La gallega Mari-HernándezLa gallega Mari-HernándezTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen don ÁLVARO
y doña BEATRIZ
ÁLVARO:
De dos peligros, Beatriz,
por excusar el más grave,
se ha de escoger el menor.
¿Qué importa que el rey me mate?
Ya sé que a voz de pregones
me busca, y por desleales
condena a cuantos supieren
de mí, sin manifestarme.
El rey don Juan el segundo
de Portugal y el Algarbe,
que aunque airado contra mí,
mil años el cielo guarde,
dando a traidores orejas,
que persiguiendo leales,
quieren de bajos principios
subir a cargos gigantes,
ha cortado la cabeza
a don Fernando Alencastre,
primo suyo, y duque ilustre
de Berganza y Guimaranes,
por unas cartas fingidas,
que su secretario infame
contrahizo y entregó,
en que da muestras de alzarse
con la corona, escribiendo
a los reyes que ignorantes
de este insulto, las reliquias
destierran del nombre alarbe.
A Fernando e Isabel
digo, que a Castilla añaden
un nuevo mundo, blasón
de sus hechos alejandres.
Verosímiles indicios
no admiten en pechos reales,
cuando la pasión los ciega,
argumentos disculpables.
Andaba el rey receloso
del duque, porque al jurarle
en las cortes, cuando en Cintra
llevó Dios al rey su padre,
reparando en ceremonias,
por no usadas, excusables,
quiso según las antiguas
hacerle el pleito homenaje.
Valiéronse de este enojo
lisonjeros, y parciales
le indignaron, que en los reyes
son crímenes los achaques.
Siguiéronse cartas luego
contrahechas, que a indiciarle
bastaron con tanta fuerza,
que aunque el duque era su sangre
en évora le justicia,
sin que lágrimas le aplaquen
de la reina, hermana suya,
de sus privados y grandes.
Huyen parientes y amigos;
porque a enojos majestades
en los ímpetus primeros,
no hay, inocencias que basten.
Dos hermanos y tres hijos
van a Castilla a ampararse
de Fernando e Isabel.
¡Quiera el cielo que en él le hallen!
Al conde de Montemor
su hermano, y gran condestable
de Portugal, aunque ausente,
ha mandado el rey sacarle
en estatua, y en la villa
y plaza mayor de Abrantes
la espada y banda le quita
cuadrada, que es degradarle
de condestable y marqués,
y luego degollar hace
el simulacro funesto,
saliendo--¡rigor notable!--
sangre fingida del cuello
de la inanimada imágen.
Yo, que como primo suyo,
soy también participante,
si no en la culpa en la pena,
para que también me alcance,
estoy dado por traidor;
y por la lealtad de un paje,
que despreciando promesas
no temió las crueldades
con que amenazan los jueces,
dos meses pude ocultarme
en un sepulcro, que antiguo
en vida las honras me hace.
Pero ahora que estoy cierto
que el rey, declarado amante
de tu hermosura, ha venido
a esta villa a visitarte,
atropellando consejos,
perdiendo al temor cobarde
el respeto que la vida
y la honra es bien que guarde,
si desesperado no,
celoso mi agravio sale
de sí y del sepulcro triste,
asilo hasta aquí, ya cárcel.
Celos, Beatriz, poderosos
han bastado a levantarme
del sepulcro. Muerto estoy.
Bien puedo decir verdades.
Dos años ha que te sirvo,
con que haya, por adorate,
estorbos que no atropelle,
imposibles que no pase.
Con palabras y promesas
esperanzas alentaste,
que dudosas que las niegues,
hoy vienen a ejecutarte.
Ser mi esposa has prometido;
pero ya que ciega y fácil
la Fortuna, en fin mujer
firme sólo en ser mudable,
levanta tus pensamientos
cuando mis dichas abate.
¡Tú, igualándote a coronas,
yo indigno, ya que me iguale
al mas rústico pastor;
tú marquesa respetable,
yo sin estados, ni hacienda!
¡Ay Beatriz! No hay que culparte
que me aborrezcas y olvides.
Gócete el rey. Muera, inhábil
de merecer tu belleza,
un conde ayer, hoy imágen
y sombra de lo que ha sido;
que cuando el rey aquí me halle,
porque de mí quedes libre,
yo gustaré que me mate.
BEATRIZ:
Tan desacordado vienes,
que a no ocasionar tus males
a llorar desdichas tuyas,
riyera tus disparates.
Para salir del sepulcro,
donde viven las verdades
entre huesos, desengaños,
que no admitieron, en carne,
no sales con la cordura
que pudieran enseñarte
escuelas del otro siglo.
