La honradez de una ánima bendita

Tradiciones peruanas - Octava serie
La honradez de una ánima bendita

de Ricardo Palma


Aunque yo sea la segunda persona después de nadie, no por eso autorizo a mis lectores para que duden de la veracidad del relato que voy a hacerles, máxime cuando me apoyo en la autoridad del padre Calancha, que fue un agustino de manga ancha y más bueno que el pan de manteca.

El 6 de enero de 1638 emprendió viaje para el Purgatorio un limero llamado Diego Pérez de Araus, muy gran devoto de San Agustín, pero que lo era más de las muelas de Santa Apolonia.

Ya en el otro mundo entrole a su ánima el remordimiento de que en cierta noche, y empleando no sé si dado, carrete o caracolillo, lo había ganado a su amigo Antonio Zapata, no diré una suma morrocotuda, sino la pigricia de doscientos pesos.

Ánima de poco meollo cerebral y de muchos escrúpulos de monja boba debió ser la del tramposo Pérez de Araus, porque dio en aparecérsele todas las noches a su acreedor Zapata, quien de tanto dar diente con diente, por el terror que lo causaba la empezó a perder carnes como aquel a quien encanijan brujas. En vano a cada aparición preguntaba Zapata qué cosa se le había perdido al ánima bendita y por qué la buscaba en casa ajena. El espíritu de Dieguillo no despegaba los labios para dar respuesta.

Y Antonio se echó a gastar en misas de San Gregorio y demás sufragios por el ánima de Pérez de Araus, y la picarona ni por esas: no dejaba pasar noche en blanco o sin visita.

Tengo para mí que en el siglo XVII debió anclar un tanto descuidada la vigilancia de los guardianes en el Purgatorio. Sólo así me explico la frecuencia con que venían a pasearse por acá las ánimas benditas. Eso sí, con el alba todas regresaban a su domicilio del otro mundo, sin que haya tradición de que una sola hubiera cometido la informalidad de faltar a la lista de diana.

Cundió en Lima la noticia de que el ánima de Diego Pérez de Araus era ánima viajera y con quehaceres por estos andurriales. La viuda de Pérez, que era moza y de buen ver y mejor palpar, se asustó tanto con la nueva, que diz que ya desde esa noche no durmió sola, recelando que al ánima del difunto se le antojara ocupar su legítimo sitio en el lecho matrimonial. Hay ánimas benditas que por mozonada han hecho cosas peores. Apruebo la medida precautoria adoptada por la viudita.


Mamá, que me come el coco!
Mamá, ¿no me comerá?
-No te asustes por tan poco,
¡que el coco no come ya!


Afortunadamente vivía en Lima, y en el monasterio de las Descalzas, una monja más milagrera que la mitad y otro tanto, a la cual expuso su cuita el desventurado Zapata. Y la sierva de Dios le contestó que fuese sin zozobra, que hembra era ella para meter en vereda al ánima de Diego Pérez.

Y la evocó y la echó una repasata muy enérgica por la majadería de andar quitando el sueño y asustando al pobrete de Antón Zapata.

-De parte de Dios te mando -concluyó la monja- que me digas francamente a qué vienes a Lima.

Parece que el ánima de Pérez de Araus se atortoló como una menguada; porque declaró que sus idas y venidas eran motivadas por el remordimiento de haberle ganado, a la mala, doscientos pesos a su amigo.

-¡Pues buen modo de pagar tienes, hijita! ¿Eso se estila por allá? ¡Ea! Lárgate y no vuelvas, que yo hablaré con tu mujer para que ella pague por ti. Vete tranquila a tu Purgatorio, y no te reconcomas por candideces.

Y efectivamente. El alma de Diego Pérez no volvió a rebullirse. Si hubiera perseverado en la manía de las escapatorias, el padre Calancha, que debió tener bien organizada su policía, lo habría sabido y nos lo hubiera contado.

La monja llamó a la alegre viudita, y la intimó que pagase a Zapata los doscientos duros de que el difunto se había confesado deudor. Madama quiso protestar el libramiento, alegando razones que probablemente serían de pie de banco, porque la sierva de Dios le repuso con toda flema:

-Bueno, hijita, como quieras. Que pagues o no pagues, me es indiferente. Lo que sí te aseguro es que esta noche tendrás de visita a tu marido. Él se encargará de convencerte... y hasta de cobrarte cuentas atrasadas.

Ante tal amenaza, la viudita, cuya conciencia no estaría muy sobre la perpendicular, se avino a pagarle a Zapata los doscientos de la deuda. Prefería largar la mosca a volver a tener dimes y diretes con el difunto.


Y aserrín, aserrán,
los maderos de San Juan;
los del rey asierran bien,
los de la reina también;
los del duque
truque, truque;
los del dique
trique, trique.


Ahora bien, digo yo: ¿no convienen ustedes conmigo en que, en este condenado y descreído siglo XIX, las benditas ánimas del Purgatorio se han vuelto muy pechugonas, tramposas y sin vergüenza? Para delicadeza las ánimas benditas de ha tres siglos. Hemos visto a una de estas infelices en trajines del otro mundo a este, para pagar una miserable deuda de doscientos pesos. ¿Y hoy? Mucha gente se va al otro barrio con trampa por centenares de miles, y en el camino se les borra de la memoria hasta el nombre del acreedor.