La flor de los recuerdos (Cuba): 29

La flor de los recuerdos (Cuba) de José Zorrilla
Tres Ave Marías: Capítulo quinto. I.

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De cómo el mismo hombre que siguió viviendo después de morir, continuó siendo soltero después de casarse.

Hemos dicho que Maese
Era un hombre extraordinario,
De cuyo carácter vario
No se podía jamás
Formar idea, y que a veces
El vulgo tenía antojos
De que lucían sus ojos
Como los de Satanás.

Sin duda eran aprensiones
Del miedo que a los gitanos
Mantiene entre los villanos
La vulgar superstición;
Pero ello es verdad que había
En su audaz fisonomía
Y en su mirada voluble
Una siniestra expresión.

A veces en su voz cóncava,
Más vigorosa y segura,
Había extrema dulzura
De ondulación musical:
Pero llegaba momento
En que vibraba su acento
Con un timbre tan ingrato
Cual si fuera de metal.

Y este son áspero y agrio,
Cuyo sonido estridente
Del silbo de la serpiente
Tenía la rigidez,
De su pecho cabalmente
Se huía en las ocasiones
En que eran sus expresiones
Mas cariñosas tal vez.

Y aquel extraño contraste
Que hacía su pensamiento
Cariñoso de su acento
Con el repugnante son,
Producía algunas veces
Pavura o antipatía
Del que en tal punto le oía
En el mortal corazón.

Así es que cuando la fiesta
De las bodas acabada,
Con Aurora a su morada
Y con Don Félix entró,
Cuando vio que era en conciencia
Importuna su presencia,
Y cuando ya de su cámara
Nupcial posesión les dio,

Con sonrisa encantadora
Mas de expresión incopiable,
Con una mirada afable
Pero de ambigua expresión,
Al dejar Adán a Aurora
Y al mancebo en su aposento,
Les dijo con un acento
Dulce, mas de ingrato son:

“Buenas noches, hijos míos:
“Amaos y sed dichosos.”
Y abandonó a los esposos
La nupcial habitación;
Dejando con su sonrisa,
Con su mirada y su acento,
Del miedo por un momento
El frío en su corazón.

Quedáronse los esposos
Con asombro contemplándose,
Cuenta a sí propios no dándose
De aquella extraña impresión,
Sin atreverse uno a otro
A fiar su movimiento
De terror, en un momento
De tan feliz situación.

Mas tal impresión fue rápida;
Su amor, que era más violento
Que todo otro sentimiento,
Se la comenzó a ahuyentar:
Y Aurora, que se sustrajo
De su poder la primera,
La de Don Félix vio que era
Necesario disipar.

Empero el pudor innato
En toda honesta doncella,
Le advierte que no está en ella
Bien el silencio romper,
Y que, en la ley del recato,
Les toca en aquel instante
Hablar al marido amante,
Y escuchar a la mujer.

Don Félix a su vez siente
Que a pesar de su amor ciego
Y de la pasión vehemente
Que hacia su esposa le atrae,
Una repugnancia extraña
De osar al placer extremo
De aquel cariño supremo
Misteriosa le retrae.

Consideró su cariño
Tan virginal y tan puro
Siempre, que amó como un niño
No más con el corazón:
Y en su amor casto y poético,
Único bien de su vida,
No hizo objeto a su querida
Jamás de carnal pasión.

Su amor infantil e ingenuo,
Tan veraz como profundo,
No imaginó que en el mundo
Hubiera mayor placer,
Mayor bien, mayor ventura,
Que el amor casto de Aurora:
Porque como ángel la adora,
No la ama como mujer.

Jamás en el largo tiempo
Que siguió amante su huella,
Se atrevió a tomar con ella
Una libertad su amor;
Jamás en el abandono,
La soledad y embeleso
De sus citas, la dio un beso
Que avizorara al pudor.

Jamás cuando enamorado,
Desde el alba al caer el día,
Por las calles la seguía
De admirarla sin cesar,
Al embriagarle sus ojos
Con su gracia y movimiento,
Vino en él ruin pensamiento
Su hermosura a despertar.

Atentar a su pureza,
Aun con derechos de esposo,
Le parece hasta injurioso
Para su amor virginal:
Y ahora que ya como esposa
La posee, que es solo suya,
Teme que su amor destruya
Un deseo material.