Donde no hay ciencias que engañen,
la historia del malogrado
duque vienes a contarme,
como si yo la ignorara,
cabiéndote tanta parte
a ti en ella como a mí
de lágrimas; que a enseñarte
reliquias que en lienzos viven,
bastaran a acreditarme.
Antes de haber delinquido,
en mi ofensa sentenciaste
olvidos solo en potencia.
¡Ay don Álvaro de Ataíde!
Necios jueces son los celos,
pues sus ciegos tribunales,
sin interrogar testigos,
condenan lo que no saben
aunque de lo que te imputan
enemigos criminales
inocente estés, que es cierto,
pues en ti traición no cabe,
sólo la mala sospecha
que contra el amor constante
de mi pecho has hoy tenido,
hasta para condenarte;
porque donde el valor vive,
tal vez delitos amantes
son de más ponderación
que las lesas majestades.
De la triste compañía
donde vivo te enterraste,
la desazón se te pega
que muestras. No es bien me espante.
Sin estado perseguido,
sin amigos que te amparen,
sin parientes que te ayuden,
sin vasallos que te guarden,
te quiero más que primero;
que, porque al fino diamante
le desguarnezcan del oro,
no desdicen sus quilates.
Déjame pelear primero,
y cuando el contrario cante
la victoria, entonces dime
vituperios que me agravien;
que si por ser mujer yo,
temes de mi sexo frágil
banderizados empleos,
soy portuguesa, y bien sabes
que no ha habido en mi nación
ninguna a quien los anales
que afrentas inmortalizan
puedan notar de inconstante.
Amabas presuntüoso;
pretendías arrogante;
pudo ser por las riquezas,
siempre soberbias y graves.
Y yo también pudo ser
que por ellas te estimase,
repartiendo en ti y en ellas
deseos interesables.
Ya podrás hablarme humilde,
y yo en amor mejorarme,
queriéndote por ti solo,
si tú pobre, yo constante.
Estado, hacienda y honor
la Fortuna, diosa frágil,
te quitó. Guarda la vida;
que como ésta no te falte,
sin estado, honor ni hacienda
te estimo en más que los reales
blasones que me persiguen,
y no han de poder mudarme.
Noroña soy, si él es rey;
esposa tiene a quien ame,
e ilegítimos empleos
no han de ofender mi linaje.
Raya es ésta de Galicia
si encubiertamente sales
con el favor de la noche,
amparo de adversidades,
cuando tú seguro estés,
y des orden de avisarme,
te seguiré firme yo;
que empeñando mis lugares,
y recogiendo mis joyas,
castellanas majestades,
de rigores portugueses,
tiene España que nos guarden.
Dame los brazos, y adiós.
ÁLVARO:
Tu nombre en mármoles graben.
Sale CALDEIRA
CALDEIRA:
Deja agora grabaduras
para escultores y jaspes.
¡Cuerpo de Dios! Y preven
o escondrijos o gaznates,
que el rey don Juan entra aquí.
BEATRIZ:
¡Ay, mi bien!
CALDEIRA:
¿No habrá desvanes,
chimeneas, gallineros,
o un cofre en que agazaparme?
ÁLVARO:
Ya, Beatriz, vuelven sospechas
de nuevo a martirizarme.
¡El rey de noche, y a verte,
sin tu permisión!
BEATRIZ:
No te halle
aquí. Tras ese tapiz
te pon; que si has de escucharle,
y lo que respondo adviertes,
yo sé que de los pesares
que me das, perdón me pidas.
CALDEIRA:
¡Que viene, que entra, que sale!
BEATRIZ:
Mi bien, ¿quieres esconderte?
ÁLVARO:
¡Ay! ¡Quién pudiera feriarte
la firmeza de los montes!
CALDEIRA:
¡Ay! ¡Quién pudiera tornarse
o chapín o bacinilla
mono, papagayo o fraile!
Ocúltanse detrás de una tapiz don
ÁLVARO y CALDEIRA Salen el REY,
don EGAS y ACOMPAÑAMIENTO
REY:
Para divertir, marquesa,
penas de razón de estado,
que desleales me han dado,
porque de mi bien les pesa,
a vuestra villa he venido,
y esta noche a vuestra casa.
BEATRIZ:
No sabéis honrar con tasa,
pródigo habéis, señor, sido
ilustrando estas paredes,
donde, como vos decís,
penas tan bien divertís,
que en vos es hacer mercedes.
REY:
Para que verifiquéis
aquesa proposición,
traigo, Beatriz, intención
de que mañana os caséis.
