La gota de sangre
Sentados en la gótica ventana estábamos tú y yo, mi antigua amante; tú, de hermosura y de placer, radiante; yo, absorto en tu belleza soberana. Al ver tu fresca juventud lozana, una abeja lasciva y susurrante clavó su oculto dardo penetrante en tu seno gentil de nieve y grana. Viva gota de sangre transparente sobre tu piel rosada y hechicera brilló como un rubí resplandeciente. Mi ansioso labio en la pequeña herida estampé con afán... ¡Nunca lo hiciera, que aquella gota envenenó mi vida!