece:
lo que estos ríen, lloramos.
TOLEDO:
¿Cómo veré a Margarita
para despedirme della?
MENDOZA:
Entre la confusa grita
bien podrás hablar con ella
si acaso las luces quita;
que si no ¿qué duda pones
que las hachas y blandones
aunque te arreboces más
te descubran?
TOLEDO:
¿Y no das
en que ha de haber invenciones?
Ven que de máscara puedo
hablar y verla sin miedo.
MENDOZA:
¿Qué te vestirás?
TOLEDO:
No sé:
el bordado llevaré
de las cañas de Toledo.
(Éntrense y con música descubran el lienzo del vestuario con muchas luminarias en papeles de colores, y MARGARITA, en lo alto y CAMILA, criada.)
MARGARITA:
Bien persuadirte podrás
cuánto el placer me entristece.
CAMILA:
Sin decirlo se parece:
callando lo muestras más.
La noche se ha vuelto día:
todos con luces celebran
la elección.
MARGARITA:
A mí me quiebran
las mismas del alma mía.
CAMILA:
Ya estás, mi señora, estraña.
MARGARITA:
Pésame que solenicen
al Conde y desautoricen
las pretensiones de España.
Y pues sabes que la mía
cesa con irse don Juan:
cree Camila que me dan
sus fiestas melancolía.
CAMILA:
Tanta pena ha recebido
que se va sin ver las fiestas.
MARGARITA:
¿Piensas tú que lo son estas
para quien tanto ha perdido?
CAMILA:
Mas bien puesto estaba Otón
y habrá de tener paciencia.
MARGARITA:
Hay en valor diferencia.
¿Qué es esto?
CAMILA:
Máscaras son.
(Suenan chirimías y salgan un Hércules con un mundo, y máscaras detrás, con hachas.)
CAMILA:
¡Ah, caballero!
ENMASCARADO:
¿Quién llama?
CAMILA:
¿Qué es la máscara, decid?
ENMASCARADO:
Letra lleva.
CAMILA:
A ver.
ENMASCARADO:
Oíd,
que a fe que es cosa de fama,
para que descanse Adlante,
yo Rodulfo, Hércules nuevo,
el mundo en mis hombros llevo.
MARGARITA:
No vi frialdad semejante:
¿queréismela declarar?
ENMASCARADO:
Por Adlante sinifico
el ya muerto Federico.
(Tocan.)
MARGARITA:
Vos lo merecéis estar...
CAMILA:
Calla, por Dios, que dirán,
como no sea en la casa
y no saben que te abrasa
el loco amor de don Juan,
que tu padre hace traición
a Rodulfo.
MARGARITA:
Gente suena:
hasta el son me causa pena,
tales mis desdichas son.
(Máscaras con hachas salgan coronando a RODULFO; tocan.)
CAMILA:
Sin duda que estos coronan
a Rodulfo.
MARGARITA:
Así es verdad:
su cesárea majestad
Roma y Franconfordia entronan.
Este es Italia la bella
y este Alemaña la fuerte
y este Rodulfo.
De suerte
que hoy sale y hoy entra en ella.
ENMASCARADO:
Nuestro deseo le ha dado
esta corona que veis.
MARGARITA:
Pontífices os hacéis:
debéis de haberlo soñado.
No llevéis esa frialdad
al senado si es discreto.
ENMASCARADO:
Vos sois la cifra, os prometo,
de toda la necedad.
CAMILA:
Ya te entiendo, por mi vida.
MARGARITA:
No será esta culpa sola,
que tengo el alma española
y no la encubro ofendida.
(Tocan chirimías y un león con una espada en pie y en tres cadenas tres reinos en figuras de hombres; DON JUAN DE TOLEDO y MENDOZA detrás, vestidos de librea con hachas.)
CAMILA:
Este trae buena invención.
MARGARITA:
Déjame a mí preguntar:
¿qué quiere significar,
caballero, este león?
TOLEDO:
Este es el león de España,
y estos tres, tres reinos son,
que ya pone en sujeción,
y su espada en sangre baña:
Borgoña, Alemania y Flandes
son los tres.
CAMILA:
¡Qué atrevimiento!
MARGARITA:
¡Oh, hermoso león sangriento,
digno de hazañas tan grandes,
daros quiero colación!
(Echa desde alto una fuente de confitura sobre ellos.)
TOLEDO:
Siendo vos sereno cielo,
granizas, señora, el suelo.
CAMILA:
Don Juan y Mendoza son.
TOLEDO:
Mirad, Margarita bella,
que a mal agüero he tenido
del dulce tiempo perdido
el favor de vos y della.
No más colación, no más,
que derraman mis porfías
las dulces venturas mías
que no cobraré jamás.
MARGARITA:
¡Ay, mi querido león!,
¿qué pronósticos son esos?
