La gallarda toledanaLa gallarda toledanaFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
Salen DON DIEGO Dávalos y MENDOZA .
MENDOZA:
¿Que has andado en esos pasos?
DON DIEGO:
Después que a Toledo has ido,
Mendoza, me han sucedido
todos estos varios casos.
MENDOZA:
¿Y que al toledano tienes
en casa?
DON DIEGO:
Trájele aquí
por regalarle.
MENDOZA:
¡Ay de mí!
DON DIEGO:
Triste de Toledo vienes,
¿qué nuevas hay por allá?
¿De mí no se trata nada?
MENDOZA:
Ya está la novia olvidada.
DON DIEGO:
¡Jesús! ¿Olvidada está?
MENDOZA:
(Aparte MENDOZA .)
Estalo de tal manera
que no sé della, por Dios,
porque quedamos los dos
de concierto en la ribera
que solo en Madrid entrase.
Hablé a don Diego y volví
pero ya ni estaba allí
ni sé que más me esperase.
Que a Montalvo solo hallé
con este mismo cuidado
y ansí habiendo imaginado
que arrepentida se fue
dimos la vuelta a Toledo,
donde jamás pareció
y ansí vuelvo solo yo
lleno de congoja y miedo,
donde no hallándola aquí,
pienso que desesperada
hizo más larga jornada.
DON DIEGO:
¿Qué estás hablando entre ti?
MENDOZA:
Pensando, señor, estoy
quién sea ese toledano.
DON DIEGO:
Tan galán, que a Feliciano
con él pesadumbre doy
porque le he dado licencia
para que a Bernarda hablase,
aunque me pesa que pase
de justa correspondencia.
MENDOZA:
¿Pues qué ha hecho?
DON DIEGO:
He sospechado
que le va queriendo bien,
y aunque con ella también
su casamiento he tratado,
era porque imaginé
no lo había de sentir,
y heme pensado morir
después que lo concerté.
Que mi ánimo es partirme
a Toledo, a ver mi esposa,
ansí por ser justa cosa,
como por verla tan firme.
Pero los celos han hecho
tan nuevos lazos en mí,
que cuando salga de aquí
será sin alma en el pecho.
MENDOZA:
(Aparte dice)
Esforzar es justa cosa
este amor, pues la desmaya,
porque a Toledo no vaya
donde ya no está su esposa.
Afligido estoy, por Dios,
a buen tiempo iré a Toledo.
Si a doña Ana halla no puedo
concertar, quiero a los dos,
y quiéranse enhorabuena,
porque no se eche de ver
la falta desta mujer
a quien ha muerto la pena.
Porque allá con tanta están,
que han aumentado las mías.
(Sale LEONARDO , hermano de BERNARDA .)
LEONARDO:
Daremos los buenos días,
don Diego, al señor don Juan.
DON DIEGO:
Como fuéredes servido.
LEONARDO:
¿Es Mendoza?
MENDOZA:
Sí, señor.
DON DIEGO:
Es mi correo mayor.
LEONARDO:
Seas, Mendoza, bienvenido;
no paras, nunca estás quedo.
MENDOZA:
Soy medio entre dos amantes,
que no hay lunas semejantes.
LEONARDO:
¿Dónde has estado?
MENDOZA:
En Toledo.
LEONARDO:
¿Y cómo queda la esposa
del señor don Diego?
MENDOZA:
Buena,
porque está con menos pena
de su ausencia.
LEONARDO:
Justa cosa
merece mayor olvido.
MENDOZA:
Que no lo será sospecho
y que está medio deshecho
me dijo anteayer Leonido
y mi señora doña Ana
en un monasterio.
DON DIEGO:
Haremos
que ablande tantos estremos
escribiéndole mañana
y el día que allá me vea
del monasterio saldrá.
MENDOZA:
Señor, enojada está;
pienso que imposible sea.
DON DIEGO:
Como esto un marido acaba,
presto nos habremos de ir.
LEONARDO:
Don Juan se sale a vestir.
DON DIEGO:
Ya lo estad, pues que se lava.
(DOÑA ANA , con una ropa de levantar y una montera, una valona de hombre, los puños alzados, ROSELA , echándole agua con una fuente y LARA , con toalla.)
LEONARDO:
Buenos días, caballeros.
DOÑA ANA:
Con tal visita serán
muy buenos.
MENDOZA:
Este es don Juan.
DOÑA ANA:
¿Dónde bueno?
LEONARDO:
Solo a veros.
MENDOZA:
¡Cielos!, ¿que doña Ana está
en su casa de don Diego?
Loco estuve; estuve ciego
cuando la buscaba allá.
¡Lo que sabe esta mujer!
DOÑA ANA:
Muestra, Lara, esa toalla.
(Échale la toalla.)
MENDOZA:
¿Podré hablalla? Quiero hablalla,
que ella sabrá responder,
que mujer tan entendida
no se turbará de verme.
LEONARDO:
¿Duérmese bien?
DOÑA ANA:
Bien se duerme.
ROSELA:
¡Qué manos! Estoy perdida.
¡Qué cara! Ya no me espanto
que mi ama pierda el seso.
MENDOZA:
¿Hay tan estraño suceso?
¿Cómo me olvidaba tanto,
señor don Juan?
DOÑA ANA:
¿Es Mendoza?
LEONARDO:
¿Conoceisle?
DOÑA ANA:
Es grande amigo;
estuvo un tiempo conmigo.
