La hija del aire/Jornada II

La hija del aire
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada II

Jornada II

Salen MENÓN y SEMÍRAMIS, de villana.
MENÓN:

En esta apacible quinta,
adonde el Mayo gentil
los países que el Abril
dejó bosquejados pinta,
aunque en esfera sucinta
para el Sol de tu hermosura,
cuya luz ardiente y pura
vence al rosicler del día,
bella Semíramis mía,
es donde estarás segura,
en tanto, ¡ay de mí!, que yo
vuelvo a la Corte a asistir.

SEMÍRAMIS:

¿Luego no tengo que ir
contigo a la Corte?

MENÓN:

No.
Mi amor tus hados temió,
y así, aquí a vivir disponte,
pues este florido monte,
verde emulación de Atlante,
no está dos millas distante
de Nínive, su horizonte.
Y así, sin que los divida
más que esa punta elevada,
que está de nubes tocada
y de flores guarnecida,
en ese traje vestida
por sus campos te divierte;
que yo, mi bien, vendré a verte
cada noche.

SEMÍRAMIS:

Bien, Menón,
muestras así cuánto son
los acasos de mi suerte
vasallos de tu albedrío,
pues el mío en este día
sólo hacerme compañía
es lo que tiene de mío.

MENÓN:

Bien de tus finezas fío
todo aquese rendimiento,
y bien de mi pensamiento
fío que te le merece,
pues sólo a vivir se ofrece
a tanta hermosura atento.
Tú a mi amparo agradecida
y con mi amor enojada,
mi amparo te halló obligada
y mi amor te halló ofendida.
Dijísteme que tu vida
hija de un delito era
de amor, y que, así, no era
posible tener amor
a quien primero tu honor
que su gusto no quisiera.

MENÓN:

Palabra de ser tu esposo
te ofrecí, con que no alcanza
mi fe más que la esperanza
de que seré tan dichoso
si en este estado amoroso
hoy a la Corte me voy,
y dejo tu beldad hoy;
aquí bien me ha disculpado
el ver cuán amenazado
de tus influjos estoy.
Yo no me puedo casar
-que esto es obediencia y ley-
sin dar cuenta de ello al Rey.
Mientras lo voy a tratar
y lo vuelvo a efectuar,
que en esta quinta te estés,
prevención, no prisión es,
aunque todo lo es, señora;
que no he de negarte ahora
lo que has de saber después.
Pues si ocultarte pudiera,
tanto mi amor te ocultara,
que ni el Sol viera tu cara
ni el aire de ti supiera.
Si hacerla pudiera, hiciera
una torre de diamante,
y para que más constante
fuese, Semíramis bella,
a todas las llaves de ella
quebrara luego al instante.

MENÓN:

Pero esto es encarecer
mis afectos, y no más;
que dueño, mi bien, serás,
llegando mi esposa a ser,
de alma, vida, honor y ser,
que mal hoy de tu lealtad,
para mi seguridad,
yo, Semíramis, pretendo
tener las llaves, teniendo
tú las de mi libertad.

SEMÍRAMIS:

Tan sagrado es el preceto
tuyo que, humilde y postrada,
vivir del Sol ignorada,
y aun de mí misma, prometo.
Yo de mí misma a este efeto
no sabré; porque si a mí
yo me pregunto quién fui,
yo a mí me responderé
que yo no lo sé, e iré
a preguntártelo a ti.

MENÓN:

Los villanos que vinieron
de Ascalón para servirte,
aquí podrán divertirte,
pues tanto gusto te dieron.

SEMÍRAMIS:

Es verdad, porque ellos fueron
en quien lisonja hallé alguna,
cuantas veces importuna
atormenta mis cuidados
la tormenta de mis hados
y el rigor de mi fortuna.

(Sale LISÍAS.)
LISÍAS:

Ya, señor, la gente espera
que contigo ha de partir.

MENÓN:

¡Oh, quién se pudiera ir
de suerte que no se fuera!
Adiós, dueño mío, y espera
que presto a verte vendrá
quien sin ti y sin alma va,
aunque siempre será tarde.

SEMÍRAMIS:

Júpiter tu vida guarde.

MENÓN:

Y la tuya aumente.

(Vanse MENÓN y LISÍAS.)


SEMÍRAMIS:

Ya,
grande pensamiento mío,
que estamos solos los dos,
hablemos claro yo y vos,
pues sólo de vos confío.
Mi albedrío, ¿es albedrío
libre o esclavo? ¿Qué acción,
o qué dominio, elección
tiene sobre mi fortuna,
que sólo me saca de una
para darme otra prisión?
Confieso que agradecida
a Menón mi voluntad
está; pero ¿qué piedad
debe a su valor mi vida
de un monte a otro reducida?
Aunque, si bien lo sospecho,
la causa es que de mi pecho
tan grande es el corazón,
que teme, no sin razón,
que el mundo le viene estrecho,
y huye de mí. En fin, ¿jamás
más que un bruto no he de ser?
¡Cielos! ¿No tengo de ver,
sino imaginar no más,
cómo es el vivir?

CHATO:

 [Dentro.]
Sí harás.

SEMÍRAMIS:

¿Quién me ha respondido?

SIRENE:

  [Dentro.]
Dios,
que en eso el mundo a los dos
oirá.

CHATO:

 [Dentro.]
Sí oirá; que ya sé...

SEMÍRAMIS:

Si hablas conmigo, di qué.

CHATO:

 [Dentro.]
Que todo el mundo con vos
no se podrá averiguar,
porque sois una atrevida;
pero costaraos la vida.

SEMÍRAMIS:

Ya me deja este pesar
que temer y que dudar.

SIRENE:

 [Dentro.]
El mismo Rey sabrá presto
quién sois.

SEMÍRAMIS:

En dudas me ha puesto
una cosa.

CHATO:

[Dentro.]
Claro está;
pero a alguna pesará
más que a mí.

SIRENE:

¡Ay de mí!