BEATRIZ:
¡Cómo, gran señor!
REY:
Yo he sido
vuestro amante; que las leyes
de amor no exceptúan reyes.
Constante habéis resistido
mi poder y voluntad,
porque mienta la experiencia
que afirma no hay resistencia
contra un gusto majestad;
y yo también, vuelto en mí,
cuerdo he juzgado a vergüenza
que una mujer reyes venza,
y un rey no se venza a sí.
Soy casado, y vos doncella.
Heredad que está sin dueño
no corre riesgo pequeño,
y más heredad tan bella.
Dueño os prevengo, en efeto;
que un marido puede tanto,
que al vasallo pone espanto,
y al rey obliga a respeto.
El conde don Egas es
en quien los ojos he puesto,
noble, leal, y sobre esto
mi privanza. El interés
de ser éste el gusto mío,
pienso yo que bastará
a que os obligue quien da
muerte así a su desvarío.
BEATRIZ:
Quien de sus propias pasiones
sabe salir vencedor,
bien merece, gran señor,
hipérboles por blasones;
que, en fin, no reinaba bien
cautiva la voluntad.
Doyle a vuestra majestad
mil veces el parabien
del discreto desempeño
con que el alma ha libertado,
y yo se le hubiera dado
a mi dicha por el dueño
que su mano me ha ofrecido,
si no sintiera bajar
de más a menos y dar
pena a un amor ofendido.
Que puesto que fue el honor
resistencia poderosa
contra el alma que piadosa
estimaba vuestro amor;
ya en mí se habían engendrado
de vuestros reales empleos,
reales también los deseos,
y dentro en mí un real estado;
que negándoos exteriores
permisiones el honor,
estimaban vuestro amor
pensamientos interiores.
Y con afecto amoroso,
cuando el amor resistía,
dentro del alma os tenía
por mi legítimo esposo;
pues con tales fundamentos,
no era mucho conservar
el cuerpo libre, y gozar
casados sus pensamientos.
Mas pues burlados los hallo,
no será conforme a ley
que quien fue esposa de un rey
lo venga a ser de un vasallo.
Ni a vos os puede estar bien
que en ofensa de los dos,
hombre que es menos que vos,
goce a quien quisistes bien.
REY:
¿Vos me habéis querido a mí?
BEATRIZ:
Dentro del alma os llamaba
esposo, y os adoraba.
REY:
Creyera yo ser así
a no venir advertido
de que es mi conpetidor,
marquesa, un conde traidor
por vos a un rey preferido.
Mirad como haré caudal
del amor que me tenéis
interior, si posponéis
a un rey por un desleal;
que yo de nuevo agraviado
deslealmente por los dos,
si como confesáis vos,
de esposo nombre me han dado
pensamientos ya violentos,
pues a un traidor dan lugar,
bien podré en vos castigar
adúlteros pensamientos,
y en él la injuria que pide
quien dueño vuestro se llama
pues me ofende en reino y dama
don Álvaro de Ataíde.
BEATRIZ:
Señor...
REY:
ésta es la verdad.
A informaciones ya hechas
y probadas, no hay sospechas
que ofusquen su claridad.
Don Álvaro huyó a Castilla
con los demás desleales,
cuyas ambiciones reales
aspiraban a mi silla.
Correspóndese con vos,
y en la raya de Galicia,
Beatriz, vuestro estado, indicia
muchos cargos contra vos.
Para que de ellos quedéis
libre, y Portugal seguro,
hoy desposaros procuro.
Conde os doy. Si le perdéis...
BEATRIZ:
Que un amante celos pida,
con buena o mala ocasión,
por ser la mejor sazón
de amor, cosa es permitida;
pero un marido a su esposa,
en culpa no averiguada,
y menos que con la espada,
siempre fue acción afrentosa.
Sabiendo pues que le llama
esposo mi voluntad,
no hace vuestra majestad
bien en ofender su fama;
pues culpando mis intentos,
ya el ser mi esposo ha acetado,
cuando me atribuye airado
adúlteros pensamientos.
Y siendo así, mis cuidados
que en tan mal crédito están,
desde ahora llorarán
pensamientos mal casados;
que yo en fe de que tenía
dentro el alma un dueño rey,
por ser esposa de ley,
con tal presunción vivía,
que no a don Álvaro que es,
aun cuando fuera leal,
a mi altivez desigual
al príncipe portugués,
que es sucesor vuestro en fin,
juzgara, cuando me amase,
indigno de que aun besase
la suela de mi chapín.