MENDOZA:
Lo que mi alma se goza
con vós no lo digo aquí,
que a su tiempo lo diré. (Vase poniendo los puños y los botones poco a poco DOÑA ANA , y prosigue MENDOZA .)
¿Dónde vais?
DOÑA ANA:
Yo no lo sé,
para la Corte salí
y de aquestos caballeros
he sido tan regalado
que a servillos me he quedado.
MENDOZA:
¡Cuánto me alegro de veros!;
por el hábito miraba.
DOÑA ANA:
Allá lo pienso poner.
LEONARDO:
¿Qué más pruebas hay que hacer?
MENDOZA:
¿Es Santiago o Calatrava?
DOÑA ANA:
A Calatrava escogí.
MENDOZA:
Bueno queda vuestro tío.
DOÑA ANA:
¿Vístele?
MENDOZA:
Es gran señor mío.
DOÑA ANA:
¿Qué haces, Mendoza, aquí?
MENDOZA:
El señor don Diego trata
casarse en Toledo.
DOÑA ANA:
¿Bien?
MENDOZA:
Y sirvo yo allá también,
que propiamente retrata. (Aparte.)
Un caballero discreto
o mujer de gran valor.
DOÑA ANA:
Sirves al hombre mejor
de España.
MENDOZA:
Yo os lo prometo,
¿agrádaos su talle y trato?
DOÑA ANA:
¡Ay, Mendoza!, estoy perdida,
no he visto en toda mi vida
tal hombre, pero es ingrato;
tomad esta ropa allá. (Da la ropa.)
Dame, Lara, un herreruelo,
capa y sombrero.
LEONARDO:
En un vuelo.
Rosela.
ROSELA:
Voy.
LARA:
¿Aquí está?
LEONARDO:
¿Dónde quieres ir?
DOÑA ANA:
Iré. (Toma espada y herreruelo.)
A misa a la Concepción.
LEONARDO:
Sabed si hay en la Pasión
misa.
DOÑA ANA:
Por allí entraré;
veámonos, seó Mendoza.
(Vase DOÑA ANA quitándose todos el sombrero.)
MENDOZA:
¿Siempre os tengo de servir?
LEONARDO:
Lara, con él puedes ir.
DON DIEGO:
Gentil mozo.
MENDOZA:
[Aparte.]
Hermosa moza,
no estoy en mí de contento.
LEONARDO:
Di, Mendoza ¿tú has servido
a este don Juan?
MENDOZA:
Suyo he sido
y haberle dejado siento;
su madre me despidió
por cierta dueña de casa.
LEONARDO:
¿Tiene alguna renta?
MENDOZA:
Pasa
de cuatro mil, pienso yo.
Y tiene bien que heredar.
LEONARDO:
Mucho emprendemos, don Diego.
DON DIEGO:
Dejalde que esté bien ciego,
que él mismo os ha de rogar.
LEONARDO:
Yo tengo fuera que hacer.
DON DIEGO:
Y yo tengo que escribir,
aunque con vós quiero ir.
LEONARDO:
No, que luego he de volver.
(Vanse LEONARDO y DON DIEGO solos.)
MENDOZA:
¿Cómo estamos de la cuenta,
Rosela, del otro día?
¿Podré pensar que eres mía?
ROSELA:
Mucho pierde quien se ausenta.
MENDOZA:
¿Cómo ansí, pesia a mi abuelo,
esto tenemos ahora?
ROSELA:
¿Mudándose mi señora
también yo me mudo?
MENDOZA:
Apelo.
ROSELA:
No hay qué tratar, ya no hay cosa
como la dejaste en casa.
MENDOZA:
En ausencia que no pasa.
ROSELA:
Es la mudanza forzosa.
MENDOZA:
Desde que vi, lo temía;
la Luna con arrebol.
ROSELA:
¿Por qué piensas tú que el Sol
viene al mundo cada día?
MENDOZA:
¿Por qué?
ROSELA:
Porque su presencia
ausenta dos mil ñublados
ladrones y enamorados
que se atrevan en su ausencia.
MENDOZA:
¿Qué hay de Bernarda?
ROSELA:
Que adora
al toledano don Juan.
MENDOZA:
Tiene razón, que es galán.
ROSELA:
A cuanto mira enamora,
¡ay de mí!
MENDOZA:
¿Suspiras?
ROSELA:
Sí.
MENDOZA:
¿Qué tienes?
ROSELA:
El mismo mal.
MENDOZA:
¿Pues quiéresle?
ROSELA:
Estoy mortal.
MENDOZA:
¿Y él a quién se rinde?
ROSELA:
A mí.
MENDOZA:
¿Ha te lo dicho?
ROSELA:
Mil veces
que le descalzo y desnudo.
MENDOZA:
¿No te ha gozado?
ROSELA:
Bien pudo.
MENDOZA:
Qué hermosos tres almueces;
si hubiera con qué moler,
jugaran las tres aquí,
cada una para sí,
que juntas no puede ser.
En fin, ¿tú me has olvidado?
ROSELA:
No es disculpa suficiente
este ángel.
MENDOZA:
Estar yo ausente
mayor disculpa te ha dado.
En mi vida me enojé
porque ausente me olvidasen,
que como dos horas pasen
bastante disculpa fue.
Pero pésame que alabes
ese medio hombre.
ROSELA:
¿Medio hombre?
MENDOZA:
Y aun le sobra el medio nombre.
ROSELA:
Poco de sus cosas sabes;
es valiente como un Cid.
MENDOZA:
Aquel niño, aquel enano...
ROSELA:
Bueno es eso, es toledano
y trasplantado en Madrid.