(Sale SIRENE huyendo, y CHATO tras ella.)
SEMÍRAMIS:

¿Qué es esto?

CHATO:

Un poco es.

SEMÍRAMIS:

Mirad que yo
estoy aquí.

CHATO:

Y aun por eso,
si la verdad os confieso,
quisiera que ahora no
me veáis, cuando agora llego
al garrote.

SEMÍRAMIS:

¿No os tenéis?

CHATO:

Dejadla pegar, veréis
con la gracia que la pego.

SIRENE:

Tenle, señora.

SEMÍRAMIS:

Mirad...

CHATO:

Éste está ya levantado,
y ha de caer hacia algún lado;
porque no os coja, apartad,
que así quedarme no es bien
toda mi vida, señora.

SEMÍRAMIS:

Pues ¿por qué reñís ahora?

SIRENE:

Yo lo diré.

CHATO:

Yo también.

SIRENE:

No lo habéis vos de decir,
porque sos un embustero.

CHATO:

No me quedo a vos zaguero
en materia de embustir.

SIRENE:

Yo hablaré.

CHATO:

No, sino yo.

SIRENE:

No conviene.

CHATO:

Sí conviene.

SEMÍRAMIS:

Decid vos. Callad, Sirene.

CHATO:

Oíd si tengo causa o no.
Finalmente quiso Dios,
como digo de mi cuento,
si no lo habéis por enojo,
que al vivir en nueso puebro
cuando allí estuvo el Rey Nino,
le dieron alojamiento
en nuesa casa a un soldado,
cariñoso por extremo,
pues, desde el primer instante
que entró, nos entró diciendo
que abrazaba en cortesía,
si en ella se abraza recio.

CHATO:

He aquí que Menón se estuvo
algunos días, primero
que despachase la gente;
he aquí que el soldado nueso
también se estuvo; llegó
de la despedida el tiempo;
fuéronse todos y a él sólo
le pareció que era presto.
Estúvose un poco más
que los otros, que, en efecto,
quien no hace más que otro, más
no vale, dice un proverbio.
Mostrábale mala cara
yo (bastaba la que tengo),
y buena Sirene, si es
que la suya puede serlo.
Él, que no estaba muy ducho
en entender bien a gestos,
el de Sirene entendía,
y no el mío. Con aquesto,
comía como un descosido;
que es poco como un hambriento.
Harto ya, o por no hacer falta
en la guerra, trató luego
de partirse; mas mandó
que le vengamos sirviendo.
Bien pensé yo, y pensé mal,
que fuera la ausencia medio
para que el señor soldado
nos dejara; pues fue yerro,
que entrando a comer ahora
me le hallé en casa diciendo:

CHATO:

«¿Era hora de venir,
amigo? Un siglo ha que espero».
No habré palabra; que diz
que el reñir no es buen acuerdo
a las horas del comer.
Comimos, y él muy contento
se fue hasta hora de cenar
a pasear por esos cerros.
Yo, en viéndome solo, dije:
«¡Ah Sirene!, ¿cómo es esto?
¿Fuera de las cinco leguas
tiene aqueste alojamiento
jurisdicción?». Ella entonces
me dijo que, si la aprieto,
que ha de huir de mí. «Sí harás»,
la dije un poco más recio;
y aquí comenzó el amago.
Viole, y dijo: «Sobre eso
el mundo nos ha de oír».
«Sí oirá, dije, porque es cierto
que no se ha de averiguar
con vos todo el mundo entero,
porque sos una atrevida».
«El Rey, dijo, ha de saberlo».
«Sí sabrá, la respondí,
pero le pesará de ello
más a otro»; y cayó el amago.
Dio gritos, vino corriendo,
llegasteis vos, y quedose
por hoy remitido el pleito,
hasta que el señor soldado
venga y diga qué hay en esto.

SEMÍRAMIS:

¡Cuánto, si ahora estuvieran
con gusto mis pensamientos,
de aquesta simplicidad
me riera! Mas no puedo;
que fuera hacer de la risa
desaire a mis sentimientos.

(Vase.)
CHATO:

Fuese sin hablar palabra.
¿Si es el soldado su deudo?

SIRENE:

¿Qué había de hablar a un hombre
que tiene tan mal pergeño,
que de su mujer legítima
aun es malo lo que es bueno?

CHATO:

¿Pues es bueno que otra coma
y yo calle?

SIRENE:

Deteneos.
Si éste es un pobre soldado,
¿no ha de buscar su remedio?

CHATO:

¿Digo yo que no le busque?
Mas búsquele en el infierno.

SIRENE:

¿Por qué no le decís vos
que se vaya?

CHATO:

No me atrevo.

SIRENE:

Pues, si vos no os atrevéis,
¿qué puedo hacer yo?

CHATO:

Atreveros,
y decirle que se vaya;
que por vos lo hará más presto.

SIRENE:

¿Yo decirle tal? ¡Mal año!

(Vase.)
CHATO:

Será por tenerlo bueno.
¿Qué haré yo de este soldado?
Vulcano, a ti me encomiendo,
dímelo tú, pues que tú
eres dios que entiendes de esto.

(Vase, y salen MENÓN y NINO por otra puerta, y gente.)
MENÓN:

Hasta llegar a tus plantas,
que son mi centro y esfera,
violento diré que estuve.

NINO:

Con bien, noble Menón, vengas.
Alza del suelo; a mis brazos,
que son centro tuyo, llega.
¡Oh, cuántas veces mi amor
te ha culpado tanta ausencia!

MENÓN:

¿Cómo en Nínive te hallas?

NINO:

Muy mal hallado se muestra
mi corazón en el blando
monstruo que en la paz se engendra.
Por ser imagen la caza
de la guerra, salgo a ella;
y, así, para aquesta tarde
los monteros se prevengan.
¿Cómo la gente partió?

MENÓN:

Rica, señor, y contenta.

