La flor de los recuerdos (México): 15
V. Correspondencia al señor D. J. M. Torres-Caicedo
editarPrometí á vd., mi querido amigo, que seria el primero á quien de la buena ó mala ventura mia llegaran las primeras nuevas, y me apresuro á dárselas á vista de la isla de Santo Tomás, hasta la cual nos ha conducido á los navegantes del Paraná la voluntad de Dios, á pesar de la torpeza y descuidos de los hombres. Confio en que por un amigo, de quien hablaré á vd. mas adelante y que en la isla que á la vista tenemos se halla hace años establecido, le será á vd. remitida la presente carta, mucho antes tal vez de que yo pueda dirigirle otra por los paquetes de la Habana, á donde llegaré no cuando yo me proponia, esperaba y debia llegar, sino cuando Dios fuere servido, que es quien dispone de cuanto los hombres proponen, como supremo y absoluto dueño y gobernador del universo. Yo creo en él á puño cerrado y en él fío á piés juntillas como cristiano viejo y católico que soy, y en su creencia y fé voy a todas partes á donde debo ir, sin hacer caso de los obstáculos que á mi paso puedan oponer los peligros del mar ó de la tierra, ni las dificultades y atolladeros de que el hombre se rodea cada dia en la sociedad con sus pasiones ó sus necesidades.
Todo lo cual, y mucho mas que me ocurre, viene aquí como de molde, mi querido Torres, aunque á vd. no se lo parezca, por lo que voy á escribir á vd. en esta y en otras que escribirle me propongo, y por cuyo tenor irá comprendiendo que yo soy hombre que tomo la vida conforme Dios me la envía, que me pongo la capa conforme viene el aire, y que convencido de que en esta nuestra bien constituida y fraternal sociedad es preciso que medio mundo se ria del otro medio, estoy siempre dispuesto á reirme del medio mundo que del medio mio se rie, y aun del mundo entero si á la mano se me rodare. Yo, que tengo entre el vulgo nombre y fama de poeta, y que si lo soy, no es por mi talento que es bien escaso, ni por mi ciencia que es casi nula, ni por mi instinto é inspiracion que son estravagantes y descabellados, sino por la permision benévola de Dios, le capricho de la fortuna y la gracia de nuestro siglo, en el cual con un poco de atrevimiento y aplomo puede cualquiera llegar á ser lo que mas le convenga, apetezca ó ambicione, me he propuesto dar a vd. y á algunos otros amigos cuenta de las mas principales cosas y personas con quienes vaya topando por esos mundos que se me ha sentado en el magin recorrer y visitar. Mas no por este preámbulo, un si es no es pedantesco, que por los puntos de mi pluma se va destilando sobre el papel, vaya vd. á colegir, mi querido Torres, que voy á escribir á vd. largos discursos sobre los paises que atravieso, ni menos pensarlo.
Que tal ó cual isla, que tal ó cual república ó capital, se halle á tantos ó cuantos grados de latitud, tenga tales ó cuales instituciones, tal ó cual preponderancia política, buena ó mala administracion et cæetera, ni á mí me atañe tomarlo en cuenta, ni á vd. le faltan libros y papeles donde enterarse de ello cuando interesarle pudiere. Escrita está en ellos la historia pasada de los pueblos hácia los cuales he enderezado mi rumbo, y no soy yo quien puede de ellos escribir la presente. Mi limitado saber y mi no muy bien asentado juicio no son balanza fiel en la cual pueda yo pesar cuestiones de tan alta gravedad; contaré á vd. sencillamente lo que fuere viendo, consignaré simplemente los hechos, y si vd. ó los amigos á quienes mi correspondencia mostrare, me la comentan un poco maliciosamente, á fé que no serán mios sus comentarios, ni yo seré responsable de las consecuencias que de ellos sacar pudieren las murmuradoras lenguas. De la mia sé que no dirá mas que lo que deba decir, ayudada de mi pluma: las fábulas divertidas y las ejemplares historias, en versos como mejor mi comezon de hacerlos me los inspire, y en un libro que llevo idea de hacer imprimir para quien quisiere leérmele ó criticármele, y las verdades en a prosa desaliñada de algunas cartas que pienso dirigir á algunos amigos para que se rian al leerlas, como yo al escribirlas, de los que de nosotros á su vez se rieren, se hayan reido ó piensen reirse; que puesto que tengo para mí que siempre es mejor reir que llorar, procuro en todas ocasiones dar á las cosas de la vida una vuelta, para ver de ellas no mas que la cara de risa, pues hartas pesadumbres se tiene el hombre con haber nacido, sin que otras nuevas se procure por su mal carácter.
