La flor de los recuerdos (México): 53

La flor de los recuerdos (México) de José Zorrilla
México y los mexicanos. IV

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Después de leer estas apuntaciones, si Dios le ha dado á V. paciencia para ello, es posible, mi querido Duque, que le haya ocurrido á V. hacer la observación, de que yo he encontrado en México muy poco malo para tanto bueno, al contrario que Lowestern y Chevalier, que hallaron tan poco bueno para tanto malo: acaso dirá V. que la reseña que le envió de su tierra, de sus habitantes, de sus costumbres y sobre todo de sus poetas, más es panegírico encomiástico que juicio imparcial: puesto que no apunto nada defectuoso y digno de crítica, sin traer al canto una disculpa para ello; conducta tanto mas rara cuanto mas cosquillosas y exaltadas andan hoy las susceptibilidades nacionales, con las circunstancias políticas de éste y de nuestro país.

A esta observación le responderé á V. en primer lugar: que yo no soy de los que van á la casa agena á ver lo que hallan que criticar, para dar á entender que tienen mejor gobernada la suya, ni acepto la hospitalidad obsequiosa de un estrangero, para intimar con él, enterarme de sus secretos y sacarlos después villanamente á relucir en un libro, como han hecho en todos tiempos muchos escritores que han preferido hablar mal de todo en sus escritos, calculando que su libro haria mas fortuna halagando las ruines pasiones que producen y nutren la maledicencia en los corazones de los mas, que no hablar de todo con cortesanía y benevolencia, halagando solamente el recto juicio y la moderación de los menos. En segundo lugar: yo pertenezco á una nación, en la cual nos sucede con los escritores estrangeros punto menos que lo que á los mexicanos en la suya; y sinó ahí están Dumas, Roger de Beauvoir, Teophile Gautier y otros muchos, que nos han puesto como nuevos; pero yo no soy de los que dicen: “da, que vienen dando;” y no porque otros nos traten mal, me propongo desquitarme tratando mal á los demás: porque con semejante sistema no acabaremos nunca de conocernos unos á otros. Alguno ha de empezar á probar que nosotros estamos avanzados en civilización y conservamos nuestro antiguo espíritu caballeresco hasta el punto de hacer justicia á los mismos que no nos la hacen, y yo me honraría con ser ese alguno: porque en vano pretenderemos que nos tengan en mas que al vulgo á los que nos dedicamos á las letras, si continuamos en la vulgaridad de halagar con nuestros escritos las pasiones villanas, los odios de partido, las aversiones nacionales, el orgullo de raza, las preocupaciones, en fin, del vulgo, de todos los pueblos, y la torcida política de muchos de sus gobiernos, que son los mayores diques que se oponen hoy al progreso de la civilización y fraternidad universales.

—La misión del escritor, y especialmente la del poeta, es eminentemente civilizadora: y ellos son los que deben decir y hacer comprender á los pueblos, en vez de escitar los malos instintos de la perversidad humana, que Dios ha dado á los hombres la palabra para esplicarse y la razón para comprenderse, y no los dientes y las uñas como á los brutos para devorarse. Así que si bien el político, el diplomático, el hacendista, &c., pudieran hallar en México mucho que criticar, tomando solo en consideración el desarreglo político del país para dar de él una desventajosa idea, el poeta no puede considerar del mismo modo esta tierra llena de poesía; porque la poesía nada tiene de común con la política, y solo los necios y los fanáticos, dos clases de criaturas que no hacen honor al Criador y que van siempre dos siglos mas atrás que su tiempo, pueden achacar á los juicios de la poesía la interesada malignidad de los del espíritu de partido político, ó de los de un mal entendido amor propio nacional. La verdad y la justicia lo serán siempre, no importa la nación ó el partido á que pertenezcan los que la demanden; y yo, que no espero vivir jamás á costa del erario de ninguna nación, ni adulando á ningún partido, ni vendiendo mi pluma á ningún gobierno, sino á costa de mi trabajo, diré siempre la verdad de todo el mundo en mis escritos, y haré en ellos justicia al que mi conciencia me dicte que la tiene. Finalmente, le diré á V., mi querido Duque, que mi educación, y mi caballerosidad españolas, no me permiten corresponder á la hospitalidad obsequiosa que personalmente les debo á los mexicanos, con relatos que falten á la verdad imparcial ni á nuestra provervial é hidalga cortesanía, por halagar la opinión agena, por seguir la corriente de la del vulgo, ó por someter la mia, libre y jamás vendida, á las exigencias del tiempo ó de las circunstancias.