Perdone este atrevimiento
vuestra majestad, señor;
que pierde el respeto amor
cuando está con sentimiento.
Yo tengo el alma empleada
en un rey, de quien mujer
se llama, y no puede ser
con dos a un tiempo casada.
Ponga en Cháves guarnición,
por ser de Galicia raya,
si es justo que de mí haya
tan poca satisfacción;
y excuse así sus combates,
dándome licencia a mí;
que dirá, si estoy aquí,
mi agravio mil disparates.
éntrase por el tapiz detrás del cual
están ocultos don ÁLVARO y CALDEIRA.
Va el REY adetener a la marquesa BEATRIZ
y tirando del tapiz, quedan
descubiertos los dos escondidos
REY:
Esperad. ¡Traidor! ¿Qué es esto?
CALDEIRA:
(Tramoya que salió mal.) (-Aparte-)
REY:
Matadme ese desleal.
ÁLVARO:
Bien ese nombre me ha puesto.
Si es el que tienes al lado,
falseador de firmas fieles,
que como mata en papeles,
y no viene acostumbrado
al acero en quien se suma
el valor no lisonjero.
Cobarde por el acero,
sólo es valiente por pluma.
Con ella sí que hará alarde
de hazañas que un rey premió;
pero con la espada no;
que el traidor siempre es cobarde.
EGAS:
Mi lealtad, que es conocida,
cual tu traición confirmada,
confirmará aquesta espada.
Echan mano los tres
ÁLVARO:
La color tienes perdida,
y ella quién eres declara;
que para que te convenza,
tuvo tu sangre vergüenza
de desmentirte en cara.
No es bien que mi acero afrente,
cuando en ti mancharse duda;
que el leal no le desnuda,
teniendo a su rey presente.
Para ti de aqueste modo
basta y sobra.
Dale un golpe con la espada envainada,
y vase
CALDEIRA:
(¡Oh, cómo pegas!) (-Aparte-)
Por esto, hermano Don Egas,
se dijo, "Con vaina y todo." Vase CALDEIRA
REY:
Seguidle, matadle. ¡Ah cielos!
Pero no le alcanzarán
cobardes, si no es que van
volando tras él mis celos. A don EGAS y otro CABALLERO
Quede en prisión la marquesa,
y en guarda suya los dos.
Vase el REY
BEATRIZ:
(Álvaro, si os libráis vos, (-Aparte-)
¿qué importa morir yo presa?)
Vanse todos. Salen CARRASCO y OTERO, encima de las peñas y mirando adentro
CARRASCO:
¡Aquí de la serranía!
¡Aquí a la hoya, ahao a la hoya!
OTERO:
Serranos, aquí fue Troya.
No quede lobo este día
CARRASCO:
¡Ah cuerpo de non de Dios!
Habíades de caer!
OTERO:
No hay son matar y comer.
CARRASCO:
Como burros son los dos.
OTERO:
Viva la gala, serranos,
del valle de Limia.
VOCES dentro
VOZ:
¡Viva!
Salen MARTÍN, BENITO, CORBATO y GILOTE, saliendo por el proscenio
CARRASCO:
¡Ah del valle!
BENITO:
¡Ah, de allá arriba!
OTERO:
¡A los llanos!
TODOS:
¡A los llanos!
MARTÍN:
¡Eso sí, gritar y dalle!
La voz tenéis de codicia.
CARRASCO:
Al paraíso de Galicia.
¡Serranos, al valle!
TODOS:
¡Al valle!
Bajan de las peñas CARRASCO y OTERO
GILOTE:
¡Famosa presa, Carrasco!
CARRASCO:
Cual de pies, cual de cogote,
cayeron lobos, Gilote,
que es contento.
OTERO:
Del peñasco
se despeñó un jabalín.
BENITO:
Salve y guarde.
OTERO:
Bien venido.
BENITO:
Catorce diz que han caído.
CARRASCO:
Llególes su San Martín.
BENITO:
Diez jabalis, seis venados,
tres zorras y tres garduñas.
GILOTE:
No les valieron las uñas.
BENITO:
Vengáronse los ganados.
OTERO:
¡Ojalá que en esta sierra
hiciéramos otro tanto
de los jodíos que el santo
rey de España destierra!
CARRASCO:
Si, Fernando e Isabel
rayos de jodíos son.
OTERO:
De la santa esquinación
huye esta canalla infiel,
y se nos acoge acá.
GILOTE:
De la inquisición diréis.
OTERO:
Sí, vos que leer sabéis,
acertaréis.
BENITO:
Gil sí hará.