MENDOZA:
Bravamente comes pollos,
reniego de mí.
ROSELA:
¡Detente!
MENDOZA:
¿Valiente aquel?
ROSELA:
Muy valiente.
MENDOZA:
Quedito molde de tollos.
ROSELA:
Estampa de majaderos,
yo puedo hablar.
MENDOZA:
Yo matalla.
ROSELA:
¿Celitos?
MENDOZA:
( [Aparte.]
Quiero engañalla.
Óyete, lechón sin cueros.
ROSELA:
Óyete, cuero sin lío.
MENDOZA:
Pues, señora pesebrera,
conmigo se estrella afuera.
ROSELA:
No haya más, Mendoza mío,
que soy tuya.
MENDOZA:
¿El toledano vive?
ROSELA:
No.
MENDOZA:
¿Pues quién?
ROSELA:
Tú.
MENDOZA:
Toca.
ROSELA:
Camina y calla la boca.
MENDOZA:
¡Qué blanda tienes la mano!
(Vanse.)
(Sale FELICIANO , DOÑA ANA y LARA .)
FELICIANO:
Sabiendo que aquí vivís
os espero para hablaros.
DOÑA ANA:
Y yo he deseado hallaros
para ver lo que sentís
de aquel pasado disgusto.
FELICIANO:
Lejos voy de enemistad
y dais a mi voluntad,
señor don Juan, premio injusto.
Creed que soy vuestro amigo.
DOÑA ANA:
Si lo supiera no hablara
desta suerte, antes me holgara,
que tratárades conmigo
de cosas que os cuestan tanto.
FELICIANO:
Cuéstanme el alma y la vida;
hoy mi esperanza perdida
a vuestros rayos levanto.
Quiéroos decir lo que pasa,
aunque abreviando de estremos
si es que estar solos podemos.
DOÑA ANA:
¿Lara?
LARA:
Señor.
DOÑA ANA:
Vete a casa. (Vase LARA .)
Por aqueste cimenterio
nos podemos pasear.
FELICIANO:
Su Cruz os puedo jurar
que ha sido hallarnos misterio,
pues de no haberos hallado,
que acabara con don Diego.
DOÑA ANA:
Soy su amigo, habladme os ruego
en sus negocios templado,
porque es ofenderme.
FELICIANO:
Oíd,
que yo os responderé luego.
DOÑA ANA:
Ya escucho.
FELICIANO:
Cuando don Diego
Dávalos vino a Madrid,
había más de dos años
que yo a Leonarda servía
y aunque della no tenía
favores, tenía engaños.
Y engaños tan bién fundados,
que estuvo a pique de ser
muchas veces mi mujer,
bien lo saben sus crïados.
Si en aquesta posesión
pudo poner tu esperanza,
no es cosa que agravio alcanza
al bien de mi pretensión.
Pero si él iba a casarse
con tanto gusto y contento,
quitarme mi casamiento,
¿con qué puede disculparse?
Demás que por Dios del cielo
que me dicen que doña Ana
es un sol en cifra humana
y un ángel en mortal velo.
¿Qué quiere este hombre casado?
Si la firma al hombre obliga,
que es grande para su amiga
Bernarda y yo soy honrado.
FELICIANO:
Y si palabra me dio
en el campo, no ha cumplido
la fe que me ha prometido,
pues a su casa os llevó,
donde me dicen que andáis
della tan enamorado
que estáis ya medio casado
o que casaros tratáis.
Declaradme esos enredos,
que somos muchos maridos
y de tantos escogidos
han de nacer muchos miedos.
Por Dios que pues sois, don Juan,
caballero tan honrado,
tan a vós mismo obligado,
cuanto los nobles lo están,
volváis por mi honor aquí
poniendo en esto remedio,
que a no estar vós de por medio
nunca lo tratara ansí.
DOÑA ANA:
Que yo disculpe a don Diego
no es cosa puesta en razón
ni que en tanta confusión
quiera añadir leña al fuego.
Conozco que está culpado
y que no ha cumplido bien
con su nobleza y con quien
le tiene tan obligado.
Que la señora doña Ana
es mi deuda y mereciera
que con su merced tuviera
correspondencia más llana.
Que ha sido muy grande afrenta
suya y nuestra haber dejado
casamiento tan honrado
por la variedad que intenta.
Y así digo que desde hoy
seré muy de vuestra parte
porque deste honor se aparte
de quien ofendido estoy.
Que cuando le defendí
en el campo no sabía
quién era y la ofensa mía.
FELICIANO:
¿Pues qué es lo que haréis por mí?
DOÑA ANA:
Más de lo que vós pensáis.
FELICIANO:
¿Cómo?
DOÑA ANA:
¿A Bernarda queréis?
FELICIANO:
Tanto como conocéis
de lo que en ella miráis.
Porque sola su hermosura
pudiera igualar mi amor.
DOÑA ANA:
Sufriréis cierto favor
que hacerme agora procura
si resulta en vuestro bien.
FELICIANO:
Si como no pierda honor.
DOÑA ANA:
Celoso de vuestro amor
quiere estorbar que os la den
Don Diego con un enredo
y concierta con Leonardo
pintándome muy gallardo
y lo mejor de Toledo.
Que me la dé por mujer,
el codicioso de hacienda,
ha querido que ella entienda
que puede venirlo a ser.
Ella pensando que ya
está acabado conmigo,
a todo cuanto le digo
tanto crédito me da,
que esta noche ha de venir
a mi aposento en secreto.
FELICIANO:
¡Ay de mí!
