La humilde reconvención
Dame, traidor Aminta, y jamás sea tu cándida Amarili desdeñosa, la guirnalda de flores olorosa que a mis sienes ciñó la tierra Alcea. ¡Ay!, dámela, cruel; y si aún desea tomar venganza tu pasión celosa, he aquí de mi manada una amorosa cordera; en torno fenecer la vea. ¡Ay!, dámela, no tardes, que el precioso cabello ornó de la pastora mía, muy más que el oro del Ofir luciente, cuando cantando en ademán gracioso y halagüeño mirar, merecí un día ceñir con ella su serena frente.