NINO:

Y dime, ¿Ascalón no es
una provincia muy bella?

MENÓN:

Es dádiva de tu mano;
no hay más con qué la encarezca.
Fuera de que, cuando no
fuese fértil y opulenta
de cuantos dones reparte
pródiga, Naturaleza,
todo lo fuera, señor,
por un tesoro que en ella
he descubierto, que a ti
traición negártele fuera.

NINO:

¿Qué tesoro?

MENÓN:

Una mujer
prodigiosa.

NINO:

¿Encarecéis
una mujer por tesoro?

MENÓN:

Sí, señor.

NINO:

Por más que sea
bella y sabia, que son partes
que hacerla pueden perfecta,
¿será más de una mujer?

MENÓN:

Más será.

NINO:

¿De qué manera?

MENÓN:

Siendo un asombro, un prodigio.
Y así, me has de dar licencia
para pintártela, siendo
hoy el lienzo tus orejas,
mis palabras los matices
y los pinceles mi lengua.
Estaba de toscas pieles...
  [Dentro.]
¡Plaza, plaza!<poem>

IRENE:

Dame, gran señor, tu mano.

NINO:

¡Oh, Irene divina y bella!,
bien este favor merece
mi amor.

IRENE:

No me lo agradezcas;
que una pretensión me trae.

NINO:

¿Qué habrá que negarte pueda?
Sin saberla, la concedo;
di ahora, pues.

IRENE:

Ya te acuerdas
que en la batalla de Lidia
quedé en el campo por muerta,
que me dio vida un soldado
y me llevó hasta mi tienda.
Pues este soldado, ahora,
por no volverse a su tierra
sin que el socorro le pague,
me ha hecho contigo tercera
de su pretensión.

NINO:

¿Qué ha sido?

IRENE:

Servirte, señor, intenta
en la Corte.

NINO:

Tú, después,
infórmate de quién sea,
y, conforme a su persona,
oficio en mi casa tenga.

IRENE:

Silvia.

SILVIA:

Señora...

IRENE:

Un criado
di que le dé la respuesta.
(Vase SILVIA.)
Con esto, señor, si estás
divertido en tus diversas
obligaciones, no es justo
que estorbe. Dame licencia.

NINO:

Nunca tú, Irene, has podido
estorbar, y más en esta
ocasión, donde no son
los despachos la materia
que se trata; antes ahora
estimo que a tiempo vengas
en que, escuchando a Menón,
algún rato te diviertas,
porque pintándome está
una divina belleza;
no perturbemos ahora
al gusto con que lo cuenta.
Prosigue de esa hermosura
muy por extenso las señas.

IRENE:

Sí, señor, y yo también
me holgaré ya de saberlas.

MENÓN:

Ya no podré yo decirlas;
que retórica muy necia
será, habiendo vos llegado,
que otra hermosura encarezca.

NINO:

La que es deidad no es mujer,
ni hace número con ellas.
Irene es deidad. Menón,
di lo que dices, y piensa
que será ofenderla más
la atención de no ofenderla.

IRENE:

Si no os riñera mi hermano,
yo de otra suerte os riñera.
Decid; que yo ser no puedo
para nada consecuencia.

MENÓN:

Sí haré.
 (Aparte.)
(¿Qué temo, si ya
poco importa que se ofenda?)
Digo, señor, que en el centro
hallé de una oscura cueva
bruto el más bello diamante,
bastarda la mejor perla,
tibio el más ardiente rayo,
y la más viva luz, muerta.
Estaba de toscas pieles
vestida, para que hicieran
lo inculto y florido, a un tiempo,
armonía más perfecta;
bien como un bello jardín
en una rústica selva
más bello está cuando está
de la oposición más cerca.
Suelto el cabello tenía,
que en dos bien partidas crenchas,
golfo de rayos, al cuello
inundaba, y de manera
con la libertad vivía
tanta república de hebras
ufana, que, inobediente
a la mano que las peina,
daba a entender que el precepto
a la hermosura no aumenta,
pues todo aquel pueblo estaba
hermoso sin obediencia.

MENÓN:

Ni bien rubio, ni bien negro
su variado color era,
sino un medio entre los dos,
como en la estación primera
del día luces y sombras
confusamente se mezclan,
que ni bien sombras ni luces
se distinguen; así, hecha
del azabache y del oro
una mal distinta mezcla,
crepúsculo era el cabello,
siendo sus neutrales trenzas
para ser negras, muy rubias,
para ser rubias, muy negras.
No de espaciosa te alabo
la frente; que antes, en esta
parte sólo, anduvo avara
la siempre liberal maestra,
y fue, sin duda, porque
queriendo, señor, hacerla
de una nieve que hubo acaso,
la hubo de dejar pequeña,
porque no le fue posible
que entre la más pura y tersa
se hallase ya un poco más
de una nieve como aquélla.

MENÓN:

Una punta del cabello
suplía la falta, y era
que a las cejas acechaba,
como diciendo: «Estas cejas
hijas son de mi color,
y quiero bajar por ellas,
porque el amor no se alabe
de que las llevo por muestra».
Los ojos negros tenía:
¿quién pensara, quién creyera
que reinasen en los Alpes
los etíopes? Pues piensa
que allí se vio, pues se vieron
de tanta nevada esfera
reyes dos negros bozales,
y tan bozales que apenas
política conocían.
Su barbaridad se muestra
en que mataban no más
que por matar, sin que fuera
por rencor, sino por uso
de sus disparadas flechas.
Para que no se abrasasen
los dos en civiles guerras,
su jurisdicción partía,
proporcionada y bien hecha,
una valla de cristal,
sin que zozobrase en ella
la perfección, siendo así
que la nariz más perfecta,
en el mar de las facciones
escollo es, donde las velas
del bajel de la hermosura
corren la mayor tormenta.