DOÑA ANA:
Si sois discreto
con vós habrá de salir.
FELICIANO:
¿De qué suerte?
DOÑA ANA:
En viendo acaso
salir a los dos amigos
que tenéis por enemigos
habéis de alargar el paso
y entraros en mi aposento,
donde yo os esconderé.
FELICIANO:
¿Fiaré de vós?
DOÑA ANA:
Soy en fe
lo que en luz el firmamento.
Poneos en frente de casa
y entraos porque allí os espero.
FELICIANO:
Sois noble, sois caballero.
DOÑA ANA:
Diferente amor me abrasa
que el de Bernarda.
FELICIANO:
Eso creo
y que veis mis desatinos.
DOÑA ANA:
Porque de varios caminos
voy al fin de mi deseo.
(Entra DON DIEGO y BERNARDA .)
BERNARDA:
¿Vós no lo habéis concertado
que me ponéis culpa a mí?
DON DIEGO:
De Feliciano creí
que era caballero honrado
y que verdad me decía
y viéndole vuestro dueño
hice despertar del sueño
la loca esperanza mía.
Y para vengarme dél,
el bien le quise quitar
y ansí os intenté casar.
BERNARDA:
Los ojos he puesto en él
como en quien es mi marido,
y bien nos está, por Dios,
el casamiento a los dos,
que no lo impidáis os pido.
Porque ansí vós cumpliréis
vuestra palabra en Toledo
y yo con mi gusto quedo
y la merced que me hacéis.
DON DIEGO:
¿Que esto he venido a escuchar?
BERNARDA:
Si vós tuvistes la culpa
y ella misma es mi disculpa,
¿cómo me podéis culpar?
No hay burlas donde hay amor
que la voluntad se pasa
como ajedrez de una casa,
siempre a otra casa mejor.
DON DIEGO:
Es mejor casa don Juan.
BERNARDA:
Por mi fe, que es un arfil
como en labrado marfil.
(Entra DOÑA ANA .)
DOÑA ANA:
A solas hablando están.
Y aunque escucharlos quisiera
los celos no lo permiten,
las ocasiones se quiten,
que amando es necio el que espera.
¡Oh, mi señora! ¡Oh, don Diego!
DON DIEGO:
¿Señor don Juan?
BERNARDA:
Mi señor.
DON DIEGO:
Muero de celos.
BERNARDA:
De amor muero.
DOÑA ANA:
¡En tanto mar me anego!
¿De qué se trata?
DON DIEGO:
Esforzaba
mi esperanza y derribola
sola una palabra.
DOÑA ANA:
¿Sola?
DON DIEGO:
¿Y no bastaba?
DOÑA ANA:
Sobraba.
¿Pero qué palabra fue?
DON DIEGO:
Decirme que os quiere a vós.
DOÑA ANA:
Atrevida fue, por Dios.
BERNARDA:
Es atrevida la fe.
DOÑA ANA:
Favoreced a don Diego.
BERNARDA:
¿Vós me lo rogáis?
DOÑA ANA:
Yo hago
sus partes, que ansí le pago
lo que le debo.
BERNARDA:
Eso niego.
DOÑA ANA:
Si él ha rogado por mí,
con qué le puedo pagar.
BERNARDA:
Mucho me quiero agraviar
de que lo digáis ansí.
Fuera de que ya en Toledo
le está aguardando su esposa,
pues a quien ya se desposa,
¿qué esperanza darle puedo?
DOÑA ANA:
Tenéis en eso razón,
pero si él por vós la deja...
BERNARDA:
Tendré yo la misma queja
mañana en otra ocasión.
DON DIEGO:
Si a doña Ana vi en mi vida,
ni a doña Ana tuve amor,
jamás alcancé favor,
Bernarda, en cosa que os pida.
Si desde el punto que os vi
de doña Ana me acordé,
como yo pago su fe,
ansí me paguéis a mí.
Si doña Ana ha merecido
una carta de mi mano,
que el indigno Feliciano
venga a ser vuestro marido.
Que pensáis vós que es doña Ana
un demonio para mí,
que cuando león nací,
nació para mí cuartana.
Dé lugar, don Juan, que yo
por Toledo os aseguro.
DOÑA ANA:
Y yo por Toledo os juro
que cuanto aquí dice oyó
y que sabe su intención,
como yo que aquí le escucho.
BERNARDA:
Mucho es su amor.
DOÑA ANA:
Pues si es mucho,
que le paguéis es razón.
BERNARDA:
¿Qué me mandáis vós que haga?
DOÑA ANA:
[Aparte.]
¡Ay triste, que se enternece!
BERNARDA:
La que a vós bien os parece,
bien es que me satisfaga.
Quiero picarle por ver
si habla de veras o no.
DOÑA ANA:
Lengua que tan mal habló
mereciera enmudecer.
BERNARDA:
¿No decís qué haré por él?
DOÑA ANA:
No tiene la voluntad
ley, ni el gusto calidad.
Bien se emplea todo en él.
BERNARDA:
¿Queréis que le dé una mano?
DOÑA ANA:
¿Qué hice, triste de mí?
DON DIEGO:
Don Juan lo siente.
BERNARDA:
Eso sí.
DON DIEGO:
Vós, don Juan, terciáis en vano,
porque en los ojos se os ve,
que os pesa deste favor.
DOÑA ANA:
Es celo de vuestro amor
y es agravio de mi fe.
Digo otra vez que si gusta
de abrazaros, se lo ruego.
BERNARDA:
¿Que le abrace? Pues yo llego.
(Pónese en medio.)