TOLEDO:
Ya os lo dicen los sucesos
de aquesta injusta elección
que apresura mi partida.
MARGARITA:
Luego ese león no ata
los tres reinos de quien trata
sino esta alma gusto y vida.
Luego estas luces no son
fiestas del nuevo concierto
sino de entierro de un muerto
que es mi ausente corazón.
Luego esta música ya
son campanas y clamores
del alma que en los rigores
del ausencia muerta está.
¿Luego a España os vais, don Juan?
TOLEDO:
Voyme, señora, por fuerza,
que a decirlo al fin me esfuerza
la priesa que aquí me dan.
¡Oh, negocios! ¡Oh, desdichas!
Mas pues lo sentís ansí,
alargaré desde aquí
mis cuidados y mis dichas.
Mañana pensé partir
y hoy me pienso detener.
MARGARITA:
Solo os puedo responder
que por vos vuelvo a vivir:
como caballero hacéis
y como español gallardo.
TOLEDO:
Si amé, si lo que me tardo
a vuestra cuenta ponéis...
MARGARITA:
¿Eso dudáis? Entrad luego,
que hay de hablaros ocasión;
que estos alborotos son
de nuestras almas sosiego.
TOLEDO:
¿Habrá lugar?
MARGARITA:
Sí.
TOLEDO:
Mendoza,
recoge esa gente y ven.
MENDOZA:
¿Piensas gozarla?
TOLEDO:
También.
MENDOZA:
¡Vive Dios que es linda moza!
(Sale el rey de Bohemia, OTÓN, [y] ETELFRIDA, reina, de caza. Acompañamiento de criados. ATAÚLFO y DORICLEO, caballeros.)
OTÓN:
¿Cómo que un ave tan vil
pudo matar un azor?
ATAÚLFO:
Sí, señor.
OTÓN:
¡Bravo rigor!
DORICLEO:
¡Estraño lance!
ATAÚLFO:
¡Sutil!
OTÓN:
¡Mostruo ha sido!
DORICLEO:
¡Y gran portento!
ATAÚLFO:
¡Estraño prodigio!
DORICLEO:
¡Grande!
OTÓN:
Decilde a la reina que ande;
sabrá de mi boca el cuento.
ETELFRIDA:
Aquí vengo y ya le sé.
OTÓN:
¿Pues cómo, mi bien, no habláis?
¿De qué tan suspensa estáis?
¿Qué tenéis que enojo os dé?
¿Ha hecho del sol la furia
de envidia de la belleza
de esa divina cabeza
a su bella frente injuria?
¿Por ventura os han cansado
la aspereza de la sierra?
La caza imita a la guerra:
habraos su guerra enojado.
Por eso dejé las sierras
y mandé seguir las aves
dando a los aires suaves
alas de plumas ligeras;
que según corren por él
alegres, altas y bellas
pienso que él vuela con ella,
que ellas no vuelan con él.
ETELFRIDA:
Eso solo me ha enojado.
OTÓN:
¿Las aves, señora mía?
No haya más desde este día
si ellas enojo os han dado.
Cortad a todas los cuellos,
despedid mis cazadores,
no haya a mi mesa ventores,
no más cuidado con ellos.
Mis azores de Noruega
y mis aletos indianos
no anden más en vuestras manos
ni en los aires desta vega.
Gerifaltes, halconetes,
búhos, sacres, baharíes,
primas, torzuelos, neblíes,
halcones y gavilanes,
tuerza una mano cruel.
Y porque no me alborote
ni parezca un capirote
ni suene más cascabel,
ya no más mudas ni crías:
las alcandoras romped.
ETELFRIDA:
Que no entendistes creed,
señor, las tristezas mías;
que antes de mi gusto son,
y merced recibiré
en que ya de hoy más esté
la caza en más perfeción.
OTÓN:
¿Pues qué os disgusta?
ETELFRIDA:
Haber visto
matar una ave ratera
un halcón de tal manera
que el llanto apenas resisto.
Y hame dado mal agüero
de que no os han elegido
y en vuestro lugar lo ha sido
algún príncipe estranjero.
OTÓN:
No os dé pena, ¡por mi vida!
Segura está mi elección
donde interés o pasión
no puede ser admitida.
Son los electores nobles
y conocen mi poder.
ETELFRIDA:
En los nobles suele haber
muchas veces tratos dobles.
No lo habéis solicitado
como el caso requería:
si el que pide no porfía,
duerme el que da, descuidado.
De cien veces las noventa,
la diligencia, señor,
tiene sentencia en favor.
OTÓN:
Sin causa estás descontenta.
Ya conocen mi persona
los dueños desta elección,
que solo el decir Otón
pide a voces la corona.
Que mal puede el noble hermano
deste rey de Ingalaterra,
con cuatro leguas de tierra
ni el español castellano,
competir con la grandeza
del rey de Bohemia, Otón;
y por eso el muerto halcón
amenaza su cabeza.