MENÓN:

De sus mejillas la tez
era otra unión de diversas
colores. ¿Viste la rosa
más encendida y sangrienta
en la púrpura de Venus?
¿La azucena viste en ella
con el candor de la Aurora?
Pues tú allá te considera
esa azucena, esa rosa,
ajadas entre sí mesmas,
y sus mejillas verás
al mismo instante que veas
a la rosa desteñida,
o teñida la azucena.
La boca, corte del alma,
donde la hermosura reina,
ya severamente grave,
ya dulcemente risueña,
era, no digo una joya
de corales y de perlas
-que esta alabanza común
ya es particular ofensa-,
sino un archivo de todo
cuanto la Naturaleza
pudo asegurar; y así
grande hubo de ser por fuerza.

MENÓN:

El cuello, blanca columna
que este edificio sustenta,
era de marfil al torno,
de cuya hermosa materia
sobró para hacer las manos,
a emulación de sí mesma.
Este, pues, monstruo divino,
Venus mandó que estuviera
oculto, porque Diana
le amenazó con tragedias.
Nació de una Ninfa suya,
y, entregándola a las fieras,
la defendieron las aves,
de quien el nombre conserva,
pues Semíramis se llama,
que quiere en la siria lengua
decir la Hija del Aire.
Éste es su nombre y sus señas.

NINO:

Tú las has pintado de suerte,
y de suerte encarecerla
has sabido, que ya el más
dormido efecto despiertas
para que verla desee;
y en mí es esto de manera,
Menón, que deseo tanto
el verla, que no he de verla;
porque quiero hacer por ti
una tan grande fineza,
como el excusar, Menón,
que tan bien no me parezca.
El primor de la pintura
quiero pagártele a renta:
veinte talentos te doy
que a ella en mi nombre le ofrezcas.
Pero quiérote advertir
que en tu vida no encarezcas
hermosura a poderoso,
si enamorado estás de ella,
porque quizá no hallarás
otra que vencerse sepa;
y alabar lo que se ama
puede ser que sea fineza,
pero no puede dejar
de ser fineza muy necia.
  (Vase.)

IRENE:

¿Qué retórico orador,
qué enamorado poeta
os dio para esa pintura
tantas rosas y azucenas,
tanto oro, tanto marfil,
tanta nieve, tantas perlas?

MENÓN:

Todo esto fue desvelar,
llegando vos, la sospecha
del Rey.

IRENE:

Y antes que llegase,
¿por qué fue el encarecerla
tanto, que ya la atención
a oír estaba dispuesta?

MENÓN:

Porque el modo de hallarla,
que no oistes, le hizo fuerza
para que se la pintara.

IRENE:

¡Buena disculpa!

MENÓN:

¿No es buena?

IRENE:

Sí debe de serlo; pero
aunque yo quisiera creerla,
no puedo.

MENÓN:

¿Por qué?

IRENE:

Porque
acción, semblante, ni lengua
no os disculpa como a quien
tiene gana que le crean,
sino como a quien no importa;
y para mí mejor fuera
no disculparos que no
disculparos con tibieza.

MENÓN:

¡Vos desconfianza!

IRENE:

¿Quién
os dijo que yo la tenga?

MENÓN:

Los celos que...

IRENE:

¿Qué son celos?
Callad; que es segunda ofensa.
Una llave que tenéis
de mis jardines, ¿qué es de ella?

MENÓN:

Yo os la volveré, y estimo
de miraros tan exenta
de los celos, pues con eso
podré...

IRENE:

No podréis. La lengua
tened, porque habrá sin mí
quien castigue esa soberbia.

MENÓN:

¿Sin vos?

IRENE:

Sí.

MENÓN:

¿Pues puede haber
quién sin vos a mí me ofenda?
(Sale ARSIDAS.)

ARSIDAS:

Yo, Menón, vengo buscándoos,
por ser vos a quien apelan
mis fortunas del piadoso
tribunal de Irene bella.

MENÓN:

En mala ocasión venís;
después podréis dar la vuelta.

IRENE:

Haced lo que el Rey os manda;
que no viene sino en buena.

MENÓN:

Yo lo haré. Venid conmigo.

IRENE:

Ved que es mía esta encomienda.

MENÓN:

(Aparte.)
¡Cuánto hay en una hermosura
de quererla a no quererla!
(Vase.)

IRENE:

(Aparte.)
¡Ah, vil; ah, traidor, qué mal
me pagas lo que me cuestas!
(Vase.)

ARSIDAS:

¿Qué es esto, cielos? Mas no
es tiempo de que me atreva
ni aun a pensarlo, porque
el que se toma licencia
para quejarse sin tiempo
pierde el respeto a la queja,
y es el tenerla desdicha,
sin mérito de tenerla.
(Vase, y salen FLORO y SIRENE.)

FLORO:

¿Eso pasó mientras yo
al monte salí un momento?

SIRENE:

Sí, Floro del alma mía;
y así, buscándote vengo
para decirte que, aunque
él con enojo o con ruego
que te vayas diga, no
te vayas.

FLORO:

Ya te obedezco.

SIRENE:

Por esto te doy los brazos.
(Sale CHATO.)

CHATO:

¡Que siempre llego a mal tiempo!

FLORO:

Tropezó, y llegué a tomarla.

CHATO:

Claro está que en el tropiezo
suyo había de estar.

SIRENE:

Yo...

CHATO:

No os disculpéis; yo me huelgo
que os abrace; porque si
cuando vino hizo lo mesmo,
en señal de que se va
dadle otro abrazo en el precio.

FLORO:

Antes llegué a preguntarla
qué es lo que cenar tenemos.

CHATO:

¿Quién os mete en pescudallo
si vos no habéis de traello?
Y ya que en aquesto habramos,
decidme, así os guarde el Cielo:
¿es la boleta perpetua,
o al quitar, la que allá os dieron?

FLORO:

Aquí está, y ella no dice
hasta cuándo.

CHATO:

Soy un necio.
Pensé que sí.