Su hermosura le parece
Una de esas frescas flores,
Que su aroma y sus colores
Pierden al tacto no más;
Gozar su vista y su aroma
Ansió su cariño ardiente,
Poseerla eternamente:
Pero agostarla jamás.

Comprende que son escrúpulos
De un amor en demasía
Henchido de poesía,
Y necia idealidad:
Ve bien que en amor humano
No cabe este idealismo,
Que el amor cae por sí mismo
En la materialidad;

Ve bien que el pudor secreto
Que sus impulsos contiene,
Mal con su pasión se aviene
Y con el momento aquel:
Mas ve que la repugnancia
De aquella aprehensión secreta,
Que sus instintos sujeta,
Es mas poderosa que él.

Calla Aurora y no comprende
Lo que por Don Félix pasa:
Mas comprender no pretende
La indecisión del galán,
Porque su amor, aunque grande,
Puro y virginal, sincero,
Tampoco sintió grosero
Jamás ímpetu ni afán.

Ella amó siempre a Don Félix
Cual de oculto magnetismo,
Libre de materialismo,
Arrebatada tal vez:
Su amor es limpio y sereno,
Como destilada esencia,
Cuya limpia transparencia
Jamás ha enturbiado hez.

El silencio en que Don Félix
Se ha abismado la sorprende
Acaso, mas no la ofende:
Porque no tiene el valor
A sus ojos de un desprecio
Hecho a su amor y hermosura;
Pues no tiene de hez impura
Ni un solo átomo su amor.

Don Félix medita absorto
Olvidando su presencia,
Pues aun bajo la influencia
Se siente de la impresión
De las palabras del viejo:
De cuya impresión ingrata
En vano de darse trata
Racional explicación.

Don Félix nunca ha podido
Vencer una antipatía
Misteriosa que ha sentido
Siempre hacia Maese Adán:
Mas ve que es una injusticia
De su corazón ingrato,
Pues su conducta y su trato
Por él abogando están.

Le debe salud y vida:
De acechanzas misteriosas
Salvóle: en sus amorosas
Empresas por él está:
Le dio su hija y prohijóle,
En fin, se lo debe todo,
¿Por qué ofenderse del modo
Con que su amparo le da?

Maese es un hombre rudo
De unas costumbres groseras,
Y que sean sus maneras
Ásperas es natural.
Manda y está acostumbrado
Al tono altivo y despótico:
Nada hay en ello de exótico
Ni de sobrenatural.

No importa: a pesar de tanta
Razón, un presentimiento
Siente a su agradecimiento
Hacer ruda oposición;
Adán se ha hecho de su alma
Dueño, y a aquella tutela
Por instinto se revela
Del mancebo el corazón.

A veces siente humillado
Del viejo Adán en presencia
Vencida su inteligencia
Por misterioso poder:
Alguna vez le parece
Que el gitano se apodera
Por fuerza de su alma entera,
Y que hasta cambia su ser.

Parécele algunas veces
Que, por un fatal misterio
Que no comprende, el imperio
Del viejo sobre él es tal,
Que a su capricho avasalla
De tal modo su memoria,
Que ni aun de su propia historia
Conserva idea cabal.

Y ahora se halla en uno de esos
Inconcebibles instantes:
A sus recuerdos amantes
Llamando está con afán,
Y siente desesperado
Que, cuanto más los evoca,
Más su memoria se apoca
Y más de ella se le van.

Recordar en tal momento
Desea hasta los menores
Detalles de sus amores,
La razón para sondar
De aquella pasión tiránica
Por quien se siente sujeto,
Y aquel instinto secreto
Que la ataja sin cesar.

Su honor, su nombre, su vida
Dio por el amor de Aurora:
Siente que el fuego devora
De este amor todo su ser.
¿Por qué ahora que ha logrado
Todo su amoroso anhelo
Sin misterioso recelo
Se alza entre él y su mujer?





Mas sondemos ya el misterio
De esta historia: no es bien hecho
Sostener tan largo trecho
Tan difícil situación.
Don Félix y Aurora al punto
Van a hacer que se nos abra
Su arcano, y va su palabra
A dar de él explicación.