Y aquel ave significa
la humildad con que pretendo
lo que con razón defiendo.
DORICLEO:
¡Qué bien el agüero aplica!
ATAÚLFO:
Esté Vuestra Majestad
seguro del Sacro Imperio,
que ese agüero es el misterio
de su discreta humildad;
tanto que ya en su corona
los arcos puede añadir.
(ALBERTO entre de camino.)
ALBERTO:
Hasta aquí quise venir
con esta nueva en persona.
OTÓN:
¡Oh, Alberto, mi embajador,
seas bien venido!
ALBERTO:
Creo
que habíais tenido deseo
de mi venida, señor.
OTÓN:
Tú mismo puedes juzgallo
aunque me tienes incierto.
ALBERTO:
Por los ijares he abierto
desde la Corte el caballo.
OTÓN:
¿Cómo albricias no has pedido?
ALBERTO:
¿De qué las he de pedir?
OTÓN:
No tienes más que decir,
que ya te tengo entendido.
Desde que te vi llegar
vi en tu rostro y lengua muda
mis esperanzas en duda
y, sin ella, mi pesar.
¿En fin, no me han elegido?
ALBERTO:
No, señor.
OTÓN:
¡Ah, reina! ¡Ah, cielo!
ETELFRIDA:
No era, señor, mi recelo
tan vanamente creído.
OTÓN:
¿Es posible? ¡Ah, gente fiera!
¡Ah, electores inhumanos,
solo en el nombre cristianos,
que a saberlo no os creyera!
Por esto no os di interés,
sabe Dios que le tenía,
y así la justicia mía
habéis tenido a los pies.
ETELFRIDA:
Mi Otón, ¡desdicha notable!
OTÓN:
Sepamos, reina, el que ha sido,
en competencia, elegido:
quizá es negocio inculpable.
¿Es el de España? Responde.
ALBERTO:
No, señor.
OTÓN:
¿Es el inglés?
ALBERTO:
Es Rodulfo.
OTÓN:
¿Quién?
ALBERTO:
Él es
el conde Rodulfo.
OTÓN:
¿El Conde?
ETELFRIDA:
Eso ya se ve que ha sido
maldad tan notoria y clara
que me han salido a la cara
colores de haberlo oído.
¡Rodulfo! Al cielo divino
hago voto y juramento,
si no os armáis y al momento
ponéis el campo en camino,
de no tener aunque os ama
el alma, y dueño os confiesa,
silla, Rey, en vuestra mesa
ni lugar en vuestra cama.
Jamás me tendréis contenta
ni cesarán mis enojos
si no os armáis en mis ojos
como espejo desta afrenta.
O dadme la gente a mí:
yo iré a la guerra por vos.
¡Oh, dura gente sin Dios,
al Rey no, al Conde sí!
¡Al Conde! ¿Cómo no era,
ya que Otón no os agradaba,
mejor el que electo estaba
y que de España viniera?
Muero en pensarlo, hoy me muero
si el campo de Otón no marcha
por julio al sol y a la escarcha
por la inclemencia de hebrero.
No hay consuelo para mí
si Otón no cobra el Imperio;
que ha sido, este, vituperio
del Rey, del reino y de mí.
OTÓN:
¡Ea, bohemos fuertes!, ya es llegada
la sazón en que yo conocer puedo
qué vasallos me sirven, y vosotros
qué rey os manda, os ama y os estima:
no por mi honor, que siendo rey me sobra,
el Imperio Sagrado pretendía;
mas porque quien os tiene por vasallos
ha de ser más que rey, o rey del mundo:
si lo fuera Alemania, y si Rodulfo
fuera Alejandro, Aquiles, Pirro o César,
la corona imperial tendrá mi frente
y el Sacro Imperio mis valientes hombros,
que yo tengo hombros y hombres para todo.
Dejad las jabilinas y venablos,
vengan lanzas de ristre y escopetas.
Dejad las galas verdes de la caza,
vengan las armas de la sangre rojas.
Vos, Ataúlfo amigo, desta empresa
sois general, y Doricleo teniente.
El maestre de campo Alberto sea,
y esta noche nombremos capitanes.
ETELFRIDA:
Quiero te dar mis brazos, Otón mío,
que nunca más galán me pareciste
que agora con aquesa honrada cólera.
OTÓN:
Mal conoces a Otón.
ETELFRIDA:
A las mujeres
ninguna cosa más nos enamora
que el valor de los hombres, como el tuyo.
Un cobarde, aunque sea gentilhombre,
no hay mujer tan ratera a quien agrade,
y un valiente, aunque feo, agrada mucho.
¡Tú estás agora gentilhombre y bravo!
OTÓN:
Vamos donde tus ojos sean espejo,
y apercebid mis armas, Ataúlfo:
¡muera Rodulfo vil!