DOÑA ANA:
¡Ah, falsa! ¡Ah, traidora! ¡Ah, injusta!
Mi sospecha queda cierta,
que habiéndote conocido,
ni pueda ser tu marido
como tu hermano concierta.
Ni será el mundo bastante
si Dios no me vuelve a hacer,
bien digo, que soy mujer.
BERNARDA:
¡Ah, falso traidor amante!,
solo probarse quería,
en tu vida te he de hablar.
(Vase.)
DON DIEGO:
Detenla.
DOÑA ANA:
Déjala entrar.
DON DIEGO:
Espera, Bernarda mía.
DOÑA ANA:
Tente, no vayas tras ella,
que tengo que hablar contigo.
DON DIEGO:
No has hecho oficio de amigo
con mi honor delante della.
Tratas que sea mi esposa
y en mi presencia la abrazas.
Todas fueron falsas trazas
y una apariencia engañosa.
Muero por ella, ¿qué haré?
DOÑA ANA:
Gozalla.
DON DIEGO:
¿De qué manera
pues no hay cosa que más quiera
que a ti?
DOÑA ANA:
Yo te lo diré.
Sácame, pues tu podrás,
de la obligación que tengo
a Leonardo, por quien vengo
a sentir tus cosas más,
que yo la pondré en tu mano.
DON DIEGO:
Tanto, Leonardo, me quiere
que así mismo me prefiere.
Digo que a Leonardo allano.
DOÑA ANA:
Pues alto, yo te daré
esta noche a quien deseas
donde la hables y veas,
y haré que contigo esté.
DON DIEGO:
¿Cumpliraslo?
DOÑA ANA:
Es mi deseo,
mira si podré faltar.
Vete un rato a pasear
que viene Leonardo y creo
que es mejor que no te vea.
DON DIEGO:
Mira que fío de ti.
DOÑA ANA:
Para servirte nací,
aunque tu amor no lo crea,
que es sin duda que te quiero
mil veces más que a Bernarda.
DON DIEGO:
Qué alma tienes tan gallarda,
eres al fin caballero.
DOÑA ANA:
Mal conoces lo que entablo.
DON DIEGO:
Tu esclavo seré.
DOÑA ANA:
Camina. (Vase DON DIEGO .)
Que mal don Diego adivina
que no siento lo que hablo,
pues sepa que entablo juego
en que no goce la dama,
porque aborrecer por fama
solo puede un hombre ciego. (Entra FELICIANO .)
FELICIANO:
Don Diego apenas salió
cuando por la puerta entré.
DOÑA ANA:
¿Si te vio alguno?
FELICIANO:
No sé,
pienso que nadie me vio.
DOÑA ANA:
Éntrate en ese aposento
y detrás de una cortina
me aguarda.
FELICIANO:
Voy. (Éntrase, quedito.)
DOÑA ANA:
Imagina
que va en tus plantas el viento.
Trazándose va el enredo,
galán de Valladolid,
presto veréis en Madrid
qué ingenios hay en Toledo.
Buen principio y favorable. (Entra ROSELA .)
Aquí amor.
ROSELA:
Quiéresme dar
cuatro de dos de lugar
para que en mi amor te hable.
DOÑA ANA:
( Aparte.
Quiero el diablo que te lleve.
¿Hay tan pesada fregona?
¿Qué hay Rosela?
ROSELA:
Esa persona
hecha de rosas y nieve
me trae tan opilada
que de tristezas me muero.
DOÑA ANA:
Pues yo soy como un acero,
toma acero si te agrada.
ROSELA:
A las almas más remotas
llevarás, don Juan, tras ti.
No sé qué diablos me vi
descalzándote las botas.
DOÑA ANA:
Como Roldán habré sido,
encantado tengo el pie.
ROSELA:
Coz de amor sin duda fue,
pues que con el pie me ha herido.
DOÑA ANA:
Al cuero de aquellas botas
es bien que culpa le den,
que querer el cuero bien
es muy propio de pelotas.
Y de que este amor te encarne
me admiro, aunque considero
que te ha entrado por el cuero
como a los más por la carne.
ROSELA:
No pienses que así me aprieta.
DOÑA ANA:
Sí harán, de vaqueta son.
ROSELA:
Hasta el mismo corazón
se me ha entrado la vaqueta.
DOÑA ANA:
Digo que quererte es justo
y que con tu amor me admiras,
los hombres a los pies miras,
vive Dios que tienes gusto.
ROSELA:
En mi vida me agradó
edificio sin cimientos,
nobleza y bajos intentos,
ni fee que en traición paró.
Amor con viles empleos,
culebra con rostro humano,
pavón con plumas lozano
y hombre hermoso con pies feos.
DOÑA ANA:
Por tu buen gusto, esta noche
hablarte, Rosela, quiero.
ROSELA:
Baja, noche, que te espero;
enluta ese negro coche.
¡Oh, clara Luna!, si agora
amaras aquel pastor.
DOÑA ANA:
Miren lo que enseña amor.
ROSELA:
Señala, mi bien, la hora
para que te vaya a ver.
DOÑA ANA:
A las diez podrás venir,
y agora te puedes ir
que tengo un poco que hacer.
ROSELA:
¿No me darás una prenda?
DOÑA ANA:
¿Mi palabra no lo es?
ROSELA:
Es mucho que prendas des
para que gozarte emprenda.
Dame esa mano.
(Toma la mano.)
DOÑA ANA:
Y el vientre
querrás al uso del rastro.
ROSELA:
¡Ay, mi don Juan, qué alabastro!