FLORO:

No os merece
mi trato esa duda. Cierto
que sois desagradecido,
pues cuando un hombre está haciendo
por vos todo lo que puede,
le tratáis con tal despego.

CHATO:

Pues vos, ¿qué hacéis por mí?

FLORO:

Honraros
en vuestra casa, teniendo
un soldado que en la Batria,
la Siria, el Peloponeso,
la Prepóntida y la Libia
tantas hazañas ha hecho.
Venid, Sirene, no hagáis
caso de ese majadero.

CHATO:

Ella os obedecerá,
o la mataré sobre eso.
Id, no hagáis caso de mí,
pues el señor hazañero
lo manda, habiendo hecho hazañas
en la Sucia, Pieldequeso,
en Prepolente y Sielicia.

SIRENE:

Si vos no tenéis esfuerzo
para decir que se vaya,
¿tengo yo culpa?

CHATO:

No, cierto;
yo la tengo, claro está.
(Sale SEMÍRAMIS.)

SEMÍRAMIS:

¿Siempre habéis de estar riñendo?

CHATO:

No hay otra cosa que hacer.

TODOS:

 (Dentro.)
¡Qué desdicha!

SEMÍRAMIS:

¿Qué es aquello?

MENÓN:

  (Dentro.)
En lo intrincado del monte
se ha metido.

NINO:

(Dentro.)
¡Piedad, cielos!

CHATO:

Yo no lo sé; pero allí
entre la maleza veo
venir corriendo un caballo.

SEMÍRAMIS:

Volando es, que no corriendo.

MENÓN:

 (Dentro.)
¡Corred todos!

TODOS:

 (Dentro.)
¡Qué tragedia!

OTROS:

  (Dentro.)
¡Qué desdicha!

IRENE:

(Dentro.)
¡Acudid presto!

SEMÍRAMIS:

Nadie le alcanza; ¿qué mucho,
si se deja atrás el viento?
¿Cómo pudiera el valor
que está brotando en mi pecho
dar vida al gallardo joven
que se despeña? Mas esto
no quiere pensarse. Suelta
este bastón.

CHATO:

Ya le suelto.
(Quítale a CHATO el bastón y vase.)

SIRENE:

¿Qué intentará?

CHATO:

¡Qué sé yo!
Pero sí sé, pues que veo
que al encuentro le ha salido
veloz, y enredando luego
entre los pies del caballo
mi garrote, dar le ha hecho
de ojos; con que, finalmente,
o ya el choque o ya el despeño
se ha trocado a una caída.

SIRENE:

¿Hay tal marimacha?

CHATO:

Luego
que de pellejos cargada
la vi en el lance primero,
dije: «Aquesta tiene cara
de echar caballos al suelo».

NINO:

(Dentro.)
¡Válgame Júpiter santo!

SIRENE:

El Rey es.

CHATO:

Pues a escondernos,
que haberle visto caer
quizá será sacrilegio.

SIRENE:

Vamos de aquí huyendo.

CHATO:

Vamos.
(Vanse.)
(Salen NINO y SEMÍRAMIS.)

NINO:

¿Quién eres, prodigio bello,
de amor divino milagro?
Mas en dudarlo te ofendo;
no me lo digas que ya
tu beldad me está diciendo
que eres deidad de estos montes;
cuál de ellas dudo; di presto.

SEMÍRAMIS:

Ni sé quién soy, ni es posible
decírtelo, porque tengo
aprisionada la voz
en la cárcel del silencio.
Basta saber que soy una
mujer tan feliz, que puedo
haberos dado la vida,
¡oh, generoso mancebo!,
cuyo semblante, no sé
por qué secreto misterio,
a amor y a veneración
me está provocando a un tiempo.

NINO:

Espera, pues.

SEMÍRAMIS:

Aventuro
mucho si aquí me detengo.

NINO:

¿En qué?

SEMÍRAMIS:

En que me conozcan...

MENÓN:

(Dentro.)
Hacia esta parte fue.

IRENE:

Presto,
lleguemos donde se oculta,
por si peligra.

SEMÍRAMIS:

...Y en que esos
que os siguen me vean.

NINO:

¿Por qué?

SEMÍRAMIS:

Porque licencia no tengo
de dejarme ver.

NINO:

¿Quién puso
a la hermosura preceptos,
siendo así que la hermosura
siempre es libre y sin imperio?

SEMÍRAMIS:

Nada os puedo responder.
(Aparte.)
Huiré al monte; que no quiero
que piense Menón jamás
de mí que no le obedezco.
(Vase.)

NINO:

Espera, detente, aguarda,
prodigioso monstruo bello;
que tras ti...

(Salen MENÓN, LISÍAS, ARSIDAS, SILVIA e IRENE.)

ARSIDAS:

Señor...

LISÍAS:

Señor...

MENÓN:

Perdona a nuestros deseos
haber tan tarde llegado
donde nunca fuera presto.

IRENE:

En albricias de tu vida,
mi vida y alma te ofrezco.
¿Cómo te sientes?

NINO:

No sé,
no sé, ¡ay de mí!, lo que siento.
No el golpe de la caída
me aflige; otro más violento
es el que siento en el alma;
porque es un ardiente fuego,
es tan abrasado rayo,
que, sin tocar en el cuerpo,
ha convertido en cenizas
el corazón acá dentro.
No os admiréis de que pase
de un despeño a otro despeño
tan aprisa: Amor es Dios,
y en Dios nunca se da tiempo.

NINO:

Discurrid de aqueste monte
los enmarañados senos;
que al que una deidad humana
en él hallare primero
y la traiga a mi presencia,
grandes mercedes le ofrezco.
Por que no dudéis las señas,
villano es el traje, pero
tan noblemente villano,
que su Rey le rinde el pecho.
Pero para qué, ¡ay de mí!,
en pintarla me detengo,
si en viéndola, diréis todos:
«Este es el hermoso incendio
que abrasó al Rey». Mas ¿qué mucho,
si es de estas selvas la Venus,
la Diana de estos bosques,
la Amaltea de estos puertos,
la Aretusa de estas fuentes,
y la ella de todo ello?
Que hasta que dije lo más,
todo lo demás es menos.
Busquémosla divididos;
que yo he de ser el primero
que estas ásperas montañas
examine fresno a fresno,
hoja a hoja y piedra a piedra.
Mas mirad lo que os advierto:
que, aunque sintáis abrasaros
al mirarla, mis deseos
licencia os dan de morir,
mas no de morir contentos.
  (Vase.)

