Dirigida a Francisco Pacheco, pintor insigne
Nació v[uestra] m[erced] con ingenio sin invidia, parécenle bien los ajenos, celebra los que saben, honra los que supieron, y solicita no solo hacer inmortal la memoria de sus escritos, sino también las efigies de sus rostros con sus retratos. Años ha que en su famoso libro puso v[uestra] m[erced] el mío, como suele naturaleza el lunar en las hermosas, para que mi ignorancia hiciese lucir la fama de tantos doctos. No he podido pagar aquella memoria como debo, porque en mi Jerusalén fui breve cuando dije:
Si fueran tus pinceles esta pluma,
y de tu pluma estos pinceles fueran,
escribiera o pintara parte o suma
de las muchas que en ti se consideran;
tu misma perspectiva las resuma,
tu pluma y tus pinceles las refieran.
¡O, gran Pacheco!, en quien sin vicio vemos
pluma y pincel de tu virtud estremos.
Y aunque en la dirección desta fábula pudiera dilatarme, tiene v[uestra] m[erced] en la pintura y poesía tan merecidas alabanzas, que todo elogio excediera, no solo precisos términos de carta, pero del mayor libro. Préciese la gran patria de v[uestra] m[erced], Sevilla, de un hijo tan célebre y por quien aquelas felicísimas edades están presentes -fol. 56r- y los que no hubieren conocido al divino Herrera, a los dos Franciscos: Medina, y Pacheco, Figueroa, Cetina y otros iguales (si iguales tienen), todos muertos y todos vivos, pues por su pluma y pincel no los podrá acabar la condición del tiempo, viéndolos en su libro, le den gracias y apliquen a sus fisionomías sus ingenios. Al de v[uestra] m[erced], rico de cuanto es bueno, útil y deleitable, ofrezco la comedia cuyo título es La Gallarda Toledana, que hubiera merecido más propiamente, si ese pincel la retratara y no mi ruda pluma, pero sirva de señal de amor, afecto de mi deseo y rendimiento de mi obligación. Dios guarde a v[uestra] m[erced].
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