DOÑA ANA:
¿Quieres que Leonardo entre?
DOÑA ANA:
Ireme por esta mano
hasta los brazos.
DOÑA ANA:
Bien puedes. (Abrázanse.)
Bueno quedo, no te enredes.
ROSELA:
¡Ay, bellaco toledano!
(Vase ROSELA .)
ROSELA:
¡Ay, fregona de Madrid!
Ya se fue, bueno va todo.
(Sale BERNARDA sola.)
BERNARDA:
¿Es don Juan?
DOÑA ANA:
Yo soy.
BERNARDA:
¿De modo
que a otro me dais?
DOÑA ANA:
Advertid,
mi bien, que ha sido probaros
y cumplir con aquel loco,
porque todo el mundo es poco
para dejar de gozaros.
Sois el alma desta vida,
sois primero movimiento
de mi propio entendimiento,
sois la cosa más querida
que mis sentidos conocen,
los ojos por esas bellas
luces porque no hay estrellas
que como las vuestras gocen.
Los oídos escuchando
ese ingenio peregrino,
que el instrumento divino
estuvo perficionando.
No hay jardín de varias flores
como vós, no hay blanda pluma
como tocaros, en suma,
sois toda un templo de amores,
donde el gusto, a quien he puesto
por el último sentido,
con palabra de marido
está a gozaros dispuesto.
BERNARDA:
Eso basta para indicio
de vuestro engaño, advertid
que habéis pasado a Madrid
de Toledo el artificio.
Por mi vida que con menos
ganastes mi voluntad,
mas nunca tratan verdad
amores de engaños llenos.
Yo os deseo y es de suerte,
que esta, don Juan, reducida
a vuestro gusto mi vida
y a vuestro desdén mi muerte.
Quiéroos creer, porque amor
es muy fácil en creer,
y porque en una mujer
tiene más fuerza su error.
Esforzad vuestro deseo
con mi hermano y estorbad
esta loca voluntad
que ahora en don Diego veo;
pues de pasar adelante
tanto peligro resulta.
DOÑA ANA:
Leonardo no dificulta
mi gusto y si es importante
don Diego para impedir
lo que los dos pretendemos,
si vós queréis, remediemos
el peligro por venir;
que es alta razón de estado
entre discretos hacer
que el mal, cuando venga a ser,
venga estando remediado.
BERNARDA:
¿Qué remedio pensáis vós
que bastara con don Diego?
DOÑA ANA:
Darle con la capa, y ciego
juntarnos, mi bien, los dos.
BERNARDA:
¿Dónde?
DOÑA ANA:
En mi propio aposento,
y llamando a vuestro hermano,
daros de esposo la mano
y firmar el casamiento.
Y que don Diego en buen hora
se vaya con su mujer.
BERNARDA:
Peligro puede correr
mi fama.
DOÑA ANA:
¿Cómo, señora?
Juramento hago al cielo
de no tocaros la mano.
BERNARDA:
Lo que es llamar a mi hermano
me va quitando el recelo.
¿A qué hora iré?
DOÑA ANA:
A las diez
me parece conveniente.
BERNARDA:
¿Mi hermano ha de estar presente?
DOÑA ANA:
Bernarda, el cielo es juez
de la palabra que os doy.
Si ofensa os hiciere, digo
que un rayo sea mi castigo.
BERNARDA:
Ahora bien segura voy
de que habéis de proceder
como noble en tal lugar.
DOÑA ANA:
Segura podéis estar
como con otra mujer.
(Vanse. Sale CLARINO y MONTALVO .)
MONTALVO:
Ya estás, señor, en Madrid,
a muy buen tiempo has llegado.
CLARINO:
¿Por ventura habrá pasado
doña Ana a Valladolid?
MONTALVO:
Si don Diego se volvió,
no dudo que le siguiese,
pero dudo que volviese,
si no es que la conoció.
CLARINO:
La casa deste Leonardo
¿dónde es?
MONTALVO:
Mendoza decía
que a la Pasión.
CLARINO:
Sí sería,
pues tanta pasión aguardo.
En ella estará don Diego
y él sabrá desta mujer
cuyo amor, y amor sin ver,
fue de nuestras honras fuego.
Era venir en su traje
esto, que disculpa tiene,
pero es venir como viene
deshonra de su linaje.
¿Hay tan grande atrevimiento?
¿Hay tal locura? ¿Hay tal cosa?
Una mujer virtüosa
y de tal recogimiento,
ciega de locos antojos
se puso ajenos vestidos,
amando por los oídos
lo que no vio por los ojos.
¿A quién dirán que es verdad,
que no digan que es mentira?
MONTALVO:
Mucho desdice la ira
de la anciana gravedad.
Repórtate y considera
que no es la primer mujer.
CLARINO:
Flaqueza tiene su ser
desde la mujer primera.
Pierdo, Montalvo, el honor
en la desdicha presente,
por amigo, por pariente,
por anciano y por tutor.
¿Y es posible que la veen
ojos que no la conocen?
MONTALVO:
Por Dios que la desconocen,
puesto que muy cerca estén.
Porque el brío es varonil
que importa en transformaciones
y muy de hombre las razones.
CLARINO:
Tiene un ingenio sutil,
pero yo juzgo por ciego
el que no vee que es mujer.
MONTALVO:
Ya lo debe de saber,
señor Clarino, don Diego.
La noche pasa y las calles,
aunque grandes y anchas son,
se escurecen; ya es razón
que en ellas tus quejas calles.
