La guerra (Mirbeau)/Lamentaciones contra el Estado
Ayer de madrugada se hizo anunciar en mi casa un señor a quien no conozco. A su insistente ruego de ser inmediatamente recibido, pues el asunto, según dijo, no podía tener demora, le hice entrar en mi despacho. Su aspecto rebosaba salud, pero estaba un poco agitado.
— Dispense usted mi indiscreción — me dijo — pero estoy furioso.
— No es nada fisiológico — declaré — que un hombre sano y virtuoso esté furioso de tal modo a una hora tan temprana... Si usted no es un jugador o un vicioso, forzosamente lo que aquí le trae ha de ser algo muy grave.
— Muy grave, en efecto.
— Diga usted, pues, de qué se trata.
— Se trata, querido señor — respondió el desconocido con ademán agitado — de que no puedo vivir por más tiempo en este pais estúpido y rutinario... Estoy de la Francia hasta la coronilla y me voy a naturalizar boer, o chuan... cualquier cosa.
— ¿ Pero qué tengo yo que ver en esto y en qué puedo serle útil ?
— Vea usted... La señora Séverine está ausente. El señor Bauer ha ido a hacer propaganda artística por las playas meridionales. De las pocas almas generosas, compasivas y vehementes que no temen decir las verdades a una sociedad imbécil y quisquillosa, usted es la única en este momento en quien puedo fraternalmente depositar mis rencores... No le pido dinero ni nada que se le asemeje. Tan sólo le ruego que me escuche durante unos minutos... Luego obrará usted según lo que su justicia le dicte.
— Pues soy todo oídos. Hable usted.
Y el visitante habló de este modo :
— Yo habito en los alrededores de París, en pieno campo, a tres kilómetros del teléfono... De ahí deriva que mis relaciones con París son poco fáciles y me cuestan tan caro, como si las tuviera con Nueva-York. Resolví abonarme. ¿ Va usted comprendiendo ?
— Perfectamente.
— Primero me hicieron firmar unos papeles verdes, azules, amarillos, rojos, blancos, una infinidad de papeles impresos, cuyo significado no pude comprender, fuera de que tenía que abonar una cierta suma. La aboné y esperé durante un mes. Como parecióme que me había olvidado, hice una visita a la Administración y les pedí que comenzaran los trabajos de instalación. Me respondieron, « que los comenzarían una vez terminada la información ». Chocóme la respuesta. « ¿ Una informaciôn ? — díjeles — ¿ a propósito de qué y sobre qué ? Respecto mi moralidad, mi fortuna, mis opiniones políticas ? » « Vamos, señor, usted no es un belga, ni un cafre, ni un matabelo, y no debe ignorar que la Administración francesa no hace nada sin abrir antes un informe... Esto causa retardos, fastidia a la gente, embrolla las cosas... pero es preciso. » Me resigné y transcurrió otro mes. Nueva visita a la Administración. « ¿ Y esta información ? » pregunté. « El informe está terminado... Pero el asunto se complica... No estamos de acuerdo con la sección de Puentes y Caminos. » « ¿ Con Puentes y Caminos ?... - Me dejan ustedes turulato... Hagan ustedes el favor de decirme qué relación pueden tener los Puentes y Caminos con mi teléfono... » « Su línea tiene que atravesar un puente sobre el Sena, ¿ no es eso ? Pues los de Puentes y Carninos se oponen a que pase... o por lo menos, estudian la cuestión... Naturalmente, no podemos ponernos de acuerdo con ellos ni ellos con nosotros. » « ¿ Y esto va a durar mucho ?» « No sé... Dos, tres meses, acaso seis... Puedo citarle un caso muy curioso en que, durante quince meses, estuvimos ventilándolo con la Administración de Puentes y Caminos.. ya ve usted si es curioso.» « ¡ Pero esto es estúpido y perfectamente inconcebible ! ¿ No son un servicio del Estado estos Puentes y Caminos ?... ¿ No lo son también Correos y Telégrafos ?... ¿ Por qué no han de marchar de acuerdo en todos los asuntos ? » « Pero, querido señor y estimado contribuyente, si los servicios del Estado no se disputaran sobre vuestras espaldas, digame usted, ¿ qué es lo que harian ? Si todo marchara bien, ya no sería administración. Cualquiera dirí que viene usted de la China... » « ¡ Ojalá me hubiese ido a ese país libre y civilizado ! Tenga la seguridad de que maldito si me hubieran entrado ganas de volver. » Al cabo de cuatro meses... ¿ sigue usted atendiéndome ?
— Perfectamente.
