La flor de los recuerdos (Cuba): 15

A Paz en sus bodas editar

Paz, dicen bien los cuentos populares
Que hay algo de divino en los poetas:
Pues desde la familia en sus hogares
Hasta la religión en sus altares,
Creen sus solemnidades incompletas
Si no las prestan voz nuestros cantares.
Si no suben a Dios sus oraciones
En alas de la dulce poesía,
Si prez a sus heróicas acciones,
Si a sus festejos, triunfos y ovaciones,
Celebridad, impulso y alegría
Los poetas no dan con sus canciones,
No hubo jamás un pueblo que creyera
Completo su placer, su gloria entera.

Ilion en sus homéricos festines,
Roma en sus gigantescas bacanales,
En sus justas los Godos paladines,
En su guardado harén los orientales,
Lo mismo Babilonia en sus jardines
Que Fez en sus salvajes arenales,
Fiaron a la voz de sus poetas
Su fe, su honor, su gloria y sus amores:
Y heraldos del placer, del bien profetas,
La sien ceñida de laurel o flores
Y al compás de la cítara o la trompa,
Hicieron de los siglos vencedores,
De sus fiestas espléndidas la pompa
Admirar a los siglos posteriores;
Y por eso al poder de un solo verso
Vive acaso inmortal una belleza,
Y hoy contempla estasiado el universo
Coronada de gloria su cabeza:
Y la que siglos ha que es ya ceniza,
Viva en un himno al universo hechiza.
¿Quién sabe si los míos algún día,
Remontándose en alas de esa gloria,
Lograrán más allá de la edad mía
Hacer vivir tu nombre y tu memoria?

Mas yo que te amo ¡oh Paz! como un hermano,
Verter no puedo en tu festín de bodas
Flores, que por dó quiér vierte mi mano
Como holocausto de costumbre y vano
Sobre la mesa de las fiestas todas.
No es el sonoro ruido de mi acento,
Ni de mis rudos versos la armonía,
Ecos livianos que devora el viento,
Los que te han de explicar el sentimiento
Del amor fraternal del alma mía;
El poeta esta vez no habla contigo:
Es tu postrero y tu mejor amigo.
Y o que adoro la gloria y la hermosura,
Que de entrambas en pos crucé los mares.
Que dó quier que mi planta se asegura
Las canto audaz y las elevo altares,
Sobre tu porvenir, paz y ventura
Pido a Dios, no a mi cítara cantares;
Y este voto que a Dios con fe se eleva,
Favor le pide por la fe que lleva.
He aquí por qué el poeta vagabundo
A quien abres tu hogar cuando ante él pasa,
De darte en vez lo que prodiga al mundo,
Su poesía ruin de precio escasa,
Pide no más de su alma en lo profundo
La bendición de Dios para tu casa.
Yo no puedo tu sien ceñir de flores
Porque, en mi alma sombría, solitaria
Se está elevando a Dios una plegaria
Por la felicidad de tus amores.
¿Y sabes lo que a Dios para ti pide
Mi alma, a quien cree feliz la humana gente
Porque en su fondo penetrar la impide
El lauro estéril con que ornó mi frente?
Que cuando yo abandone tus hogares,
Y a arrostrar las tormentas de la vida
Vuelva a salir por selvas y por mares,
El bien y el mal entre los dos divida,
Dando a mi alma en el pesar curtida
De las almas de entrambos los pesares:
¡Y ojalá, hermosa Paz, que tú sin ellos
No cuentes nada más que días bellos:
Y mientras yo de entrambos los dolores
Me llevo, y su cicuta convertida
Devuelvo al mundo en himnos y cantares
De espinas coronado y no de flores,
Permita Dios, en tu dichosa vida,
Que no sufras jamás, que nunca llores!

MÉJICO, 1853.