A la mañana podrás
buscar a Leonardo y luego
tendrás nuevas de don Diego,
y de doña Ana sabrás.
CLARINO:
No he de dormir en Madrid
con un pesar tan crüel
hasta ver si están en él
o van a Valladolid.
Camina hacia la Pasión,
que yo sabré preguntar.
MONTALVO:
Luces hay y a quien hablar.
CLARINO:
Verdad dices, tiendas son.
Allí nos informarán
tan bien como a la mañana
cómo se llama doña Ana.
MONTALVO:
Ella dijo que don Juan.
¿Qué le dirás a don Diego?
CLARINO:
¿Que es don Juan un hijo mío?
MONTALVO:
De tu cordura confío
que le hablarás con sosiego.
CLARINO:
Tú verás mi proceder
aunque más enojo tenga.
MONTALVO:
No hay desdicha que no venga
por ocasión de mujer.
(Vanse. Salen DOÑA ANA , que es DON JUAN y MENDOZA .)
DOÑA ANA:
Ya me tienes entendida.
MENDOZA:
Y me parece muy bien.
DOÑA ANA:
Solo en que en Madrid estén
me va, Mendoza, la vida.
MENDOZA:
No habrá Dios amanecido
cuando a Toledo me parta
y dé a Clarino esta carta;
tú puedes mudar vestido.
DOÑA ANA:
Déjame, tú, hacer a mí
lo que tocare a mi parte.
MENDOZA:
¿Qué resulta de avisarte?
DOÑA ANA:
No perdamos tiempo aquí.
Yo me entro en el aposento,
mira que has de encaminar
a Bernarda a otro lugar.
MENDOZA:
Ya estoy en tu pensamiento.
DOÑA ANA:
¿Y sabes lo que has de hacer
con don Diego?
MENDOZA:
Está segura.
DOÑA ANA:
Ayúdame, noche escura.
MENDOZA:
Dime: ¿ha estado sin comer
Feliciano todo el día?
DOÑA ANA:
No, que yo propia le di
una conserva.
MENDOZA:
Eso sí.
¿Y hubo vino?
DOÑA ANA:
¡Ay, noche mía!
MENDOZA:
Entra, no temas.
DOÑA ANA:
Tembla[n]do
pongo en el suelo los pies.
MENDOZA:
Efeto del temor es.
DOÑA ANA:
Di que le estoy esperando.
(Vase DOÑA ANA .)
MENDOZA:
Mujer fue la primera que en la tierra
puso tanta discordia en los mortales;
mujer enseñó letras con las cuales
todas las ciencias el ingenio encierra.
Mujer nos rinde y nuestros rostros hierra
y pone hasta en las almas las señales.
Mujer pudo pisar cetros reales
y mujer fue inventora de la guerra.
Mujer con su flaqueza abrasa el mundo.
Puso por tierra a Troya, a Grecia, a España.
La ciencia y la virtud tienen su nombre.
Es ángel, aunque es furia del profundo,
y con ser la mujer quien tanto daña,
donde ella falta, no se alegra el hombre.
(Sale BERNARDA , sola.)
BERNARDA:
Don Juan me ha dicho que está
aguardándome Mendoza.
MENDOZA:
¿Es Bernarda?
BERNARDA:
Es quien hoy goza
el premio que amor le da.
MENDOZA:
Entra al primer aposento,
que al segundo esta don Juan.
BERNARDA:
En los oídos me dan
las reliquias de su acento.
MENDOZA:
No pares de ningún modo,
como digo, en el primero.
BERNARDA:
No hay bien como el bien que espero;
no hay honor, piérdase todo.
(Vase BERNARDA .)
MENDOZA:
Entrose, bien se va haciendo.
(Entra DON DIEGO , de noche.)
DON DIEGO:
¿Es Mendoza?
MENDOZA:
Mi señor.
DON DIEGO:
¿Entró Bernarda?
MENDOZA:
Y de amor
tuyo se va deshaciendo.
DON DIEGO:
¿Hay dicha como la mía,
que en fin la viste pasar?
MENDOZA:
Agora acaba de entrar.
DON DIEGO:
Qué prolijo ha sido el día,
no pensé que se acabara.
MENDOZA:
Díjome que tengas cuenta
que al entrar nadie te sienta;
y sobre todo repara
que te aguarda en el primero.
DON DIEGO:
Así lo dijo don Juan.
(Éntrase.)
MENDOZA:
Buenos por mi vida van.
Esto es hecho ya, ¿qué espero?
Voy donde Rosela aguarda,
que a don Juan espera ver,
a fe, que han de conocer
la toledana gallarda.
(Éntrase, salen CLARINO , LEONARDO , MONTALVO con una hacha.)
LEONARDO:
Aquí me podéis hablar,
que sin duda le importaba
no menos que honor, vida,
a quien a tal hora llama.
Agradeced que os abrieron
por respetar vuestras canas,
y porque traigo estos días
cierta sospecha en el alma.
CLARINO:
Yo vengo desde Toledo,
señor Leonardo, con ansia,
de hallar a don Diego aquí,
que soy deudo de doña Ana.
Vame la vida y la honra
en hablarle dos palabras.
LEONARDO:
Ya sé lo que le queréis
y vuestra razón es llana,
que habiendo os la dado a vós,
no fue bien hecho quebrarla.
Ya me dijo aquestos días
que determinado estaba
de ir a Toledo y hacer
enmienda de tanta falta.
¡Hola!, llama a ese aposento
y llega esa lumbre. ¡Acaba! (Dentro.)
¡Ah, señor don Diego!