— Al cabo de cuatro meses compareció una brigada de obreros que plantaron los postes y tendieron los hilos con una lentitud completamente sabia y metódica... No faltaba sino colocar el aparato, que dejaron depositado no sé donde, a tenor de ciertas prescripciones reglamentarias, y de no sé cuales nuevas dificultades, que retardaron tres semanas más la instalación... En fin, después de innumerables peripecias e imprevistos, colocaron en casa el teléfono... Esto me costó muy caro... Tuve que pagar la instalación, después el abono mensual, y por último esto que ellos llaman una « interinidad », pues no tan sólo pago el abono, si que también cada comunicación telefónica... seguramente para simplificar la contabilidad y las necesidades burocráticas... Sería, por lo visto, demasiado simple unificar el precio de abono de una red telefónica... No sería administraciôn, como decía el otro.
— ¿ Pero ahora su teléfono funciona y estará usted contento ?
— No acierta usted. ¿ No sabe usted lo que me sucede ? Es increible... Pues me sucede que no tengo más que medio teléfono. Quiero decir que cada vez que lo deseo y según la importancia de mi « interinidad », yo puedo comunicar con París, pero Paris no puede comunicarse conmigo. Cada vez que alguien de París pide comunicarse conmigo, se le responde : ¿ Tiene usted una « interinidad » ? « No. » « ¿ No ? En este caso, buenas noches. » Y ya puede sonar. Ni siquiera le responden. Y mi teléfono queda silencioso todo el santo día... Mire, lo he transformado en una caja para guardar las cerillas.
Mi visitante se paseaba febrilmente por la estancia.
—Y aún hay más — agregó. — En mi jardín tengo muchas orugas y pulgón. Mis árboles, todas mis plantas están atacadas por toda clase de enemigos invisibles y devoradores contra los cuales no hay más que un medio para luchar : la nicotina. Usted sabrá perfectamente que el Estado se ha reservado la fabricación y la venta de esta sustancia, y creer~ que no hay más que entrar en un despacho y pedir : « Hágame el favor de un litro de nicotina ». Si así cree, se equivoca. Aquí también son de tal indole las complicaciones, que la mayor parte de las veces uno prefiere perder las cosechas antes que exponerse a los pasos a que el Estado obliga. Escúcheme con atención. ¿ Quiere usted un litro de nicotina ? Pues primero tiene que presentarse en la manufactura de tabacos ; allí le pasean y trasladan de oficina en oficina y tiene que justificar cómo es usted horticultor, agricultor, viticultor o farmacéutico : las únicas categorías de ciudadanos que tienen derecho a procurarse nicotina. Una vez cumplido este requisito, le entregan un papel con el cual tiene que presentarse al recaudador de contribuciones indirectas de su Municipio. Este funcionario, después de haberle hecho pagar el precio del litro de nicotina, le entrega otro papel, y vuelta con él a la manufactura de ta bacos de París. Nuevo paseo por las oficinas, para que visen, legalicen, cataloguen, timbren dicho papel por todos lados, de frente, al dorso, de lado, en las puntas... después de lo cual le envían a la calle Nitot, una sucursal, en la que, después de haber sacrificado ante todo el ritual simbólico y diabólico, le entregan, por fin, el malhadado litro de nicotina... Tres días de marchas y contramarchas... Y as todo, mi querido, generoso, compasivo y vehemente escritor. No puedo dar un paso, horadar un muro, traspiantar un árbol, transportar tierra, entregarme al acto más simple de la vida doméstica, sin que el Estado jntervenga, tan pronto para impedirme hacer lo que quiero, como para robarme mi tiempo y mi dinero. Sobre todo, este tiempo que se pierde, que no se recupera jamás, y en que nadie piensa... es espantoso.
Intenté consolar a mi visitante y le dije :
— No se aflija usted de ese modo... La hora de la justicia social y de la libertad individual sonará pronto... A Dios gracias, los socialistas ganan cada día terreno... Unos pocos meses, acaso unos pocos días, y entraremos de lleno en la tierra prometida, con todos sus goces infinitos... pues usted no sabe, señor, que esos admirables socialistas...
No me dejó terminar. Al oir la palabra « socialista », lanzó un grito de terror y, dando un bote en la silla, como gato espantado :
— ¡ Los socialistas ! — gritó .— El Estado-panadero, el Estado-sastre, el Estado-quincallero, el Estado-cultivador, el Estado-Todo... Pero usted no habla en serio... Levantarse, comer, trabajar, orinar, hacer hijos a una misma hora, todos, a los toques de una misma campana, al redoble de un mismo tambor... No, no... jamás... Estoy decidido... ya no titubeo... me marcho... voy a hacerme cafre... chuan... cualquier cosa... ¡ Adiós !
Y desapareció, abriendo y cerrando tan vivamente la puerta, que por un momento creí que había atravesado el muro, como una sombra.