OTERO:
Un comisón ha venido
en su busca .....
GILOTE:
Comisario
se llama.
OTERO:
Y un calendario
de los reyes ha traído,
que le nombran procesión...
GILOTE:
Provisión.
OTERO:
Para prendellos,
y andamos a caza de ellos,
Carrasco, que es bendición.
BENITO:
Disfrázanse entre nosotros,
que ni los conocerá
un zahoril.
OTERO:
Yo topé ya,
aunque se metan entre otros
una famosa invención
con que conocerlos luego.
GILOTE:
¿Y es?
OTERO:
A la nariz les llego
un pedazo de jamón;
y el que es cristiano echa el diente,
y el que no, las tripas echa.
CARRASCO:
¡Oh qué maldita cosecha!
¿Qué no cree en Dios esta gente!?
GILOTE:
No.
CARRASCO:
Yo en la romana igreja
creo.
BENITO:
Con ella me avengo.
OTERO:
Serranos, a eso me atengo;
que es, en fin, cristiana vieja.
BENITO:
Como tien Castilla guerra
con Portugal tanto há,
los fronterizos de acá
habitamos en la sierra.
Ni hay tiempo para prendellos.
GILOTE:
Todos, poquito a poquito
se mos van allá bonito.
OTERO:
Allá se lo hayan con ellos;
que acá haremos entre tanto
lo que nueso amo nos manda,
que es andar en su demanda.
MARTÍN:
Es buen cristiano.
GILOTE:
Es un santo.
OTERO:
¿Garci-Hernández? No hay viejo
desde Limia a Monterey
de mas virtú ni mas ley.
BENITO:
¿Y su hija?
CARRASCO:
ésa es espejo
de Galicia.
CORBATO:
Déle Dios
un marido del tamaño
de aquel nogal o el castaño
que tenéis a par de vos.
CARRASCO:
Hoy cumple años.
GILOTE:
Y hoy festeja
de su padre el alegría
a toda la serranía.
BENITO:
Viva un sigro, y nunca vieja.
OTERO:
Par Dios, que cuando la veo,
de manera me enberrincho,
que como rocín relincho.
CARRASCO:
¡Mas arre allá!
MARTÍN:
Yo babeo
siempre que la llego a habrar.
CARRASCO:
Todo un sol tiene en la cara.
OTERO:
A fe, si ella se pagara
de tirar, correr, luchar,
que ella huera presto mia.
BENITO:
Eso no, donde estoy yo.
OTERO:
¿Vos conmigo?
BENITO:
Yo, que só
gala de esta serranía.
OTERO:
¡Mas nonada!
BENITO:
Para vos.
OTERO:
Benito, callá, vos digo.
BENITO:
¿Pues lucharéis vos conmigo
OTERO:
Con vos y con otros dos.
BENITO:
¿Qué ha de ir?
OTERO:
Vaya una cabra.
BENITO:
Par Dios, vayan dos y aun tres.
OTERO:
Idas son.
BENITO:
Desnudaos pues.
GILOTE:
Teneos.
OTERO:
Nadie habre palabra,
porque un hombre con colera
derriba un toro, Gilote.
BENITO:
Quitaos el sayo y capote.
OTERO:
Ya le quitan.
CORBATO:
Ropa huera. Quítanae los sayos, y déjanselos a un lado
que todos seremos jueces.
CARRASCO:
Este soto es buen lugar.
OTERO:
Par Dios, que babéis de llevar
hoy un pan como unas nueces.
Luchando BENITO y OTERO van retirándose hasta salir del teatro siguiéndolos los otros serranos. Salen don ÁLVARO y CALDEIRA
ÁLVARO:
Caldeira, ésta es Galicia.
No vive en estas sierras la malicia
de envidias y traiciones,
de lisonjas, engaños y ambiciones.
Los que en mi busca vienen,
aquí jurisdicción ni ayuda tienen.
CALDEIRA:
Asperilla es la tierra.
ÁLVARO:
Es de Laroco esta empinada sierra,
y Limia este florido Valle,
que es guarnicióon de su vestido,
por fértil estimado;
el de Laza, que yace a estotro lado,
ameno se avecina
al val de Monterey, con quien confina.
Cinco leguas de Chaves
dista este monte.
CALDEIRA:
Bien la tierra sabes.
ÁLVARO:
Fue el conde gran mi amigo,
de Monterey, y discurrió conmigo,
cazando, varias veces
su aspereza, ya a costa de los peces
de sus aguas, que hay muchas
habitación de celebradas truchas;
ya en jabalíes cerdosos
ensayando venablos, y ya en osos.