IRENE:

Yo la segunda seré
que de esta montaña el centro
discurra en alcance suyo.
(Vase.)

SILVIA:

Todas haremos lo mesmo.
(Vase.)

UNOS:

(Dentro.)
¡Al monte!

OTROS:

(Dentro.)
¡Al valle!

OTROS:

(Dentro.)
¡Al llano!

ARSIDAS:

¡Oh, si quisiesen los Cielos,
pues ya besé al Rey la mano,
honrado en un noble puesto,
que hoy empezase obligando,
pues hoy empecé sirviendo!
 (Vase.)

UNOS:

 (Dentro.)
¡Al valle!

OTROS:

(Dentro.)
¡A la selva!

OTROS:

(Dentro.)
¡Al llano!

MENÓN:

Celos, ¿qué haréis sucedidos,
si pensados matáis, celos?
¡Quién dijera si fue ella!

LISÍAS:

Yo te lo diré bien presto.
(Vase y sale CHATO.)

MENÓN:

¡Ay de mí!, que de pensarlo
a dar un paso no acierto.

CHATO:

Consejo muda el prudente,
oí decir, a un discreto;
y pues ya prudente soy,
quiero mudar de consejo,
y no huir del Rey; mas antes
pedirle he que me dé premio,
pues era mío el garrote
con que a su majestad dieron
la vida. ¡Digo!

MENÓN:

Hacia aquí
ruido entre estas hojas siento.
¡Chato!

CHATO:

¡Señor!

MENÓN:

¿Sabes dónde
Semíramis está?

CHATO:

Pienso...
¡seis maravedís!, no sé
dónde.

MENÓN:

¡Ay de mí!

CHATO:

Empero
bien, señor, me podréis dar
albricias de lo que ha hecho,
si la queréis bien; porque ella
y yo somos, sí, por cierto,
los que al Rey la vida dimos,
yo mi garrote poñendo
y ella su manofitura.

MENÓN:

Calla, calla, que me has muerto.
[Al exclamar, da una manotada a CHATO.]

CHATO:

¿Yo os he muerto? Vos a mí.
¿No sabéis qué parece esto?
Cuando uno pisa un pie a otro,
y se queja él el primero.

MENÓN:

Ya a mí el buscarla me toca
más que a todos, que si llego
a hallarla antes, yo sabré
ocultársela al deseo
del Rey. ¡Ay, corazón!, pues
de ti mil sabios dijeron
que sabes Astrología
y adivinar, yo te dejo
la elección de mis acciones.
Llévame tú donde, ¡ah, cielos!,
mi bien está. Aquestos pasos
tú los das, y yo me muevo.
(Vase.)

CHATO:

¡Cielos! ¿Qué habrá en este monte
que todos andan revueltos?
(Sale SEMÍRAMIS.)

SEMÍRAMIS:

Ocultarme por aquí
de tanta gente quisiera,
para que nunca pudiera
quejarse Menón de mí
¡Chato!...

CHATO:

Señora...

SEMÍRAMIS:

¿Sabrás
si la gente se ausentó
que andaba en el monte?

CHATO:

No,
antes pienso que ahora hay más.

SEMÍRAMIS:

No digas que por aquí
me viste, a nadie, pasar.
(Sale MENÓN.)

MENÓN:

Por aquí la he de buscar,
si la hallase por aquí...
Pero, ¡cielos!, ¿no es aquélla?
Asegúrome mis celos.
(Sale ARSIDAS.)

ARSIDAS:

Pero, ¿no es aquélla, ¡cielos!,
si advierto en las señas de ella?

SEMÍRAMIS:

Advierte...

CHATO:

Di.

SEMÍRAMIS:

Ahora mi suerte
me esconde en aquesta parte.

CHATO:

Ya es imposible ocultarte,
porque ya han llegado a verte

MENÓN:

¡Arsidas!

ARSIDAS:

¡Menón!

MENÓN:

[Aparte.]
¡Oh, impío
cielo!

CHATO:

[Aparte.]
¿De qué este soldado
tanto a Menón ha turbado?
Debe de ser como el mío.

MENÓN:

¿A dónde vas por aquí?

ARSIDAS:

A buscar una deidad vengo...

CHATO:

 [Aparte.]
¿No lo digo yo?

ARSIDAS:

Pues tengo
las señas que en ella vi.

MENÓN:

Yo, supuesto que aquí habemos
llegado a un tiempo los dos,
la llevaré. Id con Dios.

ARSIDAS:

Los que servimos tenemos,
y más con obligación,
obligación de buscar
ocasiones de agradar.
Yo he de llevarla, Menón.

CHATO:

  (Aparte.)
Llévesela.

MENÓN:

Si he llegado
yo, ¿no son vanos desvelos?

SEMÍRAMIS:

¿Qué soldado es éste, cielos?

CHATO:

Otro como mi soldado.

MENÓN:

¿Pues a competir conmigo
vuestra arrogancia se atreve?

CHATO:

 [A MENÓN.]
Déjala que se la lleve,
pues no va a comer contigo.

ARSIDAS:

El Rey el justo poder
me dio; y, pues la pude hallar,
conmigo la he de llevar.

MENÓN:

Y yo lo he de defender.

SEMÍRAMIS:

Mi bien, mi señor, mi dueño,
¿qué es esto?

ARSIDAS:

De tu intención
ya aquestos cariños son
otro indicio no pequeño.