DON DIEGO:
¿Quién
llama?
LEONARDO:
Leonardo llama.
DON DIEGO:
Leonardo, si habéis sabido
el error de vuestra hermana:
siendo mi mujer, ¿qué importa?
Yo la tengo y esto basta.
LEONARDO:
¡Válgame el cielo!, ¿qué es esto?
¡Traidor don Diego, en mi casa!
¡Abre o romperé la puerta!
CLARINO:
¡Ay, triste!
MONTALVO:
Desdicha estraña.
CLARINO:
Nunca yo hubiera venido.
LEONARDO:
Traidor don Diego, ¿así guardas
la fe dada a los amigos?
¡Págasme bien la posada!
DON DIEGO:
Si es mi mujer, ¿qué te alteras?
LEONARDO:
Cuando yo te la negara,
fuera disculpa.
DON DIEGO:
Después
sabrás, Leonardo, la causa.
LEONARDO:
Sal en paz, abre la puerta,
pues que tu mujer la llamas.
DON DIEGO:
Digo que soy tu marido;
salgamos juntos, Bernarda.
(Salen DON DIEGO y DOÑA ANA , en hábito de mujer.)
LEONARDO:
¿Quién dice que es tu mujer?
DON DIEGO:
Bernarda.
DOÑA ANA:
Yo soy doña Ana,
que he buscado a mi marido.
LEONARDO:
¿Qué dices?
DOÑA ANA:
Lo que pasa.
DON DIEGO:
¿Doña Ana?, ¿pues no es don Juan?
CLARINO:
¿Hija?
DOÑA ANA:
Clarino, ¿aquí estabas?
LEONARDO:
Hecho notable.
MENDOZA:
Famoso.
CLARINO:
Gran valor.
MENDOZA:
Heroica hazaña.
DON DIEGO:
¿Don Juan, doña Ana o quién eres?
Digo que estoy con Bernarda
y que está en ese aposento.
LEONARDO:
Alguna desdicha falta,
¿qué dices, don Diego?
DON DIEGO:
Digo
que estaba dentro tu hermana.
LEONARDO:
¡Ah, Bernarda!
BERNARDA:
Aquella voz
conozco, ¡ay, terrible infamia!
pero amor es la disculpa
y tu valor quien me llama.
(Sale afuera BERNARDA .)
DON DIEGO:
¿Ves si tengo yo razón?
LEONARDO:
Vil mujer: ¿con quién estabas?
BERNARDA:
Con don Juan, que es mi marido.
LEONARDO:
¿Cómo, si es don Juan, doña Ana?
DOÑA ANA:
Yo soy doña Ana y don Juan.
BERNARDA:
Digo, señores, que estaba
con un hombre que está dentro,
aunque guardando mi fama.
LEONARDO:
¿Hombre dentro? ¿Cómo es eso?
Muestra esa hacha.
DON DIEGO:
Ten la espada.
(Sale FELICIANO .)
FELICIANO:
Yo soy el que dentro estoy,
que solo os debo palabras,
porque solo he pretendido
guardar a tu honor la cara.
Feliciano soy, ¿qué miras?
DON DIEGO:
¿Qué es esto?
BERNARDA:
Señor, yo estaba
con don Juan.
DOÑA ANA:
Conmigo ha sido,
que he dado a todo la traza.
Yo tengo culpa de todo,
porque viéndome burlada
en el hábito que veis
quise volver por mi fama.
Y no penséis que esto es solo,
que porque Mendoza amaba
a Rosela, hice una industria
con que están juntos.
LEONARDO:
¿Qué aguarda
mi brazo en vengar mi injuria?
CLARINO:
Ya es tarde para venganzas;
haz como cuerdo, Leonardo,
pues, antes que pierdes ganas.
LEONARDO:
Sal aquí, infame Rosela.
(Sale ROSELA y MENDOZA .)
ROSELA:
¿De qué, mi señor, te espantas?
LEONARDO:
De que con un hombre estés.
ROSELA:
Conozco que fui engañado
del amor de un caballero.
DOÑA ANA:
Ya ese caballero es dama,
que Mendoza está contigo.
MENDOZA:
Yo soy y no pierdes nada.
CLARINO:
¿Hay tan grande confusión?
Quieres que en una palabra
reduzga a paz esta guerra.
LEONARDO:
Sola tu prudencia basta.
CLARINO:
Doña Ana y don Diego son
marido y mujer.
DON DIEGO:
Yo estaba
ciego en los rayos del Sol,
mas en mi disculpa clara,
no estimé lo que no vi;
lo no visto no se agravia.
Si ella quiere, soy su esposo.
DOÑA ANA:
La mano le doy.
DON DIEGO:
Yo el alma.
CLARINO:
Feliciano es caballero.
LEONARDO:
Si Feliciano llegara
a pedírmela, tuviera
a dicha darle mi hermana.
CLARINO:
Pues dele la mano agora.
FELICIANO:
Su esposo soy de Bernarda.
BERNARDA:
Del engaño estoy contenta.
MONTALVO:
Mendoza y Rosela faltan.
LEONARDO:
Yo los caso y doy en dote
mil ducados y una casa.
MENDOZA:
Valen ya poco en Madrid.
LEONARDO:
Casa donde quiera es patria.
CLARINO:
Doña Ana, don Diego y yo
después que juntos se hagan
los tratados casamientos,
con amistad confirmada,
nos iremos a Toledo.
DON DIEGO:
Aquí, Senado, se acaba,
con deseo de serviros,
La gallarda toledana.