Así que yo doy á Dios gracias todos los dias por habérmele dado tal, que no le dominan ni abaten las contrariedades y pesadumbres de la vida; y en verdad que de ello me congratulo, porque á ser mi carácter otro, hubiera en este bendito barco tragado mucha saliva y hecho no poca bílis, como algunos de mis compañeros de viaje.
Es pues el caso, y Dios se lo tenga en cuenta á quien tales los ocasiona, que como la guerra de Oriente es ahora en Europa la suprema razon de todo lo razonable y la irrecusable disculpa de todo lo inconsiderado y absurdo, nuestro buque estaba en Southampton destinado á llevar tropas á la Crimea: mas habiendo recibido su capitan repentina órden de salir para América y continuar su servicio, los preparativos y abastecimientos para este viaje tuvieron que hacerse con la mayor precipiacion; de cuyas consecuencias amargas somos las víctimas inocentes los viajeros del Paraná. El capitan tuvo que enganchar en el puero para su tripulacion á los primeros vagabundos que tal enganche solicitaron, sin poder darse tiempo para averiguar lo que de achaque de marinería á los tales se les alcanzaba. A él indudablemente se le alcanzaron los inconvenientes de semejante tripulacion; pero dijo para sus adentros: “el gobierno manda y yo obedezco: de lo que acontecer pudiere á mi barco osbre la mar, no tendré yo á fé mia la culpa, sino los rusos, que se están en sus trece dentro de Sebastopol;” y embarcó sus improvisados marineros. El maquinista, al recibir la órden de montar inmediatamente la máquina del Paraná, que en reparacion estaba, obedeció sin curarse de que muchas de sus piezas no estaban aún convenientemente pulidas ni graneadas.
Alcanzósele á él muy bien que semejantes piezas podrian llegar á encandecerse con la violenta rotacion de la máquina; pero dijo como el capitan —la culpa tienen los rusos de Sebastopol; y el abastecedor al embarcar nuestros poco aceptables víveres, y el camarero al recibir nuestra inepta ó bisoña servidumbre, se hicieron á no dudarlo la misma cuenta; así es que viajamos en el Paraná con tanta comodidad y tan libres de cuidados como los rusos de Sebastopol. Las palancas motrices y los espigones de los émbolos de nuestra máquina de vapor comenzaron á enrojecerse al cuarto dia de navegacion, amenazándonos con un incendio: pero á fé que debajo teniamos el mar y no podia faltarnos con que apagarlo, de modo que con un hombre que hemos traido encargado de echar continuamente agua y aceite sobre los ejes enrojecidos, hemos venido como sobre flores: es verdad que llegamos á Santo Tomás con cinco dias de retraso y que hemos estado diez veces espuestos á estallar; pero si tal hubiera acontecido, no fuera poca satisfaccion el saber y conocer la causa de nuestro estallido; —los rusos de Sebastopol; consuelo que no logran tener todos los que truenan en este mundo. Algunos de mis compañeros de viaje, acaso muy melindrosos ó todavía no bien civilizados y hechos á la sencilla, saludable y nutritiva cocina inglesa, murmuraban de los sendos tasajos de carne y de los macizos pudines que á la mesa nos han servido; pero además de que bien puede ser animosidad nacional, pues los que no hallan de su gusto no son ingleses, yo tengo para mí que no tienen gran fundamento para semejantes plañidos, pues los dichos tasajos y pudines han estado siempre mucho mas tiernos que las pastas de los pasteles y la galleta que con ellos nos han ofrecido constantemente;
y además yo estoy convencido de que en el Paraná y en cualquiera de los buques ingleses que sirven nuestra travesía, comen, han comido y comerán siempre los viajeros mucho mejor mil veces que los rusos de Sebastopol: y visto lo que éstos duran allí, no tienen aquellos grandes motivos para hacer aspavientos.
Y dejando esto aparte, mi querido Torres, dejo la pluma porque estamos entrando en el puerto: de lo que en él me sucediere procuraré tener á vd. al corriente; y entretanto le incluyo adjunta la composicion que le prometí para el álbum de la linda Bolivia de Francisco Martin; que dado que no sea ofrenda digna para su hermosura, será siempre una prueba del buen recuerdo que llevo de la amistad y favor con que sus señores padres en su casa me han recibido.