CALDEIRA:
Si es tan tu amigo el conde,
vamos a Monterey.
ÁLVARO:
No corresponde
con la amistad pasada
la presente.
CALDEIRA:
¿Por qué?
ÁLVARO:
La guerra airada
lo descompuso todo.
Sirvió a su rey, y yo del mismo modo
leal sirviendo al mío.
Paró nuestra amistad en desafío.
En la infeliz batalla
de Toro, que si quiere celebralla,
como es razón, Castilla
puede con mil ventajas preferilla
a la de Aljubarrota,
quedamos enemigos.
CALDEIRA:
Pues acota
rancho en que descansemos;
que cinco leguas caminado habemos
a pata, huyendo espías,
y a Bercebú se dan las tripas mías.
ÁLVARO:
Si aquestos montañeses
alcanzan a saber que portugueses
somos los dos, no estamos
seguros de sus manos.
CALDEIRA:
Pues, huyamos.
ÁLVARO:
¿Dónde? Hasta ver si es cierto
que la marquesa mi esperanza ha muerto
y al rey don Juan adora,
como dijo...
CALDEIRA:
Por Dios, que estás ahora
con linda sorna. Acaba.
ÁLVARO:
¿No dijo al rey la ingrata que le amaba,
gozando sus cuidados
pensamientos de amor, con él casados?
CALDEIRA:
No sé, por Dios; yo vengo
con más hambre que amor, y te prevengo
que socorras desmayos.
Reparando en la ropa de OTERO y BENITO
Dos capotes son éstos y dos sayos.
ÁLVARO:
Espera; que con ellos
temores excusamos.
CALDEIRA:
Si a traellos
te aplicas, con su traje
no dice mal el portugués lenguaje
pues se distingue poco
de la lengua gallega.
ÁLVARO:
De Laroco
las sierras, que son éstas,
entre antiparas pobres, mal compuestas,
habitaré entre tanto
que salgo del celoso y ciego encanto
en que el Amor me puso.
De aquí a mi ingrata avisaré confuso,
Disfrázate tú y todo.
CALDEIRA:
Entre aquellos castaños me acomodo;
que si su dueño sale
por su ropa, querrá lo que no vale.
ÁLVARO:
¿Por qué se habrán dejado
los vestidos aquí?
CALDEIRA:
Si se han picado
con el calor molesto,
querrán echar al agua todo el resto.
ÁLVARO:
Aquí el Tamaga baña
apacible los pies de esta montaña.
No dices mal.
CALDEIRA:
Addío.
Esconderé en aquel lugar sombrío
los trajes cortesanos,
porque pasemos plaza de villanos.
ÁLVARO:
Caldeira, vuelvo luego.
CALDEIRA:
Par Dios, que de esta vez quedas gallego. Vase CALDEIRA
ÁLVARO:
Cansancios pesadumbres
alientan la fuerza al sueño.
Entre tanto que risueño
guarnece el sol estas cumbres,
quiero dar pruebas a enojos,
y desmentir mis cuidados;
que si atormentan soñados,
no es a costa de los ojos.
échase a dormir. Salen arriba, por las peñas, DOMINGA y MARI-HERNÁNDEZ con vestido y tocado a lo gallego
MARÍA:
Hoy, Dominga, que cumpro años,
padre os quiere festejar.
DOMINGA:
Tantos llegues a contar,
como hojas estos castaños;
al sol te saquen tus nietos
en una espuerta.
MARÍA:
¡Merá!
¿Y qué he de her con tanta edá,
si enfadar a los discretos?
DOMINGA:
Deseo que a sigros llegues.
MARÍA:
¿Hay más aborrible cosa,
que una vieja que fué hermosa,
La cara llena de pliegues,
y aojando con la vista?
Dominga, morir me agrada
moza, y de todos llorada,
mejor que vieja y mal quista.
DOMINGA:
Discreta eres hasta en eso.
Baja con tiento; no cayas.
MARÍA:
Mientras que del valle trayas
juncia, retama y cantueso,
para enramar el portal
donde la cena ha de ser,
claveles quiero coger,
con madreselva.
DOMINGA:
¿Y qué tal
la hallarás por de la fuente
del olmo?
MARÍA:
Por ella bajo.
DOMINGA:
Yo, echando por este atajo,
vó a ver si vuelve la gente
que hue a traernos despojos
de lobos, pues que los has
convidado.
MARÍA:
¿Y dó podrás
hallarlos?
DOMINGA:
Hacia los tojos.