MENÓN:

Y yo la muerte os daré,
pues, ya que aquesto escucháis,
nunca decirlo podáis.

SEMÍRAMIS:

¡Ay de mí, infeliz!

ARSIDAS:

Sabré
también defenderme yo.

MENÓN:

Huye. Semíramis bella.

SEMÍRAMIS:

¿Qué es huir mi altiva estrella?

CHATO:

¿Quién mayor necedad vio?

NINO:

(Dentro.)
A aquel ruido acudid presto.

IRENE:

  (Dentro.)
Hacia allí las voces son.
(Salen NINO, IRENE, SILVIA y CRIADOS.)

MENÓN:

¡Qué horror!

NINO:

¿Qué es esto, Menón?

ARSIDAS:

¡Qué dicha!

IRENE:

Arsidas, ¿qué es esto?

ARSIDAS:

Esta divina hermosura

MENÓN:

Esta divina belleza...

ARSIDAS:

...hallé yo en esta aspereza.

MENÓN:

...vi al pie de esta peña dura.

ARSIDAS:

Para lograr mi ventura...

MENÓN:

Para estorbar tu apetito...

ARSIDAS:

...llevártela solicito,
donde mi lealtad me mueve.

MENÓN:

Y yo, que no te la lleve,
ni consiento ni permito.

NINO:

Tres cosas estoy mirando,
tres acciones estoy viendo,
que cuando más las entiendo,
aún más las estoy dudando.
Tú, Menón, con quien el mando
de mi laurel he partido,
tú confiesas atrevido
que el mayor triunfo me quitas;
tú, Arsidas, lo solicitas,
de hoy a mi casa venido;
 [A SEMÍRAMIS.]
y tú, cruel, que, entre fieras
dudas, das de amor indicio
cuando haces un beneficio,
como si un agravio hicieras.
Rescatad de tan severas
confusiones mi sentido.
A los tres, ¿qué os ha movido
para estar, ¡suerte penosa!,
tú turbado, tú medrosa
y tú desagradecido?<poem>

MENÓN:

Mi ingratitud, ¡ay de mí!,
es lealtad.

NINO:

¿Pues cómo así?
¿Oponiéndote a mi gusto?

MENÓN:

Como tu gusto no es justo.

NINO:

¿De qué suerte?

MENÓN:

Escucha.

NINO:

Di.

MENÓN:

Aquella hermosa pintura,
que hoy has visto imaginada,
es ésta que miras viva
puesta conmigo a tus plantas.
Semíramis es, señor,
y si pretendí guardarla
de ti, fue porque tú mismo
advertiste a mi ignorancia
que aun pintada no llevase
a un poderoso mi dama,
porque era necia fineza.

MENÓN:

Ser consejo tuyo basta
para ser disculpa mía;
pues mal hiciera en llevarla
viva al mismo que afeó
el llevársela pintada.
Bien pudiera ahora decir
que, porque nadie llegara
a ganar con tu deseo
de haberla dado las gracias,
defendí que la trujese
otro; bien pudiera darla
otro nombre ahora, y, después,
con industrias y con trazas
entreteniendo tu amor,
asegurar mi esperanza.
No, señor, cansado está
el mundo de ver en farsas
la competencia de un Rey,
de un valido y de una dama.
Saquemos hoy del antiguo
estilo aquesta ignorancia,
y en el empeño primero
a luz los efectos salgan.
El fin de esto siempre ha sido,
después de enredos, marañas,
sospechas, amores, celos,
gustos, glorias, quejas, ansias,
generosamente noble
vencerse el que hace el Monarca.
Pues si esto ha de ser después,
mejor es ahora no haga
pasos tantas veces vistos.
 (A SEMÍRAMIS.)
Dadme esa mano.

NINO:

Aguarda;
que, para lo que yo tengo
de hacer ahora, me falta
informarme del estado
en que con ella te hallas.

IRENE:

 (Aparte.)
Mucho harán mis sentimientos,
¡Cielos!, si hoy no se declaran.

SEMÍRAMIS:

Eso he de decirlo yo,
que a mi decoro, a mi fama,
a mi altivez, mi soberbia,
mi ambición y mi arrogancia
conviene que sepan todos
que antes de ver que me llama
Menón su esposa, no tuvo
de mí más que confianza
de que, en siéndolo, sería
suya; pues aunque me saca
su valor de una prisión
de esas rústicas montañas;
aunque en su poder me tuvo,
él sabe de mi constancia
que no me debió jamás
más que sola la esperanza,
hasta que ya como esposo
la mano le doy.

NINO:

Aguarda
tú también; que, eso sabido,
no es buen día en que se casan
dama a quien debo la vida
y amante que es mi privanza,
ser en un monte y acaso.
A ti, Menón, debo cuantas
victorias hoy me coronan
de la siempre verde rama
de laurel; a ti, divino
pasmo de aquestas montañas,
la vida debo. Y, así,
con demostraciones varias
honrar pretendo a los dos,
a cuyo efecto la fama
quiere que convide a cuantos
príncipes contiene el Asia
a estas bodas, y que en ellas
públicas fiestas se hagan
que mis grandezas publiquen...
 (Aparte.)
...y que dilaten mis ansias.

MENÓN:

Señor, aunque generoso
a tus hechuras ensalzas,
para un amante no hay fiestas
como que fiestas no hagan.

SEMÍRAMIS:

¿Por qué? Si el Rey quiere honrarnos,
Menón, con mercedes tantas,
no a mi presunción le quites
la vanidad de lograrlas.

IRENE:

 (Aparte.)
Dice Semíramis bien.
¡Oh, si pudiesen mis ansias
dar término, Cielos, entre
mi deseo y mi venganza!

NINO:

Pues tú, bellísima Irene,
a Semíramis gallarda
contigo a Nínive lleva
por sus calles y sus plazas
en tu Real carro. Vestida
de plumas, joyas y galas,
triunfe, y como a mí se humillen;
que a su beldad soberana
su Rey le debe la vida,
y solicita pagarla.