Respecto del juicio hecho por mí de la poesía y de los poetas mexicanos, si le parece á “V. demasiado suave y casi parcial, le diré á V.: que yo no pretenderé jamás ejercer la crítica literaria, por varias razones: una, porque yo, que no creo en la modestia y que estoy firmemente convencido de que todo hombre de algún talento tiene conciencia de lo que vale, sin cuya conciencia de sí mismo no concibo el talento, puedo decir sin temor de que lo achaque V. á gazmoñería, que conozco que mi saber es insuficiente para el ejercicio de la crítica; pues yo soy mas hombre de acción que de teoría, y si algo sé y algo produzco, es mas por instinto, costumbre y práctica, que por estudio y ciencia. Otra razón: tengo notado que los críticos concluyen generalmente por hacerse gente mal humorada y descontentadiza, cuyos fallos se encargan de corregir el tiempo y la posteridad, la mayor parte de las veces muy á costa de su amor propio: y cuando yo veo á un hombre de tan positivo talento y de tan buen criterio como W. Scott, juzgar á Byron poco menos que como á un coplero ramplón, y tener á Hoffman poco mas que por un insensato, para que venga luego su propio siglo á declarar al uno su primer poeta inglés y al otro el primer novelista alemán y uno de sus primeros narradores, calculo yo en mis adentros, que si así la yerran de buena fé ó así se dejan cegar por la pasión genios tan brillantes como W. Scott, que era linfático y debia tener toda la calma de un inglés, ¿qué me sucedería á mí que soy bilioso, sanguíneo, y un cascarrabias del mediodía?

Además, el andar buscando los defectos ágenos no se aviene con mi carácter: y tengo el convencimiento de que no por morder los talones á los que van delante de mí, subiré yo mas apriesa ni ganaré mas terreno en la opinión pública: ni con encontrar cincuenta defectos en las obras de mis contemporáneos, probaré yo que las mias están exentas de ellos; porque

¿Sabe usted lo que es fuerza que concluya
Del que se ocupa de la agena vida
Y goza en censurar obras agenas?
Pues temo que jamás hubo en la suya
Ni una idea feliz que se atribuya,
Ni palabras corteses, ni obras buenas.

En cuanto á las mias ahí listan: al publicarlas las sometí al juicio del público, y reconozco á todo nacido con derecho para hablar y escribir de ellas lo que mas á cuento le venga, desde la corrección evangélica hecha por deseo caritativo y leal de mi aprovechamiento, hasta la diatriva apasionada hecha por animosidad personal; porque la misma injusticia de ésta contribuirá á procurarme amigos tan apasionados en mi favor como ella lo sea en contra mia, y aquella me servirá para corregirme. Sabido es que algún amigo mio que me aprecia en su corazón y á quien el mio no guarda por ello rencor alguno, me ha negado en un artículo crítico hasta el sentido común; y algunos enemigos mios personales, me han atribuido en sus escritos un mérito y un talento superiores con mucho á los escasos que recibí de la naturaleza. Tal vez estos han temido descubrir su animosidad personal atacándome: tal vez aquel ha creido justificar la injusticia con que ha tratado á otros en sus agrias críticas y en sus sátiras mordaces, revolcándome en el fango, á mí cuya reputación le echaron acaso en cara que respetaba por amistad; los unos han querido tal vez esconder su encono bajo sus exagerados é inmerecidos elogios, y el otro ha asaeteado sin piedad mi reputación literaria en un acceso de su atrabiliaria bilis; pero yo que no dejo nunca derramarse la mia sobre las reputaciones agenas, no tomaré jamas la revancha sobre la de sus obras, ni la pluma para defender las mias. La mayor torpeza que puede cometer un escritor y sobre todo un poeta, es defender sus escritos contra la crítica, justa ó injusta: porque es dar á conocer el esceso de su amor propio y el resentimiento de su vanidad ofendida: y además de que poner en discusión su propio talento y querer interesar al público en ella, no es mas que dar que reir á los necios y en que entretenerse á los desocupados, yo tengo mis ideas sobre la discusión y los discutidores, muy diferentes de las que sobre estas y otras muchas cosas corren hoy por el mundo.

Porque la disensión no es mas que ruido,
Música celestial, pura bambolla,
Que aunque siempre á los necios ha aturdido
Jamás á ningún sabio convencido:
No aclara las cuestiones, las embrolla.
Id á las academias y congress
¿Qué es lo que sacáis de ellos en conciencia?
Nada: frió en los piés, ruido en los sesos
Esto es lo que aprendí; por la esperiencia.

Respecto de la poesía y de los poetas mexicanos, estos como hijos de nuestros padres y aquella como hija de la nuestra, serán siempre caros á mi corazón: su recuerdo irá conmigo donde yo fuere, y sus versos sonarán siempre tan agradablemente en mis oidos, como los de todos los buenos poetas del universo cuyas lenguas pueda yo comprender: siquiera sean sus autores judíos, moros, paganos ó enemigos de mi patria; porque como dice nuestro refrán español: “no quita lo cortés á lo valiente,” y las prendas mas relevantes de los hombres civilizados, son la justicia, la tolerancia y la caballerosidad.


Julio 10 de 1857.—José Zorrilla.