Vase DOMINGA, y salta MARI-HERNÁNDEZ de las peñas abajo. Don ÁLVARO queda dormido
MARÍA:
Ya yo la cuesta he bajado.
Carcajadas da de risa
la huente que bulle aprisa.
¡San Gil! ¿qué hombre está aqui echado?
Desde la cintura arriba
es pastor, y lo que queda,
está vestido de seda.
A sabor duerme. ¡Y que viva
un hombre, y parezca muerto
no tenéis vos mucho amor,
pues dormís tan a sabor,
ni os penan deudas despierto.
éste será algún jodío
de los que andan a prender,
porque no quieren comer
tocino. ¡Qué desvarío!
Yo quiero dar hoy venganzas
a la igreja y sus enuestos;
que quien mata alguno de estos
diz que gana perdonanzas.
Esta media lancha tomo.
Toma una piedra y súbese en una peña bajo la cual está echado Don ÁLVARO
Y desde aqueste repecho,
a dos manos se la echo
sobre la cabeza a plomo;
y de un golpe, si no yerro,
a nuestra ley doy socorro,
y a nuestro jodío ahorro
de dolor, cura y entierro.
Allá va. Manos, teneos;
que en tan buena catadura
no puede haber judaizura;
que los jodíos son feos.
¡Válgate Dios por dormido!
¿Qué has hecho en mi corazón?
En mi vida vi garzón
más apuesto y más garrido.
En sueños me ha quillotrado
el pecho. ¡Ay sosiego mío!
Sotil ladron sois, jodío,
pues ell alma me heis robado.
Mas ¿para qué llamo robo
lo que yo le di primero
de grado? Llamarle quiero. A voces
¡Guarda el lobo! ¡Guarda el lobo!
Despertando alborotado don ÁLVARO
ÁLVARO:
Lobos ¿qué mal me han de hacer,
si soy portugués?
MARÍA:
Tente, hombre;
que me ha espantado ese nombre. Coge una piedra
ÁLVARO:
¡Qué es de los lobos, mujer?
MARÍA:
Téngase allá.
ÁLVARO:
Una cordera
he visto en vez de los lobos.
MARÍA:
Así engañan a los bobos.
ÁLVARO:
¡Ay cielos!
MARÍA:
Téngase ahuera.
ÁLVARO:
¡Qué peregrina hermosura!
MARÍA:
A fe que dormís de espacio.
ÁLVARO:
A ser la sierra el palacio,
donde no hay quietud segura,
con menos gusto durmiera.
MARÍA:
¿Tiene enemigos allá?
ÁLVARO:
Nadie sin ellos está.
MARÍA:
¿Y duerme de esa manera?
ÁLVARO:
En esta montaña yerma,
¿qué temor no se asegura?
MARÍA:
Pues acá nos dice el cura,
que quien los tiene, no duerma.
ÁLVARO:
Sentencia de sabio es ésa.
MARÍA:
Yo de un golpe, a no llamarle
con la muerte pude darle
la losa para la huesa.
ÁLVARO:
¿Pues heos ofendido yo?
MARÍA:
Si es jodío, claro está.
ÁLVARO:
Fijodalgo soy.
MARÍA:
¿Verdá
que no es judaicero?
ÁLVARO:
No.
MARÍA:
¿Cree en la igreja romana
ÁLVARO:
Su culto obedezco santo.
MARÍA:
Pues si es ansí, suelto el canto Arrójale
ÁLVARO:
(¿Hay mas donosa serrana?) (-Aparte-)
MARÍA:
Hombre parece de bien.
Ya le voy perdiendo el miedo.
¿Sabe el credo?
ÁLVARO:
Bien sé el credo
MARÍA:
Y el padre nueso?
ÁLVARO:
También.
MARÍA:
¿Y persinarse?
ÁLVARO:
¿Pues no?
MARÍA:
A ver, veamos.
ÁLVARO:
(Qué extraña (-Aparte-)
sencillez!)
MARÍA:
¡Mas que me engaña!
ÁLVARO:
Mi sangre no permitió
ningun error tu herejía,
porque es limpia, ilustre y clara.
MARÍA:
Ansí lo dice su cara;
mas yo, miéntras él dormía,
por matar un renegado,
tomé la lancha que enseño;
que para matar, el sueño
ya se tien lo mas andado.
ÁLVARO:
¿No bastaban vuestros ojos?
MARÍA:
(Barbinegro es el garzón,
y fidalgo; que acá son
los jodíos barbirojos.
ÁLVARO:
¿Vos quisistes darme muerte?
MARÍA:
A ser jodio, si hiciera.