IRENE:

Ven, Semíramis, conmigo;
que yo haré lo que el Rey manda.
 [Aparte.]
Y aun lo que no me mandare,
pues haré que tu esperanza
en el horror de mis celos
tropiece, ya que no caiga.

NINO:

Acompañad a las dos
todos.

SEMÍRAMIS:

  [Aparte.]
Altiva arrogancia,
ambicioso pensamiento
de mi espíritu, descansa
de la imaginación, pues
realmente a ver alcanzas
lo que imaginastes; pero
aun todo aquesto no basta,
que para llenar mi idea
mayores triunfos me faltan.
 (Vanse las dos.)

CHATO:

¡Han visto y qué tiesa va!
Apenas volvió la cara.
¡Ay, tontilla, que no en vano
Hija del viento te llamas!
(Vase.)

NINO:

Menón...

MENÓN:

Señor.

NINO:

No la sigas
tú, detente.

MENÓN:

¿Qué me mandas?

NINO:

¿Estamos solos?

MENÓN:

Testigos
son los troncos y las ramas.

NINO:

Mi amigo eres.

MENÓN:

Tú, mi Rey.

NINO:

¿Qué me debes?

MENÓN:

Honras altas.

NINO:

¿Puedo hacer por ti más?

MENÓN:

No.

NINO:

¿Tienes qué pedirme?

MENÓN:

Nada.

NINO:

¿Qué harás tú por mí?

MENÓN:

Mi vida
pondré, señor, a tus plantas.

NINO:

Menos quiero; pues, porque
no diga jamás la fama
que Nino a Menón quitó
su esposa, quiero que haga
la amistad, y no el poder,
una conveniencia extraña;
y es que, esto asentado ahora,
volvamos a la pasada
metáfora. ¿No dijistes
que ésta, verdadera o falsa,
tenía una novedad
que era fácil desatarla?
Pues yo quiero que sean dos,
y que en el fin también haya
nuevo estilo. Esto ha de ser,
ya que introducidos se hallan
aquí Rey, dama y valido,
vencerte tú, porque salga
de andar en duelos de amor
la Majestad: desatada
una, otra es, desde hoy,
yo el amarla y tú olvidarla.

MENÓN:

Señor, vencerse a sí mismo
un hombre es tan grande hazaña
que sólo el que es grande puede
atreverse a ejecutarla.
Tú eres Rey, vasallo soy.

NINO:

¿Pues qué mayor alabanza
que hacer tú una acción que fuese
grande para mí?

MENÓN:

No se halla
con tanto valor mi pecho.

NINO:

Pues tú me has de dar palabra
de olvidarla.

MENÓN:

No podré;
de morir, sí, en esa instancia
te la doy; que esto está en mí,
y no está en mí olvidarla.

NINO:

Pues, si olvidarla no puedes,
puedes darlo a entender: traza
que ella entienda que la olvidas,
y que mi amor no lo manda.

MENÓN:

Ni aquesto puedo tampoco;
que fuera acción muy villana
dar yo a partido mis celos.
Tercero de mis desgracias,
daré a entender que la olvido,
y lo haré desde mañana;
mas dando a entender también
que eres tú quien me lo manda.

NINO:

¿No te la puedo quitar?

MENÓN:

Ya sí, señor; mas repara
que ésa es violencia forzosa
y ésta es ruindad voluntaria.
En quitármela tú harás
una tiranía; en dejarla
yo una infamia; y, al contrario,
tú una grandeza en no amarla,
yo una fineza en quererla.
Mira ahora las distancias
que hay de tiranía a grandeza,
y que hay de fineza a infamia.

NINO:

¿Pues qué te vengo a deber
yo en aquesta parte?

MENÓN:

Nada,
sino el consejo de que
me la quites; que si aguardas
hallar conveniencia en mí,
en mí, señor, no has de hallarla,
ni es posible.

NINO:

¿Cómo?

MENÓN:

Escucha.
En nuestro cuerpo está el alma,
sin tener determinado
lugar; si muevo la planta,
alma hay allí, alma también
hay en la mano al mandarla.
Sucede, pues, que me corte
la planta o la mano, ¿falta
con la porción de aquel cuerpo
aquella porción que estaba
del alma allí? No. ¿Qué se hace?
A su estado a incorporarla
se reduce. Alma es en mí
mi amor; lugar no se halla
donde no esté; y así, aunque hoy
a pedazos le deshaga,
cortándome las acciones
de verla, oírla y hablarla,
en la razón que me queda,
a la imitación del alma,
siempre se ha de hallar mi amor
tan cabal como se estaba.

NINO:

¡Qué cansados argumentos!
¿Ser mi gusto no bastaba?

MENÓN:

No, señor.

NINO:

Calla, villano;
desgraciado, calla;
calla, ingrato. Mas yo tuve
la culpa con darte tantas
alas para que al Sol mismo
te opongas. Pero la saña
del Sol que te las crió,
sabrá quitarte las alas.

MENÓN:

Señor...

NINO:

No más.

MENÓN:

No de un soplo
así tu hechura deshagas.

NINO:

No me deshaga mi hechura
un rayo a mí, siendo ingrata.

MENÓN:

Yo no puedo...

NINO:

Yo tampoco.

MENÓN:

...ofrecer más que de...

NINO:

¡Basta!

MENÓN:

¿Que soy tu privanza olvidas?

NINO:

Donde hay celos no hay privanza.
Y puesto que esto ha de ser,
yo he de decir que se haga
la boda, y tú has de decir
que a tu disgusto te casas,
sin que a mirarla te atrevas
desde este instante. Repara
que te quebraré los ojos
si te atreves a mirarla.
  (Vase.)

MENÓN:

¡Ay, Semíramis divina!
¡Ay, hermosura, ay, soberana
Hija del Aire! ¡Llevose
tu nombre mis esperanzas!