ÁLVARO:
Pues si gustáis que yo muera,
no os arméis de aquesa suerte.
En los ojos tenéis flechas,
que los corazones pasan.
Palabras decís que abrasan
de amores y de sospechas.
¿Para qué venís cargada
de piedras, si me mató
el veros?
MARÍA:
Por sí o por no
no era mala una pedrada.
ÁLVARO:
Vos dais muerte; ese sol ciega
el alma, a quien vida dais
matando. ¿Cómo os llamáis?
MARÍA:
Mari-Hernández, la gallega.
ÁLVARO:
Bien haya aquesta aspereza,
que os puede ver cada día.
Este arroyo y fuete fría
cristal de vuestra belleza;
las aves que os lisonjean,
el prado que os rinde flores,
el pastor que os dice amores,
las almas que en vos se emplean,
el luto que en vos se hechiza,
la libertad presa en vos,
y yo que os he visto...
MARÍA:
¡Ay Dios!
¡Qué bien que lo sermoniza!
(Ya no quedo de provecho. (-Aparte-)
Después que vi este garzón
saltos me da el corazón;
cosquillas tengo en el pecho.
¡Válgame Dios! ¿Qué será
lo que siento?)
ÁLVARO:
En esta mano Tómasela y la besa
pierdo el seso, el gusto gano.
MARÍA:
El diabro le trujo acá.
Pues ¿bésala?
ÁLVARO:
Si me quemo,
¿qué he de hacer por sosegar?
MARÍA:
¿No hay son llegar y besar?
Paso. Dochovos a o demo.
¿Es mi mano la del cura?
ÁLVARO:
Sí, pues cura es de mi mal.
¿Tiene tal vez el cristal,
ni la nieve tal blancura?
Cortesanos artificios,
cuyas manos blancas son
mártires del jabón,
o del sebo sacrificios,
aprended en la belleza
que aquí el descuido reparte,
la ventaja que hace al arte
la pura naturaleza.
Dime, ¿con qué se repara
la pura luz que me das?
MARÍA:
Lleve el dimuño lo más
que una poca de agua clara.
Mas ¿dó vais vos por aquí,
de esa manera perdído?
ÁLVARO:
A ver mi muerte he venido.
MARÍA:
¿Buscáis a quien servir?
ÁLVARO:
Sí.
MARÍA:
¿Sabréis ser carbón?
ÁLVARO:
Si el fuego,
serrana, ese oficio enseña,
abrasado estoy.
MARÍA:
De leña
digo.
ÁLVARO:
Cuando a vos me llego,
leña soy. ¡Ay, manos mias!
Vosotras ¿no me encendéis?
MARÍA:
¡Ah hi de pucha! ¡Qué sabéis
de chanzas y roncerías!
¿Queréis servir a mi padre?
ÁLVARO:
Y daros el alma a vos.
MARÍA:
No hay mandones si los dos;
que ya se murió mi madre.
¿Cuánto ganáis de soldada?
ÁLVARO:
De soldada gano un sol
que adoro, en cuyo arrebol
está mi alma a soldada;
mas ¿qué ganará un perdido
que por vos sin seso está?
MARÍA:
Al que más, le dan acá
seis ducados y un vestido.
Si queréis, vamos a casa
que yo con mi padre haré
que os reciba.
ÁLVARO:
No podré,
María, con tanta tasa
vivir, si algo no añadís.
MARÍA:
¿Y será?
ÁLVARO:
Serrana mía,
una mano cada día.
MARÍA:
¡Mas matarla!
ÁLVARO:
¿Qué decís?
MARÍA:
Que mi padre os la dará.
ÁLVARO:
No ha de ser, serrana bella,
sino ésta. Tomándosela
MARÍA:
¿Y qué heis de her con ella?
ÁLVARO:
Besarla.
MARÍA:
¿Pues dónde habrá
manos para cada día?
ÁLVARO:
Dos que remudar tenéis.
MARÍA:
Caro servís.
ÁLVARO:
¿Qué queréis?
MARÍA:
Soltad.
ÁLVARO:
¡Ay gallega mía!
(Beatriz, si de mis desvelos (-Aparte-)
fuiste causa y te has mudado,
ya en estas sierras he hallado
contrayerba de tus celos.)
MARÍA:
Ya sois de casa.
ÁLVARO:
Soy vuestro.
MARÍA:
Hablemos a padre.
ÁLVARO:
Vamos.
MARÍA:
(Alma, en que entender llevamos. (-Aparte-)
ÁLVARO:
(Amor, sed vos mi maestro. (-Aparte-)
Enseñadme a hacer carbon.